Número 1 ¿Mi selección?

¡Ay! la víspera de USA’94. ¡Ay! los desafueros y los excesos. ¡Ay! la malsana euforia. En su punto más alto, cuando quien se atreviera a decir que Edson Arantes «Refisal» Pelé quizás se había equivocado al señalarnos como los favoritos al título corría el riesgo de ser sofreído en sartén comunitario en la Plaza de Bolívar,  Bavaria lanzó la campaña «Número 1 mi selección».  Y fue entonces que a algún creativo se le ocurrió que era una buena idea darle a los jugadores de  Maturana una bonificación por levantar el índice cada vez que celebraran un gol de los partidos  que se disputaron contra rivales de la talla de la encopetada Selección Centroamérica.

Se manejaron muchas cifras. Se hablaba de a paquete por cada dedo parado. No sabemos. Habría que revisar las cuentas de cobro que, suponemos, al terminar cada partido junto con la fotocopia de su RUT y su cédula los jugadores radicaban en las oficinas de la cervecera. No faltó tampoco el aguafiestas que quiso restarle mérito al creativo de turno sosteniendo que esta idea era calcada de una campaña similar de la cerveza brasileña Brahma.

El caso es que tras el fiasco del Mundial la revolucionaria estrategia quedó reducida a un mal recuerdo. Y en vez de levantar el dedo, para olvidarlo, jugadores, hinchas y, cómo no, directivos prefirieron levantar el codo.

Homenaje al cole desconocido

La euforia de los días felices de la selección Colombia a comienzos de 1994 dio para todo. Fue un referente, un Norte colectivo, todos querían acercarse, parecerse a ella y a sus integrantes. Esto hizo, por ejemplo, que los técnicos de los equipos del torneo local se matricularan en masa en las facultades de filosofía de sus ciudades, los volantes diez, por su parte,  dormían frente a las tiendas naturistas a la espera del pedido de camomila para aclarar sus cabelleras y los asistentes técnicos ingerían cantidades industriales del alcohol con el anhelo en mente de parecerse a su similar jerárquico en la selección mayor.

Los hinchas no se quedaron atrás, tampoco «el Cole«, símbolo de la fanaticada del equipo de Maturana. Sagaz y pionero, el profesional de la mensajería barranquillero decidió comercializar franquicias de su personaje. En un computador con Wordstar redactó un manual de estilo y un decálogo de imagen y en los días libres que le dejaban los partidos del combinado patrio recorría el país capacitando nuevas generaciones de coles.

Por supuesto, el popular esteticista sabía que debía cuidar su negocio y  elementos clave como la correcta distribución de las cuerdas y las poleas para evitar irse de bruces contra el cemento y el dato de la marca de témperas para pintarse la cara sin riesgo de intoxicación no fueron incluidos en el kit Happy Cole, como lo llamó. Esto hizo que los incautos que lo adquirieran terminaran convertidos en una especie de cole decafeinado, un cole versión freeware, como este hincha del Pereira. Para él y para todos los otros coles anónimos que a finales de los noventa surcaron nuestras gradas este pequeño pero sencillo homenaje