
Con un gol de gran factura contra Brasil en Malasia por los cuartos de final del Mundial sub20 de 1997como carta de presentación, Martín Perezlindo aterrizó en el Millonarios de Norberto Peluffo como refuerzo tardío (curiosa y muchas veces inconveniente figura que, por cierto, ya hace parte del patrimonio inmaterial del club embajador) en el segundo semestre de 2003. Al llegar, «el Galgo» no habló de su dilatada trayectoria con un muy discreto promedio de goles por Unión de Santa Fe, Racing y Bella Vista de Uruguay. Prefirió omitir ese item y más bien hablar de sus mágicos momentos en Malasia como uno más de los «Pekerman’s boys» junto a Riquelme, Aimar, Placente y Cambiasso, entre otros.
Después de superar, como sucede siempre en estos casos, un largo período de adaptación, Perezlindo irrumpió con fuerza en el cuadrangular semifinal marcándole tres goles en dos partidos al Deportivo Pasto por (ya antes le había marcado uno al Quindío). Para desgracia de los azules, sus goles poco sirivieron pues fue ese el año en que un cabezazo de último minuto del hoy azul Milton Rodríguez le dio la victoria al Deportivo Cali una noche lluviosa en El Campín dejando así moribundo a un equipo al que ya se daba como seguro finalista y que después de ese gol quedó obligado a ganarle al Unión en Santa Marta, empresa que para un equipo de la capital siempre será poco más que una utopía.
Volviendo con el homenajeado, hay que decir que sus goles contra el Pasto no cayeron en saco roto. Después de un intermitente primer semestre de 2004 en Millonarios, para mitad de año los directivos pastusos pusieron sus ojos en su verdugo convencidos de que así, no sólo neutralizaban un potencial enemigo, sino que aseguraban un delantero con promedio superior a un gol por partido. Olvidaban aquella ley natural del fútbol según la cual un jugador una vez contratado por el equipo en el que se ha especializado en hacerle goles difícilmente logrará poner su capacidad goleadora al servicio de quien ha sido su víctima predilecta. Sólo dos goles en 12 partidos obligaron a Martín a buscar nuevos aires al sur, en donde recaló en el Macará de Ambato en donde comenzaría a recorrer la senda del bestiarista: regreso a Colombia con el Tuluá en el 2005, regreso a Ecuador con el Espoli al año siguiente, después Chacarita y, más recientemente, Juventud Antoniana han sido las escalas de este andariego Pekerman boy. .











