
La tribuna alta del Estadio San José de Armenia era todo un monumento al juego limpio, al juego sin detenciones y veloz por el que ha promulgado siempre la FIFA en cuanto concilio pseudovaticano organiza en Zurich. Qué mejor que un muro de fuerte ladrillo para evitar tanto balón refundido debajo de vallas publicitarias o que quede en manos de «ball boys» mañosos y desprejuiciados que, a cambio de unos guayos AS regalados por el director deportivo de un club cualquiera, refunda la pelota cuando el equipo visitante va perdiendo. Con este modelo la velocidad del juego era rapidísima, casi como el micro. Faltaban los pro-keds, las medias amarillas, la pantaloneta pegada, una que otra «pascuala» y listo. Ni Bibiano Mena, gloria micrera del pasado, soportaría tanto vértigo. Incluso como elemento de seguridad contra barras bravas aguanta, más que la malla o el acrílico.
Pero como es costumbre en nuestro país, las soluciones siempre son a medias. El muro nunca era alto así que para detener un juego complicado, el visitante mandaba a patear balones a tipos estilo Alan Valderrama para que la pelota se fuera hasta la Plaza de Bolívar.
La imagen, en la que vuela José Laurenti, bestiarista arquero quindiano de comienzos de los ochenta, es clara. Con un mural así, ¿pa qué recogebolas?.
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