El Pacho de siempre, el Pacho de todos (II)

Finalizadas sus vacaciones a orillas del Río de la Plata , ¿Cuál será el próximo destino de Pacho Maturana?

Option Votes %
Hacerle el cajón a Pélaez en el DIM 96 15.9
Hacerle el cajón a Pinto en la selección 126 20.9
La administración del hipódromo Los Comuneros 20 3.3
Los Guaros de Venezuela 62 10.3
La isla de los famosos 85 14.1
El Festival Internacional de Poesía de Medellín 39 6.5
No tener destino es ganar un poco 174 28.9
Total votes: 602

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Hacerle el cajón a Pélaez en el DIM 96 15.9

Hacerle el cajón a Pinto en la selección 126 20.9

La administración del hipódromo Los Comuneros 20 3.3

Los Guaros de Venezuela 62 10.3

La isla de los famosos 85 14.1

El Festival Internacional de Poesía de Medellín 39 6.5

No tener destino es ganar un poco 174 28.9

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Alfredo Nicolás Cotera

No fue Sebastián Prediguer el primer foráneo que paso por Millonarios sin estrenar la indumentaria oficial de competencia. Promediando el año 2000 desembarcó en Bogotá Alfredo Nicolás Cotera, defensa central argentino que llegó huyendo de la crisis que por esos días carcomía a Huracán, equipo en el que había debutado en 1997.Cotera llegó a Bogotá como solución para los graves problemas de seguridad de una defensa liderada por Álvaro Aponte y Javier Martínez, pero una lesión lo obligó a vivir su estancia bogotana en el departamento médico del cuadro azul. Una vez recuperado no logró siquiera emular a Gustavo Falaschi, otro defensa central gaucho que en 1997 llegó para disputar apenas dos partidos con el plantel profesional. No. Por no encontrarse en forma y seguramente por no haber derrochado talento en las prácticas, una bolsa todavía sellada con la camiseta Saeta-LG de ese año se fue dentro de una de sus valijas el día de finales del 2000 en que salió de Bogotá rumbo al Monza de Italia. Militó después en la Universidad de Concepción de la liga chilena, de donde emigró al siempre prometedor balompié húngaro.

Con información de enunabaldosa..

Quindío-Canada Dry 1988: el "levantamuertos"

Los hinchas del equipo milagro recuerdan con gran cariño la formación de 1988, una de las que pudo entrar a los cuadrangulares tras varias temporadas muy flojas. Con recién estrenado estadio Centenario estos futbolistas, de muy buena producción con los cafeteros, pudieron salir del encuadre bestiarista que poseían algunos de ellos antes de jugar en el Deportes Quindío. Este es el desglose, de izquierda a derecha (nótese los balones Mikasa):

Arriba

Carlos Prono:suplente de Luis Islas en el seleccionado argentino juvenil subcampeón del mundo en México 83, y descartado en Chacarita Juniors. Mina Camacho le ganó el puesto en el Caldas 86.
Norberto Cadavid: venía de ser duramente criticado por haber participado con poco éxito en el Tolima de Jorge Barón y además, en el Pereira, se hizo infaustamente famoso por casi matar a patadas a Javier Chimá en una gresca contra el Junior.
Adolfo Téllez: siempre fue bastante flojo. Jugador salido del Quindío.
Darío Campagna: salió de Rosario Central luego de haber descendido con los «Canallas». La tribuna centralista no lo quería por su poco sacrificio. Le decían «El muerto».
Augusto Vargas Cortés: el menos bestiarista, más allá de su parecido con un miembro de los Lebron Brothers.. Gran lateral izquierdo.
Rosemberg Bernal: otro producto flojo del Tolima Tapa Roja de 1986. Volante de marca muy maleta.

Abajo

Maximiliano Cincunegui: pintaba para ser goleador tremendo en Vélez, pero terminó haciendo goles en la segunda división del fútbol argentino con el Deportivo Armenio.
Luis Erramuspe: jugador de segunda en Argentina, no se pudo establecer mucho cuando jugó para el Bucaramanga en el 86.
Norberto Peluffo: el «mono» gran jugador en Nacional y Millonarios ya venía de vuelta, sin mucho ritmo.
Jorge Ricardo Forero: ¿alguien tiene datos sobre este muchacho?
Carlos Peláez: muy buen lateral derecho, pero cuando se esperaba que Francisco Maturana lo llevaría a Nacional en el 88, el pobre se quedó en el Quindío.
Hasta 1997 no se volvió a ver en el Centenario un Quindío tan vistoso. Y las figuras de este equipo fueron Prono, Campagna, Erramuspe, Peluffo y hasta Cincunegui hizo sus golcitos.

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Estadio Eduardo Santos


Imágen nocturna del coloso samario tomada con nuestro ya famoso «Kokorikóptero»

Colaboración: Abra

Hogar del célebre “morrito”, de muy ingrata recordación para algunos arqueros, no podríamos hablar del estadio Eduardo Santos de Santa Marta sin hacer referencia a él; sería como hablar de Starsky y no de Hutch; de Laurel pero no de Hardy; del Dr Jekyll y no de Mr Hyde, de Batman pero no de Robin, en fin, son mutuamente dependientes.

De las escasas ocasiones en que ha sido testigo de alguna final de campeonato, nos debemos remontar al año 1968, año en el que el Unión se coronó por primera y única vez hasta ahora, como campeón de nuestro competitivo torneo profesional.

En el primer juego de la final, Unión Magdalena derrotó al Deportivo Cali por 1-0 con gol de Palacios en Cali. El partido de revancha se jugó con el estadio ’Eduardo Santos’ completamente abarrotado. El verde mostró su gran poderío y se fue en ventaja por 2-0 (Iroldo y Ramírez Gallego). Pero en la segunda parte el cuadro ’samario’ consiguió el 2-1 en el minuto 10 (Raúl Peñaranda) y cuando sólo faltaban cuatro minutos para finalizar el partido, llegó el gol de Ramón Rodríguez para el 2-2 final.


Este fue el equipo «bananero» campeón en 1968

Ahora soplan otros vientos: la afición samaria está desconsolada por el hecho de que el escenario hasta el momento, solo es testigo del trasegar de equipos de la B, cuando durante tantas temporadas, fue un fortín inexpugnable; no han valido hasta ahora las súplicas al todopoderoso de su hincha número uno, el padre Linero. Ni tampoco logra alegrar a los pocos aficionados que asisten hoy en día al escenario, el sonido jacarandoso de la llamada “sirena humana”. Pero más triste que el hecho de perder un equipo con tanto swing como el Magdalena, es ver por las calles aficionados que no tienen más remedio que ponerse una camisa del Júnior: es como si se perdiera Spike Lee para los Knicks o Jack Nicholson para los Lakers.


El «morrito» haciendo de las suyas

Cuentan las malas lenguas que un día de Mayo del año 1974 (12 de Mayo para ser exactos) Júpiter entro en conjunción con Saturno lo que hizo que la gran afición del elenco bananero deseara mejor boxear que ver el partido de fútbol, jugaban Unión Magdalena y (otra vez) el Deportivo Cali. Resulta que un gol de tiro penal, concretado por el zaguero Alberto Cardacci a favor del Deportivo Cali a los 15 minutos de la primera parte, sirvió de punto de partida para la batalla campal vivida en el estadio ‘Eduardo Santos’, cuando restaban por jugarse ocho minutos del partido. El árbitro Pedro Nel Pineda fue víctima de agresión violenta, especialmente por parte del jugador Alfredo Arango. Pineda, juez emergente para este juego, reemplazó a última hora al central Omar Delgado, quien no pudo cumplir la cita deportiva, ya que el bus donde viajaba se quedo varado a la entrada del Rodadero.

Centenares de botellas comenzaron a caer al campo de juego, antes del pitazo final. El público invadió la cancha para agredir al árbitro Pineda. La policía tuvo que intervenir enérgicamente para alejar a la multitud, la cual esperó, hasta bien entrada la noche, la salida del citado árbitro de las instalaciones del estadio samario. Desde ese momento viene la tradición de prestarles una tanqueta a los jueces que tuvieran este tipo de inconvenientes al terminar los partidos.


La estatua del «Pibe» ha sido desgüazada por cacos de toda estirpe

El escenario no ha sido una excepción en cuanto a recibir la visita de los “amigos de lo ajeno”, y no precisamente se está hablando de técnicos como José Sassía o de refuerzos como Marcial Garay o Daniel Raschle. Unión Magdalena y Envigado F.C, jugaron la primera fecha del cuadrangular semifinal del torneo apertura de la Primera B a las 3:30 de la tarde y no a las 7 de la noche como estaba inicialmente programado. Resulta que los alrededores del estadio Eduardo Santos recibieron la visita de callejeros cacos que hurtaron por lo menos 200 metros de cables que llevaban la energía a las torres lumínicas en la tribuna de sol, quedando una de ellas completamente inservible.

Ni el gran Pibe Valderrama ha escapado de sus garras: de su estatua ubicada en las afueras del escenario han desaparecido hasta las letras del nombre. En el último hurto se llevaron el cordón de bronce del pantalón, por lo que casi se le cae algo aparte de sus medias.

El estadio Eduardo Santos fue inaugurado en 1951, su capacidad máxima es de 23.000 espectadores.
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Manuel Castro y el gol fantasma

Foto: Soho

SantaFe-Pereira era perfecto para llevar a los niños a un estadio de fútbol por primera vez. “Vamos a esto en vez de irse uno pa´ Rodeolandia” dijeron algunos padres presentes en las graderías que, a mediados de 1989, decidieron mostrarle a sus hijos de qué se trataba el fútbol.

Aunque era una tarde clara, el sol sacaba extraños destellos amarillos incandescentes, casi como si se tratara del mismísimo pelo de Dorian Zuluaga. Y cuando uno puede hacer esta comparación, significa que va a pasar algo grave.

Manuel Castro apenas había arbitrado un par de partidos en primera división y pitar en Bogotá era casi saltar a la fama. Todo transcurría con normalidad en un juego anodino porque Santa Fe andaba en plan de “brazos caídos” por una huelga ante la falta de pagos para la plantilla y Pereira buscaba su paso al octogonal. Promediando el primer tiempo Héctor “Rambo” Sosa entró al área pereirana y quiso gambetear al portero Reinel Ruiz. El balón quedó en las 5.50 y Héber González rechazó el peligro con tranquilidad, como quien está jugando en la oruga verde de Rodeolandia.

La pelota siguió su curso, todo estaba perfecto, pero Castro, el nefasto juez, señaló el centro del campo. Para él, que se encontraba lejos de la jugada, había sido gol. Su juez de línea, Néstor Macareo se equivocó y no supo qué decir. Mientras tanto los hombres inocentes y candorosos del Pereira se transformaron en el Galatasaray: los de la Perla del Otún, como si fueran hijos de Alí Agca se fueron a romperle el papamóvil (y la crisma también) a Castro que, confundidísimo, había desatado una de las más grandes miserias de nuestro fútbol.


Héctor Ramón Sosa gritó un gol que nunca existió. La pelota estuvo a tres metros de la línea de sentencia.

El “Rambo” Sosa, coprotagonista de la escena, salió con el caradurismo argentino exacerbado a celebrar el “gol” con Armando “Pollo” Díaz. También lo acompañaron en su festejo los “pollos” escupidos por miles de hinchas de su propio equipo, avergonzados por completo por su estupidez.

Muchos fanáticos se fueron de las graderías y otros le dieron la espalda al campo como señal de protesta. Como en esos tiempos el “Juego limpio” no era tan corriente, el partido continuó como si no pasara nada. 1-0 ganaba Santa Fe. Finalmente Pereira terminó empatando 1-1.

Como consecuencia de este suceso Manuel Castro nunca olió más un camerino para árbitros y el Pereira perdió un punto valioso en pos de su lucha por entrar a los ocho, cosa que no ocurrió finalmente.

Es que, claro, el torneo de 1989 fue un monumento a la absurdez: el goleador fue un volante de marca, Héctor Méndez, y su equipo, Pereira, ni siquiera clasificó al octogonal. Se jugó un bodrio monumental llamado Copa Colombia, que ganó Santa Fe, venciendo 3-0 en la final al Unión Magdalena. No hubo campeón porque mataron al árbitro Álvaro Ortega…

Definitivamente los padres que llevaron ese día por primera vez a sus hijos al estadio ese día fueron afortunados: le mostraron a su descendencia lo que es verdaderamente el fútbol.
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¿Quién es su ídolo?

Esta y no una de las tantas que le sacaron con la azul de MIllonarios o con la amarilla de Colombia es la foto que hoy engalana la sala de estar del popular Osman «Fosforito» López, buen y malogrado ex defensa central que también fuera presidente del club de fans de Michael Jordan capítulo Bogotá-Cundinamarca.Un club del que son también miembros de número, Léider Preciado, Orlando «El fantasma» Ballesteros, Alvaro «Caracho» Domínguez y que hoy preside, cómo no, Phil Jackson Ibargüen. .

William Guillermo

Contribución de Disco Stu

No fue su romance con Ana Bolena Meza o su participación en “El carretero”, “Alicia en el país de las mercancías” y “Suspenso 7:30” lo que le dio a Luis Eduardo Arango el reconocimiento del que hoy goza entre la teleaudiencia. Si hoy al antioqueño lo saludan en la fila del supermercado es en homenaje a William Guillermo, busetero dicharachero con un desafiante acento paisa, que irrumpió a mediados de los ochenta en ese ambiente tan del altiplano en que se desarrollaba la trama de “Don Chinche”.

Ataviado con aquel curtido sombrero tipo pava a medio desteñir que hacía alegoría al tetracampeonato del Atlético Nacional en 1981, William Guillermo parecía ser un peculiar ejemplar no sólo de la cultura paisa sino también de las minorías provincianas que se iban a probar suerte a la capital. No está por demás recordar que esta era una época previa a la explosión demográfica de hinchas verdes que sacudió al país entre 1989 y 1990 en la que Bogotá y sus equipos miraban por encima del hombro a los representantes de la provincia.

Me pregunto entonces qué habría sido de William Guillermo si hubiese aparecido por primera vez no durante los ochentas sino en plenos noventas o incluso en nuestros días. Seguramente no sería visto como aquel dicharachero e insolente paisa que el resto del país miraba con la compasión con que se miran los hinchas de los equipos que no arrastran multitudes. Más bien, William Guillermo sería un paisa más, cuyo sombrero alegórico al ya otrora “campeón de América” sería más bien un codiciado trofeo de guerra para los Comandos Azules. ¿Y qué habría sido de su carrera de no haber mediado este personaje que reaparecería años después en el seriado de Tevecine Romeo y Buseta? Seguramente otros habrían los antioqueños llamados a interpretar personajes como “Reencarnación Vargas” en Caballo Viejo, el gardeliano “Jesús Abel” en “Quieta Margarita” y el estelar cantante tropical “Tony Barajas» en “Música maestro”.

De aquella época debemos rescatar la tarde en que apelando a su calidad de embajador paisa en la capital -con despacho, suponemos, en alguna de las siempre vacías sucursales de “Las Acacias”- William Guillermo fue invitado a hacer el saque de honor en el partido que su equipo derrotó 3-1 a Millonarios en el Atanasio Girardot por el octogonal final de 1988. Así como una vez terminado el partido la parcial verdolaga celebró a rabiar el final del invicto azul de 26 fechas, un Luis Eduardo Arango también eufórico y caracterizado hasta la médula alcanzó a espetar: “ahora por fin podré ir allá a hablar bien duro”.

Pero quienes reirían de último, y mejor, serían los azules que pese a su empate en última fecha en Barranquilla fueron campeones por delante de un Nacional que no fue capaz de derrotar a Santa Fe en el Campín. Terminado este partido, se escuchó a Arango, otra vez caracterizado, pero ahora más desafiante retar a la hinchada azul con su tradicional: “¿Saben qué? …¡MMHHNNN!”. .

Andrés "Roque" López

Más conocido como «Roque Santeiro» por su parecido con el galán de franja maldita brasilero, este caleño terminó en Millonarios por accidente. Un buen día de vacaciones acompañó a un amigo del barrio a probarse y ante la falta de voluntarios para pararse bajo los tres palos terminó de arquero voluntario recibiendo, sin querer queriendo, el vistobueno para quedarse en las inferiores del club azul. En ellas permanecería hasta que fue incluido en el paquete de jóvenes promesas que viajaron a comienzos de 1993 Florencia, Caquetá, a reforzar a la Fiorentina criolla.

En Florencia no permaneció mucho tiempo el buen «Roque». Para 1994 ya estaba de regreso en Bogotá con un vistoso “22” a sus espaldas que lo acreditaba como tercer arquero del Millonarios de Wojtila con Eddy Villarraga y John Freddy Van Stahlen por delante en su posición. El subtítulo obtenido en diciembre en una época en la que el subcampeón era premiado con un cupo a Copa Libertadores, facilitó su debut al año siguiente en el arco del equipo satélite que protagonizó un sonoro descalabro en el torneo nivelación 1995.

Para el segundo semestre, la lesión de Eddy Villarraga y la inesperada partida de Fabian Cancelarich obligaron a Andrés a abandonar su lugar en las gradas para ser el suplente durante seis meses de Luis Fernando Sánchez. La espera en el banco sería recompensada al año siguiente cuando el regreso de Villarraga le permitió a “Roque” a su vez regresar a la tribuna para festejar desde ahí el subtítulo de 1996. Salvo por una que otra fugaz paloma en el arco –una de ellas cortesía de Ángel Castelnoble en una de tantas derrotas de Millonarios ante el Cali en Bogotá-, “Roque” permaneció opacado por Villarraga y Luis Fernando Sánchez hasta mediados de 1997 cuando ambos decidieron buscar nuevos y mejores horizontes. La partida del titular y el suplente no significó el ascenso del tercer arquero, López en este caso, sino la llegada de un desconocido uruguayo de nariz aguileña y apellido desconocido que muchos creyeron sería materia de burla: “Héctor Burguer, viene de México y es el nuevo arquero de Millonarios”, dijeron los cronistas recién conocida la noticia. El “tal Burguer” llegó y al cabo de dos partidos ya era ídolo de la fanaticada. “Roque”, por su parte, comenzaba su carrera de eterno y reconocido suplente, con episodios tan desafortunados y tan comunes en los de su estirpe como aquella vez en que estaba listo para reemplazar a Burguez en un partido contra América en Bogotá y una lesión en un dedo a menos de 24 horas precipitó el debut del tercer arquero de entonces, Rafael Escobar.

Después de seis meses en el Deportivo Pasto, a finales de 1999 regresó a Millonarios para disputar la posición con otro suplente de dilatada trayectoria: Eduardo Niño, quien arrancó con ventaja por ser de los afectos de Jaime”El flaco” Rodríguez y de los directivos de aquel entonces. Pese a demostrar con creces ser incompatible con la titularidad, hizo falta todo un año para convencer al cuerpo técnico. “Roque”, paciente, mientras tanto se entretenía atajando en la Merconorte. Fue sólo hasta comienzos del 2001 que por fin pareció haber llegado el ansiado momento de decirle adiós de una vez por todas al frío banco. Todo iba de la mejor manera hasta un partido en Bogotá contra el Pasto cuando un balón traicionero proveniente del botín derecho de Carlos Rendón sorprendió mal parado al recién estrenado como titular y fue a dar al fondo de las piolas. Este gol sirvió para que el Pasto se llevara los tres puntos y para que Roque perdiera su recién estrenada titularidad. A este difícil episodio se le sumó días después una desafortunada declaración en la que recurrió a la hinchada de Medellín como ejemplo de fidelidad y perseverancia. Sus palabras, como era de esperarse, fue inmediatamente malinterpretadas por un sector de la crónica deportiva que se encargó de hacer del buen “Roque” el villano de turno invitándolo constantemente a continuar su carrera en la “Bella villa”.

Desencantado, López decidió suspender actividades por un semestre para regresar al año siguiente como suplente de “La moña” Galvis en su segundo hogar, el Deportivo Pasto. Constante como siempre, coincidió un paso suyo por la titular con la histórica clasificación del equipo de los Cuyigans a la final del Finalización 2002. Así, mientras que en el partido de ida concedió el rebote para el primer gol del DIM y nada pudo hacer para atajar el remate de su compañero Julio Valencia para el 2-0 final, en el de vuelta le atajó un penalty a David Montoya que de todas formas no alcanzó para que Pasto diera su primera vuelta. «Roque”,sereno como siempre, aceptó la derrota con la satisfacción de haber sido de cualquier forma protagonista de una final, algo que su ingrato Millonarios, alérgico últimamente a estas instancias, no estaba en condiciones de ofrecerle. En Pasto permaneció hasta el primer semestre de 2003 cuando decidió dedicarse a otras actividades menos ingratas y, sobretodo, más activas..

El baile de los cisnes… de hielo

Nadie podría afirmar o desmentir que en este festejo de Miriam Liliana Zape no hubo tacones de porcelanicrón envueltos en visillo de cortina, como recordatorio, o cisnes de hielo derritiéndose al lado de varios paquetes de tostacos y sobras de volován de pollo, pubertos con la piel aún más grasosa por el baile desenfrenado al son del Grupo Niche y sofocados por la falla en el aire acondicionado del salón comunal sede del evento o que algún padre morboso quiso pegarle su tarreada a la mejor amiga de la homenajeada, que estaba más buena que una atajada de Pedro Antonio Zape.

Nadie podría afirmar o desmentir que hubo bagres que aunque deseaban «lustrar baldosa» al ritmo de Shena Easton y Miami Sound Machine se quedaron «comiendo pavo» por feas y mal trajeadas, o que el simpático colado de gafas de apellido Arzayuz vomitó cataratas de tocinetas Yupi cuando un pesado le dio dos aguardientes como iniciación a los ritos alcohólicos.

Nadie podría afirmar o desmentir que el día después de los 15 años de Miriam, varias de sus compañeras de curso en el colegio rajaron del vestido de Pedro Antonio, a quien poco le lució el tuxedo blanco de moño negro, vestimenta que lo hizo ser el clon de ún bailarín de la orquesta de Juan Piña y tampoco se podría afirmar o desmentir que varios integrantes del América de Cali bailaron hasta el amanecer con muchachitas que se encandilaron con la presencia de los mejores futbolistas del club en todos los tiempos y menos, que hasta los «patrones» se pegaron una pasada por ahí, mientras decidían qué hacer con la liquidación definitiva del Banco de los Trabajadores.

Lo único que se puede afirmar y no desmentir, es que rebrujando entre miles de cosas, encontramos la foto de los 15 años de la hija de Zape. El resto son puras habladurías..

Promesa a San Fermín

-Si ganamos la copa un día nos vamos pa’ San Fermín a que nos corra un toro hermano.
Ganaron. Se fueron.

Contribución: patchinko.
Imagen: www.eltiempo.com.