Hasta que llegó el día en que todas las puertas de todos los equipos de todas las ligas del mundo se le cerraron al andariego y emprendedor Hamilton Ricard. El dueño del bar de un hostal bogotano quiso saldar cuentas con el chocoano y logró que su nombre fuera incluido en una circular roja que de forma conjunta elaboran la FIFA y Datacrédito.
Angustiado, el delantero y reconocido coleccionista de contratos a término fijo optó por pedir consejo. Algún compadre entonces le dijo: «reinvéntate, Hamilton, reinvéntate». Una lástima, como vemos, que el ingenio que le ha sobrado para hacerle el quite al desempleo le haya faltado a la hora de construir un nuevo perfil profesional.
Siempre precoz, desde su más tierna infancia se anunció como el goleador que hoy es. Como pasa con todos los niños maravilla de nuestro fútbol, estuvo en serio riesgo de castañizarse (por John Edison), pero sobrevivió y hoy es reconocido goleador. Última pista: le salió a la mamá.
Adivine el personaje y gane tres sesiones de tecnocumbia a cargo del «Gringo» Palacios.
Es uno de los riesgos más graves que corre un ser humano. Sentir el poder salino de esas extrañas fuerzas que no pueden ser combatidas con eficacia ni con rezos, ni con escobas detrás de la puerta para que la mala racha concluya pronto su incómoda visita. Aún no se han inventado una póliza eficiente que sea capaz de cubrir esta eventualidad, que no deja de ser latente ante ciertas presencias. De hecho, el granítico equipo de La Equidad y su plantel está pensando hablar con la dirigencia para empezar a hacer válido el ítem de cubrimiento ante «Eventos relacionados con salmuera» y de esta manera, sacar rédito económico de una mala racha que puede tener explicaciones comprobables a través de este documento.
Es que ninguno de los jugadores puede dormir bien, luego de que un «efecto Poltergeist» cayera sobre aquellos que salen en esta imagen. Aunados en torno a la inauguración de las torres de iluminación del Estadio de Techo, los futbolistas y el presidente de la institución Clemente Jaimes aparecen radiantes y sonrientes sin saber el peligro que corren al inmortalizarse en este encuadre tradicional, pero al que le sobra un protagonista.
Luego de tomada esta foto pasaron cosas que todavía no pueden ser explicadas ni por los inventores de la Patasola, el Chupacabras o DMG:
Ariel Carreño sufrió conmoción cerebral y una fuerte fractura de cráneo.
Alexis García fue suspendido un mes por pelearse con Eduardo Pimentel en medio de un anodino Equidad-Chicó. Como si esto fuera poco, debió pagar una multa cercana a los 3 millones de pesos.
Germán Caffa, arquero argentino, sufrió una lesión que lo tiene todavía en barrena.
El Cali le metió cinco goles en Techo.
Renzo Sheput no es el de antes.
De estar segundo del torneo, hoy no está clasificado a las finales.
Dawhlin Leudo, hombre de bestiarista identidad, se desmayó súbitamente contra el Tolima, haciendo gemir de miedo a jugadores, técnico y aquellos que no son beneficiarios de su seguro.
De no recibir expulsiones a pesar de abusar del juego fuerte, la tarjeta roja es amiga de las quincenas de varios integrantes del equipo, antes impunes en sus entradas.
No solamente Bogotá está en ruinas. La Equidad supo sufrir el «Efecto Poltergeist». Por eso, averigüe con su vendedor de confianza sobre los seguros para llevar una vida sin sal. Podría necesitarlo.
Todo un incunable llegó a la mesa de redacción del Bestiario en instantes en los que los integrantes de la unidad investigativa estaban mordiendo mezcladores de tinto y cortándose las uñas con las teclas de la máquina Olivetti utilizada para levantar los textos que usted lee.
(Nota de la redacción: en el proceso de confección informativa se mandan las hojas escritas a máquina, que son transcritas en un computador de un local cercano a una céntrica universidad. Luego el diskette es entregado con los textos en word perfect a varios varios tecnólogos que suben el material a la página desde la moderna consola de un computador Sinclair ZX 81)
En un sobre lacrado aparecía un incunable: la entrada de occidental tercer piso de un fanático que estuvo el 19 de diciembre de 1979 la noche en la que el América de Cali de Carlos Gay, Aurelio Pascuttini, Alfonso Cañón y compañía derrotaba 2-0 al Unión Magdalena de Gasparoni (goles de Cañón y Lugo) y se coronaba por primera vez campeón del fútbol colombiano.
Tom «Pepino» Selleck quemaba las calles del barrio San Fernando en su Ferrari para llegar a tiempo a comer cholado y ver a su América
Imperdible la presencia de Tom Selleck, conocido en Cali como José «Pepino» Sangiovanni y que caracterizando a Magnum, acompañado de sus fieles dóberman Zeus y Apolo, presidía al América (Se decía que Higgins era el contador del club). En el ticket, Selleck (o Magnum, o Sangiovanni, como usted prefiera) les mandaba un saludo navideño a los hinchas, tan rojos como su Ferrari:
“La junta directiva, el personal administrativo y técnico deportivo desean a toda ferviente afición escarlata Feliz navidad y venturoso año 1.980”.
1979 sin embargo tuvo un hecho más importante para los entonces neonatos fundadores del Bestiario: la lesión de Willigton Ortiz producida por un ídolo de esta tribuna: Antonio “Gringo” Palacios.
Vaya usted a saber por qué, en la paleta de colores de nuestro fútbol ninguno supera al amarillo. Huila, Cartagena, Bucaramanga, Pereira y Tolima hacen parte del club de equipos «amarillitos» como el licor que doblega a sus inversionistas. Tal vez la culpa la tenga el güiskey o puede que el reinado de este color tenga que ver con su faceta agorera, esa que a la que cada fin de año recurren las mujeres que, de paso, salvan el balance de la Feria del brasier y solo kukos.
El caso es que el amarillo es un color de gran aceptación en nuestro medio, tanta que de un tiempo para acá equipos que habían sabido mantenerse alejados de su órbita han caído. Primero fue el Junior en la final de 2004. En su momento se dijo que había sido un accidente, que no calcularon lo del uniforme alternativo y que por cuestiones de la transmisión de TV tuvieron que usar el de entrenamiento. Luego fue el Santa Fe, que recurrió a él con la excusa del homenaje a Bogotá en su cumpleaños. Le siguió, hace poco, Millonarios, también escudándose en conmemoraciones cívico patrióticas: que para unirse a la fiesta del bicentenario. El más reciente en pegarse a la #olaamarilla, ya sin tapujos, ya sin excusas, fue otra vez el Junior, que el domingo pasado saltó a la polisombrada cancha del Campín vestido de amarillo de la cabeza a los pies.
Habría que ver por qué tiene este color tanta popularidad. Tal vez tenga que ver con la atracción incosciente que este color ejerce sobre los que toman las decisiones de los clubes, tanto por su dimensión etílica como por su faceta erótico-cabalística. Nosotros, humildemente, nos atrevemos a sugerir que el auge del amarillo tiene nombre propio, el de un adelantado del fútbol cromático que debe estar asesorando en esta materia a los equipos, el gran James Mina Camacho
El fútbol es más que un deporte, más que una pasión. Es, como DMG, una familia, una cofradía en la que todos tiran pa’l mismo lado y, en los 80, cuando había plata, viajan para el mismo lado. La foto es de parte de la delegación que acompañó al América de Cali en un viaje a Uruguay en la Copa Libertadores de 1988. El Bestiario del balón, siempre comprometido con preservar la memoria histórica de nuestro fútbol, desempolva la postal e invita a sus lectores a identificar a sus protagonistas. El que más nombres aporte se hará acreedor a un pousse café con David Cañón en el siempre elegante salón de te Yanuba.
Las cosas que se le ocurren a nuestros directivos. Entre pentagonales regionales, bonificaciones retroactivas de 0.34 (al cuadrado) y triangulares fantasma brilla con luz propia una innovación introducida a mediados de 1997: prohibir los empates.
Sí. Tal como lo lee. La medida, que consistía en otorgar un punto extra mediante una definición desde los doce pasos en caso de empate (algo del nivel de mandar agrandar los arcos u obligar a que a los centrales de cada equipo se les aplicara vick vaporub en los ojos antes de saltar a la cancha), tenía, como todas las ideas originales de nuestros directivos, su pasado en Argentina, donde demostró con lujo de detalles sus falencias. Pero esto, como siempre, no fue tenido en cuenta. Se argumentó en su momento que con ella «se obligaría a los equipos a ser más ofensivos y si no, pues ahí estaba la emoción palpitante de la lotería de los cobros desde los doce pasos». No les importó que con ella se creara un boquete no sólo en la reglamentación, sino en la vivencia misma del deporte pues además de los tradicionales ganadores y perdedores habría una zona gris con medioganadores y seudoperdedores.
La veda se aprobó a pupitrazo limpio acompañado de, dicen, vaya uno a saber, sendos disparos al aire, ¡taz!, ¡taz!, ¡taz! y entró en vigencia en el marco de otro adefesio normativo: el torneo adecuación 1997. Recordemos que para 1995, y con la excusa de «sintonizarnos con las grandes ligas europeas», el campeonato colombiano dejó de jugarse de febrero a diciembre para pasar a ser disputado de agosto a junio. El invento sólo duró una temporada (95/96). Para finales de 1996 la Dimayor echó reversa y decidió volver al anterior calendario, «porque estaba más a tono con la idiosincrasia del pueblo colombiano acostumbrado a acompañar la novena de aguinaldos con octogonal». Esto hizo que en el segundo semestre de 1997 se disputara un curioso torneo llamado «adecuación», cuyo ganador (Bucaramanga, a la postre) disputaría una gran hipermegafinal contra el campeón del torneo 96/97 (América de Cali).
Importante decir que esta es la hora en que no se sabe con certeza si la noticia de esta genialidad llegó a oidos de la sacrosanta International Board. Fuentes que se negaron a revelar su nombre sostienen que el encargado en esa época de informar a la IB de esperpentos como este era, adivinen, el siempre carismático Jack Warner. Otras versiones hablan de una comisión de caducos delegados británicos que para esos días instalaron su cambuche en el bar del hotel Capilla del Mar.
También hay que señalar que la prohibición, como todas, tuvo damificados. Las más afectadas fueron las madres de los aficionados que, acostumbradas a preguntar, no con auténtico interés, sino como gesto de maternal afecto «¿Y cuánto quedaron?» al regresar su retoño del estadio, debían enfrentarse a un desconcertante: «no mamá, ni ganamos ni perdimos, otro día sacamos una tarde y te explico».
Ahora, también hubo beneficiados. Y entre ellos se destaca uno: Héctor Walter Burguez, el arquero uruguayo que había llegado a Millonarios justo para cuando se estrenó la medida, se cansó de darle «punticos» extra el equipo entonces dirigido por «Diemo» Umaña cuando este todavía era Diego. Lo aportado por el uruguayo dejó a su equipo muy cerca de la final, instancia de la que fue apeado tras una extraña goleada 0-4 que el Bucaramanga le propinó al Junior en el hasta ese momento inexpugnable Metropolitano. Se trató de un episodio tan oscuro como la derrota de local de Millonarios en ese mismo torneo contra Unicosta, resultado que mandó al Pereira a la B y a un cura a proferir una maldición contra los azules que si bien en su momento no fue tomada en serio, hoy es motivo de investigación y , sobre todo, de preocupación.
La medida tuvo, seamos justos, su lado bueno. Produjo electrizantes definiciones como la de aquel 8 de mayo de 1998 en que Huila medioderrotó a Tolima 10-9 después de empatar 2-2. También le dio a muchos futbolistas de equipos de media tabla para abajo sin posibilidades de llegar a una copa Libertadores o a una Conmebol, una vivencia que de otra forma nunca experimentarían. El gremio de los matemáticos también aplaudió la innovación pues a ellos tuvieron que recurrir los equipos para hacerse a una idea, así fuera parcial, de su ubicación en la tabla .
Finalmente el sentido común triunfó y a finales de 1998 se desmontó la prohibición. Como siempre, no estamos en condiciones de garantizar que no habrá un nuevo intento por implementarla. De algo sí estamos seguros y es que jamás se les ocurrirá prohibir el del cobro de tiros de esquina en corto o el tradicional cambio de frente bogotano.