Fue necesario que pasaran treinta años, tiempo establecido por la legislación británica para desclasificar documentos confidenciales para que en Colombia se conozcan por fin los detalles de uno de los más delirantes y escandalosos capítulos de la historia del fútbol colombiano: cuando Millonarios intentó clonar arqueros.
Todo comenzó en 1983, año en el que al equipo azul de Bogotá llegaron nuevos accionistas, entre ellos inversionistas que hoy merecerían en medios de comunicación el apelativo de polémicos empresarios. Sea cual fuera el origen de sus recursos, el caso es que fueron tiempos de vacas gordas para los embajadores.
De ello estaba al tanto José Munurri, asistente técnico del uruguayo Juan Martín Mujica, padre del hoy célebre investigador del Royal College of London, Samuel Munurri, autoridad mundial en genética humana aplicada y fanático futbolero como su padre.
Desde entonces Munurri hijo ya adelantaba revolucionarios estudios en materia de clonación, algo de lo que estaba al tanto su padre quien tan pronto llegó se percató de la generosísima chequera de los dueños del equipo.
Fue así como el clic no tardó: Munurri padre rápidamente le advirtió a su hijo que en su nuevo lugar de trabajo podría haber financiación para lo que fuera siempre y cuando se le supiera llegar a los dueños con una propuesta que les tocara alguna fibra, en este caso, su pasión por el balompié.
En la primera ocasión que tuvo de hablar con Gonzalo Rodríguez Gacha, el gran mecenas azul de entonces, el asistente de Mujica fue al grano: “mirá, tengo un pibe en Londres que te puede solucionar el tema del arco por años y te sale más barato que contratando arqueros”.
Lustros antes de la oveja Dolly que introdujo al planeta el concepto de la clonación, Gacha, por supuesto, no tenía idea de a qué se refería el advenedizo asistente del DT. Sin entender del todo el proyecto, le animó ser patrocinador de algo tan vanguardista y puso a disposición tres bolsas de Febor repletas de billetes de cien dólares.
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Munurri hijo siempre tuvo una debilidad con el arco, fue, sin más rodeos, un arquero frustrado desde temprana edad, además de coleccionador de arcos de estadios y canchas de barrio del mundo en su hogar a las afueras de la capital británica no obstante la férrea oposición de su esposa, una temperamental albanesa.
Ni a ella ni a nadie le sorprendió que la de golero haya sido la posición elegida para el proyecto piloto de clonación de deportistas de alto rendimiento, esta última, idea que lo obsesionó desde el primer día de sus estudios de medicina.
Con la financiación lista, el eminente científico empacó maletas con destino a Colombia. Allí consiguió un espacio suficiente en la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales, aledaña a la finca de la autopista norte donde entrenaba Millonarios.
La idea era comenzar con dos prototipos a partir de células tomadas de un mechón de pelo del legendario arquero de Platense en los 40, Carlos Roberto Mestróngelo, que el abuelo de los Munurri conservaba.
El trabajo fue arduo, de sol a sol y con no pocas noches, pero rindió sus frutos en diciembre de 1984, casi dos años después y, en todo caso, mucho antes de la irrupción de la mencionada ovejita Dolly –primera clonación ‘oficial’, pero es bien sabido que por disposición de los Iluminati, otras tantas han permanecido ocultas y de humanos, incluso-.
El resultado fueron tres arqueros y sin embargo seres humanos que fueron clonados a 2600 metros de altura sobre el nivel del mar en una recóndita sabana del trópico.
Dos de ellos fueron fiel copia de Mestróngelo y en esa medida fueron testimonio de éxito. El tercero encarnó un fracaso pues es la hora que no sabe de quién es clon. “Bien pudo haber sido de mi tío Oswaldo, que alguna vez lloró sobre el mechón de Mestróngelo tras uno de tantos descensos de Platense, pero no hubo manera de confirmarlo”, explicaría años después Munurri.
Por supuesto, las directivas embajadores no podían salir de la nada con tres goleros. Mucho menos presentarlos con las denominaciones que recibieron en el marco del proyecto: prototipo XG3 y prototipo XG4, para los clones del legendario cancerbero y TV56, para el prototipo misterioso.
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La solución fue ubicar a tres arqueros de algún grado de reconocimiento, más o menos parecidos a los prototipos (y, en consecuencia, dos de ellos a Mestróngelo) y ofrecerles vacaciones en Cartagena durante un año con la condición de guardar silencio y absoluta discreción.
A la prensa se le diría que Millonarios había decidido contar con Esteban Basigalup (argentino) y a los colombianos Fabio Calle y Rubén Cuevas, tres guardavallas con trayectoria rastreable. Los tres, tal y como estaba planeado, fueron enviados a la capital de Bolívar durante todo el año. Para evitar ser reconocidos y que fracasara el proyecto a Basigalup y a Calle se les pidió afeitarse el bigote mientras que a Cuevas, convencido lampiño, se le procuró uno postizo. Los tres estuvieron siempre bajo la estricta vigilancia de alias “Doblestopper”, escolta de confianza de Rodríguez Gacha.
Todo estaba servido para el éxito del proyecto, pero los frecuentes bloopers de XG3 bajo la identidad de Esteban Basigalup y la falta de consistencia de XG4 bajo la identidad de Fabio Calle cuando se vio obligado a reemplazarlo abrieron un interrogante enorme: sí, eran idénticos a Mestróngelo, ¿pero el talento qué?
Para septiembre estaba claro para Munurri y su equipo que no hay gen que contenga las habilidades bajo el arco. La de Millonarios era la quinta valla más veces vencida del campeonato.
“Tanta jodedera y tanto billete para que me salgan con estos paquetes y justo cuando Pablo me está pidiendo caja menor, no, coman mierda y a ese par de hijueputas culebreros no los quiero ver más”.
Con esta sentencia del ‘Mexicano’ el proyecto Basigalup llegó a su fin y Munurri padre e hijo tuvieron que abandonar el país, raudos, en un 707 de Aerolíneas Argentinas una tarde de octubre.
Lo ocurrido permitió que los últimos partidos de un año que no fue bueno para los azules –ya dirigidos por Eduardo Luján Manera- los tapara el verdadero Basigalup, sin marcar diferencia, por cierto.
Terminada la aventura, Basigalup, Calle y Cuevas siguieron con sus carreras sin mayor suceso, mientras que de los clones solo se tienen datos de XG3 que decidió no abandonar la identidad asignada pero tomar otro rumbo: incursionó con relativo éxito en el arte. Esta fue, según lo reconocieron tiempo después sus familiares, la verdadera pasión de la vida de Carlos Roberto Mestróngelo tal y como lo habría confesado en su lecho de muerte. Dijo, agonizante, que nunca le pudo dar rienda suelta por culpa de los malditos prejuicios que sobre la relación entre el arte y los varones acechaban en la época.