Alejandro Botero

Cuando debutó a los 18 años con el Deportivo Cali muchos creyeron que se trataba del sucesor de Farid Mondragón. Igual que Farid, Córdoba, Calero y otros tantos, Alejandro había hecho su escuela como arquero en las divisiones inferiores del equipo vallecaucano. Con apariciones intermitentes en el arco del Cali desde su debut en 1998, parecía que el 2002 iba a ser el año de su consolidación. Sin embargo, el destino tuvo a bien ponerlo bajo los tres palos del verde vallecaucano esa fatídica tarde de miércoles en Santa Marta cuando el Unión, en una gesta histórica, lo derrotó, lo aplastó, lo apabulló, seis goles a cero. Tal y como sucede en las mejores familias, después de este duro golpe el Cali decidió enviar a Alejandro al exterior. Y no fue a Gimnasia y Tiro de Salta ni a Sport Colombia, no, Alejandro desembarcó en Independiente. El mismo equipo que había consagrado a Farid. En Avellaneda, Botero fue eterno suplente el año en que estuvo. Su irregularidad hizo que en segundo semestre de 2003 recalara en Argentinos Juniors. Estaba haciendo el mismo recorrido de Farid solo que al revés. En La Paternal fue también constante suplente sin lograr, por fin, demostrar sus condiciones. Regresó finalmente al Cali para el segundo semestre de 2005. Hoy es el tercer arquero detrás de Fernandez y Juan Pablo Ramirez. Triste..

Barra Alumbrado público

En su afán de darle cabida a todos los que hacen parte del fantástico mundo del rentado criollo, el Bestiario abre sus puertas a los hinchas y las barras que cumplan con los requisitos que se mencionan en nuestra presentación.

Curioso el nombre de esta barra, de verdad curioso. ¿Estará compuesta por trabajadores de la empresa de energía del Tolima? Deberá su nombre a que sus integrantes tienen la singular costumbre de celebrar las victorias del equipo pijao destrozando a pedradas los focos que dan luz a las calles de Ibagué? ¿O será que sus miembros escogen cada uno un poste y se trepan al terminar cada partido gane, pierda o empate el vintotinto y oro? En cualquier caso, anímamos a nuestros amables lectores a encontrar una barra con un nombre más enigmático que este..

Pablo Chaverra

Precursor de los Armandos Navarretes y de los Fabianes Carabalis, Pablo Chaverra fue el eterno tercer arquero en la escuadra cardenal a finales de la década de 1980 y comienzos de la década de 1990. Llegó a Bogotá desde Buenaventura con sus paisanos Didio Mosquera y un tal Adofo Valencia. Los porteños tuvieron suerte, al poco tiempo de haber llegado los tres ya se habían asegurado un lugar en el primer equipo cardenal. Uno en la volante, otro en el ataque y otro.. en la tribuna. Cansado de calentar las frías gradas del Campín, Pablo decidió armar su maleta y partió rumbo al siempre modesto Cúcuta Deportivo. En el Cúcuta, no podría ser de otra forma, llegó a ser suplente. En todo caso, ya había logrado algùn avance: había abandonado la tribuna y el 22 (en realidad utilizaba el exótico número 30) para enfundarse el 12 y ocupar un lugar en el banco de suplentes. Emigró después al Envigado, tal y como le sucede a todos los eternos suplentes Pablo comprobó que el que perservera alcanza y finalmente le llegó su oportunidad de saltar a la cancha. Pero como también le suele suceder a todos los eternos suplentes, la malogró. En efecto, en el segundo o tercer partido que disputaba como titular de un alicaído Cúcuta en una desafortunada jugada le ocasionó una seria fractura de tibia y peroné a Carlos Zúñiga, delantero del Once Caldas. El mundo se le vino encima al pobre Pablo. Los falsos defensores de la moral, el juego limpio y las buenas costumbres que nunca faltan en estos casos descargaron toda su artillerìa sobre su ya vapuleada integridad pidiendo, como siempre, «la más dura y ejemplarizante de las sanciones». Como siempre sucede en estos casos de presión mediática , y pasandose por la faja el debido proceso, el tribunal de turno sancionó a Chaverra con varias fechas de suspensión que determinaron, de paso, el final de su carrera..

Jaime Leonardo Rodríguez

Dificilmente hubieramos podido conseguir una foto suya en la que su cabaña no estuviera siendo vulnerada. No deja de producir una extraña mezcla de escalofrío, pesar y un poco de vergüenza ajena la trayectoria de este arquero bogotano: en los dos últimos partidos que disputó como profesional tuvo que sacar el balón ocho veces de la red.
Debutó con el Tolima en 1993 aportando su granito de arena en el descenso del vinotinto y oro. En el primer semestre de 1994 recaló en el Santa Fe y le llegó la oportunidad en un partido contra el Medellín. Ahí fueron los primeros cinco. 72 horas después, en el mismo escenario, Millonarios le encajó otros tres obligando a Jaime Leonardo a buscar nuevas perspectivas para su vida. En efecto, el hijo del «Flaco» Rodríguez poco tiempo después de esta atribulada semana decidió colgar los guayos. En declaraciones a la revista Deporte Gráfico aseguró que el motivo de su prematuro retiro fue el constante retraso en los pagos por parte del Independiente Santa Fe; nosotros creemos que la vergüenza se le agotó en esos dos partidos.

En cualquier caso, lo que Jaime Leonardo no consiguió bajo los tres palos, lo consiguió años más tarde detrás de la barra. Hoy en día es el próspero propietario del popular establecimiento «Pachanga y Pochola», epicentro por excelencia de la pernicia de los jugadores de los equipos capitalinos. Fuentes que se negaron a revelar su nombre aseguran que la insoportable seguidilla de tediosos empates 1-1 en los clásicos capitalinos que han venido padeciendo ambas hinchadas tuvo su origen en las animadas veladas que integrantes de ambos planteles solían (¿suelen?) protagonizar en P&P. Este lugar inspiró también la conocida expresión que se suele escuchar en las gradas del Campín «está en Pachanga y Pochola» que se utiliza cuando la hinchada encolerizada se pregunta por la ausencia del delantero de turno para terminar una jugada que tenía serios visos de gol. Muchos aseguran también que esta fue la venganza, sútil y dolorosa por cierto, que Jaime Leonardo escogió para con el deporte que tan mal lo trató. Se le ha visto tapando en un par de hexagonales del Olaya, obviamente, bajo otra identidad.
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Bestiarísima

La paz y la tranquilidad que le produce la brisa golpeando en sus ojos es uno de los grandes placeres de Alexandra. Es por eso que tiene una gran afición en dar paseos en bicicleta, ya sea en la ciclovía o en el campo. Cortesía, Diario Deportivo..

Peter Ramiro Méndez

Llegó a Millonarios a comienzos de 1992 cuando en la memoria del hincha todavía estaba fresco el recuerdo del gol que le había marcado a Higuita en la Copa América de Chile 1991. De entrada tuvo que cargar con el karma de haber debutado (junto a Cuffaro Russo) en el fatídico 7-3 contra Santa Fe, partido en el que marcó uno de los tres goles azules. Después de este encuentro sufrió una lesión que lo obligó a residenciarse en el departamento médico del equipo capitalino buena parte de la temporada y regresó en el segundo semestre marcando algunos goles. Esta intermitencia goleadora se ratificó en 1993, temporada en la que ocasionalmente apareció en el marcador. Peter quiso deslumbrar a Colombia, pero ocurrió todo lo contrario: Colombia lo deslumbró a él. Fue presa fácil de la pernicie bogotana y esta no tardó en pasarle factura.

En 1994 al no ser tenido en cuenta por el nuevo timonel azul, Karol Wojtila, Peter decidió «pegarse la rodadita» a Neiva para disfrutar del encanto de la tierra del sanjuanero y de paso engrosar las filas del Atlético Huila. En este equipo, quizás sobre decirlo, tampoco logró reeditar el cuarto de hora vivido en el invierno chileno de 1991. Su hoja de vida dice que pese a haber sido el primero en la fila del primer día de entrenamientos de Millonarios en 1995 una vez más fue marginado. Ante este panorama decidió incursionar en tierras peruanas en donde es gratamente recordado: «de Uruguay destaca Techera, el ratón Silva, Asteggiano y otros innombrables como Peter Méndez y el defensa Castro». Regresó a Colombia y recaló en el Unión Magdalena -puerta trasera por excelencia del fútbol colombiano- equipo de la cálida y turística Santa Marta. Sobra decir que una vez más el fútbol quizas no estuvo entre las prioridades de Peter.

Juventud de las Piedras y Porongos de Flores fueron las últimas escalas del franco y lamentable declive de Peter Ramiro. Unos dicen que era un buen elemento que en Colombia encontró la perdición. Otros aseguran que fue otro más que nunca superó el 7-3 (como Fernando «Bombillito» Castro) . Perdición, maldición o falta de fundamentación de todas formas Peter ingresó con creces a a lista de Uruguayos deslumbrados y frustrados por culpa del «sueño colombiano».

Con la valiosa colaboración de Seducidos y Abandonados..

Cristian Reinieri Santamaría

Siguiendo con la serie «flor de un día» nuestro invitado es este volante Hondureño. Llegó a Millonarios a comienzos de 1997 y fue sensación. Figura en varios partidos, entre sus goles se destaca el que le hizo al Cali en el Pascual Guerrero en el primer partido de la Libertadores de 1997. Al cabo de unos meses, el nivel de Santamaria decayó notablemente. Al parecer, cayó en las tentaciones de la noche bogotana y poco a poco se fue apagando. Para mediados de 1997 ya era suplente y fue finalmente licenciado en el segundo semestre de ese mismo año. Su salida de Millonarios marcó el comienzo de su trasegar por el fútbol centroamericano: Sapprisa y Cartaginés de Costa Rica, Olimpia de Honduras y más recientemente Municipal Limeño de El Salvador han sido sus escalas.

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Gabriel García

Uruguayo, llegó a Colombia al Cóndor de la primera B en 2000. Su buen desempeño en la que en esa época era la filial de Santa Fe le permitió ser inscrito en el plantel profesional de la escuadra capitalina para el segundo semestre. Su irrupción en el rentado colombiano fue sorprendente, sostuvo un prolongado romance con las redes que le permitió también sostener un intenso, pero breve idilio con la hinchada. Su condición de homónimo del nobel colombiano dio pie para todo tipo de excesos; «El nóbel del gol» fue el menos sonoro de los apodos con los que se le conoció. Durante varios partidos consecutivos se reportó en los minutos finales consiguiendo valiosos puntos para el Santa Fe del «Pecoso», del Guigo, Leider, el Chigüiro, Julio, Ivan López y cia. No obstante, y como ocurre con todos los romances furtivos, la eferverscencia de los primeros días dio rápidamente paso al tedio y Gabriel desapareció lentamente de las redes adversarias. Emigró al Huila en donde no logró consolidarse. Dejó de ser el «nóbel del gol» para pasar a ser «Gabriel García, flor de un día». Años más tarde se volvió a saber de él cuando apareció como gran refuerzo de la Liga Deportiva Universitaria de Quito. La parcial santafereña no salía de su asombro no solo por la reaparición de quien se creía ya marchito sino por los motivos que motivaron su contratación por parte del club quiteño: con su anterior club, el Melgar de Arequipa convirtió 43 goles en una temporada consagrandose como el máximo goleador de liga en todo el mundo. Con este antecedente llegó a un club en el que ahora busca consolidarse, para comprobar, de una vez y para siempre, que no es flor de un día.

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Alex Daza

Delantero de amplia recordación por parte de la fanaticada albiazul. Bogotano, comenzó su carrera en el célebre Fiorentina de Florencia, Caquetá en 1994. Al terminar ese año jugó el tradicional torneo del Olaya para Nacional de Eléctricos consagrandose como goleador del evento y llevando a su equipo al título. Su buen papel en el torneo del suroriente bogotano le representó un cupo en el plantel profesional de Millonarios para la temporada 1995, año que fue sin duda el mejor de su carrera. Comenzó marcando algunos goles en el equipo «satelite» que afrontó el torneo local mientras el equipo titular disputaba la libertadores durante el primer semestre. Para el segundo semestre se había ganado ya un cupo en el primer plantel y por lo visto en los primeros partidos, dificilmente lo cedería. Le convirtió en esos primeros meses sendos golazos al Bucaramanga y al Santa Fe, haciendo gala de una excelente fundamentación. Sin saberlo, había llegado a la cúspide de su carrera: el comentarista de los ojos verdes, Carlos Julio Guzmán, se atrevió a bautizarlo «el goleador de la década», mientras que otros más recatados se referían a él como «la amenaza». Pasó el tiempo y Álex nunca volvió a ser el de esos primeros partidos de la temporada 95-96. Pese a esto, su apodo se consolidó, pero con una ligera variación; de la década, porque hacía un gol cada década. Al año ya era objeto de todo tipo de bromas pesadas, insultos y de un rechazo generalizado de la parcial albiazul. Esto sin embargo no fue óbice (nunca lo ha sido, todo lo contrario) para que Daza permaneciera tres temporadas más en el plantel. Se marchó años más tarde para el Caldas, donde ratificó su condición de goleador decaanual.

Militó también sin éxito en el Quindío y regresó a Millonarios en 1999. Permaneció (se padeció) dos temporadas más hasta que partió para el Bucaramanga a comienzos del 2001 siendo esta la última camiseta que vistió.

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Freddy Castañeda

Apodado «El pirri» (no, no es el mismo) fue la promesa del equipo albiazul en la época de Miguel Augusto Prince. En una encuesta hecha a los jugadores en la que se les preguntaba por cuál de los jugadores jóvenes del plantel mostraba las mejores condiciones, Castañeda fue el escogido. Jugó algunos minutos siempre en las postrimerías del partido. Estas breves oportunidades, teniendo en cuenta que ya tenía esa maldita aura de futura promesa, siempre resultaban insuficientes pues dificilmente tocaba el balón más de una vez. Desapareció del panorama al terminar la temporada de 1996.

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