Precursor de los Armandos Navarretes y de los Fabianes Carabalis, Pablo Chaverra fue el eterno tercer arquero en la escuadra cardenal a finales de la década de 1980 y comienzos de la década de 1990. Llegó a Bogotá desde Buenaventura con sus paisanos Didio Mosquera y un tal Adofo Valencia. Los porteños tuvieron suerte, al poco tiempo de haber llegado los tres ya se habían asegurado un lugar en el primer equipo cardenal. Uno en la volante, otro en el ataque y otro.. en la tribuna. Cansado de calentar las frías gradas del Campín, Pablo decidió armar su maleta y partió rumbo al siempre modesto Cúcuta Deportivo. En el Cúcuta, no podría ser de otra forma, llegó a ser suplente. En todo caso, ya había logrado algùn avance: había abandonado la tribuna y el 22 (en realidad utilizaba el exótico número 30) para enfundarse el 12 y ocupar un lugar en el banco de suplentes. Emigró después al Envigado, tal y como le sucede a todos los eternos suplentes Pablo comprobó que el que perservera alcanza y finalmente le llegó su oportunidad de saltar a la cancha. Pero como también le suele suceder a todos los eternos suplentes, la malogró. En efecto, en el segundo o tercer partido que disputaba como titular de un alicaído Cúcuta en una desafortunada jugada le ocasionó una seria fractura de tibia y peroné a Carlos Zúñiga, delantero del Once Caldas. El mundo se le vino encima al pobre Pablo. Los falsos defensores de la moral, el juego limpio y las buenas costumbres que nunca faltan en estos casos descargaron toda su artillerìa sobre su ya vapuleada integridad pidiendo, como siempre, «la más dura y ejemplarizante de las sanciones». Como siempre sucede en estos casos de presión mediática , y pasandose por la faja el debido proceso, el tribunal de turno sancionó a Chaverra con varias fechas de suspensión que determinaron, de paso, el final de su carrera..
Luis Alberto Piazzalonga
Cara de breva, actitud mesurada, entusiasmo venido a menos, entradas a destiempo y goles en su propio arco marcaron la tendencia de este ignoto argentino, del que pocos recuerdan mucho ya que su paso por canchas colombianas fue olvidable.
Aplicado aprendiz de defensa central en Ferrocarril Oeste no tuvo muchas oportunidades de pararse en la zaga del verde del oeste bonaerense por sus propias limitaciones técnicas y recaló en Colombia para ver si podía descollar en un fútbol de menor nivel. Aterrizó en Bucaramanga, en 1988 (había tenido un paso por Almirante Brown) cuando a este equipo lo patrocinaba en la camiseta la Lotería de Santander. Habría que decir que los búcaros no se ganaron la lotería, pero sí la indeseable cabeza de la lechona que rifan en sorteos de oficinas de poca monta con el pobre Piazzalonga.
Aparte de que el Bucaramanga era un equipo muy malo en aquellos tiempos (siempre quedaba de antepenúltimo en la tabla) Piazzalonga colaboró en el desbarranque canario, pues fue autor de tres autogoles sobre el arco del ya homenajeado John Freddy Van Stralhen. Su última incursión conocida fue en Unión de Santa Fe, donde jugó un solo partido en la temporada 90/91 y justo frente a Boca. Entre Batistuta y Latorrre lo bailaron y los santafecinos terminaron perdiendo 4-0 de locales.
Hace pocos años fue entrenador de Aldosivi de Mar del Plata.
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Jaime Leonardo Rodríguez
Dificilmente hubieramos podido conseguir una foto suya en la que su cabaña no estuviera siendo vulnerada. No deja de producir una extraña mezcla de escalofrío, pesar y un poco de vergüenza ajena la trayectoria de este arquero bogotano: en los dos últimos partidos que disputó como profesional tuvo que sacar el balón ocho veces de la red.
Debutó con el Tolima en 1993 aportando su granito de arena en el descenso del vinotinto y oro. En el primer semestre de 1994 recaló en el Santa Fe y le llegó la oportunidad en un partido contra el Medellín. Ahí fueron los primeros cinco. 72 horas después, en el mismo escenario, Millonarios le encajó otros tres obligando a Jaime Leonardo a buscar nuevas perspectivas para su vida. En efecto, el hijo del «Flaco» Rodríguez poco tiempo después de esta atribulada semana decidió colgar los guayos. En declaraciones a la revista Deporte Gráfico aseguró que el motivo de su prematuro retiro fue el constante retraso en los pagos por parte del Independiente Santa Fe; nosotros creemos que la vergüenza se le agotó en esos dos partidos.
En cualquier caso, lo que Jaime Leonardo no consiguió bajo los tres palos, lo consiguió años más tarde detrás de la barra. Hoy en día es el próspero propietario del popular establecimiento «Pachanga y Pochola», epicentro por excelencia de la pernicia de los jugadores de los equipos capitalinos. Fuentes que se negaron a revelar su nombre aseguran que la insoportable seguidilla de tediosos empates 1-1 en los clásicos capitalinos que han venido padeciendo ambas hinchadas tuvo su origen en las animadas veladas que integrantes de ambos planteles solían (¿suelen?) protagonizar en P&P. Este lugar inspiró también la conocida expresión que se suele escuchar en las gradas del Campín «está en Pachanga y Pochola» que se utiliza cuando la hinchada encolerizada se pregunta por la ausencia del delantero de turno para terminar una jugada que tenía serios visos de gol. Muchos aseguran también que esta fue la venganza, sútil y dolorosa por cierto, que Jaime Leonardo escogió para con el deporte que tan mal lo trató. Se le ha visto tapando en un par de hexagonales del Olaya, obviamente, bajo otra identidad.
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Bestiarísima
La paz y la tranquilidad que le produce la brisa golpeando en sus ojos es uno de los grandes placeres de Alexandra. Es por eso que tiene una gran afición en dar paseos en bicicleta, ya sea en la ciclovía o en el campo. Cortesía, Diario Deportivo..
Enrique Simón Esterilla
Como su apellido, sus movimientos eran como los de una silla de mimbre. Defensa central durante muchos años en el América de Cali, tuvo que vivir a la sobra de Luis Eduardo Reyes “El hombre de hierro” y, cuando tuvo chance de jugar, siempre fue con un equipo satélite donde compartía plantel con Ceferino Peña, John Edison Castaño y Reinel Ruiz entre otros.
Protagonizó una de las más extrañas historias del famoso equipo de América que perdió tres finales de Copa Libertadores de manera consecutiva: En el tercer partido de la final contra Peñarol, el médico Gabriel Ochoa Uribe lo envió en los últimos minutos de juego a defender y luego a jugar como centrodelantero para aprovechar su altura en el cabezazo. Esa misma estrategia fue utilizada varias veces por Norberto Peluffo con Belmer Aguilar cuando lo dirigió en Bucaramanga, Junior y Millonarios.
En uno de esos ataques, Esterilla no pudo regresar y Peñarol armó el contragolpe ideal, que concluyó con el mítico gol de Diego Aguirre que le dio la copa a los uruguayos cuando faltaban pocos segundos para el final del encuentro.
Esterilla también estuvo en Cali, Sporting, Bucaramanga y Pereira. .
Dorian Zuluaga
Hoy la vida le dio un porvenir mejor, producto de los ahorros que supo hacer en el fútbol y tiene un par de locales en Sanandresito, uno de los lugares de comercio más grandes de Bogotá.
Sin embargo el oriundo de Santa Rosa de Cabal siempre fue un atrasado en temas de fútbol. Por su facha pudo haber sido el doble de William Katt en las escenas de peligro de la serie Superhéroe Americano, pero prefirió ponerse la camiseta número 10, esa que habla de cracks y genios incontrolables dentro de un campo de fútbol.
Pero melancólico, con las medias abajo, al igual que su fervor, fue un oscuro volante que militó en el Deportivo Pereira e Independiente Santa Fe, sin trascender demasiado. Solamente su pinta (que por el 10 y por la melena encrespada y mona hace recordar a uno de los tantos falsos imitadores de Carlos Valderrama) hizo que su imagen trascendiera por los siglos de los siglos.
Hoy comparte con Dorian Gray, tocayo de marras, esa extraña capacidad de no envejecer.
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Peter Ramiro Méndez
Llegó a Millonarios a comienzos de 1992 cuando en la memoria del hincha todavía estaba fresco el recuerdo del gol que le había marcado a Higuita en la Copa América de Chile 1991. De entrada tuvo que cargar con el karma de haber debutado (junto a Cuffaro Russo) en el fatídico 7-3 contra Santa Fe, partido en el que marcó uno de los tres goles azules. Después de este encuentro sufrió una lesión que lo obligó a residenciarse en el departamento médico del equipo capitalino buena parte de la temporada y regresó en el segundo semestre marcando algunos goles. Esta intermitencia goleadora se ratificó en 1993, temporada en la que ocasionalmente apareció en el marcador. Peter quiso deslumbrar a Colombia, pero ocurrió todo lo contrario: Colombia lo deslumbró a él. Fue presa fácil de la pernicie bogotana y esta no tardó en pasarle factura.
En 1994 al no ser tenido en cuenta por el nuevo timonel azul, Karol Wojtila, Peter decidió «pegarse la rodadita» a Neiva para disfrutar del encanto de la tierra del sanjuanero y de paso engrosar las filas del Atlético Huila. En este equipo, quizás sobre decirlo, tampoco logró reeditar el cuarto de hora vivido en el invierno chileno de 1991. Su hoja de vida dice que pese a haber sido el primero en la fila del primer día de entrenamientos de Millonarios en 1995 una vez más fue marginado. Ante este panorama decidió incursionar en tierras peruanas en donde es gratamente recordado: «de Uruguay destaca Techera, el ratón Silva, Asteggiano y otros innombrables como Peter Méndez y el defensa Castro». Regresó a Colombia y recaló en el Unión Magdalena -puerta trasera por excelencia del fútbol colombiano- equipo de la cálida y turística Santa Marta. Sobra decir que una vez más el fútbol quizas no estuvo entre las prioridades de Peter.
Juventud de las Piedras y Porongos de Flores fueron las últimas escalas del franco y lamentable declive de Peter Ramiro. Unos dicen que era un buen elemento que en Colombia encontró la perdición. Otros aseguran que fue otro más que nunca superó el 7-3 (como Fernando «Bombillito» Castro) . Perdición, maldición o falta de fundamentación de todas formas Peter ingresó con creces a a lista de Uruguayos deslumbrados y frustrados por culpa del «sueño colombiano».
Con la valiosa colaboración de Seducidos y Abandonados..
Fernando Alvez
La leyenda lo condena: Cuando llegó por primera vez a Colombia para jugar con Santa Fe, dicen que en pleno entrenamiento con Jorge Luis Pinto sintió irresistibles ganas de orinar y el tipo, que atajaba en el equipo titular, dejó el arco vacío para mear. Pinto, furioso, lo recluyó en el ocaso futbolístico y no contó más con él, pero Alvez, siguió robando impunemente en cuanto club tuvo la oportunidad de jugar.
Referente (que no se confunda referente con figura) de Peñarol en los ochenta, fue protagonista de una de las más vergonzosas caídas de la selección de Uruguay en todos los tiempos. Él fue el arquero del 6-1 que le clavó Dinamarca en el mundial de México 1986.
Pero su representante parecía tenerla clarísima en esto de meter embuchados a dirigentes inocentes y Alvez tuvo la oportunidad de estar en Argentina defendiendo los colores de Mandiyú de Corrientes y San Lorenzo de Almagro. A Colombia volvió y estuvo en el Independiente Medellín en 1992, donde fue un completo fracaso y en 1994 en el Junior de Barranquilla, con resultados y actuaciones fatales. Pregunta: ¿Por qué si el tipo era un malazo de aquí a Pekín, lo seguían contratando en Colombia?
Pero todo pícaro tiene suerte: Gordo, fofo y ya retirado, fue convocado para jugar con Uruguay la Copa América de 1995 y fue campeón y figura de la final al atajarle un penal en la definición al brasileño Savio..
Angel Castelnoble
Guaraní y Olimpia de Paraguay, Wanderers, River Plate, Danubio, Huracán Buceo en Uruguay, EMELEC en Ecuador y Millonarios en Colombia es la hoja de vida de uno de los entrenadores con mayor capacidad de engrupir para conseguir un puesto.
A Colombia llegó en 1997 como entrenador de Millonarios, que iba a jugar Copa Libertadores contra los uruguayos Peñarol, Nacional y Deportivo Cali. Más allá de que sus antecedentes como D.T eran más que cuestionables, la dirigencia azul, en uno de sus tantos desaciertos en las últimas décadas contrató al charrúa que, mate bajo el brazo y caradurismo en todas sus actitudes, uno de sus primeros partidos fue la recordada derrota 2-1 en El Campín contra Peñarol, en la noche del gol estúpido de Pablo Bengoechea a Eddy Villarraga y los guayos blancos (untados de griffin) de John Mario Ramírez.
Castelnoble no duró mucho en el país y aunque sus conocimientos tácticos se destacaban por absurdos, el plantel con el que contaba tampoco le ayudó mucho: Guillermo Castrillón, Hilmer Lozano, Gustavo Quijano y otros granados nombres hacían que los desastrosos planteamientos del uruguayo se cumplieran a cabalidad gracias a aquellos jumentos que alguna vez osaron ponerse la camiseta del club más importante de Colombia.
El tipo tiene un mérito: fue quien hizo debutar a Enzo Francescoli en primera división con el Wanderers, aunque cualquiera se hubiera dado cuenta que Francescoli era un crack. No era necesario ser Castelnoble para eso..
Cristian Reinieri Santamaría
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