La relación entre fútbol y mercadeo era más libre en sus inicios. De repente, de la nada, surgía un patrocinador con unas exigencias y nadie en el equipo sacaba un manual de manejo de marca para argumentar la negativa. Se hacían las cosas, punto.
A mediados de los ochenta alguien en Fruco relacionó el rojo de su salsa insignia con el de la camiseta del América y consideró que nada mejor para el producto que el referente del onceno del médico Ochoa, Julio César Falcioni, saliera a la cancha con un frasco gigante de la nueva línea «Picante» haciendo las veces de impulsador (a).
Precursor cómo era del noble arte de la quema de tiempo, aquella disciplina en la que confluyen sobre un gramado dramaturgia y deporte profesional, quizás pensó que era de verdad y que le serviría durante el partido para darle más realismo a sus largos lamentos por presuntos dolores así como años después lo hiciera el «Cóndor» Rojas en el Maracaná.
Sea lo que sea, el caso es que Julio César Falcioni no solo saltó esa tarde al Pascual con tan delirante accesorio, sino que accedió a tomarse esta foto para el recuerdo. Fuentes de la entraña de los Falcioni nos confirman que el último arroz con pollo con salsa de tomate fruco picante se consumió en dicho hogar el 3 de marzo de 2002 con un saldo de tres sobrinos y cuatro vecinos con fuertes dolencias estomacales.
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