Cuando uno está de malas pulgas no quiere que le pregunten nada. Menos, que le digan que si está bravo. En la niñez, un berrinche de ese estilo terminaba en lágrimas: de mal genio y además un tercero cuestionando la piedra interna usualmente desembocaba en cataratas de llanto de la víctima de la piedra y en coros colegiales tipo «tiene el ojo aguado, va a llorar, va a llorar».
La adultez no exime las lágrimas o el temperamento volátil. Eso sí, ya no hay manera de recibir coritos pendejos porque la edad adulta trae consigo la fuerza bruta. El gran Julio Comesaña es tipo paciente. En Barranquilla, como jugador y entrenador, soportó en muchas ocasiones con estoicismo puro el famoso apodo de «Pelo ´e Burra» y el día que regresó al Metropolitano con Santa Fe, se acordó de tanta montadera y decidió que no era el día de soportar más vejámenes en su contra.
Las circunstancias conspiraron. Santa Fe vencía 1-2 a los 45 minutos del segundo tiempo y el árbitro dio siete minutos de adición de forma inexplicable. Y justo cuando iba a concluir el juego empató Christian Montecinos. El volcán explotó por el lado más predecible. Ni siquiera los ruegos del Pibe Valderrama valieron para darle solaz a Comesaña que, además de ver cómo se le escapaba un triunfo del bolsillo, debía soportar a un cronista cansón, pero a la vez comprensivo.
Pero para Julio era demasiado: el calor lo llevó de ser un tranquilo Bill Bixby a convertirse en un intemperante Lou Ferrigno.