El Radiobestiario de esta semana incursiona en la noxpirinistica. Y además:
-Déjese ver con una buena acción: adopte a Teo.
-¿Wilder Medina maestro de ceremonias del concierto de McCartney? ¿Recibirá el ex beatle the little kick of good luck de Jorge Barón dentro de un inflable de Noxpirin?
-Devaneo-homenaje a Segundo, el deportista que encarna el espíritu fitness ochentero.
-Tuvimos dos corresponsales que nos traen todo lo que usted quiso saber y no se atrevió a preguntar de la cumbre: Eugenio y Miguel Ángel.
-¿Wiston Girón amigo de Messi?
-Las obras benéficas de los futbolistas: «Fundación arroz con huevo».
De los productos exóticos que se han asomado por las camisetas de nuestro FPC este: el prostatrón, aparato entonces considerado milagroso para evitar la obstrucción de la vejiga por el crecimiento acelerado de la próstata en el caballero.
El caso es que el importador oficial de este dispositivo decidió sumarse al proyecto que entonces todavía compartía Eduardo Pimentel con los hermanos Caicedo. Fue la primera temporada del Chicó en la B y estuvo cerca de ascender (clasificó al cuadrangular final). Llegó lejos con una nómina compuesta por jugadores de pasado reciente azul como Freddy León, Raúl Ramírez Gacha, Álvaro Aponte y Néstor Villarreal. Falta por establecer si la avanzada edad de algunos de ellos los hacía también usuarios del revolucionario invento y, esperemos que no, si algún tipo de convenio para desarrollo de pruebas piloto fue suscrito entre Prostatrón Inc. y el entonces Chicó F.C.
El aparato de marras
Dos detalles más: la marca, Fila, de paso fugaz por estos pagos y algo exótico en una época en la que por la primera B sólo veían diseños de Torino, Comba, FSS, Piola y similares. Por último, el tributo que el equipo le hizo a sus orígenes en el último clásico regional contra Patriotas luciendo estos mismos colores.
La imagen fue captada desde nuestro Kokorikóptero gracias a un nuevo sistema de fotografía con teleobjetivo donado por el gobierno de Islandia. Corresponde al arma con la que Teo amenazó a Sebastián Saja al terminar el clásico de Avellaneda contra Independiente que su equipo perdió 4-1. De esta forma se desvirtúan las versiones según las cuales el arma del delantero era un tubo PVC con dedo de guante de caucho en uno de sus extremos o una pistola de fulminantes de arito rojo como en algún momento se llegó a asegurar.
A finales de los 80 y comienzos de los 90 y por razones bien conocidas funcionaba una especie de puente aéreo -en un solo sentido- entre las sedes de Santa Fe y América. Entre todos los jugadores que viajaron estuvieron
los entonces jóvenes bogotanos Eduardo Niño y Wílmer Cabrera que a comienzos de 1990 y cuando eran fijos en la selección que pocos meses después jugaría el Mundial de Italia se despidieron de su casa matriz para instalarse en la tierra de Pepesón.
Esta nota de Ricardo Alfonso sirvió como despedida de los nuevos valores. Nos muestra a Niño, que sabía que era su último día, dejándose contagiar por el ambiente de recocha y haciéndole las populares «orejitas», muy comunes entonces nada menos que a Jorge Luis Pinto. Por su parte, el editor quiso hacer énfasis en el carácter que Cabrera proyectaba en la cancha y se valió del generador de caracteres para dejar claro que se trataba de un «volante con personalidad», descripción que tal vez no cayó muy bien en el resto del plantel.
En épocas del «zapote mecánico», Colombia tenía tres canales de TV y seis goles en contra antes de jugar cualquier partido de eliminatorias. Por esos años Eduardo Emilio Vilarete era el hombre que, como Falcao García en estos tiempos, quedaba desconectado del resto del equipo. Defendían 10 y Vilarete se quedaba intercambiando teléfono con el arquero rival para buscar una transferencia a un fútbol en el que sí le levantaran la bola porque en Colombia, en la selección mejor dicho, la inanición era su amiga fiel. Se moría de hambre, lejos de quienes tocaban el balón, confiado en que un pelotazo lo encontrara al arquero rival guardándose el esfero en el bolsillo o dejando su agenda telefónica al lado de un palo para que él emergiera con un golazo salvador de cabeza, su gran especialidad.
En las eliminatorias para Argentina 78 andaba en esas mientras miraba cómo Brasil y 100 mil hinchas gritaban goles en el arco de su equipo. Fue 6-0 al final, pero cuando llegó el cuarto, obra de Marinho, Vilarete sintió que como siempre, iba a quedarse parado 90 minutos, igual que usuario de Supercade con recibo rosado de teléfono fijo. Se cansó de mirar cómo el resto se divertía -los brasileños- o sufría -cual defensa colombiano ante Roberto Dinamita-, se cansó y pidió un break.
La pelota llegó a la bomba central y el hombre se sentó encima de ella. Pero no le habló: lejos estaba entonces oligofrenia que solamente sabe manejar Quique Wolff. Realmente estaba mamado de aguantar de pie la goleada y su gesto fue tomado en el país como el de la rendición del cobarde, más que del tipo resignado y suficientemente maduro como para dejarse arrollar por la adversidad, verdadero deseo del atacante. En Brasil leyeron su descanso como la humillación más profunda, como cagarse sobre el balón. Una injusticia.
Jugó en muchos lados en Colombia (Bucaramanga, Nacional, Pereira, Tolima, Unión) y en el extranjero (Perú y Ecuador sus estaciones). Ya viejo se retiró en el Bucaramanga, en 1989. Solo hizo un gol, el del video. El último. El 150.
Los encuentros entre fútbol y política suelen darse en salones de protocolo o en oscuros sótanos escenario de componendas en las que no nos corresponde profundizar.
De ahí lo curioso de esta imagen en la que nada cuadra. El político, ex alcalde de Bogotá, en pose primaveral y luciendo sandalias franciscanas aborda al futbolista que lo espera debajo de un árbol -¿qué tan frecuente es toparse con un futbolista debajo de un árbol?- y no para pedirle que lo acompañe a una próxima gira, que se suba con él a una tarima, sino para que le conceda una entrevista.
La postal, no obstante, tiene una explicación: durante unos meses Antanas fue reportero freelance del noticiero QAP en compañía de John Portela. Quisiéramos conocer el audio de la nota. Saber, por ejemplo, si Antanas le preguntó al Chicho cuál era su mayor orgullo y si el entonces volante de Nacional le pidió el disfraz de super cívico para una fiesta de disfraces que tenía por esos días. Por eso, para el que nos traiga la grabación le tenemos reservadas tres cajas de manillas oficiales de la ola verde (?).
Ante las revelaciones hechas por la Unidad Investigativa del Bestiario del Balón sobre esta secta que día a día tiene más adeptos en el fútbol, desde las altas esferas balompédicas se decidió «blanquear» el tema y no tener más secretos al respecto. En la Selección Nacional varios de los referentes del camerino sostuvieron una reunión con José Pekerman para que se les permitiera profesar esta doctrina sin temor a ser vetados por los federativos. El director técnico argentino aceptó la propuesta solo con la condición de no celebrar con el santo y seña de este movimiento, cada vez que hagan gol.
Iván Mejía, en su «show del gol Criptón», le sacaba jugo hasta al más anodino partido de fútbol. Bucaramanga y Sporting de Barranquilla provocaban grima, pero nunca más que la que le brotó de las venas al
comentarista deportivo al ver que Flaminio Rivas, lateral de los búcaros, hacía un topless insustancial como ninguno. ¿Valía la pena celebrar a rabiar un empate en casa contra uno de los clubes más flojos en Colombia? ¿La hazaña era tan grande como para semidesnudarse en medio de la ciudad de los parques?
Una curiosidad: los anotadores de los goles, Edison Domínguez y Flaminio Rivas, se encontrarían 5 años después en Bogotá trabajando como destacados monaguillos de lujo para Karol Wojtila.