Fue José Castaño el empresario que a mediados de 1995 se fue de club en club con un producto llamado a revolucionar el mercado. No era el noni, ni el gingko bilova, tampoco el factor de transferencia. No. Era la transferencia de un paquete de jugadores africanos -pague dos lleve tres- a precio de huevo. Un «chisgononónhermano, haceme caso, los tengo en la casa, me los mandó Roger Mila», repetía de ciudad en ciudad.»
Finalmente y después de muchas vueltas, Castaño logró convencer a los directivos del Once Caldas quienes andaban subidos en el bus de la vanguardia estrenando estadio y con muchas ganas de seguir innovando y sorprendiendo. Gracias a esto accedieron a contratar al ya reseñado y más o menos célebre Teobogo Moloi a N.N. Tagarika de Zimbawe (que jamás apareció) y a Lebohang William Morula, «Leo», para los amigos, se le escuchó al llegar.
Ansioso por demostrar todo su potencial, Morula, surafricano igual que Moloi, desembarcó en la Nubia en medio de gran expectativa. Pocos días después y luego de haber jugado sólo 20 minutos contra el Quindío este mismo aeropuerto vio partir, sigiloso (versiones sin confirmar hablan de griffin y bigote postizo) a Leo.
Después de huir de Manizales vino a aparecer de nuevo engrosando las filas del Aurich Cañaña peruano. A esta altura, amigo lector, tal vez suponga que después del Aurich Cañaña no queda sino el Taurus de Panamá para un futbolista cuesta abajo en su rodada. Pues no. Ya sin griffin ni bigote, pero sí parapetado para evitar que la secretaria del Once lo reconociera y le cobrara el mes de EPS que ella tuvo que pagarle para no armar un caos con la planilla, a Morula se le pudo ver, con el número 18, entre los suplentes de la selección surafricana que enfrentó al local Francia el 12 de junio en Marsella por el Mundial de 1998.
Cansado de aventuriar (también pasó por el Vanspor turco), Morula se instaló de nuevo en su país, donde quiso ser el Pelé del archiconocido Jomo Cosmos. En este equipo saltó de la cancha al banco -como asistente técnico- y del banco a detrás de las rejas, pero no del estadio por causa de una sanción, sino de una cárcel en Pretoria donde fue a templar luego de que no supo explicarle a la Policía qué diablos hacía al volante de un carro robado.