A primera vista la imagen parecería ser de un partido Once Caldas vs. América u Once Caldas vs. Envigado. Pero no. Si se observa con cuidado notará que el blanco corresponde al Cortuluá y el rojo, sí, el rojo al Once de Manizales.
La foto corresponde a una época (finales de los 90, comienzos de la década de 2000) en la que el Once Caldas atravesó por una grave crisis de identidad que lo llevó a deambular por toda la gama cromática en busca de una tonalidad para su segundo uniforme con la cual poderse sentir seguro y plenamente identificado. Primero fue el verde, luego este rojo que en la foto parece hecho con envolturas de Todo Rico, después el azul para finalmente optar por el negro.
Valga decir también que este rojo que hizo ver al Once como el América un año antes de ganar la Copa Libertadores de América, es de casa textilera desconocida, pues durante varios años el Once, como lo hiciera Santa Fe en 2007, optó por la confección casera de sus prendas (dicen las malas lenguas que en lugar de multas, los futbolistas indisciplinados debían pasar largas horas dedicados al noble oficio de la costura en máquinas y fileteadoras dispuestas en los bajos del Palogrande).
El Bestiario del balón, siempre pendiente de nuestros cerebros fugados, abandona por unos instantes el rodaje del documental sobre la vida y obra de Hernán Boyero para saludar a Cynthia Denzler, primera compatriota en tomar parte de unos Juegos Olímpicos de Invierno (invierno de nieve y trineos, no el de nuestras frecuentes olas invernales).
Como no han faltado los envidiosos de siempre que ya han puesto en tela de juicio los vínculos de Cynthia con nuestra patria, el Bestiario del balón responde a los escépticos confirmándoles que, según fuentes de entera credibilidad, la bella esquiadora es una colombiana más. Como usted o como yo, Denzler se ha limpiado la boca con una servilleta cortada por la mitad después de un corrientazo, ha maldecido cuando se le cae el sistema segundos antes de terminar de pagar la PILA y ha tenido que esperar 16 meses para que le cancelen su suscripción a TELMEX.
Nos confirman también que entre su equipaje se encontraban numerosas cajas de icopor con merengones de diferentes sabores adentro -su postre favorito- y que su corazón vibra al escuchar acordes de Buitraguito, Darío Darío y Café Moreno, música que suele combinar con la prosa de Ángela Botero.
Es por esto que desde ya invitamos a toda la comunidad bestiarista a estar pendiente de las pruebas de slalom y slalom gigante y, en caso de triunfo de nuestra paisana -cosa que no dudamos-, salir a las calles armados de sendos sprays de navinieve.
Un buen día de 1993 Esteban Jaramillo, siempre pendiente del último grito de la moda, decidió hacer un repaso por las tendencias de vanguardia que en materia de peinados se veían en nuestras canchas. Con imágenes de célebres cabelleras como las de René Higuita, Orlando Rojas , Juan Carlos Niño, Carlos Arias, el «Mechas» Sarmiento y Lincoln Mosquera y valiendose, quién sabe si con el vistobueno de Sayco, del éxito que sobre este asunto compuso Gloria Trevi, Jaramillo, sin querer, hizo toda una declaración de principios, un documento que 17 años después debería ser material de obligatoria observancia en las concentraciones de los clubes y en particular de esos clubes cuyos integrantes gastan gruesas sumas en tiqueteras de D'Norberto.
A comienzos de la década de 1990 un cisma sacudió al fútbol colombiano. Tomando como referente las tribunas de los estadios argentinos, algunos fanáticos de vanguardia hicieron el tránsito del frío y parco «ra-ra-ra» a nuevas y dinámicas formas de apoyar a sus equipos. Así, esos adelantados que aun a costa de adelantar sus problemas de várices decidieron permanecer de pie durante los 90 minutos, abrieron un boquete por el que pronto llegaría el tan controvertido fenómeno del aguanterismo, con sus «eshes» en lugar de «eses», sus muñecas caídas y brazos erguidos y, por supuesto, su paquete de argentinismos que rápidamente se instaló en el léxico de los hinchas más jóvenes.
Por suerte, el periodista del programa Personajes, seguramente temeroso de lo que se venía encima, reservó un campito en la nota para el hincha rebelde que, escéptico y anárquico, decide sólo militar en las siempre nobles causas de la paz y el alcohol.
La demora en la publicación de este post obedeció a las instrucciones precisas que recibió nuestra siempre acuciosa Unidad Investigativa «revuelquen esos archivos, averigüen en los cinco continentes, trabajen horas extras si es necesario y después cuadramos, pero lo importante es confirmar que estamos ante un caso sin precedentes en el mundo mundial».
Eficaz y comedida como siempre, nuestra Unidad Investigativa tomó atenta nota de las instrucciones impartidas desde la redacción para de inmediato activar el plan Fannylorena de búsqueda intensiva y, por supuesto, exhaustiva de un caso similar al de David Giraldo.
Meses después,un voluminoso cartapacho llegó a la redacción. Entre facturas de hoteles, vales de taxis, pasajes de Berlinas y recibos de Xeroxcopias estaba el dictamen: No. No se pudo hallar un caso que reuniera las características del caso Giraldo. A saber: 1.Debutar como profesional. 2. Pisar la cancha. 3. No tocar el balón. 4. Cometer una falta. 5. Recibir tarjeta roja sin cumplir siquiera 10 segundos en la cancha.
El protagonista de este caso en mora de ser llevado por la junta directiva azul ante sus pares del libro Guinnes es un volante de Manizales, que en 2007 llegó a Millonarios y que el 22 de julio recibió la oportunidad de debutar en Bogotá contra el Real Cartagena. Corría el minuto 22 del segundo tiempo cuando ingresó en reemplazo de Ervin González para 9 segundos después ser poseído por el «Gringo» Palacios situación que lo llevó a propinarle una fuerte patada a Fabián Díaz. Esta agresión le valió su inmediata expulsión y, suponemos, la fuerte reprimenda de otro debutante esa noche: el técnico uruguayo Martín Lasarte.
Licenciado semanas después por el paupérrimo rendimiento de su equipo, Lasarte seguramente no se imaginó esa noche que tres años después, la hinchada, por compasión y también por el respeto que cualquier recordman merece, iba a recordar con más cariño al precoz debutante.
El video del histórico acontecimiento, cortesía de Daniel:
Nunca hay que dejar al libre albedrío dirigencial las decisiones de comprar futbolistas para el equipo. Eso tiene que ser tarea del entrenador. De lo contrario, si no hay un tatequieto, puede que le lleguen al técnico de ocasión con Prisciliano González bajo el brazo.
¿Cuando se va a fichar un futbolista qué es lo que se busca en realidad? Que haga goles, o que los evite. Y de ahí comienza la división de labores. Las prioridades de los clubes pasan por tener un delantero implacable en el área, un portero que se juegue la vida atajando balones imposibles, luego puede ser un volante creativo, un cerebro que le dé orden al juego ofensivo y finalmente un zaguero central que se encargue de controlar la zaga son las grandes prioridades de los equipos en torno a la vinculación.
Por eso la pregunta: ¿Uno para qué quiere que a su equipo venga un lateral izquierdo desde Paraguay, que mide 1.64 y cuyo nombre es Prisciliano? El paladar de los hombres encargados de los fichajes en el Cali en 1998 no se puede explicar ni con los agentes Mulder y Scully porque no hay archivo X que aguante semejante disparate –a menos claro, que se trate de buscar en ese puesto un reemplazo a Luis “Morumbí” Zapata, ahí sí es válido-.
Pues el petiso Prisciliano vino a Cali con las esperanzas de hacer historia en su puesto. Y a fe qué lo hizo. Se comenta por los bajos del estadio Pascual Guerrero que el diminuto lateral fue modelo para un artesano que vendía pulseritas en la Loma de la Cruz. Cuando el mucharejo hippie y con ganas de rebuscarse la vida vio la estampa del aguerrido guaraní, pensó que tenía todo el tiempo disponible –los hippies no hacen nada, salvo bailar mirando al cielo- para hacer realidad un proyecto que había frenado hacía muchos años por… ser hippie: crear un muñeco navideño amigable, cariñoso y sin igual que pudiera animar los alumbrados de su ciudad y que fuera la sensación en épocas de la feria de Cali.
Entonces el fanático de Cat Stevens y el sándalo se dirigió raudo hacia la sede social del Deportivo y logró ingresar a pesar de su maltrecho aspecto. Fingió ser periodista y pidió la ficha técnica del paraguayo que, inocente, jugaba en las prácticas por la banda izquierda y recordaba que empezó su carrera como delantero en el Club Capitán Figari del ascenso de su país pero que por su poco virtuosismo en las 18, terminó siendo el 4 ideal para su equipo.
El hippie dedicó horas de su ocio –las 24 para ser sensatos- en la hechura de un muñeco frágil pero candoroso. Una especie de “Troll” criollo. El hippie se iba al estadio religiosamente cada fin de semana, no para ver al verde (era hincha del Cortuluá), sino para seguir el pelo ondeante y las cómicas despaturradas de Prisciliano por la banda izquierda.
Cada día el destino de ambos protagonistas estaba más alejado, era inversamente proporcional. Mientras el muñeco de hule ya iba tomando forma, el de carne y hueso parecía irse derritiendo en cada pique infructuoso hacia la ofensiva. Y el Cali también iba en picada porque Prisciliano y Lorenzo Carlos Ojeda, los jugadores vinculados en ese año eran un fracaso.
Poco a poco, el guaraní fue perdiendo espacio valioso en la titular de su equipo, sobre todo tras la llegada de José “Cheché Hernández el Cali empezó a jugar con tres defensas en el fondo. Prisciliano pronto empacó maletas y el Cali gritó campeón venciendo al Caldas en la final de ese año. Los memoriosos recuerdan que mientras caían maizena y huevos en la celebración del título, cada automóvil de la ciudad llevaba colgado en el espejo un troll con la camiseta del Cali, llamado “Prisciliano”.
De Prisciliano nada se volvió a saber –del de carne y hueso-. Del hippie sí; ya se baña, usa Armani y le encantaba ir a charlar con José Pardo Llada en el Club Colombia.
Texto tomado del libro «Bestiario del balón. El lado B del fútbol colombiano» Aguilar, 2008.