Vaya usted a saber por qué, en la paleta de colores de nuestro fútbol ninguno supera al amarillo. Huila, Cartagena, Bucaramanga, Pereira y Tolima hacen parte del club de equipos «amarillitos» como el licor que doblega a sus inversionistas. Tal vez la culpa la tenga el güiskey o puede que el reinado de este color tenga que ver con su faceta agorera, esa que a la que cada fin de año recurren las mujeres que, de paso, salvan el balance de la Feria del brasier y solo kukos.
El caso es que el amarillo es un color de gran aceptación en nuestro medio, tanta que de un tiempo para acá equipos que habían sabido mantenerse alejados de su órbita han caído. Primero fue el Junior en la final de 2004. En su momento se dijo que había sido un accidente, que no calcularon lo del uniforme alternativo y que por cuestiones de la transmisión de TV tuvieron que usar el de entrenamiento. Luego fue el Santa Fe, que recurrió a él con la excusa del homenaje a Bogotá en su cumpleaños. Le siguió, hace poco, Millonarios, también escudándose en conmemoraciones cívico patrióticas: que para unirse a la fiesta del bicentenario. El más reciente en pegarse a la #olaamarilla, ya sin tapujos, ya sin excusas, fue otra vez el Junior, que el domingo pasado saltó a la polisombrada cancha del Campín vestido de amarillo de la cabeza a los pies.
Habría que ver por qué tiene este color tanta popularidad. Tal vez tenga que ver con la atracción incosciente que este color ejerce sobre los que toman las decisiones de los clubes, tanto por su dimensión etílica como por su faceta erótico-cabalística. Nosotros, humildemente, nos atrevemos a sugerir que el auge del amarillo tiene nombre propio, el de un adelantado del fútbol cromático que debe estar asesorando en esta materia a los equipos, el gran James Mina Camacho
El fútbol es más que un deporte, más que una pasión. Es, como DMG, una familia, una cofradía en la que todos tiran pa’l mismo lado y, en los 80, cuando había plata, viajan para el mismo lado. La foto es de parte de la delegación que acompañó al América de Cali en un viaje a Uruguay en la Copa Libertadores de 1988. El Bestiario del balón, siempre comprometido con preservar la memoria histórica de nuestro fútbol, desempolva la postal e invita a sus lectores a identificar a sus protagonistas. El que más nombres aporte se hará acreedor a un pousse café con David Cañón en el siempre elegante salón de te Yanuba.
Darío Aguirre, del Quindío, le da la seudovictoria a su equipo a comienzos de 1998 contra Millonarios.
Las cosas que se le ocurren a nuestros directivos. Entre pentagonales regionales, bonificaciones retroactivas de 0.34 (al cuadrado) y triangulares fantasma brilla con luz propia una innovación introducida a mediados de 1997: prohibir los empates.
Sí. Tal como lo lee. La medida, que consistía en otorgar un punto extra mediante una definición desde los doce pasos en caso de empate (algo del nivel de mandar agrandar los arcos u obligar a que a los centrales de cada equipo se les aplicara vick vaporub en los ojos antes de saltar a la cancha), tenía, como todas las ideas originales de nuestros directivos, su pasado en Argentina, donde demostró con lujo de detalles sus falencias. Pero esto, como siempre, no fue tenido en cuenta. Se argumentó en su momento que con ella «se obligaría a los equipos a ser más ofensivos y si no, pues ahí estaba la emoción palpitante de la lotería de los cobros desde los doce pasos». No les importó que con ella se creara un boquete no sólo en la reglamentación, sino en la vivencia misma del deporte pues además de los tradicionales ganadores y perdedores habría una zona gris con medioganadores y seudoperdedores.
La veda se aprobó a pupitrazo limpio acompañado de, dicen, vaya uno a saber, sendos disparos al aire, ¡taz!, ¡taz!, ¡taz! y entró en vigencia en el marco de otro adefesio normativo: el torneo adecuación 1997. Recordemos que para 1995, y con la excusa de «sintonizarnos con las grandes ligas europeas», el campeonato colombiano dejó de jugarse de febrero a diciembre para pasar a ser disputado de agosto a junio. El invento sólo duró una temporada (95/96). Para finales de 1996 la Dimayor echó reversa y decidió volver al anterior calendario, «porque estaba más a tono con la idiosincrasia del pueblo colombiano acostumbrado a acompañar la novena de aguinaldos con octogonal». Esto hizo que en el segundo semestre de 1997 se disputara un curioso torneo llamado «adecuación», cuyo ganador (Bucaramanga, a la postre) disputaría una gran hipermegafinal contra el campeón del torneo 96/97 (América de Cali).
Importante decir que esta es la hora en que no se sabe con certeza si la noticia de esta genialidad llegó a oidos de la sacrosanta International Board. Fuentes que se negaron a revelar su nombre sostienen que el encargado en esa época de informar a la IB de esperpentos como este era, adivinen, el siempre carismático Jack Warner. Otras versiones hablan de una comisión de caducos delegados británicos que para esos días instalaron su cambuche en el bar del hotel Capilla del Mar.
También hay que señalar que la prohibición, como todas, tuvo damificados. Las más afectadas fueron las madres de los aficionados que, acostumbradas a preguntar, no con auténtico interés, sino como gesto de maternal afecto «¿Y cuánto quedaron?» al regresar su retoño del estadio, debían enfrentarse a un desconcertante: «no mamá, ni ganamos ni perdimos, otro día sacamos una tarde y te explico».
Ahora, también hubo beneficiados. Y entre ellos se destaca uno: Héctor Walter Burguez, el arquero uruguayo que había llegado a Millonarios justo para cuando se estrenó la medida, se cansó de darle «punticos» extra el equipo entonces dirigido por «Diemo» Umaña cuando este todavía era Diego. Lo aportado por el uruguayo dejó a su equipo muy cerca de la final, instancia de la que fue apeado tras una extraña goleada 0-4 que el Bucaramanga le propinó al Junior en el hasta ese momento inexpugnable Metropolitano. Se trató de un episodio tan oscuro como la derrota de local de Millonarios en ese mismo torneo contra Unicosta, resultado que mandó al Pereira a la B y a un cura a proferir una maldición contra los azules que si bien en su momento no fue tomada en serio, hoy es motivo de investigación y , sobre todo, de preocupación.
Héctor Burguez, sonríe en casa tras una definición. Cada punto extra ganado por penales le representaba una pata-pernil adicional. De ahí su motivación.
La medida tuvo, seamos justos, su lado bueno. Produjo electrizantes definiciones como la de aquel 8 de mayo de 1998 en que Huila medioderrotó a Tolima 10-9 después de empatar 2-2. También le dio a muchos futbolistas de equipos de media tabla para abajo sin posibilidades de llegar a una copa Libertadores o a una Conmebol, una vivencia que de otra forma nunca experimentarían. El gremio de los matemáticos también aplaudió la innovación pues a ellos tuvieron que recurrir los equipos para hacerse a una idea, así fuera parcial, de su ubicación en la tabla .
Finalmente el sentido común triunfó y a finales de 1998 se desmontó la prohibición. Como siempre, no estamos en condiciones de garantizar que no habrá un nuevo intento por implementarla. De algo sí estamos seguros y es que jamás se les ocurrirá prohibir el del cobro de tiros de esquina en corto o el tradicional cambio de frente bogotano.
Esta es la historia de una promesa del fútbol que a pesar de su talento nunca llegó. Todo comenzó en 2003, cuando fui admitido en las inferiores del entonces Bogotá Chicó después de pasar por las de Millonarios. Era lateral derecho, no obstante mi escasa estatura, era veloz, tenía fuerza, manejaba bien el balón y le daba salida al equipo sin olvidar la recuperación. El primer obstáculo lo tuve que enfrentar en 2005 cuando un recién llegado Wilman Conde decidió tacharme de la lista y decretar así el fin de mi breve carrera.
Por fortuna me había visto Alberto “el Petizo” Ramos, cazatalentos del Chicó quien me lleva a las reservas del primer equipo que por esa época se estrenaba en la “A”. En la finca vecina a la de Millonarios comencé a entrenar con la esperanza de ser incluido en el primer equipo. Compartiendo sueño conmigo estaban Leonardo López, hoy en San Lorenzo, Raúl “el Ruanas” Mahecha, hoy en Belgrano de Córdoba y Raúl Asprilla. Desde las reservas, a cargo del “profe” Ramos”,comencé a labrar el camino al profesionalismo. Recuerdo, por ejemplo, que en la primera práctica a la que asistió Eduardo Pimentel metí gol después de un contragolpe y luego nada menos que uno olímpico, logros que me hicieron merecedor de la felicitación del “profe” Pimentel al terminar el partido en el que el rival era el Bogotá F.C.
Habían notado que mi fuerte eran los cambios de frente. Trabajando en eso estaba cuando en plena pretemporada de 2007 comencé a sentir una molestia en la espalda. En un entrenamiento tuve que salirme, vino el médico del equipo, Rodrigo Pimentel, y me examinó. Poco después vino el triste dictamen: una escoliosis no me permitiría seguir con una carga de entrenamiento tan fuerte. Esto era igual que decir que no podría ser futbolista profesional. Entonces tuve que dejar el fútbol. O el fútbol me dejó a mi. La pregunta sigue sin respuesta.
N. de la R. El anterior texto no fue fruto del trabajo de nuestra unidad investigativa, tampoco salió de la memoria de alguno de nosotros. No. Para el Bestiario del balón fue motivo de gran alegría encontrar en nuestro buzón el mensaje de Christian quien, después de entender a cabalidad nuestra misión/visión, quiso que a su, por desgracia, malograda trayectoria no la carcomiera el olvido y se animó a solicitarnos un espacio. Es una historia que, perdonen el lugar común, puede ser la de muchos otros futbolistas a los que la realidad en forma de lesión, empresario o técnico garoso los despertó cuando estaban a punto de coronar el sueño del pibe.
Los integrantes de la mesa de trabajo del Radiobestiario damos la cara gracias a la tecnología twitcam de última generación. Espere en el primer radiobestiario en video y a todo color:
-Un sonido deplorable hasta el minuto 9:00 (recomendamos audífonos y luego quitárselos para evitar gotica de sangre o recurran al tradicional reproductor del podcast).
-Siguiendo el ejemplo de Camilo Villegas, nuestros futbolistas también intentarán su jugada perfecta.
-Sacolín y Polisombrín se unen a la puja por ser la mascota del Mundial Juvenil.
-Momento XXX entre Eugenio y Miguel Ángel.
-Un paso más en la senda del progreso: se vienen los estadios incluyentes.