Falcioni de regreso a Colombia

Lo dijo en su momento el gran Joaquinito: «En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.» Le ha hecho falta a muchos futbolistas, tan proclives al apego a glorias pasadas y a los buenos tiempos idos, escuchar las palabras del genio de Úbeda. En la lista podemos incluir a Julio César Falcioni cuando a finales de 1991 regresó a la tierra que lo consagró como uno de los mejores arqueros del continente en calidad de refuerzo del Once Philips. Respondiendo a un llamado de su antiguo compañero, Gerardo González Aquino, por ese entonces estratega del Once, Falcioni decidió regresar a Colombia después de desteñidos pasos por Gimnasia y Esgrima de la Plata y Vélez Sarsfield.

Como suele ser la regla con estas segundas partes, el Falcioni que se vio en el Fernando Londoño no parecía el mismo que años antes se había visto en el Pascual. Tan mal andaba Falcioni por esos días que hasta el «Chonto» Herrera –que nunca se destacó por sus dotes goleadores– en un partido que el Once perdió 3-1 contra Nacional supo vulnerar su cabaña. Terminó el torneo con el Once eliminado del octogonal y con Falcioni de regreso a Argentina en calidad de ex futbolista..

El Tino y el Tren vuelven a casa

Ocurrió en abril de 2002. Se cerraba para esa fecha el plazo para que los equipos inscribieran sus nóminas y una constante predominó entre las novedades que se registraron: el regreso al rentado criollo de varias de las figuras que a comienzos de la década de 1990 habían emigrado. Al decadente Millonarios de Kosanovic, Gutiérrez de Piñeres y Franco llegaría Valenciano, al Quindío Leonel y a Santa Fe y Nacional sus ídolos de antaño: el “Tren” Valencia y el “Tino” Asprilla.

Sobre el primero se puede decir que después de varias temporadas en la siempre competitiva MLS y de algunos meses de inactividad, los hinchas santafereños se sorprendieron al ver una vez más con la 14 al crédito de Buenaventura. Quien había tomado su lugar en el corazón de la parcial albiroja, Leider Preciado, había bajado a La Dorada para después subir a Manizales, ciudad en la que disputaba la Libertadores de ese año con el Once. Huérfanos de ídolos – Tommy Mosquera no era el tipo para llenar ese vacío- los hinchas pedían a gritos un referente. Atentos, como siempre, al clamor de la fanaticada, los directivos, en ese entonces encabezados por Hugo Prieto, decidieron que la mejor alternativa era el primero había sido en 1996), aunque aplaudido, no dejó de producir una sensación un poco bizarra entre los hinchas. Se trataba del viejo ídolo del pasado intentando llenar el vacío del ídolo vigente. Muy en el fondo los hinchas sabían que ya no era lo mismo ni era igual. El que regresaba no era el Tren que en 1992 había comandado la delantera del 7-3. Era un Tren algo avejentado, con un extraño amarillo en su cabellera y, ante todo, con una cierta aura anacrónica a su alrededor. Ya no era el mismo. Aunque acogido con un cariño más bien paternal, el Tren, era de suponerse, no logro reverdecer viejos laureles. Un solitario gol al Bucaramanga fue el saldo de la que, hasta la fecha –en Colombia uno nunca sabe-, parece haber sido su última incursión el fútbol de alta competencia.

Por los lados del Valle de Aburrá se puede contar casi la misma historia con algunas ligeras modificaciones: extraña emoción de la hinchada, tenues y más bien tercas esperanzas y, ante todo, la dificultad de aceptar que ya no es lo mismo ni es igual. Así, la única diferencia con el el Tren fue que el de Tulúa si tuvo una tarde de gloria marcando una tripleta contra el Pasto. Tarde en la que no fueron pocos los que aseguraron haber experimentado alguna suerte de regresión. Fue algo raro, algo místico. Que, como cualquier abducción, no duró más de una tarde o una noche. Para las fechas siguientes, el Tino volvería a ser la gloria que, auqneu querida, se apaga y nada se puede hacer. Ese Nacional que conoció su ocaso finalmente saldría subcampeón de ese torneo y el Tino figuró, como uno más, en la nómina del subtítulo. Para el torneo siguiente el Tino decidió que el Tulúa le quedaba más cerca de su casa y sus caballos. El muchacho había crecido. .