Para 1995 hubo un cambio de rumbo en la vida periodística de Javier Hernández Bonnet. El presentador daba un giro y escapaba hacia Caracol Televisión, después de haber tomado toda la cancha en el Noticiero 24 horas. En esta ocasión, la despedida que le hicieron Paula Jaramillo y Ana María Trujillo -sus coequiperas en el set- fue como debe ser usualmente ese instante: alegre, con muestras de fortaleza y sin dramas. Así como deben ser las despedidas para que quien se va, llegue al siguiente puerto con la tula llena de buenos augurios y no de nefandos recuerdos lacrimógenos. Y en Caracol se consolidó definitivamente su trayectoria, prueba de que, en efecto, un egreso sin show, es de buena suerte.
Una década después hubo otra despedida. En Caracol, pero a diferencia de la del Noticiero 24 Horas, ésta estuvo plagada de lágrimas y drama. Jorge Alfredo Vargas estaba abotagado, María Lucía Fernández acabó esa tarde-noche con los Kleenex y hasta Paulo Laserna -usualmente inmutable- dejó escurrir un lagrimón sin necesidad de pedirle ayuda a un amigo. Hernández Bonnet se alejaba de su puesto sólido en Caracol para arriesgarse con la política. Su sueño: conseguir una curul en el Congreso. Tal vez si en esa oportunidad no le hubiera dado por llorar al unísono a todo el canal, el buen Javier estaría hoy entre proyectos de ley y sesiones extraordinarias. Pero no le alcanzó -por muy poco- en términos de votaciones.
¿Una despedida con lágrimas trae la sal? De acuerdo a este ejemplo puntual sí, porque tras su primer adiós, Hernández se consagró como gran figura de la TV. Y no hubo un solo sollozo.