Si nunca lo vio jugar, es hora de que empiece a llorar. No hay hoy en el fútbol colombiano un jugador como él. Una tarde de sol de 1989 contra el Sporting de Barranquilla recibió un saque de banda con la cabeza y se puso a hacer la “21”. Los rivales y la tribuna lo aplaudieron. No fue como en 1988, que haciendo la misma jugada –incluso más compleja porque durmió el balón en su inmensa calva- le hizo un gol a René Higuita en Medellín y le regalaron un monedazo en el ojo.
Fue a hacer una prueba en el Stuttgart y no quedó, menos mal por los que siempre quisieron tenerlo ahí, ridiculizando defensas de leña, seguirían pagando la entrada con gusto solo para verlo. Crack en Cali, ídolo irrepetible en Millonarios, y genio con el Medellín subcampeón de 1993 Carlos Enrique Estrada no tuvo nada de bestiarista. Ni sus dientes –unos desordenados granos de maíz peto- , ni su calvicie –propia de empleado bancario de vieja data- ni su paradójico corazón santafereño, que no le dolía cuando con Millonarios le hacía golazos, son merecedoras de una designación a las categorías del oprobio que otros sí se han granjeado con mérito en este espacio.
Esta es la única imagen “Bestiarista” de este superdotado. Nunca jugó en el Junior. De hecho en el octogonal de 1988 Lorenzo Carrabs, el uruguayo invencible, lo sufrió una tarde en la que Estrada lo hizo comer grama con tres golazos muy de la cosecha de la “Gambeta”. Pero en la foto está viviendo una de las alegrías más grandes de su carrera, aunque con la camiseta tiburona. En el camerino del entonces Metropolitano que aún olía a recién pintado, gritó campeón. Con Millonarios, claro. Pero en el desorden del camerino y luego de un intercambio con algún rival, quedó esta postal inédita guardada para siempre.