«Me han hecho fama de malgeniado», le dijo el popular humorista José Ordóñez a El Espectador en una reciente entrevista. De esta forma, el récord man de los chistes trató de salirle al paso a crecientes rumores sobre su verdadera identidad. Y es que durante años, Órdoñez alternó entre hombre show de la radio y la TV y arquero de diferentes equipos profesionales.
¿Por qué no se dedicó a ambos oficios de forma simultánea? Fácil: bien lo han dicho, con razón, los expertos, «dame un arquero serio, de experiencia y con diez más te saco el equipo campeón». Por lo tanto, ¿qué respeto podría merecer un onceno armado desde atrás por Gallo Tapao o, en el mejor de los casos, por el inescrutable, pero siempre afable, Hermenegildo? ¿Creen que un defensa no podría dejar de escuchar, así hablara en su tono más neutro, las instrucciones de este golero en la voz del popular Benito? Imposible.
Por eso, para que una de sus pasiones -el humor- no canibalizara a la otra -el fútbol- desde muy joven José Órdoñez decidió que desde el momento mismo que pisara un estadio o un campo de entrenamiento tendría que transformarse. Así, el carismático capo de la risa se debía convertir en su Mr. Hyde: un adusto guardametas consciente como el que más de que de su capacidad de proyectar seriedad dependía nada menos que la realización de su proyecto de vida.
Y lo logró durante décadas. Nadie notó, por ejemplo, que Órdoñez se radicó en Bogotá durante todo 1993, año en el que, como arquero, apenas si tapó dos partidos con Millonarios (era suplente de Villarraga). La idea era aprovechar tanto tiempo libre para preparar su organismo, su voz y sobre todo su repertorio para batir en diciembre, por Radioactiva, una vez más el récord mundial de horas contando chistes.
Pero tantos años en la tarea de autocubrirse irremediablemente lo llevan a bajar la guardia. Así, cuentan, en momento de solaz tras una charla técnica recién llegado -ahora como DT- a las huestes azules dicen que, sin querer, se le soltó un «papi, papi» con la entonación de Benito que dejó impávido al plantel. Ante los dimes y diretes que comenzaron a rondar el grupo y que, por supuesto, minaban su credibilidad, Ordóñez no tuvo más alternativa que reforzar tanto como pudo su faceta malgeniada y de ahí la pregunta de El Espectador.
Pero el punto de quiebre vino tras el gol de Mario González que le arrebató a su equipo un prolongado récord de imbatibilidad. Inmediatamente se volteó y, enfadado, cuestionó a los suplentes: «¿ahora saben lo que se siente perder un récord?»
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