Atendiendo la sugerencia de nuestro visitante frecuente «Hágame Famoso», damos inicio con este post a la categoría «Pibe bárbaro» dedicada a todos aquellos hijos de la patria a quienes la prensa deportiva puso -irresponsablemente, en la mayoría de los casos- en primera línea de sucesión al trono que todavía hoy ocupa Carlos «el Pibe» Valderrama.
Y nadie mejor para abrir esta saga que quien fuera el primero en recibir esta designación y además tocayo de Valderrama: el «Pibe», pero del barrio obrero, Álex Escobar.
Contrario a la historia de varios de los sucesores del Pibe, nominados cuando Valderrama ya se había retirado o estaba en el ocaso de su carrera, sobre la espalda de Escobar cayó el peso de ser sucesor del diez samario cuando este se encontraba en la cúspide. Aunque ya había habido quienes lo insinuaran, la designación se aceleró cuando el «Pibe» sufrió una grave lesión en un partido contra Suecia en Miami parte de la pintoresca etapa de preparación previa al Mundial USA’94. Frente a la perspectiva de tal vez no poder contar con Valderrama en el Mundial, fue necesario mirar entre los volantes de creación del torneo local y entre ellos brillaba Escobar.
Así, con la reluciente chapa de «sucesor» (o reemplazante, como quieran) del Pibe llegó Álex a la selección que afrontaba la exigente -para el bolsillo de los viaticantes- etapa de preparación. De inmediato, todos sus movimientos, en la cancha y fuera de ella fueron infame y milimétricamente comparados con los del siniestrado: «que mire que el Pibe la para mejor», «¿si ve? el Pibe daba tres pasos con el balón y este man 2.8», «cómo hace de falta la rascada íntima del Pibe, qué fraude Escobar que se rasca es la oreja, no, así no se puede».
Como era de esperarse, la lupa de la óptica Pescaíto con la que se observó su paso por la selección no permitió valorar el talento del diez del América y una vez recuperado Valderrama, Escobar tuvo que hacer maletas, despedirse de sus compañeros y cancelar el pedido que a última hora y en un intento desesperado por complacer a los críticos había hecho directamente a la fábrica de Igora Royal.
En pocas palabras, a Escobar le tocó la díficil tarea de ser sucesor de un monarca en ejercicio, un imposible físico y lógico. Fue como una especie de príncipe Carlos de nuestro fútbol, que se volvió viejo de tanto esperar su turno y con la desgracia añadida de que cuando por fin llegó su hora ya todos andaban buscando un príncipe Guillermo. Ni modo.