En la voz de Carlos Julio, milésimas antes de presentar los goles del Hernan Ramírez Villegas: «la belleza de la mujer pereirana también se hizo presente…». .
En días de sospechas…
Estadio Atanasio Girardot. Directivos del Nacional muestran fajos de dólares al árbitro sugieriendo que había sido comprado por el equipo rival. .
Roberto Vidales
Si el término «sangreyuca» estuviera en el diccionario esta sería la foto que lo ilustraría. Intermitente, lagunero y «pechofrío», algunos esporádicos chispazos de talento y uno que otro gol de tiro libre le permitieron permanecer varias temporadas en Santa Fe registrando también un paso por el Once Caldas en la temporada 1995/96. Una vez despedido de Santa Fe, se le metió en la cabeza que quería saber lo que se sentía jugar en el rival de patio y para su fortuna logró que le abrieran un cupo en Millonarios para el segundo semestre de 1999.
Terminó su carrera en Estados Unidos quizás el único fútbol del mundo en el que sus falencias podían pasar desapercibidas.
Según información enviada por un corresponsal, Vidales actualmente juega en el torneo interclubes para el equipo El Aguante … donde todavía es un pechofrio..
Hilmer Lozano Rhan
Delgado, muy delgado, este chocoano de tobilleras blancas debe guardar el más dulce de los recuerdos de 1997. Después de sendos pasos por Pereira, Quindío y Santa Fe, Hilmer comenzaba 1997 con la angustia del que sabe que ya no le quedan muchas oportunidades y sin la más remota sospecha de lo que estaba por venir.
No contaba Hilmer con que la fortuna quiso que el día en que se cerraban las inscripciones para la copa de 1997 Millonarios se diera cuenta de que faltaba llenar un cupo y que este preferiblemente debía ser un lateral izquierdo. El dueño de esa posición, Edison Domínguez, recién volvía de una lesión y era mejor tener una segunda opción. Fue así como los directivos azules, seguramente después de agotadas todas las opciones, contactaron a un viejo compadre que resultó ser el dueño del pase de Hilmer. Algo sorprendido pero ante todo incrédulo este, suponemos oscuro, personaje accedió sin remilgos a poner a disposición de Millonarios a cada vez más devaluado jugador. En silencio, con la prudencia necesaria para que esta rebuscada contratación de última hora no generara mayor revuelo entre la hinchada Hílmer apareció una tarde entre los suplentes azules en un partido en Tuluá ingresando para el segundo tiempo. Esto sirvió para que los hinchas más meticulosos en su labor inmediatamente prendieran las alarmas. No en vano se trataba de un jugador que en su momento había sido desechado por Santa Fe y que para mediados de febrero aún no se había ubicado en ningún equipo. Pero estos eran una minoría, la mayoría simplemente lo confundió con un joven valor recién ascendido de la primera C.
La copa de 1997 comenzó bien para Millonarios. La victoria en Cali 2-1 y la que vino después contra Nacional en el Centenario de Montevideo no estaban en las cuentas ni del más optimista. Después vino una derrota contra Peñarol, empate contra el Cali en Bogotá y una nueva victoria contra Nacional en Bogotá que aseguraría la clasificación. Como siempre sucede cuando un equipo logra alcanzar un buen nivel, hasta los más limitados sacan a relucir lo mejor de sus escasas virtudes. Hilmer fue uno de ellos. Por una banda que no era la suya, la izquierda, Hilmer logró cuajar cuatro o cinco partidos bastante aceptables. Pero más que esta seguidilla, lo que confirmaría que esos meses de 1997 eran los de Hilmer fue su convocatoria a uno más de los miles de amistosos contra El Salvador en Nueva York En efecto, Hilmer hizo parte de un invento que por aquella época solucionó graves problemas de liquídez de nuestros directivos: una selección Colombia “B” dirigida por Juan José Peláez. Así, en cuestión de ocho meses, Hílmer pasó de entrenar en un parque bogotano a ser seleccionado nacional. Poco importa que fuera seleccionado “B”; total a sus nietos Hilmer no les dirá “yo fui selección Colombia B”. Simplemente dirá “yo fui selección Colombia”.
El tiempo siguió su curso y 1997 se fue apagando y con él también se fue diluyendo el cuarto de hora de Hilmer. Al año siguiente saldría de Millonarios rumbo al Tolima, en dónde su nivel fue el del Hílmer de Santa Fe, Quindío y Pereira. Cinco partidos disputó en 1999, última temporada de la que se le conserva registro. Datos irrelevantes si se tiene en cuenta que ha había pasado 1997 y a Hilmer ya se le podía identificar por llevar consigo la tranquilidad de quienes ya han cumplido su misión..
Buzo a rayas de Carlos Leonel Trucco
Fue un pionero Trucco. A finales de la década de 1980 y a comienzos de la década de 1990 se inmortalizó gracias a este peculiar diseño que más parece una camiseta de algodón tipo polo manga larga referencia “prisionero”. No hay que olvidar que esta era una época en la que los arqueros solían conformarse con el buzo que llegaba como parte de la dotación que compraba el equipo, no había llegado todavía la época de la vanguardia en la moda de las piolas. El caso es que algo debía tener el argentino nacionalizado boliviano con este diseño, pues a todos lados donde iba se limitaba a pedirle a su mujer antes de comenzar cada temporada que le descosiera el escudo viejo para ponerle el del equipo al que recién había llegado. .
Omar Franco
Pocos, muy pocos, pueden contar una historia como la de Franco. Comenzó como tercer arquero de Millonarios a finales de la década de 1980. Un buen día, seguramente mientras planchaba el buzo número 22, le dijeron que tenía que ir esa noche al Campín a tapar contra Wanderers por la copa de 1988 ante la ida de Cousillas y la lesión del ya homenajeado Fabio «La Gallina» Calle. Omar debutó esa noche e inmediatamente se vio favorecido por esa ley natural del fútbol que dice que un suplente siempre será suplente, pero que a un tercer arquero el día que se le da la oportunidad siempre responderá. Su buen desempeño le permitió a Franco encargarse del arco azul durante el resto de la oscura temprada de 1988 que terminaría coronando al equipo albiazul, con Franco en el arco, campeón. El ícono de ese título fue justo la imagen de Omar arrodillado en la gramilla del metropolitano esperando a que terminara el partido en Bogotá. Dato adicional: para esa época era el arquero más jóven en salir campeón en Colombia.
Su descollante debut -al título se le añade que en sus 30 primeros partidos com profesional Millonarios no perdió- fue premiado con un puesto en la banca para 1989 año en que llegó Sergio Goycoechea a cuidar el arco azul. Suplente en 1989, retomó la titular en 1990 año en el que Millonarios no clasificó por primera vez en mucho tiempo a las finales. Al año siguiente fue a dar al banco del Nacional como suplente de Jose Fernando Castañeda. Al equipo verde llegó ante la ida de Higuita al Valladolid en donde debutó el el 18 de agosto contra el Once Philips cuando la titular jugaba en España un partido amistoso contra el Valladolid. En el equipo verde repetiría la performance que había mostrado en Millonarios: un día se le dio la oportunidad, la aprovechó y al final de año estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio con un 22 estampado en la espalda de su vistoso buzo violeta intenso. Su buen desempeño fue otra vez premiado con un cómo butaco en la banca del Atanasio para la temporada siguiente. Higuita había vuelto y no había Franco ni buzo violeta que valiera. De nada sirvió el chispazo que experimentó el 11 de abril de 1993 cuando le atajó un penal a Ricardo Chicho Pérez en un clásico montañero, cuando el partido iba 4-3 en favor de los verdes en tanto que el 21 de julio del mismo año, luego de una tunda 4-0 del Junior en Barranquilla, Omar perdió una vez más la titular con «Chepe» Castañeda, para no volver jamás.
Dos decepciones tan fuertes, tan seguidas y tan iguales habían minado ya irreversiblemente el espíritu de Franco. Deambuló después sin mayor suceso por el Tolima y el Santa Fe. Equipo en el que, luciendo un buzo a colorinches con el 30 en la espalda, tuvo su última y malograda oportunidad como profesional.
Con la colaboración de fusilero..
Gustavo Díaz
Más conocido como el «crédito de Honda», este delantero protagonizó a finales de la década de 1990 una sucesión de exóticas excursiones en el exterior.
Despuntó en la delantera del Cóndor a mediados de la década de 1990 lo que le valió engrosar en 1995 una delantera santafereña que aún no se reponía por la reciente partida del «Tren» Valencia. Nunca mostró mayor cosa pese a las múltiples oportunidades con que contó. Para verdades, los números: 14 goles en 75 partidos, Mejor quizás que Jeffrey, Penayo o Liberman pero no lo suficiente como para que el estadio de Honda llevara su nombre. Hasta acá, nada extraordinario ni paranormal. Lo que llama la atención en la carrera de este modesto delantero son las dos incursiones que registra (también entre 1995 y 1998) en el fútbol europeo. En efecto, todo parece indicar que este jugador, a diferencia de otros, conoció la fórmula para ganarse el cariño del entonces mayor accionista de Santa Fe Cesar Villegas. En últimas hizo bien Gustavo. En lugar de dedicar su tiempo libre a perfeccionar aspectos de su fundamentación o de su técnica con el balón quiso más bien dedicar este tiempo a ganarse los afectos de don César. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que había tomado la decisión correcta: sin mayores argumentos futbolísticos jugó algunos partidos en la liga griega (en el Ethnikos de El Pireo) y pudo tomarse sendas fotos en el Partenón y en las playas de Mykonos para envidia de los compañeros suyos que creyeron que quedarse después de los entrenos era el secreto para llegar a Europa.
Años más tarde, en el primer semestre de 2001, cuando el Cheché Hernández y Samuel Calderón llegaron al verde con una constelación de estrellas detrás: Martín Zapata, Néstor Salazar, Jorge Salcedo, entre otros.
A llegar se le escuchó decir: “Nacional es un equipo grande, con jugadores de mucha categoría y vengo con la intención de triunfar”, sentenció con la tranquilidad de tener sus derechos deportivos en la mano.
Poco tiempo después debió salir por la puerta de atrás con rumbo a Pasto en dónde tampoco supo darle motivos a los concejales de Honda para que impulsaran lo del cambio del nombre al estadio. Su último intento fue en el Chicó, cuando este equipo militaba en la primera B.
Con la colaboración de fusilero..
Juan Reyes
“Un tal Juan Reyes” bien podría haber sido el título de este homenaje. Pedro Pérez, perdón, Juan Reyes llegó de Buenaventura a las inferiores de Millonarios a comienzos de la década de 1990. Después de una que otra asomada por la profesional, 1994 parecía ser el año de su consagración. En una gira de preparación que hizo Millonarios por el Ecuador su nombre comenzó a anunciarse como la gran revelación de la temporada gracias a un par de goles que consiguió en dicho periplo. Estos presagios parecían confirmarse cuando en el primer partido de la temporada fue uno de los anotadores en la victoria 2-1 de Millonarios contra América en Cali. Pocos se imaginaron que el que parecía ser el despertar de su carrera fue en realidad su punto más alto. Después de ese partido, Juan no volvió a figurar por ningún lado. Ocasionales apariciones sobre el final de los partidos fue todo el balance de la temporada. Se le dio una oportunidad más en 1995 que sólo sirvió para confirmar que esos primeros meses de 1994 se habían ido para no volver.
Incursionó después en el fútbol centroamericano sin generar mayor revuelo.
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Arley Dinas en Boca
Rodeado de un cierto aire de clandestinidad, el paso de Arley Dinas por Boca ocupa un lugar indiscutido en el top 3 de las incursiónes exóticas de colombianos en el exterior. Contrario a lo que sucede la mayoría de las veces, Arley Dinas no llegó a Boca ni cuando su carrera apenas comenzaba, ni como resultado de una millonaria transferencia, ni con la atención de todo el país futbolístico puesta sobre él, ni mucho menos pensando en una futura transferencia a Europa. No, Dinas llegó en el segundo semestre del 2002 al Boca de Tabarez en silencio, a última hora, prestado gratis y cuando su carrera ya daba señas de estar en franco declive. Se rumora que su llegada a Boca fue resultado de una noche de tragos en la que algún advenedizo osó poner en duda la omnipotencia de su empresario. Quienes sostienen esta versión aseguran también que el diálogo de aquella noche transcurrió más o menos de la siguiente forma: «¿ah si? dígame un jugador de los míos que ya esté de salida, bien limitado…», «¿Dinas? Listo, va a ver que mañana mismo se lo pongo en Boca».
Como resultado de esta ingenua provocación el club de la riviera contó con los servicios de Dinas en dos partidos de la Copa Suramericana (ambos contra Gimnasia y Esgrima de La Plata). Dos partidos que sirvieron sólo para que la parcial xeneize desempolvara el recuerdo de Tréllez y no el de Bermúdez o el de Bermúdez y para que pocas semanas más tarde Arley saliera de Boca por la puerta de atrás. La misma por la que ingresó.
Con la colaboración de Enunabaldosa..
Freddy Bogotá
Recio y limitado defensa central que llegó a Millonarios para el segundo semestre de 1995 en compañía de Hector Valoyes provenientes ambos del extinto Alianza Llanos.
Por esas cosas que pasan en Millonarios incluso desde antes de su llegada a Freddy ya le tenían separado su lugar en la zaga albiazul en donde comenzó haciendo pareja con otro derrochador de talento y filigrana: Rodolfo Rosero. Después de su debut, Bogotá se mantuvo como titular durante casi todo el semestre sin llegar a mostrar nada diferente a una rudeza que no le alcanzaba para compensar sus limitaciones técnicas. Pese a esto, como suele suceder con todos estos jugadores que de un día para otro surgen casi de la nada, no muestran casi nada e inexplicablemente se sostienen partido tras partido en la titular, Freddy necesitó de más de 20 partidos para demostrar que su sólo apellido no era suficiente para encariñar a la hinchada.
Afortunadamente, con los jugadores de este perfil no hay lugar para términos medios: la suplencia no era una alternativa para él. Fue así como terminado el semestre Freddy desapareció de la alineación y pese a que se mantuvo en el plantel que en junio saldría subcampeón no volvió a saber de concentraciones. Debió entonces resignarse al consuelo de aparecer en la foto oficial del subcampeonato y de paso en las de todos los eventos que tuvieron lugar con motivo de los cincuenta años que para ese entonces conmemoraba Millonarios.
Regresó a mediados de 1996 a Alianza Llanos con un álbum de fotos bajo el brazo. Después, se perdió su rastro en la espesura de la B. .