El dueño-conductor-mensajero-presidente-técnico-médico-chef-abogado del Boyacá Chicó Eduardo Pimentel siempre ha hecho pucheros al final de cualquier jornada anodina de fútbol porque supone habitualmente que su equipo no pierde a menos que un árbitro lo robe o lo perjudique. Desde siempre fue así, aunque en la final del torneo apertura del año 2008 sus reclamos cargados de respeto, donaire y buenos modales, realmente tuvieron justificación.
El equipo que está condenado a vivir crisis de identidad profundas por la extraña dualidad de su nombre (Boyacá y Chicó quedan a 150 kilómetros de distancia) sacaba un importante empate en el Pascual Guerrero de Cali ante el América en el primer partido de la final de ese campeonato. El resultado era buenísimo, pero Chicó quiso un poco más. Por eso acudió al baúl del recuerdo y quiso hacerle recordar a Fram Pacheco, recio volante de marca, que él alguna vez había usado la número 10 de Ricardo Bochini cuando estuvo en Independiente de Avellaneda. Justo, en los segundos finales, Pacheco definió una jugada a tres toques con gran maestría, abriendo el pie (para darle al balón y no a los adversarios como es habitual en el buen Fram) y cruzando la pelota al segundo palo de Adrian Berbia.
Era el triunfo soñado, la hazaña del club humilde sobre el poderoso. Pero el árbitro Wilmar Roldán, en una decisión que aún hoy causa extrañeza, pitó el final del juego cuando el volante del equipo boyacense iba a patear a puerta. A pesar de los reclamos airados, el gesto soberbio de Roldán dejó en claro que él era un cultor de la famosa frase de Diego Umaña: «más reversa tiene un jet». Después Roldán se quedó esperando a que lo recogiera la tanqueta para sacarlo del estadio pero le comunicaron por lo bajo que tendría que tomar taxi a la salida del Pascual: ningún hincha iba a agredirlo. Chicó no los tenía en las tribunas. Incluso algunos hinchas americanos, contentos con el inesperado favor, se ofrecieron a llevarlo al aeropuerto e incluso se especuló que por la acción, Wilmar recibiría las llaves de la ciudad.
Chicó fue finalmente campeón por penaltis en el encuentro de vuelta. Por fortuna, porque de lo contrario, Pimentel seguiría reclamado por esa noche en la que el juez central decidió ser el tipo más cumplido del mundo a la hora de marcar el cronómetro con el tiempo exacto que había determinado para la adición.