Costumbre muy colombiana era la de revisar las portadas de la Revista el Gráfico de Argentina en los años 80 -cuando había plata- para revisar qué jugador de Boca, River, San Lorenzo, Racing o Independiente podía llegar a jugar al país. Al terminarse el dinero de eficientes y pujantes comerciantes independientes empezó a bajar el perfil de los fichajes: no era mala idea traer algún futbolista de Ferrocarril Oeste, Gimnasia de Jujuy, Deportivo Español o Banfield.
El dinero siguió escaseando, así que ya lo de conseguir futbolistas argentinos que actuaran en primera división terminaba siendo imposible. Ya tocaba ver qué jugadores eran descartados de clubes dignos, pobres y honrados como Flandria, Sacachispas y Fénix. O si no era cuestión de preguntarle a Gabriel Fernández sobre compañeros que hubieran compartido con él en los 40 clubes que jugó para tener un universo más completo para escoger.
Tampoco resultaba viable llevar jóvenes promesas que no tuvieran oportunidad de actuar en la primera de los clubes grandes como ocurriera en su momento con Ramos, Are o Tilger -de Boca Juniors pero tapados por Maradona, El «Chino» Tapia y Batistuta-.
En esta portada de El Gráfico de 1998 aparece una de esas grandes joyas en bruto de la cantera de Boca Juniors que por esos tiempos, aunque tapada por futbolistas como Riquelme, era de las más destacadas de las inferiores. Proveniente de Santiago del Estero, de hablado lento y cansino, «mojaba prensa» en una de las publicaciones más respetadas de América. Prosiguió su comino pero finalmente vino a dar a Colombia y jugó con Junior, Cartagena, Medellín y Santa Fe.
En el manual del técnico o directivo vendehumo, la palabra que más aparece según nos confirmó la división de análisis de discurso de nuestra unidad investigativa es «proceso». Gigantescos desfalcos han tenido lugar en el fútbol con esa palabra como punta de lanza. No obstante, en el feliz regreso de Colombia a un Mundial, sí que hubo uno. Este se dio en la década pasada, en las selecciones juveniles que lograron un título suramericano y tres clasificaciones a semifinales de Copas del Mundo de las categorías sub17 y sub20. Así, con muy pocas excepciones -entre ellas Mondragón que, cuando era joven todavía no se habían inventado ni el término, ni los diccionarios- casi todos los que irán a Brasil entraron a la Federación desde preescolar.
Pero, como siempre pasa, junto a los que desde el primer día dejaron claro que sacarían el mejor Icfes y terminarían de gerentes, están los que se salieron al terminar primaria, los que eran pilos pero caspas y aquellos que si bien se graduaron, son el azote de los exitosos quienes hace rato guardaron su contacto como «No contestar» fruto de tanto llamarlos a pedirles lo que les falta para pagar la tarjeta y no terminar en Datacrédito. Son los mismos que, para este caso, nadie se los soportará durante el Mundial pues en lugar de ver el partido intentarán ser centro de atención recordando cuando en una concentración le escondieron las pinzas alisadoras a Falcao o aquella vez en que se fue la luz, se rompió un vidrio y tembló un poco la tierra luego de que el profe Lara sonriera.
Carlos Abella: Veterano de los mundiales de Finlandia 2003 y Holanda 2005, este arquero suplente tenía todo para ser el Eduardo Niño de esta generación, pero hoy parece más el Roque Pérez de la década. Tuvo su gran oportunidad en Nacional, donde no brilló. Pasó luego por Envigado y Chicó para recalar en el Atlético Huila, donde hoy es amo y señor del eterno tierrero de debajo de los arcos del Plazas Alcid.
Óscar Briceño: Junto a su hermano Daniel, fueron por unos meses los gemelos maravilla del fútbol colombiano. Su transferencia a Millonarios luego de que su rostro se le apareciera a Juan Carlos Osorio en su libreta haciendo que éste se empecinara en su traída para gloria de la cuenta en islas Cayman del senador y desgracia de la salud mental de la parcial azul. Su aterrizaje en Bogotá, que parecía la antesala de su despegue definitivo que lo pondría, mínimo en Europa, por esas cosas del fútbol terminó siendo su pasaporte a la liga costarricense. Regresó en 2009 apenas para confirmar su declive. Hoy es baluarte del Mineros de Guayana de Venezuela.
Sebastián Hernández: También hizo parte del equipo de Eduardo Lara tercero en el mundial escandinavo. A juzgar por su palmarés, diez equipos en apenas nueve años, de llegar a ser dirigido por Néstor Otero sin duda sería su consentido. En el Medellín el año pasado mostró algunos chispazos de su época dorada, los mismos que monetizó en su transferencia a comienzos de este año a la enigmática liga búlgara para engrosar la nómina del PFC Ludogorets Razgrad. Cualquier información sobre su paradero y estado actual será bienvenida.
Libis Arenas: Otro graduado manga cum laude de la Lara Academy. El puesto que hoy se escrituró David Ospina, con sobrados méritos, parecía en algún momento destinado para él luego de ser titular con gran rendimiento en Finlandia 2003 y Holanda 2005. El punto de giro, en contra, de su carrera tuvo lugar en Italia, donde no se adaptó la agitada vida romana en la Lazio. Regresó a Envigado, primera escala de una gira laboral continental con escalas en varios equipos de Paraguay y Uruguay y fugaces regresos a lavar ropa a Colombia. Su trasegar le dejó un impresionante promedio de 1.6 equipos por año que lo puso en la mira del libro Guinness. Salió del América en 2012 por exceso de contravenciones.
Harrison Morales: Si las convocatorias a la selección funcionaran con «selepuntos», Morales tendría asegurado cupo hasta Qatar 2022. No solo estuvo en la nómina, sino que además jugó buena parte de las copas juveniles de Finlandia y Holanda como volante. A diferencia de sus compañeros aquí reseñados, Morales ha mantenido una relación estable con un solo patrón, Hernando Ángel Corp. La mayor parte del tiempo estuvo en Quindío y unos meses en Villavicencio donde lo mandaron en comisión a la sucursal de esta ciudad que funciona bajo el nombre de Centauros. Ahora, por último, lo trasladaron a la sede Popayán quizás en condición de avanzada para preparar la llegada del equipo de Armenia a la B.
Jimmy Estacio: En esta sequía de laterales que azota al país y que permite que cualquier ciudadano residenciado en Colombia con cédula de ciudadanía, rut y libreta militar llegue incluso a ser titular por toda una temporada de un equipo profesional en dicha posición sin consideración alguna de sus habilidades con el balón, harto debe lamentar Estacio no estar por lo menos en la primera división para así tener algo de visibilidad que seguro lo pondría en la órbita del cuerpo de asesores de Pékerman. Arrancó en el Cali, luego Pereira, Caldas y Pasto. Su último escalón, descendente, es el pomposo Expreso Rojo.
Juan Carlos Toja: El Jim Morrison del FPC ha tenido una carrera marcada por los altibajos y, sobre todo, las tentaciones naturistas. Después del que parecía su reencauche en el Steua de Bucarest, se inscribió definitivamente en la doctrina Juan Pablo Montoya y prefirió la placidez de los suburbios estadounidenses al ajetreo de la alta competencia europea. Hoy milita sin contratiempos en el New Egland Revolution. Se le ve con frecuencia en los mercados orgánicos autogestionados de productos elaborados por mujeres cabeza de hogar de países en vía de desarrollo de Foxborough.
Criterio de selección: Escogimos a aquellos que fueron varias veces llamados a selecciones juveniles en la década pasada y que hoy no tienen ninguna opción de entrar en una convocatoria. Esto excluye a algunos que también fueron discípulos de Lara y Rueda y que hasta ahora no han logrado entusiasmar a Pékerman como Hugo «Estefan Medina me desbancó» Rodallega, Wason Rentería, Harrison Otálvaro, Dayro Moreno y Mauricio Casierra.
Ojo a la lista: David Ospina, Abel Aguilar, Fredy Guarin, Falcao García, Carlos Valdez, Cristian Zapata, Camilo Zuñiga y Edwin Valencia, entre otros. No es la última convocatoria del equipo de Pékerman, es parte de la nómina que inscribió la Federación para el Mundial sub20 de 2005 celebrado en Holanda donde, a propósito, contamos con una voluptuosa barra en la tribuna por cuenta de numerosas emprendedoras del amor y polémicos microempresarios que son Colombia en el país de los tulipanes.
Pero eso esta vez no es lo importante. Lo que nos interesa es que junto a esos nombres estaba el del volante Barranquillero Daniel Machacón, quien para entonces era una de tantas promesas que juntó Eduardo Lara en el equipo al que eliminó la Argentina de Messi en el último minuto de los octavos de final. Machacón sólo jugó los minutos finales del partido de primera ronda en que se derrotó a Siria 2-0.
Al grano: suele ocurrir con estas camadas que vienen predestinadas para la gloria, que un cachorro se queda atrás. Ese que, escuálido, ve como sus otrora compañeros de útero alcanzan un porte y un desarrollo muscular envidiable y toman camino mientras él se ve a gatas para sobrevivir con algo de dignidad siempre cerca del nido y con un rictus en su cara, a todas estas, muy parecido al que carga 24/7 el ya mencionado profe Lara.
Eso le pasó a Machacón quien pronto vio como la gran mayoría de sus carnales comenzaron a coleccionar visas schengen y americanas en sus pasaportes y alcanzaban la categoría Platino en sus tarjetas de cliente frecuente de Avianca mientras él se convertía, a duras penas, en un «habitué» del Puente Aéreo, escala obligada de los desplazamientos del Júnior a otras ciudades. Cuentan que en las salas de espera exasperaba a sus compañeros con cuentos tipo «Falcao se tiraba pedos dormido» o «David Ospina no podía dormir sin antes chupar dedo frotando una cobijita que ha tenido desde niño».
Y la cosa empeoró. Porque mientras sus ex compañeros pasaban de ligas del sur del continente a las más prestigiosas de Europa, Machacón salía del Junior para hacer escala en Neiva y finalmente poner lo suyo en el descenso del Bucaramanga a finales de 2008. Desde entonces ha estado sumido en el infierno de la B (pasó también por Valledupar hasta aterrizar en Uniautónoma), con todo lo que eso implica y que suficientemente hemos descrito en este espacio en cuanto a consumo de mareol, indigestión con gelatinas de peaje pasadas, lesiones irreversibles de columna resultado de eternos viajes en flota , cheques tan posfechados como chimbos y desprendimientos de retinas por consumo de pornografía en celular bajando la Línea.
Hoy, cuando Colombia se apresta a celebrar el regreso a un Mundial gracias a esta prodigiosa generación, en el Bestiario del balón sabemos que nuestra responsabilidad no es acolincharnos en un bus de la victoria cuyo sobrecupo hará hablar en lenguas al General Palomino. No. Lo nuestro debe ser, como siempre ha sido, rescatar del cruel olvido mediante pequeños, pero sencillos homenajes a aquellos que, como Machacón, harán parte de esa extraña minoría que botarán el TV con motivo del Mundial.
Uno más que por tener denominación de origen Autonorte KM 15 inmediatamente sembró entre los hinchas de Millonarios la esperanza de contar de nuevo con un ídolo de la entraña del club. Ayudó que su aparición coincidiera con los estertores de la carrera de Bonner Mosquera. De hecho, alcanzó a figurar de primero en la lista de sus posibles herederos, aunque no le ayudara el que, a diferencia del inefable capitán, Palacio desde el comienzo demostró saber parar el balón.
En el año de su debut, 2006 mostró, además de la preciada dote ya mencionada, regularidad, velocidad y gran despliegue físico. Así, fue titular en varios partidos mientras el técnico era el «Nano» Prince. Luego, con la llegada de Juan Carlos Osorio, fue relegado. Al parecer, esto se debió a que, en sueños, la libreta del singular DT así se lo sugirió.
Y ahí, como tantas otras, se marchitó una efímera ilusión de apenas 23 partidos. Para 2008 le abrieron campo en el Pereira donde sólo jugó tres veces. Entonces sintió el llamado del fútbol uruguayo, en cuya espesura se le perdió el rastro luego de registrar silentes pasos por Cerro Largo, Deportivo Maldonado, Rampla Juniors y River Plate.
En días de Suramericano sub20 bueno recordar caras que vimos en estos torneos y de las que poco volvimos a saber después. Jimmy Bermúdez, por ejemplo. Fue titular de la selección de Eduardo Lara que, no se sorprendan, fracasó en el de Paraguay 2007. Tenía doble misión: frustrar las jugadas de ataque de los rivales, pero sobre todo dejar muy en alto el nombre de los pelirojos de Colombia, en tanto fue el primer representante de esta minoría -por favor corríjannos si nos equivocamos- que llegó a vestir la amarilla.
Al parecer, su convocatoria pudo haber obedecido a una sugerencia del Gobierno, que para entonces no sólo quería mostrar ante el mundo todos los colores de Colombia, sino también le preocupaba que le quedara claro a los congresistas demócratas empecinados en no aprobar el TLC, que en este país sí se respetaba a las minorías. Así, el mensaje fue tener en cuenta a representantes de todas, no solo las más conocidas. Esto permitió su inclusión junto a la de un emo -Sherman Cárdenas-, un fumador -nos reservamos el nombre- y un calvo: tenía que haber por lo menos un rapado en la titular de cada partido, no fue difícil.
Jimmy venía del Bucaramanga -fue titular 11 veces-, y antes había estado en el Alianza Petrolera. Luego pasó a Nacional, donde jugó la friolera de 8 partidos en dos años para emigrar al Envigado. En el equipo del Parque Estadio alcanzó velocidad crucero su carrera: jugó casi todo el 2010, con un desempeño que lo puso en la mira de los cazatalentos del Atlético Huila, donde Pilar Castaño, dicen, aplaudió la armonía entre su pelo y la camiseta.
Salió sin que nadie hiciera mayor drama del equipo de Neiva rumbo a la Liga Deportiva Universitaria de Loja, Ecuador, club que lo catapultó, por fin, este año a los titulares de la prensa del continente gracias al autogol que marcó en el partido contra Sao Paulo por la Copa Suramericana.
Todavía hoy nadie sabe qué salió mal. Dónde estuvo el error. El caso es que a comienzos de 1985 John Edison Castaño pintaba como el gran redentor del fútbol colombiano, como el llamado a llevar de cabestro a nuestro fútbol de la inopia a la gloria.
Fue la estrella del equipo juvenil que en Asunción, a comienzos de 1985 y dirigido por Luis Alfonso Marroquín, mostró por primera vez un estilo propio, patentado, no pirateado. Pero ni el más acérrimo de los pesimistas se habría imaginado que lo que parecía la alborada de un astro era en realidad su ocaso. Pero así fue. Tras el torneo de Asunción “Castañito” –de entrada se falló con el apodo- nunca volvió a ser el mismo.
Pese a que no existían canales privados ni TV por cable, pese a esto, igual sobre su casa se posó un enjambre de reporteros. Con el mismo estilo invasor que hoy conocemos, periodistas de todas las calañas ávidos de notas de color escudriñaron hasta el último rincón de su hogar. En los corrillos callejeros de fanáticos la especulación sobre su destino inmediato encabezaba el orden del día: ¿Sería Italia? ¿España? ¿Alemania?
Eso sí, mire usted, nadie lo bautizó como “Maradonita”. La razón es que el pesado apodo ya lo llevaba sobre sus débiles hombros Alex Cortázar, otro malogrado talento tempranamente oxidado por la salina expectativa del pueblo colombiano.
Pronto fue llamado a la selección mayor. Hizo parte, junto a Navarro Montoya y al “Pibe” Valderrama de esa peculiar convocatoria que hiciera el médico Ochoa para el repechaje contra Paraguay en los estertores de la eliminatoria de México’86. Pero no brilló. Tampoco meses después en el Mundial de la Unión Soviética, su presencia en ese torneo fue tan vital como una tarjeta visa en un tour por los países de la cortina de hierro. Luego, los dolorosos y con toda: cayó en lo más profundo de la suplencia de un América que tenía con qué armar 4 equipos de primerísimo nivel. Tal vez esto, más unas dosis del cariño jarocho que recibió en sus días felices, lo llevó a conocer, con las peores guías, las realidades de la noche.
Sin que nadie lo supiera –las esperanzas depositadas en él ya se habían evaporado- involucionó: pasó de promesa cotizada a futbolista a destajo, refuerzo de cuarto renglón en la lista de anual de altas y bajas. Tuvo múltiples escalas: Nacional, Racing de Avellaneda, Santa Fe, Caldas, Cali, Quindío, Huila y, por último, Pereira. Los últimos ahorros de su efímera gloria se los gastó en una frustrada candidatura al concejo de esta ciudad en 2007.
Apareció en 2005 luego de una convocatoria que hizo Millonarios para reclutar nuevos talentos en el estadio de Techo. Lo hizo en compañía de un residente de la sala de espera del Bestiario: Tommy Tobar. Ambos venían de San Andrés. Suponemos, que con la firme intención de desbancar a Oswaldo Santoya y a Fabián Barbosa como máximos exponentes del fútbol isleño. En los entrenamientos, dicen, uno se pedía Santoya y el otro Barbosa.
Debutó en el segundo semestre causando grata impresión por sus condiciones pero también por un cierto parecido con el entonces super astro Ronaldinho Gaúcho que algún cronista le supo encontrar. Mostró un par de chispazos, pero no más, apenas para Ronaldinho, pero de Sanandresito. No cuajó, su cuarto de hora duró lo mismo que una bufada del hoyo soplador.
Permaneció en Bogotá en el 2006 para luego volverse cliente platino del expreso Ormeño. Comenzó -le quedaba en el camino- por el Girardot FC, luego Sport Ancash en Perú -club al que llegó de la mano de Javier Martínez, socio fundador de este espacio-, Sportivo Trinidense y 12 de octubre en Paraguay, para volver por el Suroccidente y temperar en Palmira, donde jugó el año pasado. En Palmira quiso cambiar de rumbo: mientras escuchaba en su iPod -de Sanandresito, por supuesto- «take me back to my San Andrés…»decidió que era hora de reorientar su carrera y tomó rumbo norte, pensando en llegar, después de recorrer todo el fútbol centroamericano a su tierra natal. Por lo pronto está haciendo escala en el siempre ilíquido Alianza Petrolera.
En estas últimas décadas de oscuridad casi total en el firmamento azul, se ha vuelto común el paso de estrellas fugaces que llenan de efímera ilusión a una parcial necesitada como ninguna de una figura que renueve su caduco repertorio de ídolos.
Es en este afán de renovación que hinchas y cronistas se han empeñado en reducir los requisitos para recibirse de ídolo azul a mínimos irrisorios, tan dudosos y flexibles como los que se le piden a la sede (colombiana, por lo general) de un mundial de patinaje. Una de estas estrellas fugaces, o torero, fue precisamente Marcelino Rentería.
Corría el año 2001 y sin ningún ruido apareció en la plantilla de Millonarios este delantero antioqueño con ya alguna historia en Quindío, Junior, Pereira, Pasto y en selecciones de Juegos Bolivarianos y Centroamericanos y del Caribe. En esos últimos meses del 2001 prendió las alarmas con cuatro goles y un gran nivel que abonaba ilusiones y alimentaba el ingenio de la crónica local que pronto lo bautizó «Marcelino pan y gol». No contaba Marcelino pan y gol con que en el panorama azul se asomaba otro de tantos nubarrones y sin querer queriendo terminó al año siguiente en el ojo del huracán Peter (por Kosanovic) que ese año azotó con vehemencia las huestes embajadoras.
Aún con el viento en contra, se las arregló para opacar a sus compañeros Toro, Jaramillo y a un akilatado Valenciano y en medio del caos consiguió goles suficientes que al terminar el semestre, al redimirlos, le alcanzaron para un pasaje a El Salvador en donde el Alianza le abrió las puertas para escampar, pasear y también jugar.
Con energías renovadas, retornaría a Colombia en el 2003 para jugar con el extinto Cóndor en el primer semestre y otra vez con Millonarios en el segundo. Para el año siguiente bajó de nuevo a la B para reforzar al Deportivo Antioquia para, de nuevo, cerrar el año con los azules.
Para el 2005 paso fugaz por el Florida Soccer y de nuevo incursión en el exterior con el Técnico Universitario de Ecuador en donde alcanzó a marcar 8 goles en 17 partidos. Acostumbrado ya a recorrer el mundo, para el año siguiente terminaría templando en el Córdoba F.C para después regresar a Centroamérica atendiendo un llamado de Pérez, pero no del «Gato», sino del Pérez Celedón de la liga «tica». De ahí en adelante su paradero es un total misterio..
En un reciente consejo de redacción, Juan Carlos Bodoque, asistente de divulgación, planteó el interrogante de si los oyentes más jóvenes que han tenido el valor civil de superar el minuto 30 de las más recientes ediciones del Radiobestiario conocían la historia del personaje que dio vida a nuestra algún día estelar sección «El Wilfredo Rincón del recuerdo». La pregunta de Juan Carlos tuvo acogida y se decidió que era una buena idea rendirle un justo y merecido homenaje a este talentoso pero incomprendido futbolista bogotano de la década de 1980.
Hubo consenso en que la importancia de comenzar por recordar que la década de los 80 no fue la más generosa con el talento nacional y peor si este despuntaba en la capital de la república. Fueron muchos los jóvenes valores que se perdieron por esos años en que a los equipos bogotanos, Millonarios en este caso, les sobraban los recursos para recorrer el país y el continente en busca de figuras. Para los talentos locales, esos que crecían silvestres en la finca de la Autopista Norte, no había muchos ojos ni oportunidades. Sólamente lugares, estos sí de sobra, en el equipo de reservas o, en el mejor de los casos, en el Deportes Quindío, escuadra que en esa época fue una especie de subsidiaria de los azules, situación que llevada al presente, sería como la del Deportivo Cali y el Atlético Huila, el Centauros y, nuevamente, triste y de ninguna manera milagrosa historia, la del «Deportes Atlético» Quindío.
Volviendo a la Autopista Norte, hay que decir que una de estas promesas que se cansó de esperar su turno en el plantel profesional azul, de cruzar La Línea cada que había tres días para visitar a la familia en Bogotá y de dar la vuelta olímpica en tenis y sudadera cuando los compañeros del plantel lo hacían en guayos y sin camiseta fue Wilfredo Rincón. Bogotano, formado en las inferiores azules, mientras esperaba una oportunidad de mostrar su talento y consolidarse en la primera embajadora, estuvo no sólo en Armenia (1986) sino también en Manizales con el Once (1984) y, para cerrar la experiencia cafetera, en el Pereira (1988). Cansado de las oportunidades que no le daban, terminando la década colgó los guayos. Pocos meses después, las puertas de plantel profesional azul se abrirían de par en par para los jóvenes talentos formados en casa. Demasiado tarde..
Ampliamente conocido por sus lácteos, sus ciclistas y sus hortalizas, el altiplano cundiboyacense se ha visto siempre superado por otras regiones del país en el ítem de producción de futbolistas. Por motivos que aún no se esclarecen y que algunos atribuyen a la composición química de sus suelos y aguas, el jugador del altiplano tiende a perderse entre destellos de calidad que nunca se consolidan, que nunca son bien encauzados.
De gran talento, pero intermitente como árbol de navidad, Moreno irrumpió con fuerza a comienzos del 2001 en el Millonarios de Diego Edison Umaña. La tribuna rápidamente se acostumbró a verlo ingresar en los segundos tiempos y darle alegría a una formación más bien opaca. Como feliz alternativa primero y como ocasional titular después, este hijo de Guateque, Boyacá, se convirtió en la gran esperanza de hinchas y directivos azules quienes no tardaron en encontrarle un parecido con Andrés Chitiva, último alumno aventajado en pasar por las inferiores azules. Un gol que cerró una goleada 4-0 de Millonarios al Huila, fue la presentación en sociedad de la nueva estrella. En medio del bullicio que suele rodear a la figura de la cancha, nadie se imaginó que después de esta tarde de gloria para Diego no vendrían más.
Esto por supuesto no lo sabían quienes al lunes siguiente comenzaron a hacer cuentas alegres con los eventuales dividendos que produciría una transferencia del joven valor. Tampoco contaban con que poco días después, un cambio en la dirección técnica –salió Umaña regresó Luis Augusto García– le quitó algo de impulso al veloz ascenso de quien ya se conocía como “Guateque” Moreno. Pese a esto, siguió mostrando pinceladas en los minutos que pudo jugar. Entre ellas se destaca un golazo desde fuera del área que le hizo a Robert Dante Siboldi, por ese entonces arquero del Junior. A este se le suma otro de similar factura en el último clásico del año, que con no poco dolor recuerda la hinchada de Santa Fe pues con este gol un Millonarios hacía varias fechas eliminado, echó por el retrete la opción que todavía tenía su rival de patio para llegar a la final.
Después de esa noche quien fuera candidatizado como jugador revelación del 2001 comenzó a apagarse. Por las planillas de Millonarios no se volvió a asomar. Intentó, sin éxito, relanzar su carrera en el Atlético Huila y regresó al Millonarios de Norberto Peluffo donde sólo pudo disputar un partido en el que muy pocos lo reconocieron.
¿Quién es ese pelado? Preguntaron muchos de los que tres años antes aclamaban sus gambetas. Sin más oportunidades en Millonarios fue a templar al rival de patio, en donde tampoco brilló como en sus inicios. Hoy lleva una vida tranquila en la siempre cálida Fusagasugá, jugando para el Expreso Rojo de esta población.
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