Existe cierto consenso sobre lo lamentable de la decisión de Adidas de combinar la nueva camiseta amarilla de la selección con una lánguida pantaloneta blanca.
Se ha dicho de todo: que fue sugerencia de Pékerman a quien desde temprana edad el blanco lo ha cautivado, que así lo pidió el presidente Santos necesitado de que la paz tuviera su lugar no solo en la agenda de los grandes temas nacionales sino también en EL traje nacional por excelencia y hasta se ha afirmado que por cuenta de una decisión misteriosa atribuida a la infiltración masónica en la FIFA, esta entidad ha querido imponer la monocromía en los uniformes del Mundial pues existe una civilización -abundante en recursos naturales y, por tal razón, en la mira de Blatter y Cía- ubicada en una isla del Pacífico ya descubierta pero todavía no revelada al gran público donde se verá el torneo de Brasil en blanco y negro.
No importa cuál sea la razón, el caso es que hubo cierto alivio al constatar que el segundo uniforme de los de Pekerman será no solo la roja que con tanta insistencia desde esta y otras tribunas se exigió, sino que la pantaloneta será azul, es decir, habrá contraste, habrá colores fuertes que ponen su granito de arena a la hora de lo de la presencia en el cancha que infunde respeto, asunto crítico sobre todo luego de que llegara a manos de los DT de Japón, Grecia y Costa de Marfil el video del baile característico de Pablo Armero.
Por eso la importancia de que esta foto de un uniforme en el que el rojo se combina con el blanco (¿identifican al jugador?) correspondiente al Torneo Suramericano sub17 celebrado en Armenia en 1993 y que ganó Colombia, y en el que Ricardo Ciciliano fue elegido como mejor jugador por encima de un tal Ronaldo Nazario de Lima no llegue a ojos de los encargados de las combinaciones cromáticas en la empresa alemana. No les demos ideas. Está en tus manos, colabora.