¡Santos Chigüiros belicosos, Batman! La pelea con el Guigo Mafla

Después de una intensiva y ardua búsqueda en los archivos, parecía estar todo perdido. Pero -como siempre suele pasar- en el último cassette aprecieron los ¡plaf! ¡Kataboom! ¡Spooof! ¡Touché! ¡ieeeeee! y demás onomatopeyas dignas de enfrentamientos de Ciudad Gótica. Allí, en ese último carrete aparecieron como por arte de magia los golpes cruzados entre Edison «Guigo» Mafla y Jair «Chigüiro» Benítez, en medio de un juego entre Santa Fe y Cali que además de guardar esta leyenda, también dejó para la historia el más alto pico de rendimiento del «Nobel del gol», el uruguayo Gabriel García, autor de dos goles esa tarde-noche volátil y el extraño número 10 en la camiseta del agredido.

Ya con la causa juzgada y el tiempo como contemporizador, extraña la actitud robinesca de Benítez -en ese instante no tan poseído por Wesley Snipes, dada su torpeza al responder al cachetadón- quien se deja cascar sin miramientos por el Bruno Díaz disfrazado de volante de creación. Y la anotación no es casual: «Chigüiro» manejaba altísimos índices de estrés desde su llegada al rojo por las constantes puteadas que, en una especie de corifeo, le espetaban primero el «Pecoso» Castro, y luego la tribuna por su escaso tino a la hora de centrar la pelota.

Narración cortesía de Santiago Moure, Martín De Francisco y Ricardo Henao.

La guerra de las colas, capítulo 2. Las monas de la discordia

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Cortesía imágenes @nomeacuerdo

El álbum de la Copa Mundial Sudáfrica 2010 trajo consigo quiebras insuperables y descalabros de bolsillo similares a los de los dueños de la Enron. La cantidad de láminas, el hecho de que no salieran monas dobles -todo un lujo del que nos privaron-, el innumerable y desperdiciado espacio ocupado por pegatinas con dibujos alusivos al Mundial, hicieron que casi 700 láminas fuera una dura tarea de lograr. Aún más las de una página patrocinada por Coca Cola. Los caramelos solamente se podían obtener con un número de tapas premiadas  que debían ser cambiadas en los camiones de reparto y las tiendas autorizadas.

La redacción del Bestiario tuvo serios problemas para llenar esta sección. Los altos niveles de azúcar detectados en exámenes posteriores a la ingesta de la bebida sin encontrar corcholatas premiadas, la devoción hacia la Big Cola -bestiarista que se respete brinda con ella en vaso plástico verde- y el contrato de exclusividad firmado con anterioridad con Kol Cana, fueron motivos suficientes para cambiar de planes y tratar de completar la colección con otro tipo de láminas.

Fue por eso que desde los archivos X nos enviaron estas dos tarjetas que fueron vendidas hace mucho tiempo con la Pepsi, archirrival de la Coca Cola, en la que se reseñaban los mejores valores del rentado -nunca propio-.

Conseguimos 2. Las del gran «Guigo» Mafla y las de Víctor Aristizábal con pelos y señales de cada uno de ellos.

Si usted quiere completar su álbum de Sudáfrica, imprima estos cromos y péguelos en la sección nombrada. Nos es imposible sugerir algo distinto.

Maguigo

La idea, suponemos, era hacerle el quite al lugar común, apostarle a la creatividad. La tarea: retratar al capitán, a la figura del equipo, Edison «el Guigo» Mafla. Lo normal, lo de moda para la época, era optar por lo obvio y alquilar un disfraz de capitán de navío -o sólo la gorra y luego buscar en la Plaza España cualquier blazer de botón dorado-y enchufárselo al capitán, pero del equipo.  Pero no. Había que romper moldes, deshacerse de esquemas.

-«¿Si no es de capitán entonces de qué lo disfrazamos?¿De Guigo? ¿Qué es un Guigo?» Preguntó alguien de la redacción.

-«Un Guigo es un animal de los llanos, como entre Güio y pingüino», acotó un despistado.

-«No te las vengas a dar aquí de sabiondohombre, Guigo no es nada, es su apodo y ya.» Respondió el editor.

-Un practicante tomó entonces la palabra: «Ya sé. Si no es de capitán disfracémoslo de crack.»

-«¿Pero crack no es bazuco? Ahí tocaría pegar pa’ una olla, conseguir una pipa y ropa de segunda, varias tallas más grande. Recuerden que el bazuco agranda la ropa.» Sugirió el despistado.

-«Dejá de hacer chistespendejos. Ya  sé. La tengo. El Guigo es un mago del balón, disfracémoslo de mago, andá más bien y te consigues un disfraz de mago», sentenció el editor sin aclarar que en mente tenía el traje de un mago de la línea Lorgia-Fabriani-Richard, es decir: frac negro, camisa blanca y sombrero de copa alta.

Sin mayores indicaciones pero sí con mucha prisa,  el practicante salió a cumplir  la tarea.

-Buenas mi rey, ¿para alquilar un disfraz de mago?

-Le tengo de Melchor y Baltazar, no de Gaspar.

-El que sea, no sé, cualquiera, pase el de Baltazar.

Con el disfraz de Baltazar en una bolsa del Tía llegó al día siguiente el practicante al estudio donde se harían las fotos. Como era de esperarse, al ver el disfraz, el editor montó en cólera. Pero de nada le sirvió porque el tiempo escaseaba al tiempo que el genio del Guigo empeoraba.  Así, con este panorama, al editor no le quedó más alternativa que hacer el foto estudio con el disfraz de mago oriental (alguien ofreció sus jeans y su camisa sugiriendo que combinadas con el chalequillo podían formar un disfraz de Juan Tamariz, pero la propuesta no tuvo mayor acogida).

Por último hay que decir que todo se habrán imaginado los protagonistas de esta historia menos que el episodio terminara siendo premonitorio. En efecto, y los hinchas de Santa Fe saben a qué nos referimos, meses después, un par de pases mágicos bastaron para que el Guigo desapareciera, cual Copperfield, la séptima estrella cardenal.