Más que por su dominio del balón, sus pases o el número de balones que pueda recuperar por partido, el país futbolístico conoce a Maxi Flotta por su explosivo temperamento. Jueces, rivales e incluso compañeros que han compartido gramado con el volante colombo-argen
tino dan fe de cómo en la cancha por momentos parece una versión beta de Eduardo Pimentel. Preocupados, en el Bestiario del balón nos pusimos en la tarea de averiguar por las razones del difícil perfil emocional del muchacho. Por fortuna, encontramos la respuesta en este testimonio. Habla su señor padre, Rubén.
Si alguna marca de valeriana decidiera incursionar en el mercado su campaña de lanzamiento tiene que tener a Eduardo Pimentel como punta de lanza, de lo contrario estará condenada al fracaso.
Siempre inconforme y dispuesto a retar a la autoridad, son muchos, muchísimos, los episodios en que el país ha visto a Eduardo en sus tres facetas: jugador, técnico y directivo, cuestionando con finos modales una decisión arbitral.
Cansado, suponemos, de no ser tomado en serio y de que los árbitros incorporaran a su rutina en la cancha sus airados reclamos, Pimentel optó en la final de 1991 por nueva forma de expresar forma de expresar su sempiterno inconformismo y que además le servía para pasarse por la faja el reglamento. En efecto, en lugar de recurrir a la clásica «pechada» del árbitro (tipificada en el reglamento y castigada con varias fechas) Pimentel se las quiso dar de vivo y prefirió «ombliguear» al árbitro creyendo que se podría aprovechar del vacío legal que todavía hoy existe sobre el tema.
no le comió cuento y después de un sutil barrigazo lo remató con una tarjeta roja. Es bueno saber que la ira de Pimentel que muestra el video no se debió a la roja, como si no estuviera ya acostumbrado, sino al fracaso de su nueva y efímera estrategia.
httpv://www.youtube.com/watch?v=bNjCPtLqBWs
Si alguna marca de valeriana decidiera incursionar en el mercado su campaña de lanzamiento tiene que tener a Eduardo Pimentel como punta de lanza, de lo contrario estará condenada al fracaso.
Siempre inconforme y dispuesto a retar a la autoridad, son muchos, muchísimos, los episodios en que el país ha visto a Eduardo en sus tres facetas: jugador, técnico y directivo, cuestionando con finos modales una decisión arbitral.
Cansado, suponemos, de no ser tomado en serio y de que los árbitros incorporaran a su rutina en la cancha sus airados reclamos, Pimentel optó en la final de 1991 por una nueva forma de expresar su sempiterno inconformismo y que además le servía para pasarse por la faja el reglamento. En efecto, en lugar de recurrir a la clásica «pechada» del árbitro (tipificada en el reglamento y castigada con varias fechas) Pimentel se las quiso dar de vivo y prefirió «ombliguear» al árbitro creyendo que se podría aprovechar del vacío legal que todavía hoy existe sobre el tema.
Para su desgracia, el juez Luis J. Marín no le comió cuento y después de un sutil barrigazo lo remató con una tarjeta roja. Es bueno saber que la ira de Pimentel que muestra el video no se debió a la roja, como si no estuviera ya acostumbrado, sino al fracaso de su nueva y efímera estrategia.
El nombre nada más suena como el de un edil por la localidad de Barrios Unidos que busca encontrar amigos tenderos entre el reducido electorado, para conseguir más o menos dos mil votos, no para ganar una curul dentro de las JAL, sino para que, por lo menos, la registraduría le devuelva el dinero que consignara el día de inscripciones.
La cosa es que llamarse Roberto Camargo y no decicarse la política local, puede enfilar al dueño de esta identificación al ostracismo. Caso comprobado fue el de nuestro Roberto Camargo, costeño para más señas (he ahí que tenía la sangre perfecta para ser político, no era tan descabellada la suposición) y que sin importar lo ignoto de su nombre se lanzó a ser arquero de fútbol. He aquí que él tuvo que vencer primero la, poca sonoridad de su nombre con tal de raspar un pedacito de primera división.
Es que estaba clarísimo: un nombre para un arquero es Jean Marie Pfaff. O René Higuita. Si se quiere John Freddy Van Stralhem. Los apellidos raros las mezclas curiosas son claves para que un portero sea
e se imagina a un dirigente firmando el contrato de Roberto Camargo para que cuide los tres palos de su arco.
Pero dicen en las calles de Cartagena que el muchacho fue testarudo y se impuso una meta más que curiosa: llegar a primera división dándose un largo plazo, categoría “Cesión Canal de Panamá”. Antes de los 36 años debía pisar un campo de primera y conseguir un logro importante.
Harto le costó pelear por su sueño, porque, de hecho, no era un guardameta que ofreciera garantías. Piernas flacas (sinónimo de que al saltar no tiene potencia al brincar, o sea que no llega a los balones altos y angulados), brazos secos (un taponazo mal dado podía significar que su brazo se doblara como un palo de balso), y pelo crespo que discretamente caía hasta un poco más abajo de la nuca (era ver a Weird Al Yankovic a lo lejos).
Así se las fue arreglando, pero nada que el sueño se cumplía. En la B sí tuvo participación activa bajo los tres palos del Real Cartagena -aunque no rebajaba de vez en cuando sus banqueadas tétricas- y justamente en la B encontró el quiebre ideal para cumplir su cometido de llegar a las grandes ligas.
Texto publicado en el libro Bestiario del Balón, Aguilar, 2008.
Quiso ser futbolista, pero la vida da vueltas y terminó muy lejos de las medias y las vendas en un lugar donde son frecuentes las componendas. Quiso consagrarse metiendo un gol de taquito, pero terminó viendo a ver cómo le aprueban al menos un articulito. Siempre soñó con volear la camiseta azul y con arrojo, pero terminó voleando el popular trapo rojo. Debutó en el Olaya, pero no alcanzó a ser profesional, aun así hoy ya tiene aire de gamonal.
Nuestro personaje, en acción en el torneo del Olaya.
El que primero adivine se hará acreedor a una ida a cine en compañía del Cabezón Rodríguez (para sentarse detrás).
Revive nuestra sección «De turismo por Colombia» dedicada a rescatar del olvido aquellas plazas que por obra y gracia de la Comisión Disciplinaria de la Dimayor han sido sedes fugaces de nuestro querido y no menos vilipendiado rentado nacional.
Esta vez el turno es para la ciudad que también es sede del Reinado Nacional del Turismo, cuna de Charly Zaa y de mortíferas nubes de jején: Girardot. Antes hay que decir que el puerto cundinamarqués ha recibido varias veces al torneo de la Dimayor, sobresaliendo aquellos meses en que fue sede del Cúcuta Deportivo por allá en 1989 cuando tenía su casa en obra negra. Y fue justo ese año en el que tuvo lugar el partido que hoy reseñamos: Millonarios Vs. América por el cuadrangular semifinal «A» de aquel trágico año.
Estos dos equipos terminaron jugando en el «Luis Duque Peñ» gracias a la sanción de la que fue objeto El Campín debido al mal comportamiento del público durante el partido que días antes habían disputado Millonarios vs. Medellín, (que tuvo como juez al malogrado Álvaro Ortega). El partido era crucial: era la última fecha del cuadrangular y el que ganara acompañaría al Junior como respresentantes de este grupo en la siguiente instancia.
Y no sólo era crucial para los dos equipos, también lo era para el pueblo argentino. Esto si hemos de creer en las patrioteras versiones que circularon por esos días según las cuales Carlos Bilardo observaría este partido con especial cuidado para decidir a cuál de los dos arqueros en contienda llevar al mundial de Italia 1990: si Julio César Falcioni, del América o Sergio Goycochea de Millonarios.
El partido lo ganó Millonarios 1-0 con gol del entonces joven lateral John Jairo «el Pocillo» Díaz. De nada sirvió este triunfo pues 15 días después fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega a la salida de un DIM vs. América. Este partido correspondía a un colombianísimo cuadrangular que después disputaron América y Medellín, tercero y el cuarto del cuadrangular A (algo así como el de ganadores) contra Magdalena y Nacional, primero y segundo del B (el de perdedores). Los dos primeros serían los encargados de completar el cuadrangular final y para ese día el Unión ya tenía su cupo asegurado.
El asesinato de Ortega derivó en la suspensión del torneo de ese año. Volviendo con el tema de los arqueros, el duelo lo ganó Goycochea y según parece Bilardo si estaba de incógnito en el Hotel Bachué o en el Tocarema, pues «el Vasco» fue incluido en la nómina de los campeones del mundo.
"El Pocillo" Díaz, presa del calor girardoteño, se proyecta por la banda derecha del Luis Duque Peña.
Revive nuestra sección «De turismo por Colombia» dedicada a rescatar del olvido aquellas plazas que por obra y gracia de la Comisión Disciplinaria de la Dimayor han sido sedes fugaces de nuestro querido y no menos vilipendiado rentado nacional.
Esta vez el turno es para la ciudad que también es sede del Reinado Nacional del Turismo, cuna de Charly Zaa y de mortíferas nubes de jején: Girardot. Antes hay que decir que el puerto cundinamarqués ha recibido varias veces al torneo de la Dimayor, sobresaliendo aquellos meses en que fue sede del Cúcuta Deportivo por allá en 1989 cuando tenía su casa en obra negra. Y fue justo ese año en el que tuvo lugar el partido que hoy reseñamos: Millonarios Vs. América por el cuadrangular semifinal «A» de aquel trágico año.
Estos dos equipos terminaron jugando en el Luis Duque Peña gracias a la sanción de la que fue objeto el Campín debido al mal comportamiento del público durante el partido que días antes habían disputado Millonarios vs. Medellín, (que tuvo como juez al malogrado Álvaro Ortega). El partido era crucial: era la última fecha del cuadrangular y el que ganara acompañaría al Junior como respresentantes de este grupo en la siguiente instancia.
Y no sólo era crucial para los dos equipos, también lo era para el pueblo argentino. Esto si hemos de creer en las patrioteras versiones que circularon por esos días según las cuales Carlos Bilardo observaría este partido con especial cuidado para decidir a cuál de los dos arqueros en contienda llevar al mundial de Italia 1990: si Julio César Falcioni, del América o Sergio Goycochea de Millonarios.
Julio César Falcioni practica durante el partido movimientos de lancha de pedales.
El partido lo ganó Millonarios 1-0 con gol del entonces joven lateral John Jairo «el Pocillo» Díaz. De nada sirvió este triunfo pues 15 días después fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega a la salida de un DIM vs. América. Este partido correspondía a un colombianísimo cuadrangular que después disputaron América y Medellín, tercero y el cuarto del cuadrangular A (algo así como el de ganadores) contra Magdalena y Nacional, primero y segundo del B (el de perdedores). Los dos primeros serían los encargados de completar el cuadrangular final y para ese día el Unión ya tenía su cupo asegurado.
Postal nostálgica del histórico encuentro.
El asesinato de Ortega derivó en la suspensión del torneo de ese año. Volviendo con el tema de los arqueros, el duelo lo ganó Goycochea y según parece Bilardo si estaba de incógnito en el Hotel Bachué o en el Tocarema, pues «el Vasco» fue incluido en la nómina que Argentina llevó al mundial de Italia. En pocas palabras: a Roma vía el Boquerón.
Ficha:
Sexta fecha cuadrangular semifinal A, octubre 29 de 1989.