El fútbol tiene dos caras: la de las grandes estrellas con sus lamborghinis, palacetes y french poodles transgénicos contrasta con la de las penurias de miles de equipos y millones de jugadores a lo ancho del planeta considerados plaga para las centrales de riesgo de sus respectivos países. Colombia como bien sabemos no es la excepción. Si las mediciones para establecer el coeficiente de Gini que mide la desigualdad de un país incluyeran también las cifras del FPC seríamos reyes indestronables de este ranking.
Y esto es de vieja data. Desde el comienzo mismo del profesionalismo en nuestros estadios ha habido unos pocos muy boyantes mientras el resto vive a la caza de un mecenas o en la eterna tarea de convocar a las fuerzas vivas de la región para que, con un un patrocinio una rifa de bomberos o un bingo organizado por la liga de señoras elegantes puedan llegar a fin de mes.
Exponente de este último grupo era el Sporting de Barranquilla para mediados de 1991 tal y como se cuenta en este informe de Notivisión. Para entonces el fallido segundo equipo de Barranquilla ya era un enfermo termina al que le daban esporádicas e inocuas aspirinas en forma del delirante optimismo del DT encargado, Julio Romero, bombero del equipo y segundo en la línea de sucesión del papá de Maxi Flotta.
Pero ocurría que ese año fue el último en el que no hubo descenso. Así que las vacas flacas del equipo de Romero pastaron pese a todo con bastante confort y libres de angustias. Terminado el torneo al equipo que fuera la casa matriz del gran Chedy Devenish, se le aplicó la eutanasia en forma de venta de la ficha a empresarios cartageneros. No les dolió. Nadie lloró.
Todo cambió esa tarde de Nápoles con la inesperada devolución del «Coroncoro» Perea. Antes de aquellos sucesos, René Higuita había sacudido al fútbol -colombiano y del mundo mundial- por cuenta de un innovador gracejo que consistía en agarrar el balón con los pies desde su arco y llevárselo al tiempo que driblaba rivales hasta poco más allá de la línea de la mitad para dicha del público y mala cara de los cardiólogos que gozaban de un domingo libre. Miles pagaban la boleta sólo por ver dicha maroma teniéndoles sin cuidado el desarrollo o desenlace del partido. Gastroenterólogos, en cambio, recomendaban presenciarla como sustituto de purgantes.
Entre la primera vez que lo hizo, por allá en 1987 y el fatídico episodio del mundial italiano, mucho se especuló en el país con la posibilidad de que una de sus excursiones terminara con el balón en el arco contrario. Colombia entera fantaseó con este escenario y con la manera cómo se celebraría la hazaña. Hubo de hecho un momento en que se deseó con más fervor el gol de Higuita que ganar Miss Universo o que a Carlos Julio lo sacaran del estudio. Era tal el impacto de su revolucionario estilo, que por ese motivo fue bautizado «el Loco», incluso le alcanzaron a decir «el Show», apodo que heredaría el recordado Miguel Calero luego de que pasara lo que pasó.
Y es que tras la eliminación de Italia 1990 por cuenta de un fallido show, el mencionado anhelo se convirtió en trauma en cuestión de segundos. Y entonces la negación. Nadie quiso volver a poner el tema, todos negamos que éramos de un país que alguna vez quiso echarle en cara al mundo tener un arquero capaz de hacer goles con balón en movimiento sin dejar de ejercer su función. El show de René pasó a ocupar un lugar en la bodega de hechos vergonzantes de los que no se habla delante de la visita junto a la pérdida de Panamá y el fallido Mundial 86 (que, no obstante, sí se realizó).
Consciente de todo esto, Higuita, recursivo, varió su repertorio. Incursionó entonces en el cobro de tiros libres con bastante éxito. Pero antes, quiso darle una despedida digna al que había sido su sello. Fue en junio de 1991, en un amistoso contra el DIM en el Atanasio Girardot, poco antes de que la selección, ahora dirigida por el «Chiqui» García, viajara a la Copa América de Chile. Luego de intensas pesquisas, nuestra subdivisión de piruetas contraculturales y patrimoniales no encontró una ejecución más reciente que no fuera en partidos de despedida previamente libreteados.
Costumbre muy colombiana era la de revisar las portadas de la Revista el Gráfico de Argentina en los años 80 -cuando había plata- para revisar qué jugador de Boca, River, San Lorenzo, Racing o Independiente podía llegar a jugar al país. Al terminarse el dinero de eficientes y pujantes comerciantes independientes empezó a bajar el perfil de los fichajes: no era mala idea traer algún futbolista de Ferrocarril Oeste, Gimnasia de Jujuy, Deportivo Español o Banfield.
El dinero siguió escaseando, así que ya lo de conseguir futbolistas argentinos que actuaran en primera división terminaba siendo imposible. Ya tocaba ver qué jugadores eran descartados de clubes dignos, pobres y honrados como Flandria, Sacachispas y Fénix. O si no era cuestión de preguntarle a Gabriel Fernández sobre compañeros que hubieran compartido con él en los 40 clubes que jugó para tener un universo más completo para escoger.
Tampoco resultaba viable llevar jóvenes promesas que no tuvieran oportunidad de actuar en la primera de los clubes grandes como ocurriera en su momento con Ramos, Are o Tilger -de Boca Juniors pero tapados por Maradona, El «Chino» Tapia y Batistuta-.
En esta portada de El Gráfico de 1998 aparece una de esas grandes joyas en bruto de la cantera de Boca Juniors que por esos tiempos, aunque tapada por futbolistas como Riquelme, era de las más destacadas de las inferiores. Proveniente de Santiago del Estero, de hablado lento y cansino, «mojaba prensa» en una de las publicaciones más respetadas de América. Prosiguió su comino pero finalmente vino a dar a Colombia y jugó con Junior, Cartagena, Medellín y Santa Fe.
A mediados de 1991, el extinto Sporting de Barranquilla visitó a Millonarios en el Campín. Más allá del resultado, 3-0 a favor del local, nos interesa saber que su arquero titular, Lisandro Bello, se levantó ese día con el pie izquierdo. En la cancha fue un solo popurrí de errores, entre los que se destaca el haber concedido un tiro libre indirecto a favor de los azules luego de tomar el balón con las manos por segunda vez cuando recién se estrenaba esta prohibición. Tan mal andaba que, cosa poco común, para el segundo tiempo fue reemplazado. Entonces entró a la cancha un imberbe caleño inscrito en la planilla como Farid Mondragón. No era el abuelo, tampoco el padre. Ni un homónimo que existió décadas atrás y se dedicó a lo mismo. Es el que ustedes están pensando. En el Bestiario del balón, siempre preocupados por traer la noticia, pero sobre todo su contexto quisimos recordar cómo era el planeta por esos días:
-El salario mínimo en Colombia era de 51.720 pesos.
-Hacía apenas tres semanas que la constitución de 1886 había sido sepultada.
-Estaban en cartelera: «Colmillo blanco», «León, peleador sin ley» y «Scanners II, el nuevo orden».
-En los hogares se le pedía a los niños no adelantar y atrasar los casetes con el Betamax porque se gastaban las cabezas y más bien utilizar el «Ginga», dispositivo creado para tal fin.
– «Sombra de tu sombra» era la novela del «prime time» y estaban en pleno furor «Te quiero pecas» y «Romeo y buseta«.
-Faltaban tres años para la llegada de los primeros celulares. La gente se escribía cartas y telegramas.
-El Reinado todavía paralizaba al país así como estábamos convencidos de que Miss Universo le importaba a todo el planeta tanto como el Mundial de fútbol.
-Aunque ya pasaba aceite, existía la Unión Soviética.
-Todavía el país no sabía quién era Daniela Franco. Repetimos: nadie conocí a Daniela Franco quien, en consecuencia, tenía su cuenta de maridos en ceros.
-Las hinchadas compartían tribunas.
-Las llamadas de larga distancia eran breves -«porque costaban un ojo de la cara»- y gritando.
-Simón Gaviria recién terminaba cuarto de primaria.
-Estefan Medina era apenas un anhelo a futuro de sus padres. Nacería un año después.
-Ayrton Senna en su McLaren Honda dominaba la Fórmula Uno.
Jóvenes arqueros del Sporting en 1991. La sonrisa del vallecaucano o la señal de dos destinos opuestos.
-Lucho Herrera y Fabio Parra seguían activos en las carreteras de Europa. El de Fusagasugá acababa de ganar su segunda Dauphiné Liberé.
-Juan Pablo Montoya deslumbraba en los karts y preparaba su debut en la fórmula Renault-Tortugas de 1992 que tendría como escenario el Autódromo de Tocancipá.
-La línea T de El Tiempo era un proyecto aún no viable por muy futurista.
-Los trolebuses todavía recorrían las calles bogotanas.
En el manual del técnico o directivo vendehumo, la palabra que más aparece según nos confirmó la división de análisis de discurso de nuestra unidad investigativa es «proceso». Gigantescos desfalcos han tenido lugar en el fútbol con esa palabra como punta de lanza. No obstante, en el feliz regreso de Colombia a un Mundial, sí que hubo uno. Este se dio en la década pasada, en las selecciones juveniles que lograron un título suramericano y tres clasificaciones a semifinales de Copas del Mundo de las categorías sub17 y sub20. Así, con muy pocas excepciones -entre ellas Mondragón que, cuando era joven todavía no se habían inventado ni el término, ni los diccionarios- casi todos los que irán a Brasil entraron a la Federación desde preescolar.
Pero, como siempre pasa, junto a los que desde el primer día dejaron claro que sacarían el mejor Icfes y terminarían de gerentes, están los que se salieron al terminar primaria, los que eran pilos pero caspas y aquellos que si bien se graduaron, son el azote de los exitosos quienes hace rato guardaron su contacto como «No contestar» fruto de tanto llamarlos a pedirles lo que les falta para pagar la tarjeta y no terminar en Datacrédito. Son los mismos que, para este caso, nadie se los soportará durante el Mundial pues en lugar de ver el partido intentarán ser centro de atención recordando cuando en una concentración le escondieron las pinzas alisadoras a Falcao o aquella vez en que se fue la luz, se rompió un vidrio y tembló un poco la tierra luego de que el profe Lara sonriera.
Carlos Abella: Veterano de los mundiales de Finlandia 2003 y Holanda 2005, este arquero suplente tenía todo para ser el Eduardo Niño de esta generación, pero hoy parece más el Roque Pérez de la década. Tuvo su gran oportunidad en Nacional, donde no brilló. Pasó luego por Envigado y Chicó para recalar en el Atlético Huila, donde hoy es amo y señor del eterno tierrero de debajo de los arcos del Plazas Alcid.
Óscar Briceño: Junto a su hermano Daniel, fueron por unos meses los gemelos maravilla del fútbol colombiano. Su transferencia a Millonarios luego de que su rostro se le apareciera a Juan Carlos Osorio en su libreta haciendo que éste se empecinara en su traída para gloria de la cuenta en islas Cayman del senador y desgracia de la salud mental de la parcial azul. Su aterrizaje en Bogotá, que parecía la antesala de su despegue definitivo que lo pondría, mínimo en Europa, por esas cosas del fútbol terminó siendo su pasaporte a la liga costarricense. Regresó en 2009 apenas para confirmar su declive. Hoy es baluarte del Mineros de Guayana de Venezuela.
Sebastián Hernández: También hizo parte del equipo de Eduardo Lara tercero en el mundial escandinavo. A juzgar por su palmarés, diez equipos en apenas nueve años, de llegar a ser dirigido por Néstor Otero sin duda sería su consentido. En el Medellín el año pasado mostró algunos chispazos de su época dorada, los mismos que monetizó en su transferencia a comienzos de este año a la enigmática liga búlgara para engrosar la nómina del PFC Ludogorets Razgrad. Cualquier información sobre su paradero y estado actual será bienvenida.
Libis Arenas: Otro graduado manga cum laude de la Lara Academy. El puesto que hoy se escrituró David Ospina, con sobrados méritos, parecía en algún momento destinado para él luego de ser titular con gran rendimiento en Finlandia 2003 y Holanda 2005. El punto de giro, en contra, de su carrera tuvo lugar en Italia, donde no se adaptó la agitada vida romana en la Lazio. Regresó a Envigado, primera escala de una gira laboral continental con escalas en varios equipos de Paraguay y Uruguay y fugaces regresos a lavar ropa a Colombia. Su trasegar le dejó un impresionante promedio de 1.6 equipos por año que lo puso en la mira del libro Guinness. Salió del América en 2012 por exceso de contravenciones.
Harrison Morales: Si las convocatorias a la selección funcionaran con «selepuntos», Morales tendría asegurado cupo hasta Qatar 2022. No solo estuvo en la nómina, sino que además jugó buena parte de las copas juveniles de Finlandia y Holanda como volante. A diferencia de sus compañeros aquí reseñados, Morales ha mantenido una relación estable con un solo patrón, Hernando Ángel Corp. La mayor parte del tiempo estuvo en Quindío y unos meses en Villavicencio donde lo mandaron en comisión a la sucursal de esta ciudad que funciona bajo el nombre de Centauros. Ahora, por último, lo trasladaron a la sede Popayán quizás en condición de avanzada para preparar la llegada del equipo de Armenia a la B.
Jimmy Estacio: En esta sequía de laterales que azota al país y que permite que cualquier ciudadano residenciado en Colombia con cédula de ciudadanía, rut y libreta militar llegue incluso a ser titular por toda una temporada de un equipo profesional en dicha posición sin consideración alguna de sus habilidades con el balón, harto debe lamentar Estacio no estar por lo menos en la primera división para así tener algo de visibilidad que seguro lo pondría en la órbita del cuerpo de asesores de Pékerman. Arrancó en el Cali, luego Pereira, Caldas y Pasto. Su último escalón, descendente, es el pomposo Expreso Rojo.
Juan Carlos Toja: El Jim Morrison del FPC ha tenido una carrera marcada por los altibajos y, sobre todo, las tentaciones naturistas. Después del que parecía su reencauche en el Steua de Bucarest, se inscribió definitivamente en la doctrina Juan Pablo Montoya y prefirió la placidez de los suburbios estadounidenses al ajetreo de la alta competencia europea. Hoy milita sin contratiempos en el New Egland Revolution. Se le ve con frecuencia en los mercados orgánicos autogestionados de productos elaborados por mujeres cabeza de hogar de países en vía de desarrollo de Foxborough.
Criterio de selección: Escogimos a aquellos que fueron varias veces llamados a selecciones juveniles en la década pasada y que hoy no tienen ninguna opción de entrar en una convocatoria. Esto excluye a algunos que también fueron discípulos de Lara y Rueda y que hasta ahora no han logrado entusiasmar a Pékerman como Hugo «Estefan Medina me desbancó» Rodallega, Wason Rentería, Harrison Otálvaro, Dayro Moreno y Mauricio Casierra.
Aunque en la memoria de todo el mundo James Rodríguez es más zurdo que el Ché Guevara, también se ha dado el lujo de anotar golazos con la pierna diestra. Hay que agregar que este James del que hablamos es el papá del James que todo el mundo conoce. Wilson James Rodríguez, jugador que anduvo por Cúcuta, Tolima y Cali metió este bombazo contra el Caldas. Iván Mejía en su sección del «Show del gol Criptón» le dedicó una frase gentil: «este muchacho juega muy bien».
Todavía faltaban dos años para que el James de hoy naciera.
James papá en 1989 haciendo su mejor esfuerzo para lucir el bigote que entonces exigía el reglamento.
Hay mujeres que se ven hermosas cuando están lejos de nuestro panorama, pero la perspectiva de belleza se modifica a medida que se acercan a nuestros ojos. Bien es sabido de aquellas féminas que de acuerdo al lenguaje masculino tienen un «muy buen lejos». El oasis de la distancia hace que su aspecto sea esplendoroso pero al acercarse termina siendo una mujer normal, no tan despampanante como se imaginaba.
A este extraño caso de sofisma se le ha bautizado como el «Síndrome Naty Botero». Belleza y normalidad pueden convivir a medida que se aproxima la víctima de este síndrome a su objetivo masculino. Pero no es un problema exclusivo del sexo opuesto. En materia de goles también ha pasado más de una vez que uno advierte el final deseado de un gol que pinta para ser hermoso pero que al final, termina siendo una anotación común y corriente. Uno, al predecir el final imaginando una conclusión ideal -un balazo al ángulo con estirada elástica del arquero- es quien se equivoca: el desenlace de la escena es un puntazo deforme y un arquero despatarrado.
Este gol tipo «Naty Botero» fue narrado en precisa forma por William Vinasco, acompañado del joven Adolfo Pérez durante el mítico especial de los 500 goles.
Nota de la redacción: el síndrome «Naty Botero» también se denomina «síndrome de las gafas negras». Hay mujeres que con antiparras oscuras se ven deseables y suculentas, pero cuando el sol se va y ellas se las quitan, es probable que la magia de su encanto desaparezca.