N. de la R. Una nueva categoría llega al Bestiario del balón (encomendada a san Miguel Ángel de las Bermudas para que esta sí prospere). En «lugar equivocado» reseñaremos pasos fugaces, deslices o porfuerazos en otros clubes de jugadores tradicionalmente identificados con los colores de un equipo.
El encargado de inaugurarla es Víctor Aristizábal con su desembarco a comienzos de 2001 en el que quizás ha sido el Deportivo Cali más publicitado y que más expectativas ha generado en los últimos años. Bajo la dirección de Luis Fernando Suárez (que llegó luego de un extraño cambiazo que puso a «Cheché» Hernández en Nacional), la
directiva azucarera armó un equipo con nombres de peso como Iván René Valenciano y otros no tan de peso pero sí con algo de talento y recorrido como Arley Dinas, Giovanni Hernández, Elkin Murillo y el ya citado Víctor Hugo Aristizábal.
Como suele suceder con todos los equipos sobre los que recae el incómodo mote de «dream team», no logró nunca hilvanar del todo y tampoco conquistar títulos o logro importante alguno. Aristizábal, por su parte, con la 10 a su espalda pese a que tampoco se sintió del todo cómodo con un verde que no era el de su Nacional, logró una campaña bastante aceptable con 18 goles en el torneo local más uno que le hizo a Boca Juniors por Copa Libertadores.
Terminado el 2001, Aristizábal regresó a Brasil, a las filas del Vitória tal vez sintiéndose sucio por culpa de este pequeño desliz.
Curramba, uno de nuestros más eximios visitantes y Paparazzi de marras (de él es la foto de Faustino Asprilla con modelo y Ron en la mano) se encontró con esta joya del Nilo. Gonzalo «Chalo» González hacía realidad el «Sueño del pibe» O mejor, dormía como un bebé dentro de un Mercedes Benz convertido en bus rojo que va por troncales.
Aunque en la imagen «Chalo» está desarticulado, Curramba nos contó que el periodista tomó el articulado en la Caracas con 37, ahí al lado de RCN Radio y que después de pelear contra Morfeo durante un largo trayecto, catyó noqueado -como si el «Gringo» Palacios le hubiera metido un suelazo-
Por eso queremos que usted, fiel usuario (de Transmilenio y del Bestiario) nos ayude a pensar en el sueño de «Chalo». Alguna medium nos dijo que estaba soñando que cambiaba su lugar como comentarista en la básica de RCN para ocupar un lugar en el micrófono en el programa «La tienda ganadora» de Antena 2.
Un taita amazónico nos dijo que es una posición que adoptan algunos que tienen la selvática enfermedad del «parpadeo colibrí» que acosa a Memo Orozco, pero no quedamos satisfechos.
¿Qué se estaba soñando «Chalo» González»? Concurse adivinando los pensamientos del comentarista número 1 de RCN. Quien acierte será ganador de un llavero con el nombre «Cerveleón», dos cábanos y una sesión de nebulizaciones ejecutadas por Pablo Chaverra.
Una vez recuperado de sus dolencias, a Hendrix, que también cultivaba un secreto interés por los asuntos de estado, se le metió en la cabeza que no podía irse de Colombia sin antes conocer el corazón del poder político de la nación: el Palacio de Nariño.
Amigos intimos en Cúcuta, conocedores de su verdadera identidad, le sugirieron que en cualquier ida a Bogotá se volara de la concentración, tomara un taxi y le pidiera que lo llevara a Palacio. Allí podría pedirle el favor a cualquier transeúnte que le tomara una foto frente a la casa presidencial, eso sí teniendo cuidado de a quién le pedía el favor, «porque uno nunca sabe», «you never know, Jim».
Pero no. A Hendrix se le metió en la cabeza (o en el afro, como quieran) que tenía que conocer Palacio, pero por dentro, Nada que por fuera, nada que asomándose, no. Al fin y al cabo, y sin importar que no lo pudiera hacer público, él seguía siendo una personalidad mundial y no estaba acorde con su trayectoria asumir el comportamiento de un turista raso.
única alternativa que le quedaba a Jimi era empezar de cero y volver a ser una celebridad, pero ahora como futbolista. Era la única forma de lograr su objetivo. Trabajó duro, entrenó fuerte, sobresalió en el Cúcuta, después fue a dar al Tolima donde también se destacó. De ahí al Santa Fe y luego a Millonarios en donde recibió el llamado a la selección Colombia que disputaría la eliminatoria a México'86. Solucionados, no queremos saber cómo, los problemas de pasaporte, Hendrix se integró al seleccionado del médico Ochoa. Conocedor ya de los rituales político-deportivos criollos, Hendrix sabía visita a Palacio era ya cuestión de tiempo, de saber esperar y no desesperar.
Y tenía razón. Al poco tiempo de estar concentrado llegó la invitación de rigor a Palacio para recibir el tricolor nacional de manos del entonces presidente Belisario Betancur. Pletórico, Hendrix al entrar sintió que ya podía abandonar esta segunda identidad, que podía irse en cualquier momento del país con la satisfacción del reto que se cumple. Entró al salón donde los esperaba Belisario, cantó el himno, se aguantó el discurso sin dormirse, esculcó con su mirada cada rincón, cada cuadro, cada objeto. Cuando se acercó Belisario a darle la mano escuchó la pregunta a la que ya estaba acostumbrado. Esta vez el presidente se la susurró al oido al edecán: «¿y a este de dónde más lo conocemos?».
Por fortuna, los gustos musicales del edecán estaban más cerca de Silva y Villalba que de Jimi Hendrix y no supo dar razón.
Más que por su dominio del balón, sus pases o el número de balones que pueda recuperar por partido, el país futbolístico conoce a Maxi Flotta por su explosivo temperamento. Jueces, rivales e incluso compañeros que han compartido gramado con el volante colombo-argen
tino dan fe de cómo en la cancha por momentos parece una versión beta de Eduardo Pimentel. Preocupados, en el Bestiario del balón nos pusimos en la tarea de averiguar por las razones del difícil perfil emocional del muchacho. Por fortuna, encontramos la respuesta en este testimonio. Habla su señor padre, Rubén.
Si alguna marca de valeriana decidiera incursionar en el mercado su campaña de lanzamiento tiene que tener a Eduardo Pimentel como punta de lanza, de lo contrario estará condenada al fracaso.
Siempre inconforme y dispuesto a retar a la autoridad, son muchos, muchísimos, los episodios en que el país ha visto a Eduardo en sus tres facetas: jugador, técnico y directivo, cuestionando con finos modales una decisión arbitral.
Cansado, suponemos, de no ser tomado en serio y de que los árbitros incorporaran a su rutina en la cancha sus airados reclamos, Pimentel optó en la final de 1991 por nueva forma de expresar forma de expresar su sempiterno inconformismo y que además le servía para pasarse por la faja el reglamento. En efecto, en lugar de recurrir a la clásica «pechada» del árbitro (tipificada en el reglamento y castigada con varias fechas) Pimentel se las quiso dar de vivo y prefirió «ombliguear» al árbitro creyendo que se podría aprovechar del vacío legal que todavía hoy existe sobre el tema.
no le comió cuento y después de un sutil barrigazo lo remató con una tarjeta roja. Es bueno saber que la ira de Pimentel que muestra el video no se debió a la roja, como si no estuviera ya acostumbrado, sino al fracaso de su nueva y efímera estrategia.
httpv://www.youtube.com/watch?v=bNjCPtLqBWs
Si alguna marca de valeriana decidiera incursionar en el mercado su campaña de lanzamiento tiene que tener a Eduardo Pimentel como punta de lanza, de lo contrario estará condenada al fracaso.
Siempre inconforme y dispuesto a retar a la autoridad, son muchos, muchísimos, los episodios en que el país ha visto a Eduardo en sus tres facetas: jugador, técnico y directivo, cuestionando con finos modales una decisión arbitral.
Cansado, suponemos, de no ser tomado en serio y de que los árbitros incorporaran a su rutina en la cancha sus airados reclamos, Pimentel optó en la final de 1991 por una nueva forma de expresar su sempiterno inconformismo y que además le servía para pasarse por la faja el reglamento. En efecto, en lugar de recurrir a la clásica «pechada» del árbitro (tipificada en el reglamento y castigada con varias fechas) Pimentel se las quiso dar de vivo y prefirió «ombliguear» al árbitro creyendo que se podría aprovechar del vacío legal que todavía hoy existe sobre el tema.
Para su desgracia, el juez Luis J. Marín no le comió cuento y después de un sutil barrigazo lo remató con una tarjeta roja. Es bueno saber que la ira de Pimentel que muestra el video no se debió a la roja, como si no estuviera ya acostumbrado, sino al fracaso de su nueva y efímera estrategia.
El nombre nada más suena como el de un edil por la localidad de Barrios Unidos que busca encontrar amigos tenderos entre el reducido electorado, para conseguir más o menos dos mil votos, no para ganar una curul dentro de las JAL, sino para que, por lo menos, la registraduría le devuelva el dinero que consignara el día de inscripciones.
La cosa es que llamarse Roberto Camargo y no decicarse la política local, puede enfilar al dueño de esta identificación al ostracismo. Caso comprobado fue el de nuestro Roberto Camargo, costeño para más señas (he ahí que tenía la sangre perfecta para ser político, no era tan descabellada la suposición) y que sin importar lo ignoto de su nombre se lanzó a ser arquero de fútbol. He aquí que él tuvo que vencer primero la, poca sonoridad de su nombre con tal de raspar un pedacito de primera división.
Es que estaba clarísimo: un nombre para un arquero es Jean Marie Pfaff. O René Higuita. Si se quiere John Freddy Van Stralhem. Los apellidos raros las mezclas curiosas son claves para que un portero sea
e se imagina a un dirigente firmando el contrato de Roberto Camargo para que cuide los tres palos de su arco.
Pero dicen en las calles de Cartagena que el muchacho fue testarudo y se impuso una meta más que curiosa: llegar a primera división dándose un largo plazo, categoría “Cesión Canal de Panamá”. Antes de los 36 años debía pisar un campo de primera y conseguir un logro importante.
Harto le costó pelear por su sueño, porque, de hecho, no era un guardameta que ofreciera garantías. Piernas flacas (sinónimo de que al saltar no tiene potencia al brincar, o sea que no llega a los balones altos y angulados), brazos secos (un taponazo mal dado podía significar que su brazo se doblara como un palo de balso), y pelo crespo que discretamente caía hasta un poco más abajo de la nuca (era ver a Weird Al Yankovic a lo lejos).
Así se las fue arreglando, pero nada que el sueño se cumplía. En la B sí tuvo participación activa bajo los tres palos del Real Cartagena -aunque no rebajaba de vez en cuando sus banqueadas tétricas- y justamente en la B encontró el quiebre ideal para cumplir su cometido de llegar a las grandes ligas.
Texto publicado en el libro Bestiario del Balón, Aguilar, 2008.