Carlos Eduardo Ortiz

Formado en las divisiones inferiores del Envigado y orgullo del tradicional barrio Laureles, irrumpió con gran estruendo marcándole dos goles al América en su debut con Millonarios a comienzos de 2003. Semejante debut dio pie a los excesos periodísticos de rigor que se suelen dar en casos como este, suficientemente documentados ya en este espacio. Para destacar, que una semana después tres apodos gravitaban en su entorno cada uno defendido por sendos bandos periodísticos: “Pelón”, “Copete” y “Pupi” (este último cortesía del siempre acertado Luis Alfredo Hernández).

Su tarde de gloria le sirvió a Ortiz para recibir todo tipo de oportunidades por parte de Norberto Peluffo, técnico azul de la época. Pese a algunos chispazos de talento, a cierta precisión en la entrega y a una innegable enjundia el gol sólo volvió a él a mitad de año cuando tuvo a bien vulnerarar las vallas del Unión Magdalena y del Pereira en los cuadrangulares semifinales.

Un gol de gran factura en Cali esta vez en los cuadrangulares del finalización fue, junto con una fugaz aparición en una preselección de 100 jugadores que hizo circular la Federación, su otra gran conquista de un año que comenzó con mucho bombo y terminó con el paisa como uno más en la nómina azul.

El año siguiente fue cualquier cosa menos el de la “consolidación definitiva” del delantero paisa. A un primer semestre signado por la mediocridad le siguió una abrupta salida de Millonarios a mitad de año motivada por uno de tantos recortes de personal que ha padecido el cuadro embajador en los últimos años. Aterrizó en el Bucaramanga, equipo en el que a duras penas hizo un gol: a Millonarios, por supuesto. Después de su breve incursión santanderana, Ortiz recaló en el siempre hospitalario Chicó, club en el que su desempeño fue ligeramente inferior al registrado con el Bucaramanga, se fue en blanco. Hoy, el alopécico muchacho que haciendo buen uso de la colombianísima norma del sub20 ilusionó a más de un hincha azul pelea con el eterno malgeniado Óscar Londoño un lugar en la delantera del representante del antioqueñísimo Seguros La Equidad.
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Óscar Millan

Lateral bogotano de la cantera de Maracaneiros que irrumpiera como grata revelación en el 2000 con el Millonarios del “Flaco” Rodríguez. Cuando muchos exigían para él una oportunidad en la selección al año siguiente Millan recaló en el América. Tradicional cementerio de promesas, en el América Oscar no tardó en desaparecer del panorama. Una expulsión en Bogotá después de un conato de bronca con Juan Carlos Jaramillo fue su ejecutoria más sonada con los diablos rojos. Disminuido, pronto abandonaría las filas escarlatas rumbo a Barrranquilla para militar algunos meses sin la más mínima notoriedad en el Junior.

Recaló al año siguiente, 2002, en el Quindío en donde estuvo hasta finalizar el apertura de 2003 sin ser ni la sombra del jugador que se vio en Millonarios.

Para el segundo semestre de 2003 su amo y mentor lo llevaría al Tolima que ese año saldría campeón del finalización. Sin aportar gran cosa, Óscar logró colarse en la foto del plantel campeón de ese torneo. Cuesta abajo en su rodada, su destino para el 2004 fue el Tuluá del “Tino” Asprilla. Una vez más la intermitencia fue su característica. El Tuluá no logró safarse del descenso y sin querer queriendo la B esperaba con los brazos abiertos a quien hace cuatro años era uno de los tantos “laterales del futuro” que ha parido y malogrado esta tierra. La B sería el destino de Óscar para 2005 pero no con los colores del equipo corazón sino con los del Patriotas de Boyacá. Un descalabro en la última fecha le impidió al Patriotas y a Millan, de aceptable campaña, darle un segundo equipo a Boyacá obligando de paso a Óscar, con 26 abriles ya a cuestas, a prolongar un año más su estadía en ese infierno que es la divisional de ascenso criolla.
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Jaime "El tanque" Ruiz

Un clásico de los suramericanos juveniles: el jugador que tuvo la suerte de que su cuarto de hora coincidiera con los días del torneo y que gracias a eso logró un grado importante de notoriedad por encima de otros jugadores que finalmente son los que logran surgir y consolidarse. Una vez termina el torneo difícilmente vuelve a fijarse en él la fortuna, siempre esquiva, siempre caprichosa.

Ese fue el caso de Jaime “El tanque” Ruiz. Llamado a última hora, este alumno de la Sarmiento Lora logró colarse en la titular por encima de Edixon Perea y Víctor Montaño. Algo torpe y sin hacer gala de mucha fundamentación, Ruiz logró convertir en cuatro ocasiones claves para la clasificación de Colombia al mundial de Emiratos Árabes. Gracias a la euforia generada por la clasificación, Jaime fue presentado como una de las grandes revelaciones del torneo. No había terminado el suramericano y ya se daba como refuerzo fijo del Udinese. Estudiantes de la Plata, equipo en el que se había probado el semestre anterior, maldijo la hora en que lo dejó partir Y lo de siempre: que la nota a la familia, que la cancha donde aprendió a jugar, que el que le vende los calzoncillos, que el nuevo Tren Valencia, etc.


«El tanque», en su involvidable verano uruguayo de 2003.

Pasada la tormenta, por ahí se supo que lo del Udinese no resultó y Ruiz recaló en el Quindío. Para el segundo semestre de 2003 Ruiz no tuvo cupo en la titular que disputó un mundial que encontró a Perea y Montaño en su mejor nivel. A comienzos de 2004 y con las sobras de la fama del suramericano intentó probar suerte en el Aucas pero tampoco coronó. Finalmente encontró su lugar en el mundo en el Cortuluá, club en el que militó en 2004 y 2005.
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Wilberto "El temblor" Valencia

Contribución de Xeneizebastian.

Su singular remoquete no corresponde a un albañil de Ingeominas ni tampoco a alguien que padezca el Mal de Parkinson a los niveles de Muhammad Alí o Frank Ramírez. Sólo nos referimos a las celebraciones que más bien parecían un agudo ataque de epilepsia de un par de anotaciones conseguidas en su debut por nuestro homenajeado

Al principio, el nombre de Wilberto Valencia sonaba simplemente como un experimento –u obligación por aquello de la norma del sub-20- del entrenador de Millonarios Norberto Peluffo el día de su estreno oficial como timonel embajador enfrentando al Unión Magdalena en Santa Marta en la primera fecha del año 2003.

Lo que vino después fue algo que ni el más optimista de sus primos se lo imaginó: dos goles en su debut en Santa Marta acompañados, obviamente, por la ya citada celebración que sirvieron para que Millonarios lograra sus primeros tres puntos de aquella temporada y para añadirle un poco más de expectativa puesta al clásico frente a Santa Fe qua disputarse una semana después.

Desafortunadamente, su aparición en el “gramado” del Eduardo Santos fue tan efímera como la de Sofía Vergara en Guardianes de la Bahía; tan desgraciada como la de John Leguízamo en la película Carlito’s Way, donde apareció solo para asesinar al protagonista; tan falaz como la de Shakira cuando cantó junto con la banda Aerosmith en unos premios MTV y tan matizada con tintes de estafa como la figura de Francisco Maturana en los banquillos del Vicente Calderón.

Frente a Santa Fe, “El Temblor” solo se hizo notar al entonar el Himno Nacional y en un par de aplausos con los que saludó alguna genialidad de Máyer Candelo, conductor azul en ese año. Wilberto se fue promediando el segundo tiempo y de ahí en adelante, salvo una convocatoria por parte de Reinaldo Rueda a un par de entrenamientos con la Selección Colombia Sub-20 que se preparaba para el suramericano, no pasó mayor cosa con él.

Siendo fiel a la tradición de este espacio de atender a rumores sobre el paradero actual de los más pintorescos ejemplares de nuestra fauna futbolística, se supo hace un par de meses que el homenajeado, en compañía de unos cuantos amigos que poseen las mismas cualidades histriónicas, montó una Ópera-Champeta con la que se fue de gira por los Territorios Nacionales deleitando a propios y extraños con el singular paso que inmortalizó en el “césped” del Eduardo Santos en la tarde de su cuarto de hora.

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Julián Martínez, la "Estrella azul"

Pregunta que nunca falta cuando coinciden por lo menos dos fanáticos y dos cervezas: «ole, y ¿qué habrá sido del pelado que ganó ese reality para escoger dizque la estrella azul?». Sin querer queriendo, el destino de Julián Martínez –ni los más enfermos recuerdan su nombre- ha sabido hacerse a un lugar entre los grandes enigmas contemporáneos: ¿es verdad que la mamá de Prince (el cantante, no el técnico) es caleña? y ¿alguién sabe qué pasó con la estrella azul? son dos preguntas que suelen ir de la mano en cualquier velada en la que aflore el tema de los mitos y las leyendas urbanas.

Ganador de “Estrella azul”, reality que en los índices de recordación popular sale mejor librado que «Protagonistas de novela 2 y 3», «Nómadas» y aquel que en el que se encerraba un lote de guarichas para que un supuesto multimillonario las escogiera, Julián Martínez tuvo sobre sus hombros la responsabilidad de demostrar que el género de los realities también podía favorecer a quienes esgrimían talentos diferentes a la talla del brasier. Desafortunadamente, esta carga pesó demasiado sobre quien sin haber debutado ya había sido primera página de El Tiempo y –especialmente entre el público femenino- era más popular que el mismo Peluffo, técnico azul en aquel entonces, y que el “Cabezón” Rodríguez.


Julián, acosado por la prensa.

Confirmando aquello de que a la televisión no hay que creerle de a mucho, Julián no llegó de buenas a primeras al plantel profesional de Millonarios. Una vez derrotó a Mario Anchique en la final del concurso a comienzos de 2003 junto con otros siete u ocho participantes Julián fue ubicado en el equipo de primera C. Acostumbrándose cada vez más a a ser blanco de todas las miradas y comentarios, Julián tuvo también algunas esporádicas incursiones en el equipo de reservas que ese año disputaba los preeliminares de los partidos de la profesional. De su primer año en Millonarios se destacan unos minutos finales de un preliminar de un clásico entre las reservas de los dos equipos capitalinos cuando en el estadio ya había unas 20,000 personas y otros minutos que Peluffo lo dejó jugar en un amistoso contra Honduras en el país centroamericano. Esto fue lo más cerca que estuvo Julián de eliminar de una vez y para siempre el diminutivo “ita” que aparecía cada vez más acompañando a “estrella” cuando de él se hablaba en los corrillos. De acuerdo con un entrenador que lo tuvo a su cargo al ser consultado por la unidad investigativa del Bestiario, una nociva mezcla de indisciplina, lesiones y la pereza, fiel compañera de quienes crecieron más arriba de San Alberto, comenzó a hacer mella sobre Julián.


Julián, en su primer entreno con la profesional.

El 2004, que pintaba como su año definitivo, comenzó para Julián en medio de estas mismas variables. Esta siguió siendo la constante hasta mediados de año, cuando una agobiante crisis económica obligó a Millonarios a afrontar el torneo local y la Copa Suramericana con un plantel de juveniles. Para Julián esta sería su última oportunidad. Era ahora o nunca. Fue así como en ese segundo semestre, no sobra recordarlo, debutó todo aquel que pasó por el kilómetro 21 de la autopista norte con unos guayos al hombro preguntando por “lo de jugar los domingos en el Campín”. Esta promoción abrió las puertas para que debutaran Jimmy Montes, Fabio Tamayo y Jaime Rafael Morón entre muchos, muchos otros afortunados que de otra forma jamás llegarían a pisar el gramado de la 57. Tan crítico era el cuadro del paciente que llegó incluso a debutar Difilipe, pintoresco mochilero argentino que pronto recibirá su homenaje. Todos debutaron, menos Julián.

Terminó el 2004 y con él las excusas para quien a esa altura ya había hecho méritos suficientes para que el diminutivo “ita” acompañara por siempre al sustantivo “estrella”. Para el comienzo de la pretemporada de 2005 su nombre ya no apareció. Este abandonó para siempre el mundo de las vendas, el mentol y la pecueca para instalarse junto al del Tuto Barrios y al de Pepita Mendieta, en el más bien sórdido mundo de los mitos y leyendas urbanas que de cuando en vez es visitado por algunos pocos sicópatas cortesía de sendas botellas de Vatt69.
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Christian Tamayo

A comienzos de 1998, meses antes del mundial de Francia, el «Bolillo» sorprendió al país futbolístico incluyendo en la convocatoria para un partido amistoso contra San Lorenzo a un tal Christian Tamayo. Se trataba de un jovencito de Palmira, del registro del Boca Juniors de Cali, que no había debutado aún como profesional y que ni siquiera había hecho parte de selecciones juveniles. En ese momento se dijo que semejante excentricidad era parte de una nueva tendencia que se imponía en el fútbol mundial que consisitía en «ir acercando» a la selección mayor a futuras promesas para que adquirieran roce internacional, supieran qué era una concentración y aprendieran a lidiar con la prensa deportiva. Fue así como los áulicos de «Bolillo» hicieron ver este suceso como algo perfectamente normal que además nos ponía a la vanguardia mundial en el tema de manejo de jóvenes valores. Fuera lo que fuera, el país entero puso sus ojos en quien tenía que ser un superdotado, un niño aventajado que hacía historia al ser el primer jugador que sin haber debutado como profesional ya hacía parte de una selección mayor.Una vez más, el país tenía motivos para creer que se estaba ante el advenimiento de un fenómeno.

Finalmente el partido contra San Lorenzo, como es costumbre, se perdió y Christian no debutó. Todo lo dicho sobre esa «nueva tendencia» cayó en saco roto pues para las siguientes convocatorias no hubo más sorpresas de este tipo quedando más que demostrado que la convocatoria de Christian no fue sino uno más entre los exóticos caprichos del técnico que, en todo caso, no estuvo excento de suspicacias. De Christian nada se volvió a saber y, para ser sinceros, era bastante predecible que la sal que sobre el vertieron los acusiosos reporteros que dieron cuenta de su temprana convocatoria surtiera su infalible efecto. Sin conocer cual fue la verdadera motivación del Bolillo para hacerle tremendo daño a una jóven promesa el hecho es que Christian debió haber quedado eternamente agradecido para con Hernán.
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Eduardo Calderón

No era nuestra intención, lo prometemos, pero otra vez un homenaje nos obliga a tocar el bendito tema del Deportivo Cali y sus arqueros. El responsable en esta ocasión es Eduardo Calderón, arquero de la selección Colombia sub17 campeona suramericana en Armenia en 1993. Calderón, junto a otros malogrados como Pana, Velasco, Oliveros y Madrid fue una de las grandes figuras del equipo de «Basilico» Gonzalez que opacó incluso al Brasil de un jovencito que su sola presencia reclamaba a gritos un ortodoncista: un tal Ronaldo Nazario de Lima. Una vez coronados campeones se indagó, como es la costumbre, un poco

más sobre estas jóvenes promesas. Fue entonces cuando se supo que Calderón provenía de la escuela del Deportivo Cali. Campeón suramericano, de la misma escuela de Calero, Mondragón y Córodoba, Eduardo tenía todo para descollar en el arco verde desde muy temprana edad. Sin embargo, quienes hacían estas cándidas predicciones no contaban con que el Cali es el Cali y que tradicionalmente ha sido escenario de los más rocambolescos episodios. En efecto, poco tiempo después de su éxito con la sub17 a Eduardo se le informó que su baja estatura (1.72) no le garantizaba ningún futuro bajo los tres palos. Eduardo, resignado, seguramente buscó la vieja libreta con los teléfonos de Pana, Madrid y Oliveros para así ahogar juntos las penas. .

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Alexander Cortázar

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Surgió en 1987 con el equipo de la Escuela Carlos Samiento Lora patrocinado por el Deportivo Cali que participó representando a Colombia en un mundialito infantil en Caracas. Al ver su talento, muchos creyeron que se trataba de un talento superlativo. No tardaron (oh extraña costumbre) en salar con el mote de «el maradonita» colombiano a este niño de escasos 13 años. Terminado el campeonato, Alexander viajó a Italia a probarse, no con el Ascoli, ni con el Lecce, no, con el Napoles para cerrar así con broche de oro la salada. El viaje de Cortazar fue reseñado junto con el del Pitufo De Avila y el del ciclista Fabio Parra por la revista Semana en un artículo sobre los deportistas colombianos que emigraban al exterior.

Durante unos meses el país entero centró su atención en este joven prospecto vallecaucano creyendo que nos encontrabamos ante un fenómeno de la talla de Garrincha, Pelé o Maradona. La euforia, como siempre, duró poco. Alexander viajó y, como siempre, fue rápidamente olvidado. De él poco se volvió a saber. Se sabe que no prosperó su incursión por la bota itálica y que regresó a un país que pronto se olvió de su «maradonita». Poco se volvió a saber de él años más tarde cuando ya no era un niño, ni mucho menos un «maradona». Algunos dicen que estuvo unos meses en Millonarios en busca de una oportunidad que le fue negada. Otros lo vieron deambular por los equipos del Valle del Cauca. En lo único en que coinciden las versiones es en que llevaba una vieja revista Semana bajo el brazo.

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Rubiel Quintana

Seguramente por una de esas patologías de nuestro fútbol siempre que un técnico de la selección se decide a mirar a un equipo que no sea de los tradicionales «grandes» termina conovocando de a dos jugadores (seguramente para que se puedan defender mejor de la burla y la mofa de jugadores que han contado con mejor suerte, vaya uno a saber). Estas parejas tienden a quedarse grabadas en la memoria del aficionado de tal forma que después de un tiempo es imposible referirse a uno de sus integrantes sin que de forma inconsciente se haga la asociación y se termine, a los pocos segundos, preguntando por la vida del otro. Ejemplo de esto son Oswaldo Santoya y Néstor Ortiz del Once Caldas; Arley Dinas y Gonzalo Martínez del Tolima y Óscar Díaz y Rubiel Quintana del Cortuluá.

En este caso, la suerte le sonrió primero a Rubiel cuando fue convocado a la selección que disputó la Copa América de Paraguay 99 en donde se le puso ese rótulo maldito que tantas promesas se ha llevado: «el lateral (el defensa, el volante) del futuro». Su carrera después de la Copa iba en franco ascenso: fue transferido al América de Cali en donde siguió siendo llamado a la selección (preolímpico 2000, eliminatorias 2000). Después de un breve paso por el Cali, no tardó en ascender el primer escalón de una trayectoria que todos esperaban que terminaría en algún equipo de la Premier League. Fue así como en 2001 firmó con Belgrano de Córdoba. Y fue en tierras cordobesas donde comenzó su desgracia esta vez en forma de fractura de tibia y peroné. Recuperado de la lesión llegó a Millonarios en el segundo semestre de 2002 en donde se reencontró con Oscar Díaz. Después de un prometedor comienzo desempeñandose como delantero rápidamente se fue apagando y terminó licenciado por bajo rendimiento (habiendo jugadores con renimiento mucho más bajo que el suyo). En 2003 lo acogió el recién ascendido y exótico Centauros de Villavicencio. Fue el juvenil de un equipo que creyó firmemente en eso de que «la sabiduría la dan los años» conformando para ese año una verdadera selección con lo más selecto de la veteranía canchera colombiana. Del equipo llanero también salió por la puerta de atrás y decidió entonces probar suerte en Turquía. Las versiones sobre su paso por está liga son un tanto confusas, unos aseguran que militó en el Bursaspor, otros que en el Rizespor, lo único cierto es que en el Bursaspor, en el Rizespor o en el Tapitaspor, su paso por Turquía fue intascendente. Su caída libre lo llevó a tocar fondo en el primer semestre de 2004 cuando se metió en líos con la justicia. Una vez aclarados, el Huila lo acogió para el segundo semestre. En Neiva pareció retomar algo del nivel de antaño y esto le valió su paso al… Envigado. Cumplió con una campaña aceptable pero no tuvo el nivel suficiente para pemanecer en el equipo para el segundo semestre. Su segundo aire se había agotado. Tomó entonces rumbo hacia el Unión Magdalena. Su salida del Unión fue el broche de oro de su debacle. Para llorar. .

Freddy Castañeda

Apodado «El pirri» (no, no es el mismo) fue la promesa del equipo albiazul en la época de Miguel Augusto Prince. En una encuesta hecha a los jugadores en la que se les preguntaba por cuál de los jugadores jóvenes del plantel mostraba las mejores condiciones, Castañeda fue el escogido. Jugó algunos minutos siempre en las postrimerías del partido. Estas breves oportunidades, teniendo en cuenta que ya tenía esa maldita aura de futura promesa, siempre resultaban insuficientes pues dificilmente tocaba el balón más de una vez. Desapareció del panorama al terminar la temporada de 1996.

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