César Maturana

Pacho, enseñándole el arte de la indemnización a César.

Como en la política, como en la TV, y como en la vida, en el fútbol un apellido a veces vale más que mil diplomas. Pregúntenle a  «Lalo» Maradona, que lo diga Alejandro Cíchero, todos inscritos como beneficiarios por sus hermanos en las mieles de la fama.

Y entre ellos el gran Pacho que a mediados de los 90 vio varado a su hermano César y no dudó en darle un fraterno empujón. Así, y como en su momento lo hicieran Antonio Galán, Ana Cristina Botero, Patricia Grisales o Ariel Valenciano Jr., con credenciales prestadas convenció al Pereira de dar un -dudoso- golpe de opinión y contratarlo como DT en 1994. Ese año el equipo matecaña no clasificó a los cuadrangulares, pero igual en diciembre cantaron los pajaritos a orillas del Otún.  De ahí, y seguramente con el argumento de que «juntos con Pacho estudiábamos la línea, la marcación en zona y el líbero doble stopper después del colegio»,  aterrizó en Panamá en 1996 donde fue seleccionador nacional.

En el istmo perdió la posibilidad de ir a Francia’98 pero ganó un poco de liquidez.  Reapareció años después, en 2004, en Venezuela contratado por el Mineros de Guayana.  Tras una estadía que no superó el trimestre fue despedido y mancilló el honor familiar al no exigir indemnización. Pero Pacho, que es bueno, lo perdonó y al ver que el Bolillo ahora cargaba a Barrabás para todas partes él quiso hacer lo mismo y se lo llevó para Trinidad y Tobago de asistente en 2008.

Desde entonces no se ha vuelto a saber de él. Aunque, si nos atenemos a la redescubierta máxima de su hermano, no saber de él es ya de por sí saber algo de él.

Adivine los personajes

Como si se tratara de un capítulo más de “Padres e Hijos” el fútbol también sabe juntar familias, como si de la extensa prole de los Franco –con Luis Eduardo Motoa y con Luz Stella Luengas y sus gafas sin lente- se tratara.

Estos dos señores estuvieron el el Deportes Tolima a finales de la década de los ochenta. Uno, un volante intermitente, pero de gran clase, recordado amargamente por Carlos Fernando Navarro Montoya y la parcial santafereña que rodea los treinta y pucho. El otro, un recio zaguero reseñado ya en este sitio.

Ellos dos fueron náufragos en aquella formación tolimense, que no tuvo mucho brillo. Hoy sus hijos también comparten club. Eso sí, en la imagen solo uno de los vástagos mojó cámara. Sin duda la genética colaboró muchísimo para que la herencia de los dos, se mejorara ostensiblemente en términos futbolísticos.

Si adivina la identidad de los padres, y obvio, de los hijos, recibirá una invitación –no endosable- en la cámara de masajes “Hamir Carabalí”.

Jaime Rafael Morón

Tuvo debut fugaz a comienzos de 2003 cuando ingresó faltando pocos minutos en dos partidos del Millonarios de Peluffo. Reapareció a mediados de 2004 en el recordado «kinder de Cortés». A diferencia de su padre, recordado porque se cansó de darle puntos a Millonarios con sus goles, Jaime Rafael es recordado por algunos pocos sicópatas de la estadística justo por lo contrario: por el punto que le quitó a los azules (sin dolo de por medio, por supuesto) arrancando el finalización de 2004.

Ocurrrió, como casi nunca pasa, que el siempre diligente gerente deportivo de Millonarios, Héctor Javier Céspedes no tuvo en cuenta la fecha de suspensión que recaía sobre Morón por una expulsión en el torneo de reservas y autorizó su presencia en el banco.  Con el partido 1-1 y necesitado de alternativas en el frente de ataque, el novel técnico azul Óscar Fernando Cortés dispuso su ingreso que de nada sirvió pues el partido terminó en empate.  Poco después vino la demanda del DIM, el proceso de rigor y la pérdida de uno de los pocos puntos que logró cosechar un equipo que muchos ingenuos creyeron iba a ser el de peor campaña en la historia azul.

Al año siguiente, sin saldo en rojo en la cuenta de la comisión disciplinaria de la Dimayor, se despidió del fútbol activo jugando algunos minutos-homenaje en el equipo que pasó a dirigir Dragan Miranovic.

Francisco y Andrés Díaz

Con menos elegancia y clase que otras estrellas del fútbol bogotano, pero con talento de sobra, Ernesto Díaz todavía es recordado como uno de los más excelsos futbolistas capitalinos de la historia. En épocas en las que todavía estaba lejos el libre comercio de piernas, sus condiciones le permitieron cruzar el charco en 1974 para reforzar al Standard de Lieja belga. Además de jugar al fútbol, comer chocolate y papas fritas con mayonesa, en tierras del entonces rey Balduino Ernesto también tuvo tiempo para los deberes maritales. Resultado de esto fueron sus dos hijos varones Andrés Ernesto y Francisco Javier, ambos nacidos en territorio belga y ambos llamados a seguir la senda de talento trazada por su padre, uno de los más recordados portadores de la «7» santafereña.

Fue precisamente este recuerdo el que salió a flote entre los hinchas cuando en 1993 Germán «Basílico» González incluyó al menor de los Díaz en la convocatoria de la selección sub17 que disputaría el Suramericano del Eje Cafetero. Por su origen europeo, Francisco inmediatamente fue referenciado como «el belga». Junto a Ricardo Ciciliano, Wilberto Pana, Iber Velasco y Eduardo Calderón, el hijo menor de Ernesto logró, en su primer contacto con el fútbol de alta competencia, algo que a su padre se le escapó de las manos en la Copa América de 1975: un título suramericano. Esto le permitió a Francisco ser también el primero de la familia, suponemos, en visitar Japón, país sede del mundial de la categoría. En la tierra del sol naciente, Francisco no tuvo oportunidad de mostrar sus condiciones viéndose obligado a alternar entre el banco y las tribunas (algunas de ellas en grama o simplemente inexistentes).

Terminada su aventura con la selección y aprovechando los contactos y la buena imagen dejada por su padre, Francisco fue contratado, junto con su hermano mayor, por el San Nicolás de la segunda división belga. En esta nunca bien valorada liga, los Díaz permanecieron hasta el día de finales de 1999 en que el equipo en el que militaban, el Eendracht Aalst entró en una profunda crisis que terminaría con su liquidación tres años después. Algo desubicados, Francisco y Andrés asumieron que era hora de retomar la senda de su padre aterrizando en Santa Fe a comienzos del 2000. Gran revuelo se armó con su llegada y no menos importante fue la expectativa que generaron los hijos de Ernesto. A Francisco -el más conocido gracias a su paso por la sub17- se le asignó, no podía ser de otra forma, la «7» que había sido de su padre. Siete fueron también los partidos que alcanzó a jugar el menor, cifra que superó largamente a la de su hermano que sólo en una ocasión pudo sudar la roja. En lugar de hacer recordar a su progenitor, los Díaz revivieron entre la parcial el recuerdo de Alfonso Cañón Jr., razón por la que pronto fueron relegados a la suplencia y después a la tribuna.

Una vez terminó su malogrado paso por Santa Fe poco se volvió a saber de los Díaz. En un último intento por desandar los pasos de su padre, Francisco estuvo unos días a prueba en Millonarios en donde no logró un cupo en el plantel profesional. Dicen los rumores que ambos regresaron a Bélgica, cosa que parece ser cierta si hemos de creerle al aficionado que en el 2005 brotó en el foro de hinchas de Independiente Santa Fe con la siguiente inquietud:

Hellow,

I’m Stijn Vermaeren from Belgium.
Sorry for my English, but i don’t speak spanish.

I am supporter of a 3th division team in Belgium, Eendracht Aalst.
Nowadays, Xavier Diaz is testing in our team.

He played with us around 10 years ago (when our team was very good and used to play in the first division). Our board also mentioned he recently played in your team (independiente santa fe), and that is why i am mailing you.

Did Xavier Diaz really play with you?
in first team or reserves?
from when untill when?
And was he good?
Why did he leave you’re team?

many thanx for any information given

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César Zape

Uno más que cargó con el pesado lastre del apellido ya consagrado. César Zape debutó a comienzos de la década de 1990 defendiendo el arco del Unión de Magdalena y con la firme intención de superar a su padre, el legendario Pedro Antonio. Desafortunadamente, su irrupción en el profesionalismo estuvo marcada por un atroz bautizo de fuego: una noche caleña en la que el Unión visitaba al América tuvo que sacar ocho veces el balón de su arco cinco de ellas por culpa del “Pony” Maturana. Después de este difícil trago y a diferencia de arqueros que, cómo Oscar Córdoba, han sabido sobreponerse a un 7-3 César quedó algo maltrecho y decidió (o decidieron por él, no importa) que quizás un prolongado retiro espiritual en la Copa Concasa podía aportarle nuevas fuerzas y renovados ánimos.

Después de casi siete años recorriendo las carreteras del país logró regresar a finales de 1998 a la primera división con el Deportivo Pasto. En el equipo de Pasto permaneció hasta 2001 alternando con otros de su estirpe como Miguel Vidal, Andrés “Roque” López y Óscar “La Moña” Galvis (ambos pronto tendrán su espacio). A comienzos de 2002 se vio un vacío en el banco de suplentes del Deportivo de Pasto: César ya no estaba ahí, cansado del peso que le suponía el lastre de su apellido decidió dejar el fútbol para dedicarse a cualquier otra cosa en la que dejara por fin de ser “el hijo de Pedro Antonio”..

Diego Mujica

Un nuevo caso en que la cigüeña se equivocó a la hora de llevar un encargo. Diego Fernando Mújica Rampoldi es el hijo entrenador en propiedad del Tolima de la Libertadores-83, Juan Martín, quien llegó a vestir la celeste uruguaya en 22 ocasiones y dejando huella como uno de los hombres que ganó la Copa Libertadores como jugador y entrenador (Nacional 71 y 80).
Entre todo lo bueno que hizo su padre (quien pasó por el Caldas, Cali y de nuevo Tolima), una cosa marcó el futuro nefasto de su hijo, regalarle un balón de fútbol. «Me hice jugador por mi padre. Siempre me gustó el fútbol, mis familiares lo practicaban y eso me influenció», dijo Diego Fernando a su llegada a Medellín.
El 12 de febrero debutó Juan Martín en el Poderoso, cuando Luis Augusto García era el técnico del equipo, asistido por Darío Vélez, Gonzalo Garrincha Guzmán y Juan Martín Mújica. ¡Con razón! Diego había llegado gracias a un pequeño empujoncito del asesor del Poderoso. El uruguayo fue titular en un puñado de encuentros, sin goles obviamente, alternando su posición con Álex Fernández y José Luis Pino. Pasaron los encuentros y los malos resultados pululaban. Hasta que el 4 de mayo, menos de tres meses después de su debut, una derrota ante Millonarios hizo que el cuerpo técnico dejara su puesto en el Rojo. En el avión que partió ese sábado del aeropuerto José María Córdoba viajaba todo el staff de entrenadores, y a su lado, como era de esperarse el pequeño Diego Fernando.
Al Benjamín de los Mújica le queda un gran honor, haber militado en el Bordeaux de Francia durante tres años. ¿Adivinen quien rondaba por el club?….

Roberto Alfonso Cañón

De la misma estirpe de Mario Coll, Jaime Rafael Morón y César Zape, el país lo conoció en la seleccción juvenil campeona del juventud de América de 1987. Desde temprana edad, el diminutivo se ensañó con él, «Cañoncito» fue bautizado apenas apareció en el panorama.Otros, más adelante, prefirieron llamarlo «Robertico». Hoy todos coinciden en que a duras penas fue un «jugadorcito».

Debutó con Santa Fe a finales de la década de 1980. En 1991 alcanzaría el cenit de su carrera cuando un magistral cobro suyo de tiro libre dejó estático a Hernan Torres, arquero del DIM en esa época,y le dio el p

ase a Santa Fe a los cuadrangulares semifinales. En el equipo cardenal jugó 208 partidos reportándose en el marcador en 45 oportunidades. Desempeño aceptable pero para nada comparable con el de su progenitor. Su carrera se apagaría rápidamente despues de sendos pasos fugaces por el Bucaramanga , el DIM y el Cúcúta Deportivo. Se reporta también , sin que se haya podido confirmar, un paso por Unión Magdalena.

Casos como el de «Cañoncito» confirman que en el fútbol no se cumple el conocido adagio la astilla y el palo. También confirma que el gen del talento con el balón es recesivo. A la mano está el ejemplo de Radamel Falcao García que, sin duda, le salió a la mamá. .

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Catherine Sanjuán

Tenía pinta de armadora, aunque de perfil subterráneo. Increíblemente y aunque sus compañeros de equipo en la famosa serie de televisión “De Pies a Cabeza” parecían ser más hábiles (Nano, Pablo, Batey y demás ignotos, como aquel defensa de gafas cuyo nombre no recuerdo , relegado a preparador físico y con serios problemas de dicción al pronunciar la letra “R”), Catherine Sanjuán, que caracterizaba a María José en esta exitosa serie, era la que más enganchaba y la dueña de la visión del equipo que dirigía El Gato Aguirre (Felipe Noguera).

Siendo una figurante más, se hizo conocida por ser hija de Néstor Sanjuán, delantero ochentero que estuvo por Millonarios y Once Caldas. Día a día su importancia dentro del conjunto era más relevante en términos futbolísticos (esos pases gol de María José evocaban al mejor Platini…Sánchez). Pero en té

rminos sociales la cosa cambiaba. Sus eternos silencios y la escasez de diálogos que tenía, competían con la elocuencia cuestionada de Willington Ortiz, refuerzo para esta serie televisiva, que solamente decía en sus intervenciones “Hola Gato”.

Metía goles, pero parecía muda. “Pecho frío” dirían algunos malintencionados que juzgaron su talento por la belleza, que era exclusiva de la hoy entrada en carnes Carolina Acevedo, en aquel entonces belleza más fulgurante de una recua de bagres que encabezaba Andrea Gómez.

Aún se recuerda a Catherine Sanjuán, “María José” por bailar sola y contra una pared en el merendero de Tobi, precario lugar de reunión juvenil que evocaba subterfugiamente la indisciplina de los futbolistas, en este caso no al son del ron o el aguardiente, sino del Kool Aid o Fresco Royal y por ser el verdadero cerebro futbolístico de “Los Gatos”. Cerebro silencioso, pero cerebro al fin.
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Allan Valderrama

Otro más que cuando llamaban a su casa preguntaban siempre por «el hermano del Pibe». Pobre Allan. No queremos ni imagirnarnos como se le revolvían las tripas cuando impajaritablemente en cada una de las pocas entrevistas que concedió el entrevistador de turno recurría a cualquier eufemismo más o menos elaborado para preguntarle, en relación con su hermano, qué fue lo que salió mal con él. Y de alguna manera, tenía razón en hacerlo pues es evidente que Allan Valderrama podría ser un interesantisimo objeto de estudio para cualquier interesado en el enigmatico y, en casos como este, erratico comportamiento de los genes.

En efecto, si se hiciera una lista de las virtudes del Pibe esta serviría sin problema como lista de las carencias de Allan. Él era un jugador de fuerza, enjundia y temperamento. Sin duda, la musa de la técnica y de la filigrana que iluminó a su hermano en una noche samaria iba de afán y prefirió pasar de largo por el lecho del buen Allan. Así las cosas, si el «Pibe» se dio a conocer por sus pases cortos y milimetricos, Allan aún es recordado por sus célebres taponazos y «ollazos» que remataron los pocos bombillos que aún quedaban en los vetustos marcadores electrónicos del país. Y si el Pibe fue un visitante poco asiduo de los boletines de penas y castigos de la comisión arbitral hay que decir que en esa época los formatos de los informes los mandaban a hacer con el nombre de Allan ya impreso.

Pero la madre naturaleza es sabia y, parcialmente, justa y hay que reconocer que Allan gozaba de una virtud (una, al menos) de la que carecía su hermano: así como era capaz de derribar sin problemas un pato migratorio que se cruzara en la trayectoria de un bartolazo suyo, de cuando en vez le sonaba la flauta y su media distancia y sus tiros libres llegaron a ser un arma que algo de inquietud generaba en el técnico rival.

Allan tuvo también una misión encomendada por su hermano: reivindicar la estirpe ante la fanaticada albiazul. Hay que recordar antes el breve y desafortunado paso del Pibe por Millonarios, cuando apenas comenzaba su carrera. El aún tierno Pibe, incomprendido en una ciudad fría y hóstil, no fue de los afectos de Jorge Luis Pinto quien terminó echandolo, entre otros motivos, por haberse presentado a un entrenamiento con un guayo en un pie y un «tenis» en el otro. Con la misión entonces de limpiar el apellido llegó Allan a Millonarios en 1992. Al respecto hay que decir que la fanaticada albiazul sentía al ver el apellido Valderrama en la alineación y en los pocos partidos en los que utilizó la «10» algo parecido a lo que la teleaudiencia experimentó cuando Don Román llegó a la vecindad en reemplazo de Don Ramón. No era lo mismo ni era igual. Aun así, se puede decir que Allan vivió el tope de su carrera en 1994 cuando fue subcampeón con Millonarios siendo titular inamovible.

Además de un breve paso por el América, militó también en Junior, Caracas F.C., Unión Magdalena, y Unicosta, club en el que le dijo adiós al fútbol activo. Rumores aún sin confirmar insisten en una reciente y fugaz reaparición suya en un club de la primera B.

Allan, celebrando la permanencia del Unicosta en primera división. 1997.

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Freddy Valencia

Es poco realmente lo que se puede decir del hermano menor del «Tren» Valencia. Jugó en el extinto Condor de Bogotá a comienzos de la década de 1990 (la foto es de 1993) y no trascendió. Su incursión en el fútbol coincidió con el mejor momento de su hermano y ese fue un karma demasiado fuerte para Freddy. Dicen que cuando lo solicitaban al telefono preguntaban: «Gracias, con el hermano del tren Valencia por favor». Así no se puede. O sino, que le pregunten a Hugo Maradona..