
Tomador de mate en sus ratos libres, que eran bastantes, Barán llegó a Colombia en tiempos de mercancía de contrabando que pasaba a Cúcuta por la frontera de San Antonio del Táchira. Aunque nacido en Uruguay y con alguna trayectoria en selecciones juveniles de su país, se instaló en la capital de Norte de Santander tan fácil como los chocolates Boston de Savoy, las waffer Amor o el queso Frico.
Para los motilones anotó pocos tantos y fue uno de los refuerzos más criticados en su tiempo, por su escasa efectividad y confesa inoperancia dentro de un equipo de fútbol. Se regresó a su país después de ese 1986, pero quiso tomar revancha en 1991, cuando inexplicablemente Independiente Santa Fe lo llevó a sus filas.
Como era de esperarse el destino de Barán fue la banca de suplentes de ese equipo que estaba dirigido por Jorge Luis Pinto. Pero tuvo un flash que lo convirtió por héroe en una noche. Los santafereños precisaban vencer
al Bucaramanga en El Campín para conseguir su cupo dentro de los ocho mejores. El juego iba 0-0 y faltaban 60 segundos para que la eliminación cardenal fuera una realidad.
Y en el Minuto de Dios, un centro rastrero de Adolfo Valencia fue conectado por el uruguayo, que salió en andas del estadio, luego de haber sido puteado en todos los idiomas durante el año. La dicha no duró mucho y volvió a su abulia goleadora. En el último juego de ese cuadrangular final le quitó el chance al Junior de ir a Copa Libertadores con dos goles, llenos de torpeza, pero suficientes para que los barranquilleros se devolvieran a su ciudad pensando que Barán, el que no habían visto los dirigentes santafereños, también los había engañado (de otra manera, claro está) a ellos.
Su carrera se resume en dos pasos por Peñarol y tres por Rentistas además de una dilatada trayectoria en Bella Vista, Defensor, Progreso, Toshiba (Japón), Racing de Montevideo, Basáñez, Everton (Chile) y Real España (Honduras)
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