Todavía hoy nadie sabe qué salió mal. Dónde estuvo el error. El caso es que a comienzos de 1985 John Edison Castaño pintaba como el gran redentor del fútbol colombiano, como el llamado a llevar de cabestro a nuestro fútbol de la inopia a la gloria.
Fue la estrella del equipo juvenil que en Asunción, a comienzos de 1985 y dirigido por Luis Alfonso Marroquín, mostró por primera vez un estilo propio, patentado, no pirateado. Pero ni el más acérrimo de los pesimistas se habría imaginado que lo que parecía la alborada de un astro era en realidad su ocaso. Pero así fue. Tras el torneo de Asunción “Castañito” –de entrada se falló con el apodo- nunca volvió a ser el mismo.
Pese a que no existían canales privados ni TV por cable, pese a esto, igual sobre su casa se posó un enjambre de reporteros. Con el mismo estilo invasor que hoy conocemos, periodistas de todas las calañas ávidos de notas de color escudriñaron hasta el último rincón de su hogar. En los corrillos callejeros de fanáticos la especulación sobre su destino inmediato encabezaba el orden del día: ¿Sería Italia? ¿España? ¿Alemania?
Eso sí, mire usted, nadie lo bautizó como “Maradonita”. La razón es que el pesado apodo ya lo llevaba sobre sus débiles hombros Alex Cortázar, otro malogrado talento tempranamente oxidado por la salina expectativa del pueblo colombiano.
Pronto fue llamado a la selección mayor. Hizo parte, junto a Navarro Montoya y al “Pibe” Valderrama de esa peculiar convocatoria que hiciera el médico Ochoa para el repechaje contra Paraguay en los estertores de la eliminatoria de México’86. Pero no brilló. Tampoco meses después en el Mundial de la Unión Soviética, su presencia en ese torneo fue tan vital como una tarjeta visa en un tour por los países de la cortina de hierro. Luego, los dolorosos y con toda: cayó en lo más profundo de la suplencia de un América que tenía con qué armar 4 equipos de primerísimo nivel. Tal vez esto, más unas dosis del cariño jarocho que recibió en sus días felices, lo llevó a conocer, con las peores guías, las realidades de la noche.
Sin que nadie lo supiera –las esperanzas depositadas en él ya se habían evaporado- involucionó: pasó de promesa cotizada a futbolista a destajo, refuerzo de cuarto renglón en la lista de anual de altas y bajas. Tuvo múltiples escalas: Nacional, Racing de Avellaneda, Santa Fe, Caldas, Cali, Quindío, Huila y, por último, Pereira. Los últimos ahorros de su efímera gloria se los gastó en una frustrada candidatura al concejo de esta ciudad en 2007.