Todo se remonta a septiembre de 1996, cuando después de muchos pomposos anuncios de partidos con equipos de primerísimo nivel, finalmente Millonarios terminó celebrando sus bodas de oro enfrentándose una noche de jueves contra un rival de medianísimo perfil como el Internacional de Porto Alegre en partido que terminó 0-0 con lesión grave de Édison Domínguez.
Pero lo que aquí nos interesa es que, por esos avatares propios de los partidos fuera de calendario, el Internacional terminó luciendo en su pecho el patrocinio de Cerveza Leona, misma marca que para entonces respaldaba a los azules. Hasta aquí, una anécdota más. Lo que no se sabía y que la Unidad Investigativa del Bestiario del balón fue lo que esta travesura de mercadeo le costó al equipo
Resulta que por cuenta de haber lucido, así hubiera sido por apenas 90 minutos, un logotipo tan de la entraña del FPC, una serie de acontecimientos paranormales tuvieron lugar en el seno del club. Dicen en Porto Alegre que durante unos pocos días, fuerzas que los empleados del club describieron como sobrenaturales los obligaron a incurrir en todo tipo de prácticas muy comunes por estas latitudes, pero menos frecuentes aunque no del todo desconocidas en la tierra de la samba.
Por ejemplo, aseguran por lo menos tres fuentes diferentes que pasaron por esos días por las oficinas haber visto al gerente deportivo, medio zombi, pidiendo partidos sin razón, al tiempo que decía ver puntos invisibles entre las AZ y tenía horrendas pesadillas con cuadrangulares de la muerte y fantasmas del descenso.
Coinciden los testimonios en que los de recursos humanos, por su parte, eran víctimas de súbitos ataques de narcolepsia cada vez que intentaban llenar las planillas para pagarle salud y pensión a los futbolistas, mientras que los de mercadeo aseguran que deshicieron sin razón alguna un contrato con una eficiente empresa de boletería, para cambiarlo por uno, bastante desfavorable para el club, por cierto, con una competidora que ofrecía las peores condiciones y el mayor índice de maltrato y tortura posible al hincha.
A su vez, cuentan que los de jurídica durante esos días y sin razón aparente terminaron demandando cuanto partido perdió o empató el equipo con argumentos tan traídos de los cabellos como que el rival había desentonado mientras cantaba el himno o que dos bombillos del marcador estaban fundidos.Del presidente no se supo mayor cosa pues al parecer jamás estuvo en condiciones para presentarse a la oficina, preso de una compulsión etílica que prendió todas las alarmas entre sus más allegados.
Faltaban los jugadores. Rememoran los entrevistados que de repente su umbral del dolor se vino a pique. Esto se expresó en la cancha, donde cualquier insulto, rasguño o pellizco del rival desembocaba en aterradoras escenas de gemidos, sacudones y estertores que obligaban a decenas de hinchas a encomendar sus respectivas almas a su correspondiente santo de devoción y también en la vida cotidiana, con desgarradores alaridos tras el más leve corte con una resma de papel para la impresora doméstica.
Algo más: en ese lapso ningún cambio de frente les funcionó -de hecho, tres de ellos impactaron inocentes y bellas porristas- y a todos ellos se les olvidó parar el balón. Sin excepción, cuanta bola llegaba a sus pies rebotaba descontrolada terminando la mayoría de las veces en poder del rival.
Así fueron las cosas durante un par de semanas. Aterrados con lo que ocurría, los miembros de la junta tomaron cartas en el asunto. Fue, al parecer, un franquiciario carioca del profesor Salomón el que dio con la causa del fugaz hechizo y también con la pócima para desactivarlo: «que entre los once titulares de ese día se bajen un petaco entero de Leona, cuidándose de en cada botella reservarle el primer sorbo a las ánimas benditas del purgatorio».
Hallazgo de @bogotanoazul.