Diego Rojas

El sueño del pibe, dirían los argentinos, lo tuvo este discreto arquero cuando fue inscrito por Millonarios en la nómina de Copa Libertadores de 1985, cuando los azules iban a enfrentar a Guaraní, América y Cerro Porteño.

Claro, delante de Rojas estaban Pedro Vivalda y Lorenzo Nazarith, tal vez. El hecho es que Rojas quedó inscrito en esa nómina, que no tuvo mucho éxito y que fue eliminada en la primera ronda del certamen de clubes.

Escasísima rotación en el mundo profesional fue el premio para Rojas, que atajaba con las medias caídas, como uno de sus únicos símbolos que se inventó para ser reconocido por algunos contados psicópatas que todavía lo recuerdan.

En el Manuel Murillo Toro de Ibagué, tuvo más cantidad de apariciones, pero se perdió en medio de la manigua. Nunca más se supo de él.
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Victor González Scott

Parece oriental, pero es samario hasta la médula. El “Chino” González Scott rompía canillas cual karateca criollo que era. Jugaba como defensor central y con golpes de mano, rodilla, pie o lo que fuera, se hacía imponer en su zaga.

Además de haber sido hombre del Unión Magdalena, pudo disfrutar de una plaza como Medellín, en donde a punta de codazos y entradas fuertes, se hizo un lugar de caudillo dentro del equipo.

Este samurai del Rodadero desandó sus pasos de jugador en el Real Cartagena, pero siguió vinculado al mundo del fútbol, esta vez como entrenador en la segunda división. Estuvo en el banco del club cartagenero, así como en Expreso Rojo..

Germán Ricardo Martelotto

Todo un verdadero símbolo de los dineros que se despilfarraban en la década de los ochenta. Martelotto fue anunciado con bombos y platillos como el reemplazo de Carlos Valderrama en el Deportivo Cali.

Y no era mal jugador el hombre que venía procedente del humildísimo Deportivo Español. Tenía pinta de cuajar en el club verde, pero su propia desidia, su físico y su supuesta buena relación con la noche caleña, llevaron a que este fuera uno de los fiascos más grandes de la historia del Deportivo Cali, club experto en equivocarse a la hora de comprar o recibir futbolistas.

No por nada Martelotto había llegado también con otro argentino: Carlos Gerardo Russo, defensa central procedente de Gimnasia de La Plata y que fracasó rotundamente en el Pascual Guerrero.

Martelotto luego se fue a México donde jugó para Monterrey, América y Cobras, lugar en el que también se puso el buzo de director técnico. En Argentina, además de Deportivo Español, defendió los colores de Belgrano.

Lo único destacable que dejó el gaucho en Cali fue un partido contra el Caldas que fue victoria 5-2 para el local, con dos goles de Martelotto, uno de ellos descontando a cuatro rivales y englobándola sobre la salida del arquero Mario Jiménez.

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Misael Ávila

La mentira enrulada, debió ser el sobrenombre de este volante, que llevaba el número 10 en la espalda, pero que era corto de ideas futbolísticas.

Como es obvio, se hizo famoso por ser muy parecido a Carlos Valderrama, no como jugador, sí por su pelo. Y cuando el tipo andaba en el Pereira, muy tranquilo de la vida, un día recibió una llamada del Deportivo Cali, que lo convenció de que se trasteara a jugar en el complicado Pascual Guerrero.

La estrategia de los dirigentes era que el público no se olvidara del todo del Pibe Valderrama, que recientemente había sido transferido al Montpellier. Si encontraban un número 10 con clase y talento y además que fuera físicamente igual al crack de Pescaíto, pues no había que ahorrar.

Por fortuna para las finanzas caleñas, Ávila era un jugador muy, muy, muy barato, lo que facilitó su llegada a la capital del Valle. Pero el crack cartagenero no pudo soportar las tremendas chifladas y silbatinas que le espetaba el público, conciente del tronco que habían adquirido y por eso solamente actuó solamente un año para los verdiblancos.
A su hoja de vida hay que añadirle que, coincidiendo con la llegada del Pibe Valderrama al Montpellier, algún oportunista aprovechó para lanzar en Colombia la colonia para hombres «Montpellier», «la del pibe». El comercial de este rocambolesco producto incluía a un supuesto Pibe Valderrama anotando un gol en el Atanasio Girardot vacío y con la cámara ubicada en extremo contrario de tal modo que solo se divisaba la cabellera del supuesto Pibe.
Si. Era Misael.

Hace poco era director técnico en la primera B.
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Felipe Nery Franco

Colombia lo conoció por ser uno de los atacantes más raros que haya pasado por nuestras pintorescas canchas. Su facha puerca, de pelo largo y cochino, más su larga barba descuidada, le valieron que algún narrador lo bautizara como “El apóstol”.

Apóstol, claro, de la extraña intolerancia, pues era un habitual abonado a las expulsiones. Y aunque alcanzó a meter algunos goles importantes para el Unión Magdalena y el Cúcuta (él fue uno de los jugadores motilones que logró la hazaña de colar al Cúcuta Deportivo por primera vez en los octogonales finales, año 1988) el paraguayo nunca fue un hombre descollante.


Imagen, cortesía Orlando López

Un buen día de diciembre de 1990 su presencia sorprendió al mundo entero: hacía parte de la nómina titular de Olimpia, que jugaba la final de la Copa Intercontinental de Clubes frente al Milan. Pasó como un soplo del Eduardo Santos de Santa Marta al Estadio Nacional de Tokio.

Y Nery Franco seguía exacto al de toda la vida: con el pelo grasoso y alborotado y el uniforme puerco en el himno nacional. Franco Baresi tuvo que marcarlo en un par de ocasiones y, lógico, lo borró. Pero el mundo ya había visto lo más importante de ese encuentro: la presencia omnipotente de “El Apóstol”.

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Oswaldo "La Sombra" Durán

Tiene uno de los mejores apodos del mundo. “La sombra”. Solamente ese mérito tiene el arquero nacido en Zaragoza (Caldas), dueño de una de las historias más tibias en el fútbol colombiano.

Nunca se destacó sobre el resto, fue casi siempre suplentazo excluyente en el Once Caldas (casa que lo albergó como a hijo bobo) y las pocas veces que actuó, fue una invitación al desastre futbolístico.

Eso sí, no se puede negar que el tipo tenía cara de buena gente, lo que habla bien de un hombre que pudo haber desarrollado un resentimiento eterno por ser un habitual ocupante del banco de suplentes.
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Manuel Rincón

Manolito tuvo que sufrir la triste historia del hermano carente de talento vs el crack de la casa. No fue fácil para Manuel decir que, a pesar de haber debutado primero y conocer los trucos del fútbol con anterioridad, fue completamente opacado por la presencia de su hermano Freddy Rincón.

Pero antes de que Freddy Eusebio le quitara todo el protagonismo, Manuel Rincón era jugador del Once Caldas que dirigió Francisco Maturana. Pero aunque este equipo fue brillante, Rincón era el lunar del conjunto, sin que esto se tome como un comentario racista.

Zaguero central, es recordado porque jugando un clásico Santa Fe-Millonarios en 1988, le propinó a Hugo Galeano uno de los codazos más criminales de los que se tenga noticia. En 1994 formó con el Tulúa, que casi desciende ese año por los yerros de Manolito, que, especulando un poco, fue seguramente uno de los pocos colombianos que no gritó el gol de la selección Colombia contra Alemania en el mundial de 1990 pues ese día que marcó el inicio de la leyenda de Freddy Rincón, fue la fecha en la que entró la última palada de tierra a su sepultura en el recuerdo del fútbol.
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Luis Alberto Piazzalonga

Cara de breva, actitud mesurada, entusiasmo venido a menos, entradas a destiempo y goles en su propio arco marcaron la tendencia de este ignoto argentino, del que pocos recuerdan mucho ya que su paso por canchas colombianas fue olvidable.

Aplicado aprendiz de defensa central en Ferrocarril Oeste no tuvo muchas oportunidades de pararse en la zaga del verde del oeste bonaerense por sus propias limitaciones técnicas y recaló en Colombia para ver si podía descollar en un fútbol de menor nivel. Aterrizó en Bucaramanga, en 1988 (había tenido un paso por Almirante Brown) cuando a este equipo lo patrocinaba en la camiseta la Lotería de Santander. Habría que decir que los búcaros no se ganaron la lotería, pero sí la indeseable cabeza de la lechona que rifan en sorteos de oficinas de poca monta con el pobre Piazzalonga.

Aparte de que el Bucaramanga era un equipo muy malo en aquellos tiempos (siempre quedaba de antepenúltimo en la tabla) Piazzalonga colaboró en el desbarranque canario, pues fue autor de tres autogoles sobre el arco del ya homenajeado John Freddy Van Stralhen. Su última incursión conocida fue en Unión de Santa Fe, donde jugó un solo partido en la temporada 90/91 y justo frente a Boca. Entre Batistuta y Latorrre lo bailaron y los santafecinos terminaron perdiendo 4-0 de locales.

Hace pocos años fue entrenador de Aldosivi de Mar del Plata.

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Enrique Simón Esterilla

Como su apellido, sus movimientos eran como los de una silla de mimbre. Defensa central durante muchos años en el América de Cali, tuvo que vivir a la sobra de Luis Eduardo Reyes “El hombre de hierro” y, cuando tuvo chance de jugar, siempre fue con un equipo satélite donde compartía plantel con Ceferino Peña, John Edison Castaño y Reinel Ruiz entre otros.

Protagonizó una de las más extrañas historias del famoso equipo de América que perdió tres finales de Copa Libertadores de manera consecutiva: En el tercer partido de la final contra Peñarol, el médico Gabriel Ochoa Uribe lo envió en los últimos minutos de juego a defender y luego a jugar como centrodelantero para aprovechar su altura en el cabezazo. Esa misma estrategia fue utilizada varias veces por Norberto Peluffo con Belmer Aguilar cuando lo dirigió en Bucaramanga, Junior y Millonarios.

En uno de esos ataques, Esterilla no pudo regresar y Peñarol armó el contragolpe ideal, que concluyó con el mítico gol de Diego Aguirre que le dio la copa a los uruguayos cuando faltaban pocos segundos para el final del encuentro.

Esterilla también estuvo en Cali, Sporting, Bucaramanga y Pereira. .

Dorian Zuluaga

Hoy la vida le dio un porvenir mejor, producto de los ahorros que supo hacer en el fútbol y tiene un par de locales en Sanandresito, uno de los lugares de comercio más grandes de Bogotá.

Sin embargo el oriundo de Santa Rosa de Cabal siempre fue un atrasado en temas de fútbol. Por su facha pudo haber sido el doble de William Katt en las escenas de peligro de la serie Superhéroe Americano, pero prefirió ponerse la camiseta número 10, esa que habla de cracks y genios incontrolables dentro de un campo de fútbol.

Pero melancólico, con las medias abajo, al igual que su fervor, fue un oscuro volante que militó en el Deportivo Pereira e Independiente Santa Fe, sin trascender demasiado. Solamente su pinta (que por el 10 y por la melena encrespada y mona hace recordar a uno de los tantos falsos imitadores de Carlos Valderrama) hizo que su imagen trascendiera por los siglos de los siglos.

Hoy comparte con Dorian Gray, tocayo de marras, esa extraña capacidad de no envejecer.
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