Ricardo Lunari no solo le dejó gratos recuerdos y un subtítulo a Millonarios. También a Pablo Abdala, amigo personal del rosarino. La historia es bien singular. En su mejor momento, cuando el talento que desplegaba cada domingo lo elevó a la feliz categoría de Dios (e) azul, Lunari, seguramente consciente de que nada de lo que pidiera le sería negado, decidió recomendar traer de refuerzo a su compadre. Dicho y hecho, al mono había que complacerlo, días después del vistobueno de Ricardo, Pablo desembarcaba en Bogotá con una frondosa melena que denotaba una intensa -y seguramente secreta- admiración por Carlos Valderrama.
Tuvo suerte Abdala -que había militado antes en Rosario Central y en San Marcos de Arica-, pues llegó en tiempos de vacas gordas, fueron unos meses -de esos que poco se han visto en las últimas décadas por las toldas azules- en que todo salía, todo era armonía, tanto que hasta él encajó, rindió y celebró con su carnal el subtítulo de 1996. A esa altura, ya había decidido reinventarse y rebosante de amor propio se despojó de la melena (fuentes poco confiables aseguran que se trataba más bien de una peluca del Pibe y que fue sólo cuestión de quitársela y botarla a la caneca).
Como es bien sabido, Lunari fue pronto requerido de nuevo por la Católica de Chile y no pudo permanecer con el equipo de Prince. De nada sirvió la colecta que de muy buena fe hicieron los hinchas (confiamos en que pronto, vía wikileaks, se conozca el destino que tomó ese dinero). Pese a la partida de su mentor en canchas colombianas, Abdala -insignia de la selección palestina junto a José Simhon– decidió permanecer.
Pero por desgracia, en lugar de forjar con buen rendimiento un nombre y lograr así un lugar en el corazón de los hinchas, Abdala fue víctima del efecto Sansón y pronto entró en declive. Su logro más destacado en el semestre siguiente fue haber hecho parte del paquete de cuatro díscolos que Rafael Sanabria expulsó en un clásico capitalino en que Millonarios, con siete, perdió 0-1 frente a un Santa Fe con nueve (gol de Cristopher Moreno en el minuto 8 del segundo tiempo).
Fue licenciado días después en una de tantas podas que suele haber en Millonarios y abandonó el país. Regresó a Chile donde fue una especie de Ricardo Lunari -no tan fugaz, eso sí- de Cobreloa. Y con melena, cómo no.