Jáder Rojas

Delantero samario con nombre de extraditable, fue incapaz de cargar con el peso que sobre sus espaldas depositó César Villegas al catalogarlo en sus inicios como el “Christian Vieri colombiano”. Debutó en Santa Fe en 1999, temporada en la que además de marcar dos goles –uno de ellos de excelente factura contra el Caldas en Tunja- su buen desempeño permitió que su nombre fuera incluido junto al de, por ejemplo, Jeffrey Díaz entre las grandes promesas santafereñas del momento.

Con el peso del dictamen de Villegas ya en su equipaje, Rojas fue enviado al Real Cartagena en la temporada de 2000. De su paso por este equipo rescatamos el siguiente concepto emitido por un ferviente hincha del equipo cartagenero en su página web: “no se sabe como juega en profesional este animal”.En el 2001 el destino de Jáder fue el Bucaramanga, ciudad en la que a duras penas se asomó por el banco se suplentes del Alfonso López. A esta incursión santandereana le siguió un período de su carrera más bien Un confuso registro da cuenta de un paso suyo por el Monagas de Venezuela en el primer semestre mientras que otro registro un poco más fiable lo ubica en la banca santafereña en un partido del segundo semestre.

Para el 2003, las palabras del ya difunto Villegas adquirieron nuevamente vigencia cuando su nombre apareció entre los refuerzos del equipo cardenal. Pese a haber convertido algunos goles (la mayoría fueron descuentos), al finalizar la temporada estaba suficientemente claro que eso del “Vieri colombiano” no fue sino un devaneo más de quien en su momento prefirió al “Choco” Suarez en lugar de un tal Javier Zanetti que se le ofrecía desde Argentina. Pese a su mediocre rendimiento, la situación del equipo a finales de 2003 era tan precaria que en varios partidos Rojas hizo pareja con otro cañonero de la talla de Lucas Jaramillo. Entre esos partidos se cuenta aquel célebre contra el Unión en el que la nueva directiva Santafereña –gente pujante, generosa- abrió de par en par las puertas del Campín para que la hinchada asistiera en masa, más que a ver el partido en cuestión, a participar en un novedoso referendo que sobre el futuro inmediato de la institución llevo a cabo la nueva directiva. Una de las preguntas del referendo indagaba por qué jugadores de la actual plantilla no deberían seguir para la temporada venidera; sobra decirlo, Rojas y Jaramillo le dieron sopa y seco a sus inmediatos perseguidores. Quizás presintiendo lo que ocurría en la tribuna los goles de esa tarde fueron justamente de estos dos artilleros.

Haciendo caso a la voz del pueblo, cuándo no, la directiva santafereña decidió con contar más con los servicios de Jáder para 2004. Este hecho marcó el inicio de un largo trasegar para Rojas. El Lara de la segunda división venezolana fue su primera escala. De ahí partió al Olmedo ecuatoriano a donde también lo acompañó la maldición del malogrado directivo.

Regresó a Colombia a comienzos de este año para pasar con más pena que gloria por el Unión Magdalena en el primer semestre del año. Su siguiente destino fue el Centauros de Villavicencio en un errático trasegar que en últimas es lo único que lo une con el delantero italiano.
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No te lo guardes: Efraín Pachón

El Bestiario del balón, siempre preocupado por la salud mental de sus lectores, ha decidido abrir una nueva sección incursionando así en la modalidad del ejercicio virtual karmico-terapeutico. La sección «no te lo guardes» le permitirá a nuestros lectores liberar las malas energías que por causa del fútbol inevitablemente se van apilando año tras año en el alma del hincha mediante la publicación de la imagen -sin texto- de figuras que no necesitan presentación para que sean ustedes quienes en los comentarios no se guarden ni una pizca del sentimiento para con el homenajeado de turno. El encargado de inaugurar la sección es Efraín Pachón, personaje de gratísima recordación entre las fanaticadas santafereña y cucuteñas.

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Francisco Foronda

Tosco y poco recursivo defensa central que se dio a conocer en Nacional a mediados de la década de 1990. De la misma estirpe de los Galarcios y de los Casquetes, es una verdadera lástima para el género del terror que la vida no los haya juntado así fuera en un solo partido en la misma zaga. Después de Nacional, “Pacho” aterrizó en el Once Caldas club en donde alcanzó un nivel medianamente aceptable. Gracias a la llegada de Javier Álvarez a la selección Colombia de mayores a comienzos 1999 pudo emular a otros ejemplares de su estirpe como Bélmer Aguilar y el mismo Galarcio que –aunque usted no lo crea- también llegaron a ponerse la amarilla. En el Caldas permaneció hasta mediados de 2002 cuando llegó a Bogotá de la mano con el ya homenajeado Alexander Lemus para militar en el Millonarios de Cheché Hernández. De su paso por Bogotá quedaron unas declaraciones suyas que bien resumen lo que fue su breve estadía en la capital: “yo nunca me equivoco a propósito”, afirmó después de una de las varias demostraciones de su talento que debió padecer la parcial embajadora ese semestre.

Viendo que el mercado colombiano no le ofrecía mayores posibilidades, en buena parte gracias a esas declaraciones, Foronda tuvo a bien rebuscarse un rincón del mundo en donde estas célebres palabras no habían tenido eco. Fue así como la liga de Israel, en primera instancia, y la Rusa más adelante disfrutaron de su técnica y habilidad en la zona posterior. No obstante, el mayor hito de su carrera aun estaba por llegar. Fue a comienzos de 2004, época para la que muchos en Colombia ya lo consideraban un exjugador que Francisco apareció en Gimnasia y esgrima de La Plata como refuerzo para esa temporada. Al conocerse la noticia muchos creyeron que se trataba de un error o una inocentada. Si hubieran dicho que Julio “El comandante” Romaña era el nuevo refuerzo de Racing le habrían dado más credibilidad a esa noticia. Con el tiempo, y con la ayuda de algunas imágenes de Foronda entrenando en La Plata que los noticieros emitieron para terminar de convencer a los más incrédulos, se consumó lo que a la luz de los entendidos era una pequeña pero no menos simbólica venganza del fútbol colombiano (se recuerda también el breve paso de Freddy Torres Acosta por tierras gauchas) para con su homólogo argentino por los innumerables pizzeros y taxistas que ha enviado a esta tierra con el falso título de futbolistas.

En Gimnasia, Foronda la hizo olímpica. Jugó muy pocos partidos dedicando el resto de su estadía (seis meses) a labores de índole síndical y a cobrar un jugoso cheque que, se rumora, estaba entre los de más cifras en la nómina. Terminada su estadía y haciendo gala de una sagacidad y de una desfachatez que sólo se le conoce a los nacidos por estos lares, Foronda no sólo no jugó seis meses sino que se fue encolerizado y amenazando a los directivos de Gimnasia con demandarlos.

Registra un breve paso por Jorge Wilsterman de Bolivia y actualmente milita en el Deportivo Italchacao de Venezuela. Nuevamente, un grandazo.

Con información de enunabaldosa..

"Lucho" Herrera

Más conocido por sus ejecutorias sobre el caballito de acero, “Lucho” Herrera registra también una dilatada trayectoria en el fútbol profesional colombiano bajo el nombre de Armando Osma. De forma paralela a su carrera ciclística, Lucho supo cuajar una carrera futbolística que, contrario a su desempeño en el mundo de las bielas, se caracterizó más bien por la intermitencia y la mediocridad. Está claro y es más que comprensible que el “jardinerito” no podía responder en todos los frentes con la misma maestría con que lo hacía sobre los pedales.

Así las cosas, no sobra recordar como muchos en su momento se preguntaron por qué en la década de 1980 Lucho no se decidía a emprender vuelo con destino a un equipo grande del viejo continente donde seguramente encontraría gregarios que le ayudarían a salir avante de los tan temidos abanicos. La respuesta es muy simple: pese a que el ciclismo era el deporte que más éxitos y glorias le reportaba, Lucho no tenía ni la más mínima intención de abandonar la actividad que cautivaba a la otra mitad de su corazón: el balompié. Mientras militara en el Café de Colombia, “Lucho” podía sin ningún problema alternar los entrenamientos entre semana con sus apariciones en los estadios del país con la verde del Cali. Las ausencias obligadas por motivo de su presencia en la Vuelta, el Tour y la Dauphiné cuando no coincidían con una para del campeonato eran fácilmente disimulables bajo la excusa de una lesión, un inconveniente familiar o una simple rabieta de su técnico, el también célebre Karol Wojtila. En todo caso, no se trataba de una pieza fundamental en el andamiaje azucarero. Ahora, si “Lucho” se hubiese animado y hubiese decido firmar para el Reynolds, el Z Peugeot o para el Toshiba, también hubiese sido preciso conseguirle un equipo francés o español de algún mínimo renombre el cual ubicar a Armando Osma, labor que estaba condenada al fracaso: una cosa era anunciar que Lucho había firmado para el Reynolds y otra, muy diferente, que el “Piripi”-sobrenombre con que se le conocía en las canchas- era el nuevo refuerzo de, diga usted, el Atlético de Madrid.


«Lucho», en un momento de gloria en las canchas.

Una vez llegó a su fin su carrera ciclistica, por allá en 1992, Lucho encontró vía libre para dedicársele de lleno a su pasión oculta. No es gratuito entonces, si se observa con cuidado, que el desempeño de Armando Osma registrara un notable ascenso justo a partir de 1993, temporada en la que pese a descender con el Tolima, Herrera aportó numerosos goles que finalmente no servirían de nada. No obstante, este buen desempeño le significó al “Piripi”un contrato con Millonarios gracias a la gestión que oportunamente hiciera su mentor en las canchas, Karol Wojtila. Ya en el ocaso de su carrera y sin dejar nunca de ser el delantero modesto que siempre fue, Lucho supo poner su granito de arena en el subtítulo que ese año conseguiría el club del que nunca negó ser un apasionado seguidor. Un gol en el último minuto contra Nacional en la final de ese año que le significó la victoria a los dirigidos por Popovic le permitió, por unos breves instantes a Lucho saborear en un gramado las mieles de la gloria que gracias a la “bici” le eran ya muy familiares.


Imagen para la posteridad: Wojtila y Herrera celebran un gol en el banco norte de El campín.

Bastante tímido, pero no menos porfiado, Osma quiso aprovechar al máximo los pocos años que le quedaban de carrera futbolística quemando sus últimos cartuchos en el recién ascendido Cortuluá y más adelante en el Atlético Huila. Su paso por el corazón del valle marcó el inicio también de una nueva etapa de fuertes conflictos en su vida cuando muchos le sugirieron seguir los pasos de Rafael Antonio Niño en la dirección técnica de equipos nacionales. Lucho supo hacerle caso omiso a esas presiones y tuvo a bien escuchar su corazón. El tiempo terminaría por darle la razón y hoy por hoy, como asistente de Luis Fernando Suárez en la selección ecuatoriana, será uno de los pocos colombianos presentes en Alemania 2006.
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Zoran Draguisevic

No es común eso de los europeos en el fútbol del tercer mundo –exceptuando, cómo no, el caso mexicano-. Toparse con un pálido rubio en un campo de entrenamiento suramericano puede llegar a ser tan exótico como que una mujer holandesa de vida díscola ofrezca sus servicios en el barrio Santafé en Bogotá. Nuestro homenajeado de hoy, Zoran Draguisevic hace parte de ese exclusivo club de gente con espíritu emprendedor que al igual que el próximamente homenajeado Tomic creyeron que un apellido extraño, unos ojos claros y el recordar a su llegada a su paisano Sekularac les garantizaría por lo menos seis meses de vacaciones remuneradas en medio del trópico y sus encantos.

Así las cosas, en un reportaje que sobre las nuevas caras del América hizo el Diario Deportivo aseguró que su carrera había comenzado en el Estrella roja de Belgrado y que había continuado en Italia con sendos pasos por el Torino y el Foggia. Aseguró también haber sido víctima de la “ley Bosman” impidiéndole continuar una trayectoria que, a juzgar por su carpeta de presentación, lo llevaría en pocos años al Milan en el peor de los casos. Nos imaginamos la escena en un café de Belgrado: un oscuro traficante de especies exóticas, diamantes, uranio y harina convenciendo a Zoran, por ese entonces albañil desempleado: “tu ir a Cali allá yo conocer socios decirles que jugar Italia y que ley Bosman no te dejó mostrar más talento y condiciones. Con eso pagar pasajes poder conocer Cali mujeres bonitas, hermosas, muy hermosas”. Obediente, Zoran siguió al pie de la letra las instrucciones de su mentor y, hay que decirlo, estuvo cerca, muy cerca de lograrlo. Quizás incidió en que no coronara la mosletia que se tomó algún directivo del América por investigar sobre ese cuento de la “ley” Bosman descubriendo que si bien esta beneficiaba a los jugadores comunitarios poco o nada incidía sobre la situación de los no comunitarios.

Descubierta en parte su estrategia y temiendo una rabieta de ciertos personajes insignes de la ciudad de la que podría salir mal librado, o mejor, no salir del todo Zoran huyó pronto de Cali. Llegó a Bogotá, ciudad que le fue referenciada por propios y extraños como paraíso por excelencia del jugador extranjero no profesional. Confiando en el bagaje de la ciudad y en el color de su cabello, Zoran se presentó una mañana al entrenamiento del Santa Fe que por ese entonces era dirigido, como gran novedad, por el inefable Arturo Boyacá. Boyacá, un tipo de mundo, viajado, no se dejó meter los dedos en la boca e inmediatamente se percató de las artimañas del balcánico. Viejo zorro, Boyacá invitó más bien a Draguisevic a que le hiciera algunos arreglitos a su apartamento que tenía pendientes desde hace tiempo. Terminados esos trabajos, Boyacá le aconsejó probar suerte, como futbolista, en El Salvador no sin antes convencerlo de estampar su firma en lo que él mismo llamó: “unos papelitos que no hace falta leerlos con mucha atención”.
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Julián Martínez, la "Estrella azul"

Pregunta que nunca falta cuando coinciden por lo menos dos fanáticos y dos cervezas: «ole, y ¿qué habrá sido del pelado que ganó ese reality para escoger dizque la estrella azul?». Sin querer queriendo, el destino de Julián Martínez –ni los más enfermos recuerdan su nombre- ha sabido hacerse a un lugar entre los grandes enigmas contemporáneos: ¿es verdad que la mamá de Prince (el cantante, no el técnico) es caleña? y ¿alguién sabe qué pasó con la estrella azul? son dos preguntas que suelen ir de la mano en cualquier velada en la que aflore el tema de los mitos y las leyendas urbanas.

Ganador de “Estrella azul”, reality que en los índices de recordación popular sale mejor librado que «Protagonistas de novela 2 y 3», «Nómadas» y aquel que en el que se encerraba un lote de guarichas para que un supuesto multimillonario las escogiera, Julián Martínez tuvo sobre sus hombros la responsabilidad de demostrar que el género de los realities también podía favorecer a quienes esgrimían talentos diferentes a la talla del brasier. Desafortunadamente, esta carga pesó demasiado sobre quien sin haber debutado ya había sido primera página de El Tiempo y –especialmente entre el público femenino- era más popular que el mismo Peluffo, técnico azul en aquel entonces, y que el “Cabezón” Rodríguez.


Julián, acosado por la prensa.

Confirmando aquello de que a la televisión no hay que creerle de a mucho, Julián no llegó de buenas a primeras al plantel profesional de Millonarios. Una vez derrotó a Mario Anchique en la final del concurso a comienzos de 2003 junto con otros siete u ocho participantes Julián fue ubicado en el equipo de primera C. Acostumbrándose cada vez más a a ser blanco de todas las miradas y comentarios, Julián tuvo también algunas esporádicas incursiones en el equipo de reservas que ese año disputaba los preeliminares de los partidos de la profesional. De su primer año en Millonarios se destacan unos minutos finales de un preliminar de un clásico entre las reservas de los dos equipos capitalinos cuando en el estadio ya había unas 20,000 personas y otros minutos que Peluffo lo dejó jugar en un amistoso contra Honduras en el país centroamericano. Esto fue lo más cerca que estuvo Julián de eliminar de una vez y para siempre el diminutivo “ita” que aparecía cada vez más acompañando a “estrella” cuando de él se hablaba en los corrillos. De acuerdo con un entrenador que lo tuvo a su cargo al ser consultado por la unidad investigativa del Bestiario, una nociva mezcla de indisciplina, lesiones y la pereza, fiel compañera de quienes crecieron más arriba de San Alberto, comenzó a hacer mella sobre Julián.


Julián, en su primer entreno con la profesional.

El 2004, que pintaba como su año definitivo, comenzó para Julián en medio de estas mismas variables. Esta siguió siendo la constante hasta mediados de año, cuando una agobiante crisis económica obligó a Millonarios a afrontar el torneo local y la Copa Suramericana con un plantel de juveniles. Para Julián esta sería su última oportunidad. Era ahora o nunca. Fue así como en ese segundo semestre, no sobra recordarlo, debutó todo aquel que pasó por el kilómetro 21 de la autopista norte con unos guayos al hombro preguntando por “lo de jugar los domingos en el Campín”. Esta promoción abrió las puertas para que debutaran Jimmy Montes, Fabio Tamayo y Jaime Rafael Morón entre muchos, muchos otros afortunados que de otra forma jamás llegarían a pisar el gramado de la 57. Tan crítico era el cuadro del paciente que llegó incluso a debutar Difilipe, pintoresco mochilero argentino que pronto recibirá su homenaje. Todos debutaron, menos Julián.

Terminó el 2004 y con él las excusas para quien a esa altura ya había hecho méritos suficientes para que el diminutivo “ita” acompañara por siempre al sustantivo “estrella”. Para el comienzo de la pretemporada de 2005 su nombre ya no apareció. Este abandonó para siempre el mundo de las vendas, el mentol y la pecueca para instalarse junto al del Tuto Barrios y al de Pepita Mendieta, en el más bien sórdido mundo de los mitos y leyendas urbanas que de cuando en vez es visitado por algunos pocos sicópatas cortesía de sendas botellas de Vatt69.
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Calendario 2006 Bestiario del balón, el mejor regalo en esta navidad

Después de una larga espera, finalmente está disponible para todos nuestros lectores el Calendario del Bestiario 2006. Por sólo $10,000* lleve a su cocina, oficina o baño a todas aquellas figuras mitológicas que han dejado su huella imborrable en nuestras psiquis. Maturana, Nery Franco, el Mustang de Jhon Mario, Penayo y muchos más estan ansiosos de entrar a ser parte de sus vidas. Incluye además todas esas fechas célebres como aquella de la patada de Arley Betancourt al juez costarricense que han construido nación y no podemos olvidar.

Para tener un ejemplar de esta edición limitada sólo debe llenar este formulario. o escribirnos a [email protected]. Inmediatamente nos pondremos en contacto con usted para ultimar los detalles de la entrega. Los diez primeros ejemplares serán entregados personalmente por Orlando Rojas (si en el lugar habitan menores, avisarnos con tiempo).

Quienes ya reservaron su ejemplar, no deben llenar el formulario. Pronto los contactaremos.

*Más gastos de envío para quienes viven fuera de Bogotá. Aplica recargo de $2,000 para quienes prefieran entrega a domicilio..

Jorge Castillo Sánchez

El Bestiario abre una de las páginas más nefastas de la historia del fútbol colombiano, trayéndola a colación con la única intención de pretender que casos como éste no se repitan jamás.
Jorge Castillo Sánchez es un hombre que llegó al fútbol colombiano en 1995 luego de echar raíces en Nueva York, con una empresa de comercialización de transmisiones de partidos de fútbol. De la nada, creció un capital exorbitante que lo llevó a obtener, a mediados de los 90, el 72 por ciento del paquete accionario de Deportivo Independiente Medellín. Poco tiempo despúes fue el presidente que dejó el recuerdo más trágico en la historia del Poderoso.
Sin muchos datos claros acerca de su pasado, Castillo generó controversias por la forma de comportarse. Dijo que iba a sacar las transmisiones radiales del estadio porque los periodistas eran manipuladores; dijo que en el país todo lo podía lograr gracias a palancas; sacó a la Cruz Roja del estadio porque cobraban mucho; y que sería el primer presidente colombiano de la Fifa. ¡Qué despropósito!
En dos años de gestión, dejó al DIM sumido en su más profunda crisis de la historia. Alejó a los hinchas del estadio, que en represalia abandonaron las graderías, teniendo un partido ante el Huila con sólo 513 aficionados. Dejó números rojos por 5.800 millones de pesos, tras perder un puñado de demandas en su contra por incumplimientos de contrato, siendo el caso más sonado el del arquero uruguayo Juan José Bogado, que lo demandó y ganó más de 800 millones de pesos.

También dejó por fuera del fútbol a Miller Durán, Héctor Mario Botero y León Atehortúa, pues le ganaron demandas y nunca más fueron contratados por equipos profesionales. Una excepción fueron Níver Arboleda y Álex Fernández, que ganaron sus demandas y siguieron en el balompié.
En 1998, con el equipo desangrado, Jorge Castillo vendió el equipo a un grupo de empresarios representados por Mario de J. Valderrama,. que sin hacer algo espectacular comenzó el saneamiento de cunetas, que seis años después culminaría Javier Velásquez, con la inyección económica de la familia Tamayo.
Castillo se fue para Costa Rica, donde dijo que iba a montar un «ambicioso proyecto» de marcado de jugadores de ese país. Pero nunca se le vieron los frutos. Gracias a Dios, Castillo desapareció de nuestras mentes.
Pero en diciembre de 2003, Jorge volvió a ser noticia. Castillo Sánchez era acusado por la justicia tica de ser intermediario en la muerte del periodista colombiano Parmenio Medina, asesinado en Heredia, tras las órdenes del sacerdote Mínor Calvo Aguilar y el empresario Ómar Chávez, que asesinaron al periodista tras ser acusados en el medio de comunicación de Medina de ser homosexuales y abusar de los dineros de las iglesias. En el momento, se desconoce de la suerte del caso y de Castillo.

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Torneo de las Américas sub23

De lo exótico que se ha visto en Colombia es este torneo que tuvo lugar a comienzos de 1994 y que muy en sus comienzos se pensó como un torneo que con el tiempo se institucionalizaría junto al preolímpico como cita obligada para las selecciones sub23 del continente. Esta vaga idea, sin embargo, no tardó en diluirse y hay que decir como preámbulo de este pequeño homenaje que desde antes de que comenzara el torneo este ya olía a formol. Pese a dicho hedor, el torneo finalmente tuvo lugar en Bogotá, Armenia, Pereira y Tulúa escribiendo así una página dorada en la historia no-oficial de nuestro querido fútbol.


Colombia en Techo. Una imagen para la posteridad.

Fueron muchas las curiosidades que trajo consigo este singular evento. La mayor y más rocambolesca, sin duda, fue la presencia entre las selecciones participantes de la selección Antioquia (departamento del noroccidente colombiano). Una inesperada cancelación de último momento de la Selección de El Salvador –que a su vez ocupaba el lugar, suponemos, de Bolivia- obligó al organizador del evento, Gustavo Moreno Jaramillo, a tomarse demasiado en serio aquel esporádico reclamo de los antioqueños por la federalización. Argumentó también que asi como los galeses y los escoceses pese a ser parte del Reino Unido podían participar en competiciones internacionales con sus respectivas selecciones no veía por qué nosotros no podíamos estar a la altura de los padres del fútbol dando vida a lo que, de lejos, es uno de los hitos más altos de nuestra barbarie dirigencial y propinándole de paso la estocada final a un torneo que incluso antes de semejante despropósito ya lo agobiaban serios problemas de credibilidad.

Una vez hizo su arribo por el muelle nacional la última de las selecciones participantes, el torneo comenzó el cinco de febrero en Bogotá. Ese domingo, sin embargo, el tradicional Nemesio Camacho “El Campin” no abrió sus puertas. El escenario encargado de albergar la “fiesta sub23 de las Américas” fue el recién acondicionado estadio de Techo (antiguo hipódromo que llevaba el mismo nombre). La selección anfitriona, encargada de enfrentar en la inauguración a la siempre respetada Trinidad y Tobago, era dirigida por Pedro Sarmiento y Norberto Peluffo y contaba con futuros valores como “Guigo” Mafla, Harold Lozano, Ricardo Pérez, Oswaldo Mackenzie y Henry Zambrano junto con otros elementos de perfil más bien mediano como Miller Durán, Manuel Martínez y León Atehortúa. Un contundente 3-0 a favor de los locales marcó la inauguración del recién acondicionado estadio enclavado en el occidente capitalino. Este partido también quedó en la historia por haber sido el primero y, hasta la fecha, último partido de alguna trascendencia que se ha disputado en este pordebajeado escenario que hoy luce una gramilla junto a la cual la del Eduardo Santos es una auténtica mesa de billar.


Así tituló el Diario Deportivo después de que Colombia goleó 4-0 su «similar» de Antioquia. Y después acusan a este medio de suspicaz.

Lo que vino después fue lo típico de cuantos torneos internacionales se han disputado en este rincón del continente: un grupo descaradamente fácil para Colombia (Antioquia, Trinidad y Tobago y Ecuador) con un calendario diseñado para que fuera físicamente imposible que no llegara a disputar la final (la semifinal fue nuevamente contra Ecuador), las selecciones tradicionalmente poderosas del continente sin las figuras que todos anhelaban ver en ese momento y, para terminar, un arbitraje bastante cuestionado en el partido final en el Colombia derrotó 3-2 a la Uruguay de Víctor Púa.

Quienes dicen hablan mal de la Copa América de 2001 es porque no recuerdan la Copa de las Américas. Para torneos sobre medidas este. Sin duda.


El «Choco» Suarez en un pasaje del clásico del norte de Suramérica..

Juan Carlos Niño

Volante de marca bogotano de frondosa cabellera en sus inicios. Su trayectoria llama la atención por haber estado casi siempre en permanente declive.

La primera noticia que tuvo de él fue su convocatoria junto a Eddy Villarraga a la selección juvenil de Juan José Pelaez en 1988. Como buen bogotano su puesto en el onceno nacional no estaba en el gramado ni en la banca; fue en la tribuna donde, por más que lo intentó, no logró sobresalir. Años más tarde hizo parte de la selección preolímpica que consiguió en Paraguay el cupo a los olímpicos de Barcelona. Dos coincidencias marcaron ambas convocatorias: la primera, sólo pudo ser titular en un partido las dos veces contra Paraguay. La segunda, que llegada la hora de la convocatoria para el evento al que se había conseguido la clasificación: el mundial de Arabia y los olímpicos de Barcelona su nombre no apareció por ningún lado.

Como se advertía, en sus primeros años el joven Juan Carlos se perfilaba como una de las grandes promesas del fútbol bogotano de finales de la década de 1980. Su convocatoria al preolímpico de 1992 después de un final de temporada bastante aceptable en 1991 alimentó un poco más esa esperanza. Una campaña más bien mediocre en 1993 fue el primer presagio de lo que estaba por venir. Su rendimiento intermitente se tradujo entonces en una estadía de un año en Neiva, todos los gastos pagos, para jugar con el Huila al año siguiente. Fue en la tierra del Sanjuanero donde Juan Carlos cuajó la que sería su última temporada medianamente aceptable. De regreso a Millonarios en 1995 parecía, una vez más, que este iba a ser el año de su consolidación. La suerte, sin embargo, definitivamente no estaba de su lado y una lesión comenzando la temporada fue el final de lo que parecía ser su despegue definitivo. Tratando de hacerle un quite al destino, Juan Carlos decidió hacer historia y una vez se recuperó de la lesión se convirtió , junto con el vallecaucano Juan Pablo Arango, en el primer colombiano en incursionar en el fútbol chino. De su breve paso por oriente hay que rescatar la entrevista que en una anodina mañana sabatina le concedió a la siempre acuciosa Claudia Helena Hernández en el programa “Por los campos del deporte” de Antena 2. Después de agradecerle de todas las formas a Claudia Helena que lo hubiera llamado, la conversación entre periodista y futbolista aventurero adquirió tintes dramáticos: “dígale a mi familia que estoy vivo”, “no aguanto comerme una culebra más” se le escuchó decir.

Meses más tarde Juan Carlos regresaría para comenzar ahora si en serio un descenso que llegaría a niveles que ni el más pesimista se pudo haber imaginado. Su carrera los siguientes años se repartiría entre el Huila y Millonarios y se caracterizaría por el enorme cariño que por el profesó la tribuna. Limitado, sinsangre, torpe, burdo, son adjetivos que se quedan cortos a la hora de describir su magro desempeño en esas oscuras temporadas que le sirvieron sólo para consolidarse como un referente que nunca falta llegada la hora de hablar de los grandes troncos albiazules de los últimos años.

En 1999 tuvo lugar su último regreso a la escuadra embajadora cortesía de Luis Augusto García.
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