Equipo complicado para el tema de la indumentaria y Equidad. Cuando llegó a la primera división en 2007 invocaron no sabemos qué parágrafo de quién sabe qué artículo de vaya uno a tener idea de qué libro sagrado del cooperativismo para no recurrir a marcas reconocidas y quedarse con una de corte cooperativo y, en todo caso, ‘in-house’.
Con el tiempo dicha barrera fue cediendo y los aseguradores recurrieron a la muy bogotana Saeta y después a la también capitalina Kimo.
Pero el salto del cooperativismo a las grandes corporaciones solo tuvo lugar en junio de 2016, con el anuncio de la llegada de Puma en calidad de ‘sponsor’ oficial del equipo oficinista de Colombia. Toda una novedad que sacudió a sus miles de empleados hinchas. Con un bombo inusual en una institución tradicionalmente apegada al recato y al bajo perfil se anunció su llegada.
Hasta ahí nada raro. Lo anómalo comienza a darse cuando observadores agudos advierten que el tercer equipo de Bogotá está saliendo a las canchas del país con un atuendo con diseño de Puma, colores de Puma, números de Puma, cuello de Puma, mangas de Puma, tela de Puma pero sin logo de Puma. Es decir: un uniforme Puma no Puma. El mismo que se le vio contra Millonarios en el partido de vuelta de los cuartos de final de la Liga Águila II.
Fuentes consultadas afirman que la relación comercial entre aseguradores y alemanes ha sido tortuosa, con incumplimientos de los segundos. Algo similar ha vivido el Medellìn, el otro equipo con el felino en su camiseta. La solución de los bogotanos, al parecer, fue cooperar, no enredar y mandar a hacer un uniforme igual pero sin el logo. Libre de las ataduras de las cláusulas que rigen el vestir de competencia en el fútbol moderno, Cristian Bonilla dio rienda suelta a su niño interior que es fanático de Adidas y en el partido de ida en Techo saltó a la cancha con un buzo de esa marca, en un acto de rebeldía de esos que hacen único e irrepetible a nuestro querido y nunca bien ponderado rentado.
Se podría hablar de intersticios, pliegues, zonas grises. Nos referimos a esos períodos entre el fin del contrato con una marca y aquel en el que está listo el diseño con el que arranca la nueva. En particular cuando se trata de selecciones.
Son lapsos, a veces de días, otras de meses, en los que los diseñadores dudan, pero la pelota sigue rodando. Es decir: hay amistosos, a veces torneos juveniles en los que hay que saltar a la cancha con alguna cosa puesta y que tenga el logo del nuevo ‘sponsor’ oficial, pero sin dar pistas sobre cómo se verá la nueva y definitiva indumentaria. Diseños de combate «mientras el cliente nos da el OK». Casi siempre son lo más estándar posible, las plantillas más decafeinadas de la marca.
La selección Colombia sí que da razón de estos momentos de tránsito y transformación, como diría el horóscopo.
Tales días anómalos solo son posibles cuando hay contratos con firmas que aportan la indumentaria. Como es bien conocido, el debut del país en estas lides tuvo lugar en enero de 1993 con Umbro. Por supuesto, el ‘look’ definitivo no estaba listo y Colombia tuvo que jugar los primeros partidos del año, entre ellos el de la despedida a Arnoldo Iguarán en el Campín con este (sí, y el esperpento del patrocinio que nos hizo acreedores a un comparendo -y no pedagógico- de la Fifa por violar varias normas de la competición entre selecciones además de ofender al sentido común):
Pronto llegaría, y todavía con patrocinio, la camiseta definitiva. Sí, la del 5-0.
Al año siguiente en circunstancias aún no esclarecidas por completo -algunos culpan a la Fifa, otros a la Federación, otros a Peñalosa- se decidió cambiar el uniforme alterno. Abandonar la roja y adoptar la azul. Aquí se abrió un nuevo paréntesis de los que hoy nos convocan. El primer diseño de camiseta azul de Colombia fue efímero: tenía cuello rojo y solo se utilizó en un partido, y qué partido: aquel en el que una lesión del ‘Pibe’ Valderrama obligó a incluir a la camándula en la canasta familiar de entonces.
Semanas después se conocería la azul definitiva. Nadie se imaginaría que sería el traje oficial de la debacle contra Rumanía.Una tercera versión del atuendo celeste fue el que se le vio a los de Bolillo contra Quito en Ecuador en la eliminatoria a Francia.
Lo que viene después es apenas digno del Bestiario del balón (?). Tres años después -es que el capitalismo y su consumismo voraz aplicado a la confección deportiva no habían alcanzado el desenfreno actual- Umbro consideró que era hora de renovar el clóset. Entonces presentó un nuevo diseño que el equipo del Bolillo lució en el primer semestre de 1997 (era la eliminatoria a Francia). Era uno muy similar pero cambiando los balones de fondo por unos ‘COLOMBIA’ en distintos tamaños de fuente (nada llamado a marcar un antes y un después en términos de diseño deportivo, en cualquier caso).
Pero la nueva ‘muda’ resultó con efecto catrasca (cagada tras cagada: derrota en Barranquilla contra Perú, en Asunción contra Paraguay) y los jugadores decidieron que era mejor regresar al anterior diseño mientras al nuevo se le hacía una limpia con ruda. Seguramente resultado de esta operación de higiene mística, fue un simpático híbrido sin antecedente conocido que luciera en uno de los partidos de la Copa América de 1997 Néider Morantes. Como se puede ver, la camiseta tiene la tela del diseño anterior y un cuello que es un auténtico esperpento que combina elementos de ambos. Hagan de cuenta un renacuajo en pleno tránsito a rana.
El caso es que Colombia finalmente terminaría sus días oficiales Umbro con la referencia ‘balones’. Con dicho atuendo saltó a la cancha en la última fecha, partido contra Argentina en la Bombonera. Con cinta aislante amarilla y azul se cubrió
Y decimos oficiales porque al año siguiente hubo dos partidos en Bogotá: contra Boca (sí, lector milenial, antes jugaban equipos y selecciones) y Yugoslavia en los que se recurrió al Umbro-ColombiaCOLOMBIA, pero recurriendo, ‘por sugerencia de jurídica’ a la cinta aislante para tapar el nombre y el logo de la marca con la que ya no había contrato vigente.
Terminado el largo vínculo con los ingleses, apareció Reebok. Y aquí un par de aportes más a nuestro álbum de la provisionalidad: antes de estrenarse la camiseta con la que se jugaría el mundial de Francia en dos amistosos el equipo del siempre incomprendido ‘Bolillo’ jugó con un atuendo Reebok ref. ‘salir del paso’. Era un ‘template’ megaprovisional estándar de la firma norteamericana. Se le vio contra Paraguay en New Haven (Connecticut) y contra Chile en Santiago. En este partido Léider Preciado hizo dos goles y reconfirmó con ellos su cupo al mundial (recordemos que apenas había reventado para el fútbol -para otras cosas no hay claridad- en enero, como si a esta hora la figura de Colombia en Rusia durmiera en la sala de espera de alguna ignota terminal de transporte).
Quedan dos páginas más. Así como Reebok arrancó con aires provisionales, igual cerró. Fue en el suramericano sub20 de 2003 celebrado en Uruguay. Para entonces el contrato con la marca agonizaba y ya se abría paso Lotto filial Eje Cafetero, sin que hubiera nada firmado aún. Tal zona gris obligó a apelar de nuevo a la cinta aislante amarilla como solución salomónica y, en efecto, con ella se cubrió el logo y el nombre de la marca en retirada en las camisetas de los de Reinaldo Rueda.
Y la más reciente se escribió en 2011, con la llegada de Adidas. En los primeros meses de ese año de nuevo fue preciso aperar con alguna cosa a las selecciones juveniles, femeninas y de mayores con días marcados en la agenda. Para ello alguien en la firma alemana mandó pedir dos diseños ‘básicos, de los que tenemos para empresas’, uno azul y uno amarillo y con ellos se superó el impasse. Uno de ellos, un `picado’ contra España en el Bernabeu. Sí, ese que le jodió la ida a cine a ‘Bolillo’.
Existe cierto consenso sobre lo lamentable de la decisión de Adidas de combinar la nueva camiseta amarilla de la selección con una lánguida pantaloneta blanca.
Se ha dicho de todo: que fue sugerencia de Pékerman a quien desde temprana edad el blanco lo ha cautivado, que así lo pidió el presidente Santos necesitado de que la paz tuviera su lugar no solo en la agenda de los grandes temas nacionales sino también en EL traje nacional por excelencia y hasta se ha afirmado que por cuenta de una decisión misteriosa atribuida a la infiltración masónica en la FIFA, esta entidad ha querido imponer la monocromía en los uniformes del Mundial pues existe una civilización -abundante en recursos naturales y, por tal razón, en la mira de Blatter y Cía- ubicada en una isla del Pacífico ya descubierta pero todavía no revelada al gran público donde se verá el torneo de Brasil en blanco y negro.
No importa cuál sea la razón, el caso es que hubo cierto alivio al constatar que el segundo uniforme de los de Pekerman será no solo la roja que con tanta insistencia desde esta y otras tribunas se exigió, sino que la pantaloneta será azul, es decir, habrá contraste, habrá colores fuertes que ponen su granito de arena a la hora de lo de la presencia en el cancha que infunde respeto, asunto crítico sobre todo luego de que llegara a manos de los DT de Japón, Grecia y Costa de Marfil el video del baile característico de Pablo Armero.
Por eso la importancia de que esta foto de un uniforme en el que el rojo se combina con el blanco (¿identifican al jugador?) correspondiente al Torneo Suramericano sub17 celebrado en Armenia en 1993 y que ganó Colombia, y en el que Ricardo Ciciliano fue elegido como mejor jugador por encima de un tal Ronaldo Nazario de Lima no llegue a ojos de los encargados de las combinaciones cromáticas en la empresa alemana. No les demos ideas. Está en tus manos, colabora.
Como si ganar el torneo de la B fuera fácil, a Uniautónoma le ha tocado pelear hasta lo indecible por lograr algo de identidad propia y arraigo. Cual judío errante, luchó hasta último instante por quedarse en Barranquilla y jugar en el Metropolitano a pesar de que Fuad Char no quería dar su brazo a torcer, majito querido. Antes también debió luchar contra la sombra de Silvia Gette, a quien los jugadores le dedicaron el campeonato de segunda división, siendo los únicos defensores de oficio de la antigua vedette.
Luego, se ilusionaron hasta la médula con la posibilidad de que Giovanni Hernández vistiera su camiseta y hasta de pronto, que le marcara un gol a su antiguo equipo, el Junior. Y cuando El Cole se iba a subir al bus universitario ante tamaña noticia Pedro Sarmiento prefirió no cederlo y dejarlo en el DIM -aunque nadie sabe si el DT lo reconvertirá el marcador de punta por su poco gusto para atacar-.
El panorama pinta complicado teniendo en cuenta que van a tener que luchar contra el promedio. Con esos tres pianos encima se sumó otro: el de ser los ganadores del desafío fashionista barranquillero, reinado que desde 1991 ocupa con sobrados méritos el Sporting, después de que un avezado informante de nuestra unidad investigativa nos cediera esta imagen que nos hace recordar, por el look, una buena mezcla de estilos entre Guardianes de la Bahía y Clase de Beverly Hills.
El más fresco de todos es nuestro inolvidable Miguelito Calero, con pinta playera, acorde al clima, más allá de las medias. El resto del combo está mucho más alineado hacia la tendencia froster.
Ariel Mario Are, apenado de mostrar su ombligo en público, prefirió un jean nevado a la altura de las axilas, con pliegues, mezclado con una calurosa camiseta de azuquita en colores carne referencia Prismacolor y aguamarina. Yosvidas Fuentes, en cambio, no escogió un tiro tan alto de pantalón, aunque siguió la línea decolorada en su denim. Su camiseta, metida dentro del pantalón como mandaban los códigos de comienzos del 90, deja ver un bello esqueleto de lebranche con fondo Bordó.
Roberto Vizcaíno de tupido afro naciente, entendió que el helado clima currambero le daba libertad de abotonarse el último botón de la camisa. Si en algún momento el calor hacía de las suyas, los top siders sin medias serían el refrigerante ideal para la temperatura corporal. Nótese que el cinturón fuertemente amarrado en el último orificio resalta los pliegues del jean froster.
Sin dudas el más arriesgado y atrevido en términos de moda fue Daniel Tilger. También seguidor de los pliegues impuso cuero en la cintura con el cinturón referencia «Emmanuel» y coqueto remangado para asemejar corte pescador en el tubo de la bota. La gorra y la cadena le dan un aire Harlista a su composición, muy pareja en cuanto a paleta de colores.
Uniautónoma está preparado para asumir el desafío: debe inmortalizarse con su fútbol y con la pinta que, de particular, los haga lucir impecables en cualquier gala.
Muy añorada por estos días, la camiseta roja de Colombia, la del 1-1 contra Alemania, la de la clasificación a Italia’90 y el debut ganador en este mismo torneo, tuvo una despedida, en partidos oficiales, bastante discreta, poco acorde con su abolengo.
Ocurrió que luego de una dolorosa derrota por penales contra Argentina en la semifinal de la Copa América de Ecuador de 1993 al equipo de Pacho y Bolillo (BF4E) le correspondió viajar a Portoviejo para disputar con los locales el siempre insulso partido por el tercer puesto del torneo, que es como una pelea con otro ex novio para ver quién es el padrino del matrimonio de la que no fue de ninguno de los dos.
Pero lo que importa aquí es que al ser Ecuador local en el estadio Reales Tamarindos, pudo jugar con su uniforme principal lo que obligó a Colombia a recurrir al alterno. De rojo Umbro con pantaloneta azul y medias amarillas saltó a la cancha la tricolor que esta vez tampoco tuvo entre los inicialistas a Adolfo «Tren» Valencia, delantero para entonces con su poder goleador en plena ebullición, pero a años luz todavía de igualar el talento que Víctor Aristizábal derrochaba -sin el balón- en aquella competición, razón por la que era titular de la selección, pero sobre todo del corazón del cuerpo técnico.
El gol del de Buenaventura -que entró para el segundo tiempo-, con el que se ganó el partido y el bronce fue un pequeño acto de tardía justicia divina, valga decirlo. Y hay que decir también que una vez sonó el pitazo final nadie sabía que este era también cobijaba a un un fiel traje de trabajo. Por tal razón no hubo ni discursos, ni copa de vino ni ronda scout entonando “no es más que un hasta luego”. Nada.
Y es que la muerte de este atuendo solo ocurriría meses después, a comienzos de 1994 cuando en circunstancias todavía sin aclarar del todo –algunos dicen que fue exigencia de la Fifa, otros señalan a la Federación- se optó por abandonar esta combinación cromática para pasar a la camiseta azul con pantaloneta azul y medias amarillas. Esta combinación tuvo, por cierto, un bautizo de octava: en su estreno un criminal patadón de un sueco alias «Anderson» y que impactara en la rodilla derecha del Pibe Valderrama, puso al país a hacer cadenas de oración para que el diez samario pudiera estar en el Mundial como en efecto sucedió no obstante muchos hoy creen que lo reciente de esta lesión influyó entre mil factores más en el desempeño regularzón y collazos que mostró.
Como es bien conocido, el segundo uniforme luego mutaría: la pantaloneta pasaría a ser blanca así como las medias. El rojo sería progresivamente excluido, pues las medias de la pinta principal ahora las prefieren blancas.No obstante, es bien sabido que el hincha del fútbol es amante de las tradiciones y defensor de los valores además de nostálgico y melancólico. Por tal razón no se descarta que en Brasil regrese el rojo y, ya metidos en la onda vintage, ¿por qué no los bigotes y las madrinas de la selección?
¡Cuán injusto ha sido el fútbol profesional colombiano con James Mina Camacho! Solo porque hace treinta años no se celebraba la innovación como valor supremo, el arquero de Padilla, Cauca, se ha privado del lugar y reconocimiento que se merece por su compromiso con romper los viejos moldes del balompié.
Ya habíamos reseñado la manera cómo mediante un metódico y no menos riguroso proceso de investigación, le permitió a sus colegas llenar de colores su oficio y, a partir de esto, mejorar su desempeño. Ahora encontramos que para 1981, sabedor de la vitrina que era ser el arquero titular de Santa Fe, decidió luchar, primero, contra la centralización y, segundo, por el reconocimiento de la autonomía territorial para de esta forma mejorar la calidad de vida de sus paisanos estampando en su buzo los nombres de su municipio y de su departamento.
Pero así como en el tema de los buzos fluorescentes sus pinitos iniciales fueron de gran acogida y se formó toda una tendencia con eco hasta nuestros días, en lo de reivindicar su territorio el buen James, es una lástima, no tuvo el mismo suceso. Si acaso «Telembí» Castillo alguna vez pidió una carretera para Barbacoas, no más. Una lástima porque de haber tomado vuelo esta tendencia, las generaciones venideras nos habríamos deleitado con Jairo Suárez luciendo un vistoso «Colina Campestre» en la espalda.
Así como la primera saga de este especial mostraba a Millonarios vestido de verde piscina de Renault 4 modelo 81, en Nacional también decidieron, alguna vez, instaurar en su indumentaria el color azul, sin que nadie acusara de transfuguismo político a nadie. Tampoco se habló de una alianza de las juventudes conservadoras para modificar la camiseta del verdolaga y mucho menos hubo inspiración en la película “La laguna azul” debido al parecido entre los rizos de Stefan Medina y los del protagonista de la afamada película.
La idea fue de la marca Converse -toda una coincidencia idiomática en este cambio de colores- que llenó de camisetas azules los entrenamientos en Hatogrande durante la temporada 2001/2002. Este curioso modelo que hoy es una pieza de colección, un incunable tan grande como la forrada camiseta del “Cachaco” Rodríguez como DT del Pereira data de tiempos en los cuales se agudizó la rivalidad entre los equipos a límites insostenibles. Años después Umbro recaería en esta errata cromática.
Seguimos sugiriendo desde esta humilde tribuna, nuevas modalidades de paz entre ambos, ya que el daltonismo fanático no dejó hacerlo por los métodos naturales: por ejemplo, no hay nada que pueda unir más a hinchas azules y verdes que pensar en el sufrimiento que provocaron, por ejemplo, las actuaciones de Giovanny Arrechea en los dos bandos. Es una buena manera de empezar a zanjar diferencias.
Densa polvareda ha levantado por estos días la propuesta lanzada por no sabemos quién para que el próximo Millonarios-Nacional se dispute bajo la modalidad swinger, es decir, con intercambio de uniformes.
Los indignados con esta idea se rasgaron las vestiduras, pusieron el grito en el cielo y llegaron incluso a amenazar con huelga de hambre y con organizar una carrera 10K contra la iniciativa. Argumentaban ellos que de llevarse a cabo lo propuesto se estaría cometiendo un grave sacrilegio que despertaría la ira del Dios del fútbol que no dudaría en vengarse, por ejemplo, multiplicando las porristas sobre los gramados del país o reviviendo los hexagonales regionales.
Pero quienes en esta causa militaban desconocían que, al menos por el bando azul, tal episodio de travestismo ya había ocurrido sin que ello hubiese supuesto la caída de Monserrate sobre Bogotá tal y como lo demuestra esta imagen a la que tuvo acceso la división de confecciones impuras de nuestra unidad investigativa.
Hay que decir, en honor a la verdad, que la polémica prenda data de años antes de que estallara la rivalidad entre ambos clubes. Según el resultado de la prueba de Carbono 14 llevada a cabo en los modernos laboratorios que funcionan en el sótano de nuestras instalaciones, esta camiseta (de la indumentaria de entrenamiento) fue confeccionada en algún momento entre 1984 y 1985.
El caso es que esta es también la prueba de que esta no es la salida. Ya hubo intercambio y nada pasó. Al contrario, todo empeoró. Así que desde esta redacción sugerimos medidas más audaces, ¿qué tal ver a Hernán Torres usando libretica y a Juan Carlos Osorio obligado a permanecer adusto y con cara de tote durante los 90 minutos?
Los 80 y los 90 fueron décadas felices para los arqueros. Antes de que los minuciosos contratos entre clubes y marcas de ropa deportiva impusieran severas restricciones a su libre albedrío, estos podían darse todo tipo de licencias, muchas de ellas ya documentadas en este espacio, como la de Eddy Villarraga emulando a Tony Meola o la de Óscar Córdoba disfrazado de arquero del Bayern Münich.
Alberto Pedro Vivalda, argentino que militara en Millonarios entre 1982 y 1985, fue uno de tantos cuidapalos anarcos que no tuvieron temor a decirle «NO» al utilero llegado el momento de recibir su indumentaria de dotación. Y «el Loco» dijo no porque había logrado hacerse a un buzo azul claro metalizado de entonces selección campeona del mundo: Italia.
No lo lució por muchos partidos. Quizás delanteros rivales se quejaron del reflejo que molestaba sus ojos o también pudo haber ocurrido que Dino Zoff lo alertara de una posible demanda por suplantación. O quizás simplemente lo guardó para no gastarlo. Eran otros tiempos, no había apertura, no existían almacenes en Unicentro con estantes llenos de indumentaria de equipos y selecciones europeas. Era, sin dudas, una «monita difícil», que bien podría ser víctima del decol en la lavada y, por lo tanto, había que cuidarla.
Todo se remonta a septiembre de 1996, cuando después de muchos pomposos anuncios de partidos con equipos de primerísimo nivel, finalmente Millonarios terminó celebrando sus bodas de oro enfrentándose una noche de jueves contra un rival de medianísimo perfil como el Internacional de Porto Alegre en partido que terminó 0-0 con lesión grave de Édison Domínguez.
Pero lo que aquí nos interesa es que, por esos avatares propios de los partidos fuera de calendario, el Internacional terminó luciendo en su pecho el patrocinio de Cerveza Leona, misma marca que para entonces respaldaba a los azules. Hasta aquí, una anécdota más. Lo que no se sabía y que la Unidad Investigativa del Bestiario del balón fue lo que esta travesura de mercadeo le costó al equipo
Resulta que por cuenta de haber lucido, así hubiera sido por apenas 90 minutos, un logotipo tan de la entraña del FPC, una serie de acontecimientos paranormales tuvieron lugar en el seno del club. Dicen en Porto Alegre que durante unos pocos días, fuerzas que los empleados del club describieron como sobrenaturales los obligaron a incurrir en todo tipo de prácticas muy comunes por estas latitudes, pero menos frecuentes aunque no del todo desconocidas en la tierra de la samba.
Por ejemplo, aseguran por lo menos tres fuentes diferentes que pasaron por esos días por las oficinas haber visto al gerente deportivo, medio zombi, pidiendo partidos sin razón, al tiempo que decía ver puntos invisibles entre las AZ y tenía horrendas pesadillas con cuadrangulares de la muerte y fantasmas del descenso.
Coinciden los testimonios en que los de recursos humanos, por su parte, eran víctimas de súbitos ataques de narcolepsia cada vez que intentaban llenar las planillas para pagarle salud y pensión a los futbolistas, mientras que los de mercadeo aseguran que deshicieron sin razón alguna un contrato con una eficiente empresa de boletería, para cambiarlo por uno, bastante desfavorable para el club, por cierto, con una competidora que ofrecía las peores condiciones y el mayor índice de maltrato y tortura posible al hincha.
A su vez, cuentan que los de jurídica durante esos días y sin razón aparente terminaron demandando cuanto partido perdió o empató el equipo con argumentos tan traídos de los cabellos como que el rival había desentonado mientras cantaba el himno o que dos bombillos del marcador estaban fundidos.Del presidente no se supo mayor cosa pues al parecer jamás estuvo en condiciones para presentarse a la oficina, preso de una compulsión etílica que prendió todas las alarmas entre sus más allegados.
Faltaban los jugadores. Rememoran los entrevistados que de repente su umbral del dolor se vino a pique. Esto se expresó en la cancha, donde cualquier insulto, rasguño o pellizco del rival desembocaba en aterradoras escenas de gemidos, sacudones y estertores que obligaban a decenas de hinchas a encomendar sus respectivas almas a su correspondiente santo de devoción y también en la vida cotidiana, con desgarradores alaridos tras el más leve corte con una resma de papel para la impresora doméstica.
Algo más: en ese lapso ningún cambio de frente les funcionó -de hecho, tres de ellos impactaron inocentes y bellas porristas- y a todos ellos se les olvidó parar el balón. Sin excepción, cuanta bola llegaba a sus pies rebotaba descontrolada terminando la mayoría de las veces en poder del rival.
Así fueron las cosas durante un par de semanas. Aterrados con lo que ocurría, los miembros de la junta tomaron cartas en el asunto. Fue, al parecer, un franquiciario carioca del profesor Salomón el que dio con la causa del fugaz hechizo y también con la pócima para desactivarlo: «que entre los once titulares de ese día se bajen un petaco entero de Leona, cuidándose de en cada botella reservarle el primer sorbo a las ánimas benditas del purgatorio».