Nelson “La Piraña” Díaz

Este es otro de tantos futbolistas que le debe su fama al sobrenombre. Tal vez quienes lo superaron en este rubro fueron Guillermo “Manimal” Cortés y Hernán “Chichigua” García y caso curioso, los tres eran delanteros y, para completar, de mínima eficacia.

Pues “Piraña” no era un habitual invitado a las secciones de los goles más destacados o los más espectaculares. Era más bien protagonista de la sección de bloopers que conducía Eucario Bermúdez en Noticias Uno.

Aunque no se puede ser tan duro con “Piraña” y su frondoso bozo juvenil, que mantuvo la mayor parte de su trayectoria. Una vez, en una fecha donde apenas se registraron cuatro o cinco goles en el primer semestre de 1990, Díaz por fin fue premiado con el “Gol Conavi de la fecha”, reconocimiento encomiable y sin ninguna bonificación más que la del mérito de aparecer en horario triple A los domingos en Noticias Uno, en la sección deportiva que presentaba en esos tiempos Hernán Peláez.

Lo triste fue el gol de Díaz. “Piraña” pateó al arco, el balón pegó en la base del vertical izquierdo y rebotó en la espalda de Jorge Leyva, arquero del Pereira. Gol más feo no podía existir, pero las otras anotaciones de la jornada habían sido de penal.

Después de fracasar rutilantemente en Bucaramanga, Cali, Caldas y otros conjuntos, queda la incertidumbre: tal vez si se hubiera afeitado esos vellos, ese pseudobigote, hubiera tenido la misma suerte de Mario Kempes en el mundial del ´78 que luego de quitarse el mostacho tras tres partidos sin marcar, fue el goleador de ese mundial.
.

Luis Cubilla

De dilatada trayectoria como entrenador de Olimpia, Nacional de Uruguay, Defensor Sporting, Newell´s Old Boys, Peñarol, Danubio, Guaraní, Cerro Porteño, Libertad, Sol de América, River Plate, Talleres de Córdoba, Racing Club, Nacional de Medellín, la selección uruguaya de fútbol entre otros y Comunicaciones de Guatemala, escribió una de las historias de pillaje más recordadas en Colombia. (su peregrinar demuestra que es bastante hábil a la hora de engañar dirigentes)

El recién ascendido Centauros de Villavicencio decidió echar la casa por la ventana y su lema era llegar a las posiciones más altas del fútbol suramericano, incluso, hasta a jugar en Tokio la Copa Intercontinental de Clubes. Los dirigentes llamaron al múltiple campeón de Copa Libertadores con Olimpia para que dirigiera los destinos de los llaneros y el viejo Cubilla se unió a la disciplina de los celestes durante poco menos de un mes, cuando, fugazmente, despareció con 30.000 dólares que había cobrado por anticipado. Al final Centauros regresó a segunda división.

Una anécdota que lo pinta de cuerpo entero la contó el “Piojo” López, dirigido suyo en Racing: “Cuando entré al vestuario Cubilla me puteó diciéndome “López, ¡qué carajo hace usted jugando de 3!”. Yo le respondí: “Pero si usted me dijo que jugara allí”.

.

Buzo a rayas de Carlos Leonel Trucco

Fue un pionero Trucco. A finales de la década de 1980 y a comienzos de la década de 1990 se inmortalizó gracias a este peculiar diseño que más parece una camiseta de algodón tipo polo manga larga referencia “prisionero”. No hay que olvidar que esta era una época en la que los arqueros solían conformarse con el buzo que llegaba como parte de la dotación que compraba el equipo, no había llegado todavía la época de la vanguardia en la moda de las piolas. El caso es que algo debía tener el argentino nacionalizado boliviano con este diseño, pues a todos lados donde iba se limitaba a pedirle a su mujer antes de comenzar cada temporada que le descosiera el escudo viejo para ponerle el del equipo al que recién había llegado. .

Omar Franco

Pocos, muy pocos, pueden contar una historia como la de Franco. Comenzó como tercer arquero de Millonarios a finales de la década de 1980. Un buen día, seguramente mientras planchaba el buzo número 22, le dijeron que tenía que ir esa noche al Campín a tapar contra Wanderers por la copa de 1988 ante la ida de Cousillas y la lesión del ya homenajeado Fabio «La Gallina» Calle. Omar debutó esa noche e inmediatamente se vio favorecido por esa ley natural del fútbol que dice que un suplente siempre será suplente, pero que a un tercer arquero el día que se le da la oportunidad siempre responderá. Su buen desempeño le permitió a Franco encargarse del arco azul durante el resto de la oscura temprada de 1988 que terminaría coronando al equipo albiazul, con Franco en el arco, campeón. El ícono de ese título fue justo la imagen de Omar arrodillado en la gramilla del metropolitano esperando a que terminara el partido en Bogotá. Dato adicional: para esa época era el arquero más jóven en salir campeón en Colombia.

Su descollante debut -al título se le añade que en sus 30 primeros partidos com profesional Millonarios no perdió- fue premiado con un puesto en la banca para 1989 año en que llegó Sergio Goycoechea a cuidar el arco azul. Suplente en 1989, retomó la titular en 1990 año en el que Millonarios no clasificó por primera vez en mucho tiempo a las finales. Al año siguiente fue a dar al banco del Nacional como suplente de Jose Fernando Castañeda. Al equipo verde llegó ante la ida de Higuita al Valladolid en donde debutó el el 18 de agosto contra el Once Philips cuando la titular jugaba en España un partido amistoso contra el Valladolid. En el equipo verde repetiría la performance que había mostrado en Millonarios: un día se le dio la oportunidad, la aprovechó y al final de año estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio con un 22 estampado en la espalda de su vistoso buzo violeta intenso. Su buen desempeño fue otra vez premiado con un cómo butaco en la banca del Atanasio para la temporada siguiente. Higuita había vuelto y no había Franco ni buzo violeta que valiera. De nada sirvió el chispazo que experimentó el 11 de abril de 1993 cuando le atajó un penal a Ricardo Chicho Pérez en un clásico montañero, cuando el partido iba 4-3 en favor de los verdes en tanto que el 21 de julio del mismo año, luego de una tunda 4-0 del Junior en Barranquilla, Omar perdió una vez más la titular con «Chepe» Castañeda, para no volver jamás.

Dos decepciones tan fuertes, tan seguidas y tan iguales habían minado ya irreversiblemente el espíritu de Franco. Deambuló después sin mayor suceso por el Tolima y el Santa Fe. Equipo en el que, luciendo un buzo a colorinches con el 30 en la espalda, tuvo su última y malograda oportunidad como profesional.

Con la colaboración de fusilero..

Gustavo Díaz

Más conocido como el «crédito de Honda», este delantero protagonizó a finales de la década de 1990 una sucesión de exóticas excursiones en el exterior.

Despuntó en la delantera del Cóndor a mediados de la década de 1990 lo que le valió engrosar en 1995 una delantera santafereña que aún no se reponía por la reciente partida del «Tren» Valencia. Nunca mostró mayor cosa pese a las múltiples oportunidades con que contó. Para verdades, los números: 14 goles en 75 partidos, Mejor quizás que Jeffrey, Penayo o Liberman pero no lo suficiente como para que el estadio de Honda llevara su nombre. Hasta acá, nada extraordinario ni paranormal. Lo que llama la atención en la carrera de este modesto delantero son las dos incursiones que registra (también entre 1995 y 1998) en el fútbol europeo. En efecto, todo parece indicar que este jugador, a diferencia de otros, conoció la fórmula para ganarse el cariño del entonces mayor accionista de Santa Fe Cesar Villegas. En últimas hizo bien Gustavo. En lugar de dedicar su tiempo libre a perfeccionar aspectos de su fundamentación o de su técnica con el balón quiso más bien dedicar este tiempo a ganarse los afectos de don César. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que había tomado la decisión correcta: sin mayores argumentos futbolísticos jugó algunos partidos en la liga griega (en el Ethnikos de El Pireo) y pudo tomarse sendas fotos en el Partenón y en las playas de Mykonos para envidia de los compañeros suyos que creyeron que quedarse después de los entrenos era el secreto para llegar a Europa.

Años más tarde, en el primer semestre de 2001, cuando el Cheché Hernández y Samuel Calderón llegaron al verde con una constelación de estrellas detrás: Martín Zapata, Néstor Salazar, Jorge Salcedo, entre otros.

A llegar se le escuchó decir: “Nacional es un equipo grande, con jugadores de mucha categoría y vengo con la intención de triunfar”, sentenció con la tranquilidad de tener sus derechos deportivos en la mano.

Poco tiempo después debió salir por la puerta de atrás con rumbo a Pasto en dónde tampoco supo darle motivos a los concejales de Honda para que impulsaran lo del cambio del nombre al estadio. Su último intento fue en el Chicó, cuando este equipo militaba en la primera B.

Con la colaboración de fusilero..

Juan Reyes

“Un tal Juan Reyes” bien podría haber sido el título de este homenaje. Pedro Pérez, perdón, Juan Reyes llegó de Buenaventura a las inferiores de Millonarios a comienzos de la década de 1990. Después de una que otra asomada por la profesional, 1994 parecía ser el año de su consagración. En una gira de preparación que hizo Millonarios por el Ecuador su nombre comenzó a anunciarse como la gran revelación de la temporada gracias a un par de goles que consiguió en dicho periplo. Estos presagios parecían confirmarse cuando en el primer partido de la temporada fue uno de los anotadores en la victoria 2-1 de Millonarios contra América en Cali. Pocos se imaginaron que el que parecía ser el despertar de su carrera fue en realidad su punto más alto. Después de ese partido, Juan no volvió a figurar por ningún lado. Ocasionales apariciones sobre el final de los partidos fue todo el balance de la temporada. Se le dio una oportunidad más en 1995 que sólo sirvió para confirmar que esos primeros meses de 1994 se habían ido para no volver.

Incursionó después en el fútbol centroamericano sin generar mayor revuelo.
.

José Luis "Mojado" Córdoba

Si usted es delantero, juega en el Nacional de Bolillo de principios de los 90, y tiene por delante a Víctor Aristizábal, Faustino Asprilla, Ómar Cañas y John Jairo Tréllez, si llega a pisar la cancha se tiene que dar por satisfecho. Es más, si llega a jugar en más de un partido puede estar pletórico de alegría. Ojo, que si marcó un gol puede ser merecedor a un tributo. Por eso nadie se explica el triste desenlace de José Luis Mojado Córdoba.

Nacido en Chocó, como muchos de los pelaos que se probaban en Nacional, Córdoba despuntó en el equipo de la Liga Antioqueña en 1989, pero la constelación de estrellas, más unos suplentes en pleno auge, hicieron que José Luis fuera relegado a seguir entre los niños. Por eso las directivas de Nacional, en cabeza de Sergio Naranjo, decidieron que un buen hogar para el Mojado era Venezuela. Allí jugó para el Unión Atlético Táchira, (hoy, tras muchas vueltas, Deportivo Táchira), con el que estuvo un par de temporadas con éxito relativo.

En 1992, el Mojado volvió a Nacional, cuando en la formación inicialista despuntaban los jóvenes Aristizábal y Asprilla. No obstante, el 29 de marzo, el Mojado debutó en un partido ante Pereira, y como no, en una cancha mojada.

Tocado por la vara bendita de la Libertadores, Nacional debió afrontar el torneo local con una nómina alterna. Por esto, entre los suplentes sobresalió el apellido Córdoba, jugando 13 partidos y convirtiendo tres goles (menos juegos que Leonardo Fabio Moreno en el semestre 2005-II y con el triple de anotaciones).

Pero, cuando los goles empezaron a escasear, otros juveniles fueron llamados al equipo profesional, entre ellos el lesionado Julián Vásquez, y los siempre promesas Robert Serna, Wílmar Moreno y un tal Géner Orejuela, hombre que desapareció del mundo tan rápido como de la memoria de los hinchas.

Para 1993, Nacional contrató tres grandes delanteros: Carlos Zúñiga, Juan Carlos “Paolo” Rodríguez y Alirio “Marinillo” Serna, con tan grandes condiciones, que seguramente, éste trío tendrá su espacio en el Bestiario.

Al Mojado le tocó rondar, de nuevo, por el ingrato fútbol veneco, así como por algunos clubes nacionales, donde no tuvo mucha suerte.
.

Arley Dinas en Boca

Rodeado de un cierto aire de clandestinidad, el paso de Arley Dinas por Boca ocupa un lugar indiscutido en el top 3 de las incursiónes exóticas de colombianos en el exterior. Contrario a lo que sucede la mayoría de las veces, Arley Dinas no llegó a Boca ni cuando su carrera apenas comenzaba, ni como resultado de una millonaria transferencia, ni con la atención de todo el país futbolístico puesta sobre él, ni mucho menos pensando en una futura transferencia a Europa. No, Dinas llegó en el segundo semestre del 2002 al Boca de Tabarez en silencio, a última hora, prestado gratis y cuando su carrera ya daba señas de estar en franco declive. Se rumora que su llegada a Boca fue resultado de una noche de tragos en la que algún advenedizo osó poner en duda la omnipotencia de su empresario. Quienes sostienen esta versión aseguran también que el diálogo de aquella noche transcurrió más o menos de la siguiente forma: «¿ah si? dígame un jugador de los míos que ya esté de salida, bien limitado…», «¿Dinas? Listo, va a ver que mañana mismo se lo pongo en Boca».

Como resultado de esta ingenua provocación el club de la riviera contó con los servicios de Dinas en dos partidos de la Copa Suramericana (ambos contra Gimnasia y Esgrima de La Plata). Dos partidos que sirvieron sólo para que la parcial xeneize desempolvara el recuerdo de Tréllez y no el de Bermúdez o el de Bermúdez y para que pocas semanas más tarde Arley saliera de Boca por la puerta de atrás. La misma por la que ingresó.

Con la colaboración de Enunabaldosa..

Freddy Bogotá

Recio y limitado defensa central que llegó a Millonarios para el segundo semestre de 1995 en compañía de Hector Valoyes provenientes ambos del extinto Alianza Llanos.

Por esas cosas que pasan en Millonarios incluso desde antes de su llegada a Freddy ya le tenían separado su lugar en la zaga albiazul en donde comenzó haciendo pareja con otro derrochador de talento y filigrana: Rodolfo Rosero. Después de su debut, Bogotá se mantuvo como titular durante casi todo el semestre sin llegar a mostrar nada diferente a una rudeza que no le alcanzaba para compensar sus limitaciones técnicas. Pese a esto, como suele suceder con todos estos jugadores que de un día para otro surgen casi de la nada, no muestran casi nada e inexplicablemente se sostienen partido tras partido en la titular, Freddy necesitó de más de 20 partidos para demostrar que su sólo apellido no era suficiente para encariñar a la hinchada.

Afortunadamente, con los jugadores de este perfil no hay lugar para términos medios: la suplencia no era una alternativa para él. Fue así como terminado el semestre Freddy desapareció de la alineación y pese a que se mantuvo en el plantel que en junio saldría subcampeón no volvió a saber de concentraciones. Debió entonces resignarse al consuelo de aparecer en la foto oficial del subcampeonato y de paso en las de todos los eventos que tuvieron lugar con motivo de los cincuenta años que para ese entonces conmemoraba Millonarios.

Regresó a mediados de 1996 a Alianza Llanos con un álbum de fotos bajo el brazo. Después, se perdió su rastro en la espesura de la B. .

Luis Landaburu

¿Cómo explicar el fenómeno Landaburu? se diría, como cuando se hablaba en el programa “Punto de encuentro con lo desconocido” de yetis y ovnis. Es que el argentino no era malo en realidad, pero cada jornada se comía de a cinco goles por partido.

Landaburu, que en Argentina había estado bajo los tres palos de dos equipos grandes como River Plate y Vélez Sarsfield, llegó a Colombia al Cúcuta como primer destino, en busca de algunos pesos y de la fama que le fue esquiva en su país. Después, cada vez que el Bucaramanga jugaba, Landaburu detenía espectacularmente no menos de 15 pelotas claras de gol, pero por obra y gracia de algunos errores propios y de compartir zaga con Miller Cuesta, los “micos” García y Miguel “el Fercho” González, era el blanco perfecto de los atacantes adversarios.

Cansado de estar atajando en vano, se regresó a su país. Después de su retiro tuvo momentos muy difíciles e incluso tuvo que destinar los últimos ahorros que le había dejado el fútbol para comprar un taxi con el que trabajaba en Buenos Aires. Hasta hace poco trabajaba en las divisiones inferiores de River Plate.
.