De vuelta

Después de más de 48 horas de inconvenientes de todo tipo con saldo de un post perdido en el cyberespacio, estamos de vuelta. Pronto nuevo material..

Sebastián López Batalla

Para Juan Carlos Ujueta

Esta es una historia cualquiera de un refuerzo cualquiera que una mañana de enero aterrizó en el altiplano cundiboyacense proveniente del Río de la Plata en medio de una tibia expectativa por parte de la parcial de turno que para efectos de este caso diremos que es la de Millonarios.

Como sucede siempre en estas historias, el hincha aplicado apenas se conoció el nombre del refuerzo emprendió la juiciosa tarea de averiguar por los antecedentes del llamado a cambiar el rumbo de la historia del equipo en la temporada que se asomaba. Preocupado, descubrió que en la hoja de vida del ariete el único brillo provenía de un fugaz paso por, pongamos, «Hyunday Dinos» de la ignota liga coreana. Además de esta incursión oriental, sendos pasos por, tiremos nombres, el River uruguayo, Frontera Rivera, Rentistas, Huracán Buceo, Paysandú y Bella Vista (todo esto en menos de seis años) rellenaban su currícumum vitae.

«Bueno, estuvo en Corea, algo le habrán visto los empresarios», «bue.. cuantos no han venido con trayectorias así y acá finalmente han engranado y después no han parado de meterla…». Como en cualquiera de estas historias, el porfiado seguidor maquinaba en vano cualquier cantidad de argucias para no aceptar que esta era sólo una más de las historias de refuerzos que en enero llegan al altiplano con maletas cargadas de humo.

Superados los examenes médicos de rigor, el recien llegado refuerzo le dijo a los periodistas que era un goleador, que venía con el mejor ánimo a aportar su granito de arena, que siempre había sido un anhelo para él salir de Uruguay y venir a una liga tan importante como lo es la colombiana y que en Corea no permaneció más tiempo no por razones futbolísticas sino por temas de empresarios que se escapaban de su control.

El hincha, por su parte, se aferraba a esas palabras con una fe ciega, como la de la anciana madre que aferrada a San Antonio se resiste a aceptar que su tesoro que hace rato superó el quinto piso no encontrará su anhelado príncipe azul. Como pasa siempre en estas historias, el reportero de turno, llamémoslo «Toño Cortes», optimista él, aseguró en el programa del mediodía haber visto en el nuevo refuerzo «condiciones que seguramente lo llevarán muy lejos en cuadro embajador». «Se sabe mover, tiene buena pegada» añadiría a la misma hora pero en la cadena rival otro colega, un «Tolosa», podría ser.

En los espacios virtuales de encuentro de los hinchas, aquel principio rector de nuestra justicia según el cual «todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario» encontraba su plena realización. Como siempre pasa en estos casos, uno o dos, los más cándidos, a los cuatro vientos vaticinaban: «Ya van a ver, el uruguayo la rompe porque la rompe. Le tengo una fe bárbara, me recuerda tanto a Funes cuando llegó…». Junto a ellos, los más sensatos se limitaban a darle un compás de espera: «Hay que verlo, démosle tres o cuatro partidos y hablamos. Se ve que tiene algo».

Cerraban el coro las aves de mal agüero. Aquellas voces que escépticas aseguraban que esta no era más que una historia como todas las demás. Estas eran ferozmente silenciadas por la mayoría. Su suerte, como siempre en estas historias, era la del juglar que con prontitud anuncia la inminente invasión de la ciudad y va a parar a la hoguera por vaticinar la desgracia que termina siempre por ocurrir.

Arrancó el torneo y como siempre pasa en historias de este corte, pasaron dos, tres y cuatro partidos y el nombre del refuerzo nada que aparecía en la lista de anotadores. Llegó la quinta fecha y finalmente un gol de, es hora de bautizarlo, llamémoslo «López Batalla» contra cualquier equipo, el Pasto, por ejemplo, se reportó desde el Campín. Esperamos que no se sorprenda, amigo lector, si le contamos que no había traspasado aún la raya el balón cuando el refuerzo, torsidesnudo, estaba ya trepado en la malla de la tribuna lateral norte abrazando uno por uno a los asistentes para después evidenciar extrañas contorsiones que expertos consultados interpretaron como un principio de delirio extático.

La foto que acompaña este texto, una más de nuestro archivo,podemos decir que corresponde al momento en el que «López Batalla» ya había recibido los primeros auxilios y se disponía a cubrir de nuevo su torso y a recibir la tarjeta amarilla consecuencia lógica de tan eufórica celebración, sobra decirlo muy frecuente en historias como esta.

Ida la euforia, llegó la sexta fecha y tras de ella la séptima, la octava y la novena. Para la decimocuarta, con el equipo del refuerzo en el sótano de la tabla (Millonarios habíamos dicho) y el refuerzo borrado de la titular, aquellas aves de mal agüero resucitaron de entre las cenizas para pasar pronta y dolorosa factura. «¿Si ve? ¿Qué hizo el uruguayo? ¿Ah? ¿Usted cree que si fuera de verdad bueno no se lo habrían llevado a Europa, más en Uruguay que son capaces de vender hasta un cojo?». Como siempre, los que de pesimistas habían pecado no tuvieron más remedio que descargar su frustración pegados a la malla lanzando todo tipo de vituperios al ingrato que en enero los ilusionó.

El refuerzo, en silencio, dejó el altiplano una tarde cualquiera de mayo rumbo a su añorado Río de la Plata. Nadie fue a despedirlo. Es más, para esos días ya nadie se acordaba de él. Como siempre sucede en con estas historias, su nombre y el de quinientos más sólo volvió a ser recordado por los más enfermos en noches de copas y de delirantes ejercicios de memotécnia futbolera. Es por eso y no por más, amigo y seguramente beodo lector, que la historia de López Batalla seguramente le sonó tan familiar. No por el delantero yorugua, pues al fin y al cabo su apellido y el club al que llegó puede ser removido y reemplazado, digamos, por O’Neill y Santa Fe. ..

En el templo del fútbol…

Quizás se salga un poco de nuestra línea editorial, pero el valor de esta joya justifica abrirle un campito en el Bestiario. Ocurrió el 24 de mayo de 1988. La selección de Maturana y «Bolillo» cerraba contra Inglaterra en el hoy derruido Wembley un periplo en el que ya se había empatado a ceros con Escocia y se había derrotado 3-1 a Finlandia. Pese a mostrar juego impecable con jugadas de filigrana, Colombia se fue a los camerinos perdiendo 1-0. Para el segundo tiempo, minuto 21 para más señas, un cabezazo de Andrés Escobar le dio el empate a Colombia. Junto al 1-1 con Alemania y al 4-4 contra la Unión Soviética este empate completa la trilogía de grandes gestas del fútbol criollo contra equipos europeos.

Narra el gran Benjamín Cuello y comenta David Cañón Cortez.

La joya, cortesía de Juanefe..

Jerson Amur en River

La feroz rivalidad entre River y Boca tuvo, aunque usted no lo crea, su capítulo con notables arandelas bestiaristas. Fue en 2002 cuando el club de la banda pegó primero cuando anunció el fichaje del siempre polémico y algo díscolo Jerson González. Meses después, y como ya lo reseñamos, el popular club de la rivera no se amilanó y sorprendió con la traída de un Arley Dinas cuando ya no era precisamente una joven promesa.

Documentado ya el breve paso de Arley por Boca, sobre la aventura rioplatense del popular Jerson Amur podemos decir que, como todos, tuvo un debut prometedor llegando incluso a estrellar un balón en el vertical lo que le valió la efìmera etiqueta de «colombiano con buena pegada». Es claro, este siempre ha sido su fuerte. Después del debut vinieron siete partidos más en los que no le regaló a la parcial millonaria ni siquiera uno de sus tiros libres. Así la situación, el mismo Pellegini que había pedido su traída lo llevo de la mano y lo instaló en la platea del «Monumental». Allí espero hasta que, terminado el torneo, regresó a su Cali pachanguera.

Gracias, enunabaldosa.
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Especiales del Bestiario: el Veracruz de los colombianos

En el ramillete de equipos bautizados por nuestros cronistas, por lo general los más juveniles, como «de los colombianos» (en alusión no a nuestros coterráneos que los conforman sino a la gran masa de fieles connacionales que los apoya) hay tantas espinas como rosas. Junto a proyectos con final feliz como el Boca de Bermúdez, Córdoba y Serna, coexisten traumas en el incosciente colectivo de la nación como el recordado Valladolid de los colombianos y el no tan recordado pero no menos desvencijado Veracruz, también de los colombianos.

Fue a comienzos de 1997 cuando la directiva del equipo insignia del popular puerto mexicano decidió fijar su mirada en el país que en ese momento encabezaba la clasificación de la eliminatoria suramericana a Francia 1998. En su búsqueda debieron haberse topado con algún sagaz empresario que habrá sabido como embaucarlos asegurandoles que un colombiano sólo era sinónimo de fracaso, dos lo eran de escándalos y primeras planas de tabloides mientras que tres eran la fórmula del éxito. Fruto de esta gestión fue el fichaje simultáneo de Alexis Mendoza, Leonel Álvarez e Iván René Valenciano quienes atracaron (nunca mejor dicho) en el puerto mexicano en enero de ese año para reforzar a los «Tiburones». A ellos se les unió el fichaje bomba de la temporada: el español Jose Mari Bakero.

Todo estaba dispuesto entonces para una campaña memorable de los «Tiburones rojos». Sin embargo, olvidaban sus directivos aquella Ley Natural del fútbol que condena a fracasos rotundos y aparatosos a nueve de cada diez equipos que con sus arriesgadas movidas son sensación en el mercado de pases que antecede a una temporada. Veracruz no tenía porque ser la excepción y al terminar el torneo estaba cómodamente instalado en el último lugar de la tabla con apenas diez puntos. Esta dífcil ubicación provocó una poda en el equipo de la que no se salvaron los créditos criollos, cuyo desempeño, hay que decirlo, estuvo entre los menos paupérrimos de la temporada. Mientras Mendoza y Leonel fueron titulares inamovibles, Valenciano por su parte se encargó de convertir buena parte de los goles (siempre los de descuento) del equipo hasta que una lesión lo sacó de carrera a mitad de torneo. Uno por uno por uno, se salvan, en conjunto nos remitimos a un vocero de la Policía del puerto quien confirmó el hallazgo de entre tres y cuatro bultos de sal en el equipaje que traían al llegar a la ciudad.

Para el semestre siguiente, el Veracruz dejó de ser el de los colombianos para ser el «del arquero paisa René Higuita», flamante refuerzo que llegó para abanderar la causa con la que no pudieron sus paisanos. René, sin embargo, poco pudo hacer para evitar un descenso que se cocinó en el semestre en que el equipo cargó con el sanbenito, cortesía de nuestra prensa deportiva, de ser el de «los colombianos»..

Emner "Mínimo" González


(Imagen cortesía de DiabloAmericano)

Mínimo como su apodo fue el cuarto de hora de Emner. Mínimas también han sido sus apariciones en buena parte de los clubes en los que ha militado. Su mínimo cuarto de hora tuvo lugar segundos después de que un rielazo de 30 metros suyo le diera el triunfo a un Millonarios ya clasificado contra un eliminado y alicaído Quindío en la última fecha de la fase regular del apertura 2003.

Antes de esta soleada tarde bogotana, este volante se las había arreglado para abrirse paso entre las piernas de los jóvenes valores compañeros suyos en la Sarmiento Lora, todos varias cabezas más altos que él, para debutar como profesional en 1996 con los colores de Cortuluá. Sin llegar nunca a jugar más de diez partidos por temporada, consecuente con su mote y su fisionomía, Emner permaneció en el equipo corazón hasta mediados de 2003 se le apareció la virgen encarnada en Norberto Peluffo quien decidió llevarlo a Millonarios para el primer semestre de 2003. De Tuluá partió con un sólo gol en su registro (lo consiguió en el 2000) y llegó a Bogotá para vivir el climax de su carrera y de paso, no podía ser de otra forma, jugar menos de diez partidos. De Millonarios fue licenciado junto con el «Gringo» Guiran (candi-da-ta-zo) terminado el primer semestre de 2003. Suponemos que el segundo semestre de ese año lo dedicó a celebrar su gol al Quindío en los más selectos salones de la capital pues no existen registros de su accionar sino hasta 2004 cuando reforzó al recien ascendido Chicó.

En el equipo de Pimentel disputó, no se sorprenda, un sólo partido y, fiel a la tendencia, salió licenciado para mediados de año para nuevamente no dejar huella de lo que pudo ser de él en el segundo semestre del año. En el 2005 bajó las escaleras y llegó al entonces próspero, hoy extinto, Pumas de Casanare. Allí rompió en dos su propia historia y disputó más de diez partidos en los que mostró las condiciones mínimas fijadas por el rutilante Bogotá F.C. para los aspirantes a reforzarlo. Así, regresó a Bogotá en el segundo semestre de 2006 y hasta hoy ha sabido mantenerse en la titular del antiguo Cóndor-Biogen junto a otros toros toreados en muchas plazas como John Mario Ramírez y Gustavo Quijano. .

Urbanidad de Carreño

El Bestiario del balón es un espacio en el que hinchas de todos los equipos nos reunimos para reirnos de lo precario que por momentos resulta nuestro nunca bien valorado rentada criollo. Estas son algunas normas que debes tener en cuenta para hacer más excitante tu experiencia bestiaresca:

-No referirse a equipos que no son el tuyo utilizando sobrenombres despectivos como: «Micos», «Narcoanal», «Ramérica» o «Chandafe».

-No poner a rodar comentarios con datos, sin confirmar, sobre la vida privada de los «amigos del fútbol» que alimentan este espacio, así se trate de Pacho Maturana.

-Evitar las discuciones bizantinas sobre la superioridad de tal o cual hinchada, región o equipo.

-Ahorrar los insultos para quienes de verdad se lo merecen, un Efraín Pachón o Hernán Silva, por ejemplo.

-No utilizar mayúsculas fijas a no ser que se trate de unas palabras que deban ser leídas en voz alta.

El Bestiario del balón se reserva el derecho de editar y eliminar comentarios que a juicio de los editores no cumplan con alguna de estas normas de urbanidad. .

El celular de dios…

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Mariano Dalla Libera

Otro curioso caso de un excelente jugador que no cuajó en Colombia. El «loco» como lo apodaron siempre, tuvo pasos exitosos por River Plate, el fútbol mexicano, Racing Club, Huracán y Platense. Pero en 1987, defendiendo los colores de Independiente Santa Fe, fue un ánima en pena deambulando por las canchas.

El tema de la altura fue un asunto infranqueable para este jugador, de tremendas condiciones, pero con capacidad de sacrificio nula. Contaba alguna vez Claudio Morresi, que alcanzó a ser su compañero en el cuadro cardenal, que iban en un automóvil con Jorge Balbis y Oscar Rifourcat y Dalla Líbera le gritó una pesadez a un hombre de muy mala facha que iba en un automóvil de lujo (lujo de economía ochentera, diga usted un Porsche 911 targa), y un jugador colombiano le dijo: «no vuelva a hacer eso que de pronto se gana un pepazo».

Tal vez ese susto fue el que bloqueó todas las cualidades de Dalla Líbera, que además alguna vez agredió al árbitro Jorge Becerra y casi se gana una sanción de 25 fechas porque en el informe el réferi habló de «agresión», pero simplemente fue un chuzón pícaro del argentino, que quiso presionarlo apretándole la panza a Becerra con su dedo índice.

Una historia sin igual, con muchas aristas extradeportivas pero pocos recuentos deportivos.

Javier Jiménez

Díficil encontrar un caso que de mejor forma ilustre aquel manido lugar común del llegar muy alto y muy lejos. El caso en cuestión es el de Javier Jiménez, volante bogotano que debutara, con 23 abriles a cuestas, en el segundo semestre de 1999 en el Millonarios de Luis A. García.

Entre 1999 y 2002 supo alternar entre la titularidad en la nómina que durante esos años disputó la Bestiarísima Merconorte e intermitentes apariciones en las nóminas que afrontaban el torneo local. De los partidos que alcanzó a disputar por el rentado quedó el registro de dos goles en el 2001, ambos en el Tolima grande, uno contra el Tolima y otro contra el Huila. Dos fueron también los goles que consiguió en la Merconorte del año anterior, el 2000, uno contra Emelec en Guayaquil y otro contra Nacional en Medellín en el partido de vuelta de la final. Un año más tarde, logró colarse en la foto del título junto a otros que supieron labrar su carrera «merconórtica» como Andrés Cerquera.

Cuando su carrera buscaba consolidarse, promediando 2002, una severa lesión lo obligó a buscar nuevos rumbos lejos de las canchas.Y los encontró. No sólo los encontró sino que a bordo de los aviones en los que hoy se desempeña como auxiliar de vuelo se las arregló para llegar muy lejos y, sobre todo, muy alto. .