William Mosquera

Portero de muy cuestionables actuaciones bajo los tres palos del siempre sufrido Cúcuta Deportivo. Él es uno de los referentes de la triste historia del equipo motilón a finales de los ochenta y principios de los noventa, pues nadie se había visto tan vulnerable bajo los tres palos. Y justo ese lastre tuvo que soportarlo el Cúcuta.

En 1988 tuvo su oportunidad de atajar algunos partidos de los octogonales finales con los rojinegros y él particularmente es dueño de una triste historia: jugando contra Millonarios en Bogotá, comenzó con el teatral y reprobable acto de fingir graves lesiones en un partido que su conjunto iba perdiendo 5-0.

El recuerdo está clarísimo: de buzo amarillo, pantaloneta negra y medias negras, cayó súbitamente al suelo y gritaba (o balaba) como una oveja a la que después de trasquilarla le echan aftershave. Otros compañeros suyos como Francisco Castell, Néstor Saavedra, Winston Girón y algún otro genio que la memoria olvida siguieron su ejemplo y, como si hubieran sido víctimas de Jason, el asesino de Martes 13, daban los alaridos de dolor más aterradores que alguna vez se hubieran oído en El Campín.

Sin embargo los mencionados no tenían ningún tipo de dolencia. Estaban fingiendo, gracias a una treta del presidente del club para retirar el equipo del campo, cosa que finalmente ocurrió.

Luego Mosquera fue partícipe (cómo no) de la más ignominiosa derrota del Cúcuta en primera división: el América de Jorge Da Silva, Sergio Angulo y otros tantos, le metió nueve goles en El Pascual Guerrero. La presencia del emergente y supuestamente talentoso Daniel Gómez lo fue relegando a la banca paulatinamente hasta que nadie más supo de su paradero.

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Eugenio Uribe

El jugador que más bajo perfil ha manejado, tal vez en la historia. Nunca en defensa gritaba, apenas susurraba. Jamás pechaba un árbitro; apenas lo pasaba por el lado. Jamás se puso el famoso “cuchillo entre los dientes” de Simeone; con un cortaúñas estaba más que bien.

Lateral de frecuentes descalabros defensivos y ofensivos, se gestó entre una camada de defensores en el Atlético Bucaramanga de la talla de José Luis García, Zabulón Ruiz y Alexander Churio. La camada, está claro, no fue fructífera en tema de laterales para los Leopardos. Tanto que Zabulón luego se convirtió en volante.

Pero así, silbando bajito, estuvo en Junior y Millonarios. Pero sin hacer ruido.
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Lorenzo Nazarith

Vivió casi siempre bajo la sombra de otros que nunca lo dejaron demostrar sus verdaderas condiciones como arquero. En Millonarios tuvo a Vivalda, que no lo dejó oler jamás un partido y en Bucaramanga al mítico Luisito Landaburu, que no era una maravilla, pero que le alcanzaba para ganarle el puesto a Nazarith

De Buenos Aires, Cauca, Lorenzo se especializó en reconocer cuán mullidos o duros eran los banquillos para los suplentes, pues la mayor parte de su carrera se la pasó sentado, al lado del entrenador, oyendo indicaciones para aquellos que sí tenían la fortuna de jugar.

Pero él no se quedaba con las ganas de sentir el público rugiendo por los goles o aplaudiendo sus atajadas. Entonces cada diciembre era uno de los habituales integrantes de las nóminas de los clubes que cada diciembre disputan el tradicional torneo del Olaya, en Bogotá.

Los recuerdos lo ligan más a instituciones probas y de reconocida tradición como Apuestas Monserrate y Montaña y Fandiño y Nazarith, buen tipo él, se conformó con ese pedazo del ponqué que el fútbol le dio.
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Radamel García

Tan de moda se ha puesto este nombre: dos goles a Independiente de Avellaneda y uno frente a Olimpo de Bahía Blanca han hecho que Radamel Falcao García sea llamado por todos los periodistas del continente para saber de dónde sale tanto talento de sus piernas.

Entonces la conclusión de que las habilidades deportivas no van de la mano con el ADN son cada vez más comprobables cuando los incautos se enteran de que Falcao, el muchachito de River y la Selección Colombia campeona sub 20, es hijo de Radamel García, irresoluto y patadura defensa central que nunca descolló en el fútbol colombiano.

Bucaramanga, Santa Fe y Unión Magdalena, siendo el club de la bahía quien lo formó como jugador, son los culpables de que Radamel, el original, el taita, haya bartoleado balones cada dos segundos y haya pateado adversarios a diestra y siniestra. Alguna vez en Bogotá, un gol suyo hace cerca de 20 años, fue clave para que el Unión ganara un juego en Bogotá contra Millonarios. Pero de resto, su carrera se pasó entre las tarjetas amarillas y el daño a canilleras de terceros, asunto que no reñía con sus dedicados rezos y oraciones en diferentes centros cristianos, válidos para paliar la culpa de tanta golpiza que le dio a sus colegas.

Tal vez por eso el hijo parece ahora negar al taita. En las notas, Radamel Junior ha sido enfático: “A mí díganme Falcao”.
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Diego Rojas

El sueño del pibe, dirían los argentinos, lo tuvo este discreto arquero cuando fue inscrito por Millonarios en la nómina de Copa Libertadores de 1985, cuando los azules iban a enfrentar a Guaraní, América y Cerro Porteño.

Claro, delante de Rojas estaban Pedro Vivalda y Lorenzo Nazarith, tal vez. El hecho es que Rojas quedó inscrito en esa nómina, que no tuvo mucho éxito y que fue eliminada en la primera ronda del certamen de clubes.

Escasísima rotación en el mundo profesional fue el premio para Rojas, que atajaba con las medias caídas, como uno de sus únicos símbolos que se inventó para ser reconocido por algunos contados psicópatas que todavía lo recuerdan.

En el Manuel Murillo Toro de Ibagué, tuvo más cantidad de apariciones, pero se perdió en medio de la manigua. Nunca más se supo de él.
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Victor González Scott

Parece oriental, pero es samario hasta la médula. El “Chino” González Scott rompía canillas cual karateca criollo que era. Jugaba como defensor central y con golpes de mano, rodilla, pie o lo que fuera, se hacía imponer en su zaga.

Además de haber sido hombre del Unión Magdalena, pudo disfrutar de una plaza como Medellín, en donde a punta de codazos y entradas fuertes, se hizo un lugar de caudillo dentro del equipo.

Este samurai del Rodadero desandó sus pasos de jugador en el Real Cartagena, pero siguió vinculado al mundo del fútbol, esta vez como entrenador en la segunda división. Estuvo en el banco del club cartagenero, así como en Expreso Rojo..

Germán Ricardo Martelotto

Todo un verdadero símbolo de los dineros que se despilfarraban en la década de los ochenta. Martelotto fue anunciado con bombos y platillos como el reemplazo de Carlos Valderrama en el Deportivo Cali.

Y no era mal jugador el hombre que venía procedente del humildísimo Deportivo Español. Tenía pinta de cuajar en el club verde, pero su propia desidia, su físico y su supuesta buena relación con la noche caleña, llevaron a que este fuera uno de los fiascos más grandes de la historia del Deportivo Cali, club experto en equivocarse a la hora de comprar o recibir futbolistas.

No por nada Martelotto había llegado también con otro argentino: Carlos Gerardo Russo, defensa central procedente de Gimnasia de La Plata y que fracasó rotundamente en el Pascual Guerrero.

Martelotto luego se fue a México donde jugó para Monterrey, América y Cobras, lugar en el que también se puso el buzo de director técnico. En Argentina, además de Deportivo Español, defendió los colores de Belgrano.

Lo único destacable que dejó el gaucho en Cali fue un partido contra el Caldas que fue victoria 5-2 para el local, con dos goles de Martelotto, uno de ellos descontando a cuatro rivales y englobándola sobre la salida del arquero Mario Jiménez.

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Misael Ávila

La mentira enrulada, debió ser el sobrenombre de este volante, que llevaba el número 10 en la espalda, pero que era corto de ideas futbolísticas.

Como es obvio, se hizo famoso por ser muy parecido a Carlos Valderrama, no como jugador, sí por su pelo. Y cuando el tipo andaba en el Pereira, muy tranquilo de la vida, un día recibió una llamada del Deportivo Cali, que lo convenció de que se trasteara a jugar en el complicado Pascual Guerrero.

La estrategia de los dirigentes era que el público no se olvidara del todo del Pibe Valderrama, que recientemente había sido transferido al Montpellier. Si encontraban un número 10 con clase y talento y además que fuera físicamente igual al crack de Pescaíto, pues no había que ahorrar.

Por fortuna para las finanzas caleñas, Ávila era un jugador muy, muy, muy barato, lo que facilitó su llegada a la capital del Valle. Pero el crack cartagenero no pudo soportar las tremendas chifladas y silbatinas que le espetaba el público, conciente del tronco que habían adquirido y por eso solamente actuó solamente un año para los verdiblancos.
A su hoja de vida hay que añadirle que, coincidiendo con la llegada del Pibe Valderrama al Montpellier, algún oportunista aprovechó para lanzar en Colombia la colonia para hombres «Montpellier», «la del pibe». El comercial de este rocambolesco producto incluía a un supuesto Pibe Valderrama anotando un gol en el Atanasio Girardot vacío y con la cámara ubicada en extremo contrario de tal modo que solo se divisaba la cabellera del supuesto Pibe.
Si. Era Misael.

Hace poco era director técnico en la primera B.
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Felipe Nery Franco

Colombia lo conoció por ser uno de los atacantes más raros que haya pasado por nuestras pintorescas canchas. Su facha puerca, de pelo largo y cochino, más su larga barba descuidada, le valieron que algún narrador lo bautizara como “El apóstol”.

Apóstol, claro, de la extraña intolerancia, pues era un habitual abonado a las expulsiones. Y aunque alcanzó a meter algunos goles importantes para el Unión Magdalena y el Cúcuta (él fue uno de los jugadores motilones que logró la hazaña de colar al Cúcuta Deportivo por primera vez en los octogonales finales, año 1988) el paraguayo nunca fue un hombre descollante.


Imagen, cortesía Orlando López

Un buen día de diciembre de 1990 su presencia sorprendió al mundo entero: hacía parte de la nómina titular de Olimpia, que jugaba la final de la Copa Intercontinental de Clubes frente al Milan. Pasó como un soplo del Eduardo Santos de Santa Marta al Estadio Nacional de Tokio.

Y Nery Franco seguía exacto al de toda la vida: con el pelo grasoso y alborotado y el uniforme puerco en el himno nacional. Franco Baresi tuvo que marcarlo en un par de ocasiones y, lógico, lo borró. Pero el mundo ya había visto lo más importante de ese encuentro: la presencia omnipotente de “El Apóstol”.

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Marcos Vinicius

Hace unos años existió en Colombia una singular figura que le permitía a los jugadores extranjeros que había logrado algún suceso en sus equipos mandar traer de su país de origen a un compadre como refuerzo. Esta figura permitió, por ejemplo, la llegada a Millonarios de Pablo Abdala, viejo amigo de Ricardo Lunari. Otro foráneo que militaba por ese entonces en Millonarios, Marcio Cruz, decidió no quedarse atrás y para el segundo semestre de 1996 mandó traer a su paisano y amigo de infancia, Marcos Vinicius.
No le tomó mucho tiempo a Vinicius demostrar que su único mérito y la razón por la que la fortuna le había permitido cambiar la calle de su barrio en Brasil por un estadio con pasto, pista atlética y 30,000 espectadores era su vieja amistad con Marcio. Jugó algunos partidos que fueron suficientes para que quedara claro que quizás le hubiera ido mejor emulando a su homónimo (Marcos Vinicius de Moraes) en la canción. .