Colombia llegó a Chile con el título suramericano en sus maletas pero sin los uniformes oficiales. La idea era que, al llegar, Adidas se encargaría del tema. Pero no. Se vino el primer partido contra Bahrein y nada que aparecía la indumentaria. Suponemos que hubo desespero ante la perspectiva de tener que recurrir al traje de Adán, hasta que a alguien se le ocurrió poner a prueba el nivel de hospitalidad del equipo local y pedirle prestados sus uniformes. Para la época, recordemos, la segunda camiseta de Colombia era roja, muy similar a la chilena.
No sabemos sí a las buenas o a las malas, el caso es que los chilenos aceptaron despojarse de su ropa de trabajo y prestársela a los colombianos. El utilero, de afán, le cosió unos escudos que tuvo que dibujar en técnica flumaster y listo, a cantar los himnos.
Pero el lío siguió. Llegó el siguiente partido contra Alemania Oriental y los de Adidas nada que aparecían. Esta vez los chilenos, aún bajo el efecto de los olores corpóreos criollos (salpimentados con el de los bareiníes), se negaron terminantemente a repetir el acto de desprendimiento. Quedaba la alternativa de usar un viejo juego de uniformes que el utilero había traído, suponemos, para proveer de piyamas a quien se lo solicitara. Pero estaba el lío de que los uniformes eran marca Comba o Torino o Wala, pero no Adidas y ya había un acuerdo que obligaba al equipo de Finot Castaño y Hugo Gallego a lucir la marca alemana. Recursivo, el utilero, que dominaba ya la técnica flumaster, propuso calcar el logo de cualquier revista y hacer él unas falsas marquillas. Sin alternativa mejor, se le dio vía libre. El resultado sirvió para salir de apuros, pero no para evitar la multa que luego haría llegar la FIFA por lucir publicidad en la camiseta. Era fácil esquivar la sanción: el utilero bien podría haber argumentado que se trataba de arte puro, técnica flumaster.
Una monita difícil esta. A la hora de hacer la antología de los grandes bigotes de nuestro fútbol vienen a la mente poderosos y frondosos mostachos como los de un «Polaco» Escobar, un Álex Comas o un Gabriel Quimbaya jugador de bigote tan poderoso que lograba dejar en segundo plano lo que hacía con los pies, pero nunca nadie pensaría en el «Coloso de Buenaventura».
Y lo peor es que fue un bigote tardío. Que se lo haya dejado en Italia´90 cuando tener bigote era más que la norma, era un compromiso moral y ético con los integrantes de un plantel al que más que su juego lírico lo caracterizaba la diversidad de vellos labiales era algo comprensible. Rincón, recordemos, fue de los pocos integrantes de ese equipo que no le caminó al tema. Pero no. Este bigote data de 1996, cuando sólo un par de tercos y anacrónicos insistían en no afeitárselo. Quizás fue fruto de una apuesta, tal vez fue que en un atardecer frente al pacífico reflexionó y muy para sus adentros pensó «ya le hice un gol a Alemania en un Mundial, ya le hice gol a Argentina en el Monumental, hasta jugué en el Real Madrid, pero me estoy volviendo viejo, ya pronto me retiro y todavía no sé lo que se siente echarme un pique con bigote, como todos mis parceros».
Habría que ver qué pasó después. Expertos consultados sostienen que es harto probable que Rincón careciera del todo de vellosidad facial. ¿Se habrá puesto injertos? ¿Habrá recurrido a una casa de disfraces? ¿Le habrá pedido que compartiera mostacho a un compañero? ¿Habrá recurrido al milenario truco de frotarse esa zona con papel higiénico? Juzguen ustedes.
Fue en las eliminatorias a Francia 1998. Después de una primera ronda impecable, Colombia se desinfló. Tenía que ganarle a Ecuador para mantenerse dentro de los clasificados y lo hizo con angustias -no, Giovanni Hernández no estaba en el equipo- sobre el final del partido y con un gol de Anthony «Pitufo De Ávila (sí niños, el mismo, no el abuelo, del que jugó hace poco con América).
Caliente y feliz, el buen «Pitufo» se cruzó a la salida de la cancha con el siempre oportuno micrófono del siempre joven Adolfo. No estaba borracho de licor Anthony, pero sí de gloria y por esto tenía puesto el suero de la verdad. Del corazón le salió el agradecimiento a dos personajes, Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, que para esa época eran mafiosos del Cartel de Cali. Una lástima que el «Pitufo» estaba en el momento equivocado. Hoy, personajes así, serían sólo «polémicos empresarios» y nadie armaría bochinche.
Y los lugares comunes. Esta pieza nos demuestra una vez más que nada como acoger una competición internacional para que los poetas varados y los folcloristas de la línea balletdecolombia tengan trabajo, así después les embolaten las cuentas de cobro. Que este video sirva de preparación para el aluvión de lugares comunes que traerá el Mundial sub20.
¡Ay! la víspera de USA’94. ¡Ay! los desafueros y los excesos. ¡Ay! la malsana euforia. En su punto más alto, cuando quien se atreviera a decir que Edson Arantes «Refisal» Pelé quizás se había equivocado al señalarnos como los favoritos al título corría el riesgo de ser sofreído en sartén comunitario en la Plaza de Bolívar, Bavaria lanzó la campaña «Número 1 mi selección». Y fue entonces que a algún creativo se le ocurrió que era una buena idea darle a los jugadores de Maturana una bonificación por levantar el índice cada vez que celebraran un gol de los partidos que se disputaron contra rivales de la talla de la encopetada Selección Centroamérica.
Se manejaron muchas cifras. Se hablaba de a paquete por cada dedo parado. No sabemos. Habría que revisar las cuentas de cobro que, suponemos, al terminar cada partido junto con la fotocopia de su RUT y su cédula los jugadores radicaban en las oficinas de la cervecera. No faltó tampoco el aguafiestas que quiso restarle mérito al creativo de turno sosteniendo que esta idea era calcada de una campaña similar de la cerveza brasileña Brahma.
El caso es que tras el fiasco del Mundial la revolucionaria estrategia quedó reducida a un mal recuerdo. Y en vez de levantar el dedo, para olvidarlo, jugadores, hinchas y, cómo no, directivos prefirieron levantar el codo.
Puede que en los anales del fútbol colombiano el Once Caldas de este primer semestre de 2011 no tenga un espacio. Sus letales contragolpes, su maestría para invertir las reglas y la lógica y convertir, todavía no sabemos cómo, su propio estadio en un infierno para… ellos mismos no serán suficientes. En unos pocos meses ya nadie recordará el desborde de su médico por la banda derecha del Mineirao, vital en el triunfo heróico sobre el Cruzeiro.
En cambio, el Once sí ha logrado, una vez más escribir un capítulo, y con letras de molde, en la historia del diseño y la confección deportiva. Tras su errática relación con Adidas, para esta Copa el equipo de Manizales nos mostró una propuesta audaz, de vanguardia: la implementación, hasta la fecha sin precedentes según lo confirmó nuestra siempre acuciosa unidad investigativa, del popular papel contact en su uniforme.
El caso es que el descubrimiento de este recurso, abrió los grifos de la creatividad y del emprendimiento de sus directivos. Atrás quedaron los aburridos días del monopatrocinio, abajo la unisponsorización, gracias al Contact el Once se pudo dar el lujo no sólo de darle una manito a Publicar S.A y darle un nuevo aire a las páginas blancas -hasta ahora reservadas sólo para teléfonos residenciales- sino que introdujo una nueva línea: la de las páginas negras, que estrenó en su partido contra Santos.
Pero de esto hablaremos después. Esta vez el diseño que hemos decidido homenajear fue el que abrió la pasarela. Se trata de una arriesgada apuesta cromática resultado de la fusión entre la casa peruana Walon y la empresa de telecomunicaciones colombiana UNE que lucieron los muchachos de Osorio en su partido contra Universidad de San Martín. Sobre un fondo blanco se anuncia, con asterisco incluido y términos y condiciones del servicio, una súper promoción: banda ancha por sólo $29.900 mensuales. Y fue un éxito. Tanto que, aseguran, ante el suceso de la promoción hay quienes aseguran que en el segundo tiempo a algunos jugadores se les vio la cifra $19.900. Todo gracias a la magia del contact.