Maradona en Cúcuta

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Aporte de @pinocalad

Pasó por tierras fronterizas pensando en muchas posibilidades: quedarse en Colombia después de que recibiera la oferta de un club de noble abolengo caleño y la riposta inmediata de su par americano, donde también decidió posar con una camiseta conmemorativa. Realmente era muy difícil elegir entre ambos equipos. De pronto fue por eso que alguien le dijo que se pegara una pasadita por Cúcuta a ver si se amañaba.

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Fue antes de pisar el sagrado gramado del General Santander que el Diego empezó a ver las ventajas de vestir la casaca del rojinegro: podría tanquear a precio de huevo solamente cruzando la frontera, encontraría Cocosettes en tiempos de nula apertura y podría tener cerca hasta a Jimi Hendrix.. Estuvo cerca el Diego de vestir la casaca del Cúcuta. Dicen que, de hecho, se quedó con alguna camiseta de recuerdo. la vida, años después, lo vestiría con colores similares a los del doblemente glorioso, cuando se enroló en el Newell´s Old Boys en 1993.

Hizo dos goles a Quiñónez y le metió un baile tremendo a los que hubieran podido ser sus compañeros de escuadra. No solamente en Pereira, con su golazo recientemente desempolvado, hizo historia el crack argentino. El «Pelusa» dejó la postal de sus rizos al viento en la capital de Norte de Santander y el peinado que en ese tiempo usaba el gaucho, fue posterior herencia e inspiración del «Pelusa» más conocido en Cúcuta: Felipe Nery Franco.

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Cuando Ormeño casi se vuelve Ospina

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Ormeño entra al campo con gesto de desconfianza. Zape tampoco se sentía seguro de su reemplazo

Estaba resignado hasta la médula. Su posición en la Seleción Colombia siempre había sido la de cumplido suplente de Pedro Zape y se conformaba con eso. No había poder humano que mandara al banco –ni siquiera para hacer consignaciones o transferencias- al buen Zape. Luis Octavio “Ormeño” Gómez ocupaba esa zona de incómodo confort del que tiene el número 12 en la espalda.

Pero un día le tocó salir al campo. Zape se lesionó en el Colombia-Argentina de Bogotá y se notó, porque Argentina, sin ser gran cosa, derrotó 1-3 a los de Gabriel Ochoa. “Bueno –pensaba Ormeño- qué carajo, vuelvo a la banca en Buenos Aires y como si nada”. Mientras el arquero que en ese entonces atajaba para el Medellín imaginaba qué souvenirs comprar en Lavalle, Ochoa le puso un camión compactador de la administración Petro en la espalda: iba a ser inicialista en el Monumental.

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Piernas temblorosas antes, manos firmes al detener el balonazo de Maradona.

Justo ese estadio que sigue siendo protagonista de los bombardeos más crueles sobre nuestras porterías –incluso el día del 5-0- lo iba a tener a él como blanco adecuado. Prefirió no usar la 12, sino la 22 y decidió esperar a ser derretido por la lluvia ácida que escupirían Maradona, Burruchaga y Pasculli. Cuando agarró la primera, se sintió bien; después atajaba todo lo que le mandaban, incluso una jugada de Maradona –similar a la que le haría a los ingleses un año después- la paró con las palmas y las rodillas. “Ormeño” se dio cuenta de todo el tiempo desperdiciado en el banquillo resolviendo preguntas como “río francés de dos letras” en los crucigramas que podía llenar con tanto tiempo libre.

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Jorge Valdano celebra mientras que Ormeño se revuelca por los aires. Ganaba Argentina 1-0

Hasta que llegó Jorge Valdano con un cabezazo que lo devolvió a la realidad. No importaba lo que había parado esa noche: igual Colombia perdía 1-0. Ni siquiera El Gráfico lo dio como figura. El honor se lo llevó Ubaldo Fillol por detener –un paradón, a decir verdad- un mano a mano claro de Carlos Ricaurte.

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Síntesis de la Revista El Gráfico. Fillol sacó 8. Ormeño 7

En el partido siguiente contra Perú regresó Zape y después vino Navarro Montoya… de nuevo era suplente. No valió mucho su actuación en la cancha de River. Al contrario: es como si por haberlo hecho bien le hubiera tocado ponerse el 33 en la espalda el resto de su vida.

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Adivínelo Vargas

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Nadie se sorprende al ver en el Junior encabezando la imagen al siempre rústico Dulio Miranda. El mutismo de Edgardo «Patón» Bauza es inalterable al igual que el de Pedrito Blanco, efectivo lateral. La juventud de Alexis Mendoza contrasta con la incipiente calvicie de Óscar Quiroga. El único que parece salirse del molde con una risotada casual es Carlos Ischia.

Abajo, sin percatarse de lo que ocurre a sus espaldas posan con tranquilidad Mario Coll (el mismo que le hizo un marcaje perfecto a Maradona en la Copa América del 87) William Rico (Puntero de aquel Junior afecto a tirar corners olímpicos) Jesús Barrios (haciendo para ese entonces curso de camarlengo ortodoxo), Roberto Gasparini (un 10 fantástico, de gran tiro libre), sin olvidar a Juan Carlos Abello, tumbalocas barranquillero de siempre.

Detrás de ellos, con la complicidad de Ischia, «Puchis» o Juan Ramón Vargas, posa con la camiseta de Santa Fe -la tradicional de Arroz Futura- alterando el orden juniorista. Aunque no lo querían dejar colarse, dijo «las cachas».

Problema solucionado. Todos se dejaron de vainas.

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Adivine el personaje (dificultad media)

En sus tiempos de jugador -porque aunque no parezca, sí jugó- era un volante ocho que no se salía del molde. Gran defensor del bigote en los ochenta y piernas blancas, desplegó escasas gotas de talento en las canchas colombianas. Con mucho tiempo libre prefirió dedicarse a entrenar y cuando su carrera estaba en la cresta de la ola -le empató una vez a Alemania-, una táctica previa a un partido echó sus sueños a la borda. Subió la escala y luego de ser DT tuvo poderes administrativo-deportivos. Dicen que no tiene muy buen ojo para elegir fichajes.

Quien acierte la identidad de nuestro personaje recibirá a vuelta de correo certificado un pincel hecho de pelos del bigote del «Polaco» Escobar.

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Cuando Falcao integraba el once ideal Pony Malta

Foto: Gustavo Verbel.

Lejos estaban los tiempos de bromas tipo cámara escondida con su Ferrari estrellado y ausentes eran los mocasines de terciopelo con un tigre de hilos dorados estampados en el empeine. Tampoco el pelo tipo «planchita de iones» era una imagen común. Lo único similar entre ayer y hoy era que el Atlético Madrid estaba en la buena. En 1997 Falcao posó para las cámaras durante un torneo de aficionados hecho en Cartagena, donde lejos estaban los tiempos de tribunas modernas, Mundiales sub 20 y descensos. Los matorrales que estaban rodeando el estadio Pedro de Heredia estaban desocupados.

No había «Tigre», ni estadio Jaime Morón. Eran tiempos en los que al muchachito de dientes salidos le decían «el hijo de Radamel García». Apenas alcanzaba para la Pony Malta (y estampada en la camiseta).

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Recordando a Miguel Calero

En 1993 una inolvidable producción fotográfica reunió a los tres arqueros más destacados de la Escuela Carlos Portela: Miguel Calero, que atajaba en el Deportivo Cali, Farid Mondragón -que estaba de visita en Colombia después de haber hecho una excepcional campaña con Cerro Porteño de Paraguay- y Óscar Córdoba, por esos tiempos defendiendo los intereses del Once Phillips. Cali perdió 0-2 en casa. Es de las pocas postales que juntó a los tres colosos del arco en nuestro país

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La relación Techo-Mundo Aventura no es la primera

La moda de llamar a la casa de un amigo o a la familia y hacer señas para que lo vean montado en una atracción mecánica de Mundo Aventura mientras se transmite en directo un partido de La Equidad parece una nueva tendencia pero nada más lejano a eso. Aunque muchos tratan de llevar a cabo esa sana costumbre de «mojar cámara» de esta forma, ya hubo pioneros en el asunto. En la inauguración del estadio en el Barrio Timiza de Bogotá, en 1983, se disputó un memorable clásico entre Santa Fe y Millonarios que terminó empatado a un gol.

Y no fueron a jugar nóminas juveniles, como cuando Pelé anduvo en El Campín: por el lado azul estaban Van Tuyne, Vivalda, Germán Morales, Wilmar Cabrera, Carlos Ángel López… Del lado rojo figuraron Mina Camacho, José Alejandro Galván, Grimoldi, Oddine y Gottardi.

Por ese entonces la rueda de Chicago estaba atestada, como las tribunas. Pero algunos intrépidos se animaron a tratar de ser inmortalizados y lo consiguieron. Así como se puede ver perfectamente por TV y en HD la mano estirada de algún parroquiano que anda esquivando el vómito montado en la araña de Mundo Aventura -ese ejercicio suele ser más interesante que observar los partidos de La Equidad-, en la foto también se alcanza a ver a un niño con saco de rombos haciendo los cuernitos de Ronnie James Dio en la canasta azul del lado derecho de la rueda de Chicago.

 

Un gol colegial que en 1985 desató la furia

Daba mucha rabia cuando, en los duelos de colegio, el tarado habilidoso decidía dar vueltas y vueltas con la pelota para gambetear a todos los del curso. No importaban las patadas que se le enviaran a las canilleras. El tipo pasaba impune frente a todos. Para completar su faena, se mamoleaba al arquero unas tres veces, se iba con el balón Mikasa despacito hasta la línea y se quedaba parado, sin hacer gol, esperando a que los demás fueran en cacería para evitarlo. La historia era igual: cuando el tarado veía muy cerca la tromba furibunda, tocaba dócilmente la pelota para que cruzara la línea.  Casi nunca la pelota tocaba la red. Era solo eso: tocarla y ya, con el único ánimo de mostrar superioridad y humillar al desairado.

Daniel Raschle era un delantero que actuaba para Cerro Porteño en 1985 y no tuvo mejor idea que hacer esa misma maniobra en un juego de Copa Libertadores frente a Millonarios en Bogotá. El azul debía ganar para estar en segunda ronda pero Cerro ganaba 0-1 con gol de Jorge Amado Nunes. Y pasó como en el colegio: Millonarios por irse a buscar el empate dejó sin protección a Vivalda y Raschle hizo de las suyas. Se sacó al arquero argentino con un dribbling largo y se fue hasta la línea, a esperarlo, sin hacer el gol. Vivalda, al no tener riesgo de recibir matrícula condicional, le mandó a Raschle un histórico planchazo que no evitó el gol, pero que sí fue una catarsis.

El juego, por culpa de eso, terminó en tángana y con el público afilando sus colmillos para comerse vivo a cada uno de los jugadores paraguayos, quienes debieron salir en la tanqueta 505 –un clásico a la hora de disturbios en el estadio-.

¿Y Raschle? Por su gol se suponía que iba a jugar en el Barcelona de España. Casi se le da el sueño. Terminó en el azulgrana Unión Magdalena en 1988, donde no pudo repetir su lujosa conquista de 1985.

El día que el Deportivo Armenia jugó en la A

Aunque pertenecen al mismo lugar, son dos entidades diferentes. Quindío, fundado en 1951 y campeón en 1956 ha sido siempre un club tradicional del país. En cambio el Deportivo Armenia recién vio la luz en enero de 1988 y disputó un par de torneos de ascenso. Pero en un episodio similar al que vivió la selección francesa ante Hungría en el Mundial de 1978, cuando debió vestirse con la camiseta de Kimberley de Mar del Plata -los uniformes de franceses y húngaros eran muy parecidos y se confundían-, el Quindío se tuvo que poner el ropaje de sus hermanos menores de plaza.

Aunque el Deportivo Armenia jamás estuvo cerca de jugar en primera, la foto que consiguió nuestra Unidad Investigativa comprueba que alguna vez jugó en la A. Nunca se supo, eso sí, por qué el equipo que entonces dirigía el «Pecoso» Castro, debió vestirse así para su juego como local en el estadio Centenario. Probablemente Lavatex no llevó a tiempo la tula de los uniformes o, si había crisis, varios de ellos no se alcanzaron a secar a pesar de que los futbolistas, muy juiciosos, los habían puesto detrás de la nevera con el fin de quitarles la humedad antes de disputar su encuentro dominical.

Nadie pareció molestarse ni sentir vergüenza por el hecho. Solamente hubo una persona que protestó airadamente por el cambio de indumentaria: el niño que llora desencantado en los brazos de Franklin Baldovino.

Homenaje al porcino desconocido

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Aporte de Zicodélico

Marranos famosos han existido y seguirán existiendo: Porky, Miss Piggy, el de Zenú -cuyo nombre publicitario era Míster Low Fat Pig-, Pipo, la tierna mascota que comía Chitos, propiedad de Eutimio Pastrana Polanía en «Don Chinche», Juan Carlos Lecompte… nosotros mismos alguna vez fuimos marranos de alguien ¿Para qué vamos a mentir?

Por eso es llamativo que este cerdo bebé, alimentado con bellotas, haya aparecido en una fotografía posando con la plana mayor del Santa Fe en 1975, año en el que ganaron su sexta estrella. Apenas atado con un cordel, sostenido por el aguerrido Óscar Bolaño y tratando de quedarse quieto mientras sonreían los grandiosos Alfonso Cañón y Ernesto Díaz, aparece el animalito de cola en espiral al lado de una de las mejores formaciones santafereñas de todos los tiempos. La imagen apareció en el diario El Siglo.

Pero el diario El Espacio fue un poco más allá

El chanchito brioso quiere irse a jugar con la pelota ante la seriedad de Ernesto Díaz y hasta Alonso «Cachaco» Rodríguez (primero, arriba a la izquierda) evita mirarlo de frente porque era toda una tentación para él: lechona o cochinillo bien podrían ser los destinos del animalito en cuestión si hubiera quedado al cuidado del jugador gourmet y líder de la doctrina No Fitness. El gran misterio que nuestra Unidad Investigativa no ha conseguido resolver es uno así de chiquitico, como decía el Inspector Ruanini en Sábados Felices: ¿Dónde estaba el león, la insignia máxima de los cardenales y que era un habitué en la salida del equipo? ¿Qué pasó ese día con el buen «Monaguillo», adquirido por Daniel Samper Pizano en el zoológico de Cali por 100 dólares?

Nadie sabe. De haber salido león y marrano a la cancha, «Monaguillo» lo hubiera devorado rápidamente. Eso sí, nunca tan rápido como lo habría hecho el Cachaco Rodríguez.