Colombia llegó a Chile con el título suramericano en sus maletas pero sin los uniformes oficiales. La idea era que, al llegar, Adidas se encargaría del tema. Pero no. Se vino el primer partido contra Bahrein y nada que aparecía la indumentaria. Suponemos que hubo desespero ante la perspectiva de tener que recurrir al traje de Adán, hasta que a alguien se le ocurrió poner a prueba el nivel de hospitalidad del equipo local y pedirle prestados sus uniformes. Para la época, recordemos, la segunda camiseta de Colombia era roja, muy similar a la chilena.
No sabemos sí a las buenas o a las malas, el caso es que los chilenos aceptaron despojarse de su ropa de trabajo y prestársela a los colombianos. El utilero, de afán, le cosió unos escudos que tuvo que dibujar en técnica flumaster y listo, a cantar los himnos.
Pero el lío siguió. Llegó el siguiente partido contra Alemania Oriental y los de Adidas nada que aparecían. Esta vez los chilenos, aún bajo el efecto de los olores corpóreos criollos (salpimentados con el de los bareiníes), se negaron terminantemente a repetir el acto de desprendimiento. Quedaba la alternativa de usar un viejo juego de uniformes que el utilero había traído, suponemos, para proveer de piyamas a quien se lo solicitara. Pero estaba el lío de que los uniformes eran marca Comba o Torino o Wala, pero no Adidas y ya había un acuerdo que obligaba al equipo de Finot Castaño y Hugo Gallego a lucir la marca alemana. Recursivo, el utilero, que dominaba ya la técnica flumaster, propuso calcar el logo de cualquier revista y hacer él unas falsas marquillas. Sin alternativa mejor, se le dio vía libre. El resultado sirvió para salir de apuros, pero no para evitar la multa que luego haría llegar la FIFA por lucir publicidad en la camiseta. Era fácil esquivar la sanción: el utilero bien podría haber argumentado que se trataba de arte puro, técnica flumaster.
Imágenes tomadas de «Fotos Fútbol Colombiano«.