Oscar Bolaño

Con un semblante parecido al de su hermano Jorge, Oscar es casi el arquetipo de nuestra categoría «la genética se equivocó». Llegó a Millonarios muy jóven a finales de 1995 gracias a las estrechas y extrañas relaciones que el gerente deportivo azul de aquel entonces sostenía con el presidente del efímero Unicosta (cualquier hincha del Pereira puede documentar esta conexión). La hinchada azul esperó pacientemente durante varias temporadas el debut del hermano de Jorge con la ilusión que tuviera por lo menos la mitad de las condiciones de su hermano o de su padre. Pasó el tiempo y el debut nunca llegó. En una de las tantas «podas» que se han hecho en Millonarios en los últimos años, Oscar (sin haber estado siquiera concentrado) Oscar fue uno de los damnificados. Debutó finalmente en el Unicosta en donde comenzó una intrascendente trayectoria que lo llevó también al Quindio y al Unión comprobando que, sin duda, él le salió a la mamá y Jorge al papá..

Fútbol colombiano, chamo

De todo le ha pasado al glorioso Cúcuta Deportivo. A finales de los 80 y comienzos de los 90 anduvo errante por diferentes plazas buscando calor y abrigo. El calor, sin duda, lo encontró en Girardot (Cundinamarca) donde jugó algunos partidos, pero no halló abrigo. Sólo y desamparado decidió, en un acto de desespero, buscar fortuna más allá de las fronteras. Fue entonces cuando decidió, a comienzos de 1991, instalarse en San Antonio del Tachira, Venezuela. Esto permitió el hermano país fue sede de algunos partidos del torneo profesional colombiano, como lo demuestra este recorte de la Revista Millos de febrero-marzo de ese año escribiendose así una página más de las excentricidades de nuestro querido rentado..

Rubiel Quintana

Seguramente por una de esas patologías de nuestro fútbol siempre que un técnico de la selección se decide a mirar a un equipo que no sea de los tradicionales «grandes» termina conovocando de a dos jugadores (seguramente para que se puedan defender mejor de la burla y la mofa de jugadores que han contado con mejor suerte, vaya uno a saber). Estas parejas tienden a quedarse grabadas en la memoria del aficionado de tal forma que después de un tiempo es imposible referirse a uno de sus integrantes sin que de forma inconsciente se haga la asociación y se termine, a los pocos segundos, preguntando por la vida del otro. Ejemplo de esto son Oswaldo Santoya y Néstor Ortiz del Once Caldas; Arley Dinas y Gonzalo Martínez del Tolima y Óscar Díaz y Rubiel Quintana del Cortuluá.

En este caso, la suerte le sonrió primero a Rubiel cuando fue convocado a la selección que disputó la Copa América de Paraguay 99 en donde se le puso ese rótulo maldito que tantas promesas se ha llevado: «el lateral (el defensa, el volante) del futuro». Su carrera después de la Copa iba en franco ascenso: fue transferido al América de Cali en donde siguió siendo llamado a la selección (preolímpico 2000, eliminatorias 2000). Después de un breve paso por el Cali, no tardó en ascender el primer escalón de una trayectoria que todos esperaban que terminaría en algún equipo de la Premier League. Fue así como en 2001 firmó con Belgrano de Córdoba. Y fue en tierras cordobesas donde comenzó su desgracia esta vez en forma de fractura de tibia y peroné. Recuperado de la lesión llegó a Millonarios en el segundo semestre de 2002 en donde se reencontró con Oscar Díaz. Después de un prometedor comienzo desempeñandose como delantero rápidamente se fue apagando y terminó licenciado por bajo rendimiento (habiendo jugadores con renimiento mucho más bajo que el suyo). En 2003 lo acogió el recién ascendido y exótico Centauros de Villavicencio. Fue el juvenil de un equipo que creyó firmemente en eso de que «la sabiduría la dan los años» conformando para ese año una verdadera selección con lo más selecto de la veteranía canchera colombiana. Del equipo llanero también salió por la puerta de atrás y decidió entonces probar suerte en Turquía. Las versiones sobre su paso por está liga son un tanto confusas, unos aseguran que militó en el Bursaspor, otros que en el Rizespor, lo único cierto es que en el Bursaspor, en el Rizespor o en el Tapitaspor, su paso por Turquía fue intascendente. Su caída libre lo llevó a tocar fondo en el primer semestre de 2004 cuando se metió en líos con la justicia. Una vez aclarados, el Huila lo acogió para el segundo semestre. En Neiva pareció retomar algo del nivel de antaño y esto le valió su paso al… Envigado. Cumplió con una campaña aceptable pero no tuvo el nivel suficiente para pemanecer en el equipo para el segundo semestre. Su segundo aire se había agotado. Tomó entonces rumbo hacia el Unión Magdalena. Su salida del Unión fue el broche de oro de su debacle. Para llorar. .

Fernando "Bombillito" Castro

Otra triste historia. Nadie contaba con el mal resultado que termianría por truncar la carrera de quien era un prometedor lateral bogotano de Millonarios. Pero así fue. Y no fue cualquier derrota inesperada de local contra un sorprendente Quindío ni una estrepitosa goleada en el Metropolitano, no. Quizo el cruel destino que su debút y su despedida estuvieran separadas por tan sólo 90 minutos en el recordado clásico que Millonarios perdió 7-3 contra Santa Fe cuando apenas comenzaba la temporada de 1992. «Todo iba bien, quien se lo iba a imaginar», dirían seguramente sus familiares años después. Hijo de Fernando «Bombillo» Castro hizo parte de la famosa selección Bogotá sub23 campeona nacional en 1991 junto a Adolfo Valencia, Oscar Cortes, Ricardo «Gato» Pérez, Eddy Villarraga y Freddy León. Todos ellos elementos que más adelante conseguirían no solo jugar más de 90 minutos como profesional sino en algunos casos una verdadera consagración sobreviviendo también muchos de ellos el 7-3. Resultado que dejó innumerables secuelas (ya vendrá el homenaje al Moisa Pachón) y considerables pérdidas, entre ellas la triste y efímera carrera del «Bombillito». .

Antonio "El gringo" Palacios

Escalpelo y bisturí o patecabras y navajas hechizas, que eran como decir sus piernas, eran sus armas en el campo. El Gringo, con esa risa ladina con la que aparece en la foto, se encargó de levantar por los aires a cuanto rival estaba cerca de sus predios sin tener, al menos la decencia, de aplicar fuertes dosis de anestesia a sus víctimas.

Jugador de Pereira, Cúcuta y Millonarios, entre otros clubes, se distinguió por no tener piedad a la hora de poner un planchazo en el pecho de cualquier adversario que revelara su lentitud y escasa capacidad de marca.

Alguna vez recibió una suspensión grave por haber partido en dos a Eusebio Jacinto Roldán, jugador que se atrevió a merodear por sus predios. Pero El Gringo, el querido Gringo, solamente mostraba la muelamenta y se reía, tan inocente a la hora de sacarse una foto carnet o en el momento de ensayar trepanaciones de cráneo con sus guayos.
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William Mosquera

Portero de muy cuestionables actuaciones bajo los tres palos del siempre sufrido Cúcuta Deportivo. Él es uno de los referentes de la triste historia del equipo motilón a finales de los ochenta y principios de los noventa, pues nadie se había visto tan vulnerable bajo los tres palos. Y justo ese lastre tuvo que soportarlo el Cúcuta.

En 1988 tuvo su oportunidad de atajar algunos partidos de los octogonales finales con los rojinegros y él particularmente es dueño de una triste historia: jugando contra Millonarios en Bogotá, comenzó con el teatral y reprobable acto de fingir graves lesiones en un partido que su conjunto iba perdiendo 5-0.

El recuerdo está clarísimo: de buzo amarillo, pantaloneta negra y medias negras, cayó súbitamente al suelo y gritaba (o balaba) como una oveja a la que después de trasquilarla le echan aftershave. Otros compañeros suyos como Francisco Castell, Néstor Saavedra, Winston Girón y algún otro genio que la memoria olvida siguieron su ejemplo y, como si hubieran sido víctimas de Jason, el asesino de Martes 13, daban los alaridos de dolor más aterradores que alguna vez se hubieran oído en El Campín.

Sin embargo los mencionados no tenían ningún tipo de dolencia. Estaban fingiendo, gracias a una treta del presidente del club para retirar el equipo del campo, cosa que finalmente ocurrió.

Luego Mosquera fue partícipe (cómo no) de la más ignominiosa derrota del Cúcuta en primera división: el América de Jorge Da Silva, Sergio Angulo y otros tantos, le metió nueve goles en El Pascual Guerrero. La presencia del emergente y supuestamente talentoso Daniel Gómez lo fue relegando a la banca paulatinamente hasta que nadie más supo de su paradero.

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Eugenio Uribe

El jugador que más bajo perfil ha manejado, tal vez en la historia. Nunca en defensa gritaba, apenas susurraba. Jamás pechaba un árbitro; apenas lo pasaba por el lado. Jamás se puso el famoso “cuchillo entre los dientes” de Simeone; con un cortaúñas estaba más que bien.

Lateral de frecuentes descalabros defensivos y ofensivos, se gestó entre una camada de defensores en el Atlético Bucaramanga de la talla de José Luis García, Zabulón Ruiz y Alexander Churio. La camada, está claro, no fue fructífera en tema de laterales para los Leopardos. Tanto que Zabulón luego se convirtió en volante.

Pero así, silbando bajito, estuvo en Junior y Millonarios. Pero sin hacer ruido.
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Lorenzo Nazarith

Vivió casi siempre bajo la sombra de otros que nunca lo dejaron demostrar sus verdaderas condiciones como arquero. En Millonarios tuvo a Vivalda, que no lo dejó oler jamás un partido y en Bucaramanga al mítico Luisito Landaburu, que no era una maravilla, pero que le alcanzaba para ganarle el puesto a Nazarith

De Buenos Aires, Cauca, Lorenzo se especializó en reconocer cuán mullidos o duros eran los banquillos para los suplentes, pues la mayor parte de su carrera se la pasó sentado, al lado del entrenador, oyendo indicaciones para aquellos que sí tenían la fortuna de jugar.

Pero él no se quedaba con las ganas de sentir el público rugiendo por los goles o aplaudiendo sus atajadas. Entonces cada diciembre era uno de los habituales integrantes de las nóminas de los clubes que cada diciembre disputan el tradicional torneo del Olaya, en Bogotá.

Los recuerdos lo ligan más a instituciones probas y de reconocida tradición como Apuestas Monserrate y Montaña y Fandiño y Nazarith, buen tipo él, se conformó con ese pedazo del ponqué que el fútbol le dio.
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Radamel García

Tan de moda se ha puesto este nombre: dos goles a Independiente de Avellaneda y uno frente a Olimpo de Bahía Blanca han hecho que Radamel Falcao García sea llamado por todos los periodistas del continente para saber de dónde sale tanto talento de sus piernas.

Entonces la conclusión de que las habilidades deportivas no van de la mano con el ADN son cada vez más comprobables cuando los incautos se enteran de que Falcao, el muchachito de River y la Selección Colombia campeona sub 20, es hijo de Radamel García, irresoluto y patadura defensa central que nunca descolló en el fútbol colombiano.

Bucaramanga, Santa Fe y Unión Magdalena, siendo el club de la bahía quien lo formó como jugador, son los culpables de que Radamel, el original, el taita, haya bartoleado balones cada dos segundos y haya pateado adversarios a diestra y siniestra. Alguna vez en Bogotá, un gol suyo hace cerca de 20 años, fue clave para que el Unión ganara un juego en Bogotá contra Millonarios. Pero de resto, su carrera se pasó entre las tarjetas amarillas y el daño a canilleras de terceros, asunto que no reñía con sus dedicados rezos y oraciones en diferentes centros cristianos, válidos para paliar la culpa de tanta golpiza que le dio a sus colegas.

Tal vez por eso el hijo parece ahora negar al taita. En las notas, Radamel Junior ha sido enfático: “A mí díganme Falcao”.
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Diego Rojas

El sueño del pibe, dirían los argentinos, lo tuvo este discreto arquero cuando fue inscrito por Millonarios en la nómina de Copa Libertadores de 1985, cuando los azules iban a enfrentar a Guaraní, América y Cerro Porteño.

Claro, delante de Rojas estaban Pedro Vivalda y Lorenzo Nazarith, tal vez. El hecho es que Rojas quedó inscrito en esa nómina, que no tuvo mucho éxito y que fue eliminada en la primera ronda del certamen de clubes.

Escasísima rotación en el mundo profesional fue el premio para Rojas, que atajaba con las medias caídas, como uno de sus únicos símbolos que se inventó para ser reconocido por algunos contados psicópatas que todavía lo recuerdan.

En el Manuel Murillo Toro de Ibagué, tuvo más cantidad de apariciones, pero se perdió en medio de la manigua. Nunca más se supo de él.
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