Homenaje póstumo en medio de los Premios

La Telepolémica dominical trajo dos perlas imperdibles que agradece esta redacción y una noticia que enluta a los integrantes de este colectivo: las dos perlas fueron el anuncio de que la hija del presidente de la Dimayor Ramón Jesurún estará en el reinado nacional de belleza de este año y que escribieron «Swainstaiger» en una placa con el equipo ideal del Mundial.

Pero lo que dejó estos datos guardados en un cajón fue el anuncio de la muerte de Maria Luisa, la señora que toda la vida vendió fritanga en el Estadio Nemesio Camacho El Campín y que era uno de esos personajes que aún se podía rescatar del estadio.

Con  lágrimas en los ojos y las venas llenas de colesterol, en parte por culpa de Maria Luisa, lamentamos su pérdida (no tanto como Chemas, pero en realidad nos duele y mucho) y le hacemos un merecido homenaje desde esta tribuna.

Personaje de la semana: el Tiburón Willie

El Tiburón Willie, preparándose para la guerra de bigotes con la que celebró -en compañía de La Muñeca- la sexta estrella juniorista.
Willie, en su faceta más emo, encuentra complicidad en Diemo.

Foto emo tomada de El Espectador.

Conozca a Willie.

Millonarios antes de Hernán Silva

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Antes de Hernán Silva y su fatídica noche del 26 de abril de 1989 la rivalidad entre azules de Bogotá y verdes de Medellín no superaba a la que, por decir cualquier cosa, los azules tenían con los blancos de Manizales o a la que los verdes podían tener con el Unión Magdalena.

Este ambiente libre de tensiones permitía, por ejemplo, que de buenas a primeras un jugador paisa de Millonarios, el buen lateral Gildardo Gómez, apareciera en el

camerino de la sede deportiva disfrazado de cuidacarros de las Acacias sin riesgo de caer a la salida en garras de una jauría de fieros barrasbravas. Barrasbravas difíciles de espantar incluso sancando  sendos chorizos antioqueños del carriel, por supuesto.

Hoy, ver a Gerardo Bedoya  de poncho, sombrero y carriel en predios del club sería tan grave para los hinchas azules como descubrir que Víctor Aristizábal tiene tatuado un escudo de Millonarios en el talón derecho. Ambos casos serían motivo de levantamientos, disturbios, cismas, linchamientos.   Sería algo tan grave como ver a Arnoldo Iguarán besando el escudo de Nacional o, pónganle, a un León Darío Muñoz haciendo lo propio con el azul.

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Euforia'85

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Está más que demostrado que en Colombia la euforia premundialista es caldo de cultivo de lamentables excesos  a los que luego nos aproximamos con la misma severidad con la que en una mañana de guayabo se juzga lo que se hizo y deshizo estando en las garras del alcohol.

Después del triste y ya suficientemente reseñado caso de USA'94 encontramos otros tantos de equipos colombianos que descollaron en la fase de clasificación generando una expectativa por lo general desmedida. Q

uizás el precursor en esta senda de tropiezos fue la selección juvenil que en 1985 conformó Luis Alfonso Marroquín.  Como es bien sabido, este equipo sorprendió en el suramericano de Asunción mostrando un fútbol revolucionario para nuestro medio,  para después no lograr el mundial de la Unión Soviética la figuración que las desbordades expectativas señalaban.

El  caso es que, como es de rigor, el lapso entre la clasifiación y el Mundial sirvió para que corriera a raudales el optimismo y también el ingenio criollo, como siempre, rico en estereotipos. Así, como lo muestra la gráfica, Unión Soviética más que Stalin, Lenin o incluso vodka era sinónimo de Siberia y el sufijo «osky». Lástima que todo terminara en una lechoneadosky.

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Ella baila sola

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Se extrañan las renuncias repetidas, su versión moderna sin bigote, los malos remates físicos del equipo en los últimos 20 minutos de cada juego, las lecciones de micciones ergonómicas y sin salpicaduras, pero si hay alguien que añora el regreso de «Bolillo» al camerino sur es la bella modelo de la cerveza voladora. Ella fue quien más sufrió al enterarse de que Hernán Darío no iba a estar más en el club cardenal.

La beldad se enteró en los bajos del barrio San Miguel, donde queda ubicada la

sede santafereña, que en próximos eventos rojos su parejo de baile iba a ser Germán «Basílico» González, de quien dicen en los corredores de occidental, no sabe bailar.

Cansada de que en años anteriores sus juanetes fueran pisoteados por Armando Farfán (rápido bailarín de rumba criolla pero flojo pa la salsa), y de que Dragan Miranovic alguna vez se hubiera disgustado con ella porque le dio un número falso de celular (Miranovic la llamó para invitarla a un bon ice y el que contestó el teléfono fue Hilmer Lozano), decidió que no aparecerá  en más eventos y que no bailará nunca más a menos que su parejo sea «Bolillo».

Te extrañan algunos, Hernán. Te extrañan algunos…

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Re-post: René jóven y azul (y en el lugar equivocado)

Corría el segundo semestre de 1985. En Medellín, Lorenzo Carrabs guardaba celosamente las llaves del arco verdolaga respaldado por el cariño de buena parte de la afición. Así las cosas, al joven Higuita –que venía de despuntar en el suramericano juvenil de Asunción– se le advirtió que todavía debía esperar si quería llegar al arco del Nacional. Mientras tanto, en Bogotá, el arco azul andaba algo desguarecido por la lesión de Alberto Pedro Vivalda. Mario Jiménez, suplente de carrera, no desentonó y como buen suplente se lesionó apenas recibió su esperada oportunidad. Detrás de Jiménez estaba el gran Ruben Cuevas para quien tres partidos al año ya eran demasiado. Esta serie de acontecimientos obligaron a los directivos azules a proveerse de urgencia de un cancerbero adicional siendo Higuita el elegido.

Higuita de azul (bueno, rojo Adidas, en realidad).
Higuita de azul (bueno, rojo Adidas, en realidad).

Gracias al suramericano de ese año Higuita no era ningún desconocido para la fanaticada. Tanto que aun tratándose de un arquero suplente su llegada ameritó portada –con puesta en escena incluída– de la revista del club. René debutó, casualmente, contra Nacional en Bogotá en un partido que se saldó con empate a un gol. Víctor Lugo, a los ocho minutos del primer tiempo tuvo la fortuna de inaugurarlo. Después disputó dos partidos más, contra Pereira en la querendona morena y trasnochadora y contra Unión en Bogotá. En el primero recibió dos goles (2-2 terminó el partido) en el segundo salió con su arco invicto (2-0 ganaron los azules). Para ese momento Vivalda ya se había recuperado y regresó a la titular. Higuita permanecería en Millonarios hasta el final de esa temporada. La inesperada muerte del mayor accionista azul, Edmer Tamayo, impidió que siguiera en el plantel para 1986 y René regresó a Medellín. Lo esperaba la gloria.
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Yo me Pinto

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Una vez conoció la sanción de diez fechas sin entrar al estadio, hizo de todo para hacerle el quiebre. Terco como él sólo, trató de apelar, demandar, entutelar, pero nada. Después nos pidió prestado el Kokorikóptero,  y aunque mucho lo intentó y mucho lo repotenció no logró que levantara su peso. Y no se dio por vencido:  lo vieron trepado en el tejado del General Santander y mandaron a bajarlo y, de paso, a prohibir que se arrimara a las torres de iluminación. Luego, intentó, sin éxito, como supondrán, meterse en un disfraz de porrista.  No sólo su figura desentonaba en el conjunto sino que estuvo a punto de sufrir lesión irreversible al intentar hacer el flic-flac.  Cuando estaba a punto de darse por vencido,  el consejo de un chamán lo salvó: debía convencer al indio motilón de cederle el disfraz.

La cosa no fue fácil:  el indio argumentó que llevaba décadas siguiendo a su Cúcuta Deportivo y que por nada del mundo se iba a quedar en la casa. Pinto le dijo que se sacrificara, que era por una causa noble, que lo hiciera por su amado Cúcuta, pero el indio, terco como Pinto, no accedía a soltarle el plumaje.  El problema radicaba en que no podía haber dos indios y que ni Pinto ni el motilón original estaban dispuestos (ni en condiciones por aquello de la figura) a estrenar la figura de la india motilona.  Finalmente  Pinto se acordó de un par de cámaras hipóxicas que tenía el garaje y convenció al indio de las infinitas posibilidades de relajamiento y recreación de ellas. El indio las probó una mañana de partido e inmediatamente aceptó. Pinto entonces se enfundó el disfraz y sin problema franqueó los controles de ingreso al General Santander y desde la gramilla dirigió a su equipo. No contaba  con que días después una foto del indio sería examinada con lupa, como es la costumbre, por la unidad investigativa del Bestiario.

Quietico Johan…

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Como cuando en el colegio llegaba  el día de la foto para el carnet estudiantil, la llegada a las concentraciones de nuestros equipos del fotógrafo de Panini es antes que nada una invitación a la recocha. Para la muestra, esta postal de un inquieto Johan Fano en la que seguramente será la única oportunidad que tenga en la vida de ponerle cachos a Ricardo Ciciliano.

Y  el relajo, por lo visto, fue generalizado. O sino miren al por lo general muy parco Ariel Carreño dando lo mejor de sí para llevarse el concurso de muecas, celebrado también ese día:

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Imagen de Fano,  gentil cortesía de Sergio Acevedo Valencia: www.sergioacevedovalencia.com.

Dos de nosotros no son como los otros


Arriba, de izquierda a derecha: Bernardo Redín, Leonel Álvarez, Luis Carlos Perea, Carlos Mario Hoyos, Nolberto Molina y René Higuita. Abajo: Mario Alberto Coll, Gabriel Jaime Gómez, Luis Fernando «Chonto» Herrera, Juan Jairo «Andino» Galeano y Carlos Valderrama.

La foto es del partido por el tercer puesto de la Copa América 1987 que Colombia le ganó a Argentina 2-1 en el Monumental de Buenos Aires. Pero como es bien sabido, lo nuestro no son los triunfos, sino las raras excepciones y en la foto hay dos que sobresalen (además del uniforme Puma y del logo de la marca estampado en dos colores diferentes).

Se trata, primero, de Nolberto Molina. En una selección de caras nuevas, este veterano defensa central era (junto con Arnoldo Iguarán) sobreviviente de la desventurada selección del médico Ochoa que no logró clasificar a México’86. Este partido terminaría siendo el último suyo con la selección, pues para la gira por Europa del año siguiente Pacho Maturana decidió reemplazarlo por Andrés Escobar, joven defensa de Nacional.

La otra corre por cuenta de Mario Alberto Coll, para la época jugador del Junior y, también para la época, hijo del «Olímpico» Marcos Coll. Igual que Molina, este volante de marca tampoco volvió a aparecer por las convocatorias de Maturana. Poco después sería transferido al América en donde corrió la misma suerte de muchos jóvenes valores de la época: tener que resignarse a ver como les salía óxido y les crecía maleza sentados en la tribuna del Pascual. .

Por esto Quintabani anda embejucado…

Agradecimientos: Press riot.

Robayo, aunque tiene un pedazo de la camiseta número 9, no puede detener al delantero. Milton Patiño, de buzo amarillo, hace mala cara por su flojo manotazo en Neiva. Abajo, con el 3, Gerardo Bedoya, a pesar de sus iluminaciones y enjundia en la cancha, le es imposible detener solo a 11 rivales. Iván Hurtado, con retazo en la mano izquierda, hace mala cara por sus errores.
Marinelli mientras que sus compañeros sufren, se mide la pantaloneta azul para ver si sí es de su horma y arriba, al extremo, Casierra, blancuzco, pálido, no entiende cómo todos los adversarios le ganan la espalda…

Esta es la actual nómina de Millonarios. Por eso Quintabani anda bejuco. Porque su defensa es un ¡Plop! permanente….