Omar Franco

Pocos, muy pocos, pueden contar una historia como la de Franco. Comenzó como tercer arquero de Millonarios a finales de la década de 1980. Un buen día, seguramente mientras planchaba el buzo número 22, le dijeron que tenía que ir esa noche al Campín a tapar contra Wanderers por la copa de 1988 ante la ida de Cousillas y la lesión del ya homenajeado Fabio «La Gallina» Calle. Omar debutó esa noche e inmediatamente se vio favorecido por esa ley natural del fútbol que dice que un suplente siempre será suplente, pero que a un tercer arquero el día que se le da la oportunidad siempre responderá. Su buen desempeño le permitió a Franco encargarse del arco azul durante el resto de la oscura temprada de 1988 que terminaría coronando al equipo albiazul, con Franco en el arco, campeón. El ícono de ese título fue justo la imagen de Omar arrodillado en la gramilla del metropolitano esperando a que terminara el partido en Bogotá. Dato adicional: para esa época era el arquero más jóven en salir campeón en Colombia.

Su descollante debut -al título se le añade que en sus 30 primeros partidos com profesional Millonarios no perdió- fue premiado con un puesto en la banca para 1989 año en que llegó Sergio Goycoechea a cuidar el arco azul. Suplente en 1989, retomó la titular en 1990 año en el que Millonarios no clasificó por primera vez en mucho tiempo a las finales. Al año siguiente fue a dar al banco del Nacional como suplente de Jose Fernando Castañeda. Al equipo verde llegó ante la ida de Higuita al Valladolid en donde debutó el el 18 de agosto contra el Once Philips cuando la titular jugaba en España un partido amistoso contra el Valladolid. En el equipo verde repetiría la performance que había mostrado en Millonarios: un día se le dio la oportunidad, la aprovechó y al final de año estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio con un 22 estampado en la espalda de su vistoso buzo violeta intenso. Su buen desempeño fue otra vez premiado con un cómo butaco en la banca del Atanasio para la temporada siguiente. Higuita había vuelto y no había Franco ni buzo violeta que valiera. De nada sirvió el chispazo que experimentó el 11 de abril de 1993 cuando le atajó un penal a Ricardo Chicho Pérez en un clásico montañero, cuando el partido iba 4-3 en favor de los verdes en tanto que el 21 de julio del mismo año, luego de una tunda 4-0 del Junior en Barranquilla, Omar perdió una vez más la titular con «Chepe» Castañeda, para no volver jamás.

Dos decepciones tan fuertes, tan seguidas y tan iguales habían minado ya irreversiblemente el espíritu de Franco. Deambuló después sin mayor suceso por el Tolima y el Santa Fe. Equipo en el que, luciendo un buzo a colorinches con el 30 en la espalda, tuvo su última y malograda oportunidad como profesional.

Con la colaboración de fusilero..

Gustavo Díaz

Más conocido como el «crédito de Honda», este delantero protagonizó a finales de la década de 1990 una sucesión de exóticas excursiones en el exterior.

Despuntó en la delantera del Cóndor a mediados de la década de 1990 lo que le valió engrosar en 1995 una delantera santafereña que aún no se reponía por la reciente partida del «Tren» Valencia. Nunca mostró mayor cosa pese a las múltiples oportunidades con que contó. Para verdades, los números: 14 goles en 75 partidos, Mejor quizás que Jeffrey, Penayo o Liberman pero no lo suficiente como para que el estadio de Honda llevara su nombre. Hasta acá, nada extraordinario ni paranormal. Lo que llama la atención en la carrera de este modesto delantero son las dos incursiones que registra (también entre 1995 y 1998) en el fútbol europeo. En efecto, todo parece indicar que este jugador, a diferencia de otros, conoció la fórmula para ganarse el cariño del entonces mayor accionista de Santa Fe Cesar Villegas. En últimas hizo bien Gustavo. En lugar de dedicar su tiempo libre a perfeccionar aspectos de su fundamentación o de su técnica con el balón quiso más bien dedicar este tiempo a ganarse los afectos de don César. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que había tomado la decisión correcta: sin mayores argumentos futbolísticos jugó algunos partidos en la liga griega (en el Ethnikos de El Pireo) y pudo tomarse sendas fotos en el Partenón y en las playas de Mykonos para envidia de los compañeros suyos que creyeron que quedarse después de los entrenos era el secreto para llegar a Europa.

Años más tarde, en el primer semestre de 2001, cuando el Cheché Hernández y Samuel Calderón llegaron al verde con una constelación de estrellas detrás: Martín Zapata, Néstor Salazar, Jorge Salcedo, entre otros.

A llegar se le escuchó decir: “Nacional es un equipo grande, con jugadores de mucha categoría y vengo con la intención de triunfar”, sentenció con la tranquilidad de tener sus derechos deportivos en la mano.

Poco tiempo después debió salir por la puerta de atrás con rumbo a Pasto en dónde tampoco supo darle motivos a los concejales de Honda para que impulsaran lo del cambio del nombre al estadio. Su último intento fue en el Chicó, cuando este equipo militaba en la primera B.

Con la colaboración de fusilero..

Juan Reyes

“Un tal Juan Reyes” bien podría haber sido el título de este homenaje. Pedro Pérez, perdón, Juan Reyes llegó de Buenaventura a las inferiores de Millonarios a comienzos de la década de 1990. Después de una que otra asomada por la profesional, 1994 parecía ser el año de su consagración. En una gira de preparación que hizo Millonarios por el Ecuador su nombre comenzó a anunciarse como la gran revelación de la temporada gracias a un par de goles que consiguió en dicho periplo. Estos presagios parecían confirmarse cuando en el primer partido de la temporada fue uno de los anotadores en la victoria 2-1 de Millonarios contra América en Cali. Pocos se imaginaron que el que parecía ser el despertar de su carrera fue en realidad su punto más alto. Después de ese partido, Juan no volvió a figurar por ningún lado. Ocasionales apariciones sobre el final de los partidos fue todo el balance de la temporada. Se le dio una oportunidad más en 1995 que sólo sirvió para confirmar que esos primeros meses de 1994 se habían ido para no volver.

Incursionó después en el fútbol centroamericano sin generar mayor revuelo.
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José Luis "Mojado" Córdoba

Si usted es delantero, juega en el Nacional de Bolillo de principios de los 90, y tiene por delante a Víctor Aristizábal, Faustino Asprilla, Ómar Cañas y John Jairo Tréllez, si llega a pisar la cancha se tiene que dar por satisfecho. Es más, si llega a jugar en más de un partido puede estar pletórico de alegría. Ojo, que si marcó un gol puede ser merecedor a un tributo. Por eso nadie se explica el triste desenlace de José Luis Mojado Córdoba.

Nacido en Chocó, como muchos de los pelaos que se probaban en Nacional, Córdoba despuntó en el equipo de la Liga Antioqueña en 1989, pero la constelación de estrellas, más unos suplentes en pleno auge, hicieron que José Luis fuera relegado a seguir entre los niños. Por eso las directivas de Nacional, en cabeza de Sergio Naranjo, decidieron que un buen hogar para el Mojado era Venezuela. Allí jugó para el Unión Atlético Táchira, (hoy, tras muchas vueltas, Deportivo Táchira), con el que estuvo un par de temporadas con éxito relativo.

En 1992, el Mojado volvió a Nacional, cuando en la formación inicialista despuntaban los jóvenes Aristizábal y Asprilla. No obstante, el 29 de marzo, el Mojado debutó en un partido ante Pereira, y como no, en una cancha mojada.

Tocado por la vara bendita de la Libertadores, Nacional debió afrontar el torneo local con una nómina alterna. Por esto, entre los suplentes sobresalió el apellido Córdoba, jugando 13 partidos y convirtiendo tres goles (menos juegos que Leonardo Fabio Moreno en el semestre 2005-II y con el triple de anotaciones).

Pero, cuando los goles empezaron a escasear, otros juveniles fueron llamados al equipo profesional, entre ellos el lesionado Julián Vásquez, y los siempre promesas Robert Serna, Wílmar Moreno y un tal Géner Orejuela, hombre que desapareció del mundo tan rápido como de la memoria de los hinchas.

Para 1993, Nacional contrató tres grandes delanteros: Carlos Zúñiga, Juan Carlos “Paolo” Rodríguez y Alirio “Marinillo” Serna, con tan grandes condiciones, que seguramente, éste trío tendrá su espacio en el Bestiario.

Al Mojado le tocó rondar, de nuevo, por el ingrato fútbol veneco, así como por algunos clubes nacionales, donde no tuvo mucha suerte.
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Arley Dinas en Boca

Rodeado de un cierto aire de clandestinidad, el paso de Arley Dinas por Boca ocupa un lugar indiscutido en el top 3 de las incursiónes exóticas de colombianos en el exterior. Contrario a lo que sucede la mayoría de las veces, Arley Dinas no llegó a Boca ni cuando su carrera apenas comenzaba, ni como resultado de una millonaria transferencia, ni con la atención de todo el país futbolístico puesta sobre él, ni mucho menos pensando en una futura transferencia a Europa. No, Dinas llegó en el segundo semestre del 2002 al Boca de Tabarez en silencio, a última hora, prestado gratis y cuando su carrera ya daba señas de estar en franco declive. Se rumora que su llegada a Boca fue resultado de una noche de tragos en la que algún advenedizo osó poner en duda la omnipotencia de su empresario. Quienes sostienen esta versión aseguran también que el diálogo de aquella noche transcurrió más o menos de la siguiente forma: «¿ah si? dígame un jugador de los míos que ya esté de salida, bien limitado…», «¿Dinas? Listo, va a ver que mañana mismo se lo pongo en Boca».

Como resultado de esta ingenua provocación el club de la riviera contó con los servicios de Dinas en dos partidos de la Copa Suramericana (ambos contra Gimnasia y Esgrima de La Plata). Dos partidos que sirvieron sólo para que la parcial xeneize desempolvara el recuerdo de Tréllez y no el de Bermúdez o el de Bermúdez y para que pocas semanas más tarde Arley saliera de Boca por la puerta de atrás. La misma por la que ingresó.

Con la colaboración de Enunabaldosa..

Freddy Bogotá

Recio y limitado defensa central que llegó a Millonarios para el segundo semestre de 1995 en compañía de Hector Valoyes provenientes ambos del extinto Alianza Llanos.

Por esas cosas que pasan en Millonarios incluso desde antes de su llegada a Freddy ya le tenían separado su lugar en la zaga albiazul en donde comenzó haciendo pareja con otro derrochador de talento y filigrana: Rodolfo Rosero. Después de su debut, Bogotá se mantuvo como titular durante casi todo el semestre sin llegar a mostrar nada diferente a una rudeza que no le alcanzaba para compensar sus limitaciones técnicas. Pese a esto, como suele suceder con todos estos jugadores que de un día para otro surgen casi de la nada, no muestran casi nada e inexplicablemente se sostienen partido tras partido en la titular, Freddy necesitó de más de 20 partidos para demostrar que su sólo apellido no era suficiente para encariñar a la hinchada.

Afortunadamente, con los jugadores de este perfil no hay lugar para términos medios: la suplencia no era una alternativa para él. Fue así como terminado el semestre Freddy desapareció de la alineación y pese a que se mantuvo en el plantel que en junio saldría subcampeón no volvió a saber de concentraciones. Debió entonces resignarse al consuelo de aparecer en la foto oficial del subcampeonato y de paso en las de todos los eventos que tuvieron lugar con motivo de los cincuenta años que para ese entonces conmemoraba Millonarios.

Regresó a mediados de 1996 a Alianza Llanos con un álbum de fotos bajo el brazo. Después, se perdió su rastro en la espesura de la B. .

Luis Landaburu

¿Cómo explicar el fenómeno Landaburu? se diría, como cuando se hablaba en el programa “Punto de encuentro con lo desconocido” de yetis y ovnis. Es que el argentino no era malo en realidad, pero cada jornada se comía de a cinco goles por partido.

Landaburu, que en Argentina había estado bajo los tres palos de dos equipos grandes como River Plate y Vélez Sarsfield, llegó a Colombia al Cúcuta como primer destino, en busca de algunos pesos y de la fama que le fue esquiva en su país. Después, cada vez que el Bucaramanga jugaba, Landaburu detenía espectacularmente no menos de 15 pelotas claras de gol, pero por obra y gracia de algunos errores propios y de compartir zaga con Miller Cuesta, los “micos” García y Miguel “el Fercho” González, era el blanco perfecto de los atacantes adversarios.

Cansado de estar atajando en vano, se regresó a su país. Después de su retiro tuvo momentos muy difíciles e incluso tuvo que destinar los últimos ahorros que le había dejado el fútbol para comprar un taxi con el que trabajaba en Buenos Aires. Hasta hace poco trabajaba en las divisiones inferiores de River Plate.
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Carlos Humberto "Jabalí" Rodríguez

Su destino estaba marcado para hacer goles y goles con la camiseta VERDE Y BLANCA, con ninguna otra. Pero este hombre, apodado el Jabalí, nunca vistió el uniforme de Nacional.

Carlos Humberto Rodríguez es uno de los muchos productos de la prensa antioqueña, que todavía sin despuntar en el profesionalismo, ya era uno de los mejores hombres en los clubes paisas. Nacido en el barrio Castilla, cuna de René Higuita y sede de la cancha El Maracanazo, el Jabalí creció haciendo goles como brasileño. Fue goleador de una selección juvenil antioqueña, donde compartía equipo con Daniel Vélez y Carlos Ignacio Canacho Vélez, dos glorias de los peladeros paisas. Los goles con la VERDE Y BLANCA de Antioquia le valieron el paso al Poderoso DIM.

Allí debutó el 14 de julio de 1992, en un partido amistoso frente a la Selección Colombia Preolímpica, aquella que fracasó en los Juegos de Barcelona (Récord Guinnes de fracasados en una cancha). Al minuto 25 entró y 30 minutos después, en la segunda mitad, el Jabalí tiró un centro con tan buena suerte que se le coló a Miguel Calero para el mejor gol de la noche. «Un futuro promisorio», auguró el periódico El Mundo. «El mejor de la noche», sentenció El Colombiano. Le cayó la sal.

En el mismo año, Carlos Humberto sólo jugó nueve partidos más, cinco como titular, con un sólo gol anotado, frente al Pereira. Se acabó la temporada, el DIM no hizo nada y llegó, para el 2003, Luis Augusto Chiqui García, con un resultado más que predecible.

El «Chiqui» se deshizo de todos los jóvenes y trajo a sus «juveniles» Rubén Darío Hernández, Óscar Juárez, Carlos Gambeta Estrada, y como no, a su hijo Luis Alberto, todavía un pipiolo.

Al Jabalí sólo le quedó perderse en el bosque del fútbol aficionado, para volver a despuntar en 1995 con la VERDE Y BLANCA, pero no de Nacional ni de Cali… ni siquiera del Quindío… fue del fabuloso Deportivo Antioquia.
En el verde se desquitó y fue el goleador del equipo, que no descendió, pues no había otra categoría más abajo. El Jabalí volvió al Maracaná, pero de Castilla, a seguir con los rodillones.

El mundo del fútbol ya tenía a su «Pantera» Tréllez, a su «Tigre» Gareca, a su «León» Villa, del verde. No necesitaba de un «jabalí»… Hoy se desconoce de su paradero..

Eduardo Calderón

No era nuestra intención, lo prometemos, pero otra vez un homenaje nos obliga a tocar el bendito tema del Deportivo Cali y sus arqueros. El responsable en esta ocasión es Eduardo Calderón, arquero de la selección Colombia sub17 campeona suramericana en Armenia en 1993. Calderón, junto a otros malogrados como Pana, Velasco, Oliveros y Madrid fue una de las grandes figuras del equipo de «Basilico» Gonzalez que opacó incluso al Brasil de un jovencito que su sola presencia reclamaba a gritos un ortodoncista: un tal Ronaldo Nazario de Lima. Una vez coronados campeones se indagó, como es la costumbre, un poco

más sobre estas jóvenes promesas. Fue entonces cuando se supo que Calderón provenía de la escuela del Deportivo Cali. Campeón suramericano, de la misma escuela de Calero, Mondragón y Córodoba, Eduardo tenía todo para descollar en el arco verde desde muy temprana edad. Sin embargo, quienes hacían estas cándidas predicciones no contaban con que el Cali es el Cali y que tradicionalmente ha sido escenario de los más rocambolescos episodios. En efecto, poco tiempo después de su éxito con la sub17 a Eduardo se le informó que su baja estatura (1.72) no le garantizaba ningún futuro bajo los tres palos. Eduardo, resignado, seguramente buscó la vieja libreta con los teléfonos de Pana, Madrid y Oliveros para así ahogar juntos las penas. .

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Pablo Casquete

Con un apellido que evoca el fragor del combate, hay que decir que junto a Manuel Galarcio en el Bucaramanga de finales de la década de 1990 se encargó de transformar muchos partidos en pequeñas reconstrucciones de célebres batallas. Ambos hicieron historia dentro y fuera de las canchas siendo temidos tanto por delanteros contrarios como por vecinos, comerciantes y autoridades de la ciudad de los parques.

Fruto de la cantera de Boca Juniors de Cali, Casquete llegó al profesionalismo en el Bucaramanga a mediados de la década de 1990 siempre de la mano de Galarcio viviendo verdaderos días dorados a su lado en la zaga canaria.No obstante, el destino pronto los separó; Galarcio

partió al Nacional y Casquete al Junior. Mientras el primero logró a punta de vulgar ramplonería cuajar una carrera con convocatoria a la selección, paso por el fútbol mexicano y espectáculos de quinta como el protagonizado en el 2004 liderando la zaga del Valledupar, la carrera de Casquete se fue dilantando a pasos agigantados como la de Felipe cuando fue abandonado por Emeterio. Una vez salió del Bucaramanga, tuvo un paso discreto por el Junior y llegó después a Santa Fe en donde dejó algo de huella por su limitada técnica y su excesiva belicosidad. Él último registro confiable que se tiene de él es el de su regreso al Bucaramanga en el segundo semestre de 2001. Se sabe que tuvo un paso reciente por la primera B. Su trayectoria permite vaticinar que hoy en día lidera la zaga de algún equipo salvadoreño..

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