Especial de Halloween: Freddy Indurley Grisales Kruger

Dentro del imaginario popular colombiano rebosante de mitos, leyendas y demás supersticiones plagadas de espantos, fantasmas, apariciones espectrales y uno que otro mohan conscupiscente, vale la pena mencionar a un hijo ilustre de lo mas agreste de la colonización antioqueña amancebada con el thriller de terror holliwodense: Freddy Indurley Grisales Kruger. (De los Kruger de Cocorná).

Llevando una doble vida -enmarcada entre una prometedora carrera como icono del genero del terror cinematográfico y verdadera pesadilla de las defensas y los arqueros rivales en una cancha de fútbol- alimentó una presencia demoníaca habitante permanente de las mas grotescas pesadillas de quienes lo vieron en su faceta futbolística en la que paralizó a más de uno con su gambeta endiablada y estuvo cerca de degollar con su remate infernal de media distancia a otros tantos. Igual que en su rol cinematográfico,aseguran quienes lo vieron en aeropuertos y concentraciones que lo suyo siempre fueron los «jerseys» de vivos colores.

Sin embargo, es bueno decir que a diferencia de su clásico accionar violento en las películas que supo protagonizar en el competitivo mundo del cine de terror, donde las trepanaciones, amputaciones y cuchilladas eran la regla, en los gramados mostró una nueva faceta como habilidoso dominador de balón con mucho criterio para el juego colectivo y los disparos de media distancia.

Despojado de su guante cortopunzante pero siempre con su expresión de pocos amigos supo siempre abrirse camino en medio de las mas perversas y demoníacas defensas contrarias gracias a lo cual vistió las camisetas de equipos como Atlético Nacional, Independiente Medellín, y la selección Colombia. Allende las fronteras militó en un club que le venía como anillo al dedo: San Lorenzo de Almagro, el «Cuervo» argentino, donde también supo demostrar sus condiciones.

Fue allí en el lejano sur del continente donde dio con otros de los más crudos exponentes de la galería de espantos criolla. El filosofo de Yondo (avezado torturador que se ufanaba de aterrorizar a sus victimas con la mas macabra perorata filosófica como: «perder es ganar un poco» o «igual mañana cantaran los pajaritos………» ) y otro mito de poca monta como la «Llorona» del millón de dólares y junto con ellos se embarcó en otro proyecto de físico miedo: el Colón de Santa Fe donde igual que siempre metió miedo pero nada mas.

Este hijo ilustre del terror aun espanta en las canchas del sur del continente y fiel a sus principios viste de rojo y negro otra vez, pero en esta ocasión las franjas son «verticales» porque según él, solo las rayas horizontales lo hacen ver menos agraciado de lo que en realidad es. Se dice que hace poco fue visto visitando las locaciones para su próxima aparición en la pantalla grande, ya que esa dualidad de estar entre el fútbol y el cine no lo deja dormir y piensa dedicarse de lleno a su primer amor: el «thriller de terror».

Su próxima película tiene el tentativo nombre de «A nightmare on 57th street’’ con la presunta dirección del debutante J.L Paint, aunque se rumorea que también tiene planeado dirigir un documental sobre la Pata Sola y su eterno deambular por el inframundo agobiada y atormentada por una patada alevosa que en vida le propinara el «Boricua» Zarate.

Amanecerá y veremos……
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Pedrito Fernández

Colaboración de Xeneizebastián

Desde que José Martín Cuevas Lobos -nombre real de nuestro homenajeado- irrumpió a mediados de los ochenta interpretando “La De La Mochila Azul”, una de las muestras más pintorescas de la canción mexicana, se dio a conocer en la escena musical latinoamericana una de las figuras más relevantes de todos los subgéneros que el de la ranchera está en capacidad de parir: Pedrito Fernández.

Así es: El mismo que debe el apellido de su nombre artístico al hecho de que el gran Vicente Fernández lo apadrinara en sus comienzos, el mismo que deleitó haciendo mímica de guitarrista en la agrupación Muñecos De Papel, junto a personajes de la fauna pop latinoamericana, tales como Ricky Martin, Sasha, Biby Gaitán y demás, es quien nos ocupa en esta oportunidad.

Resulta un tanto extraño que después del -relativo- éxito cosechado por el simpático Pedrito en escenarios de la Región Andina y de Centroamérica, le haya picado el bichito del futbolista, y haya calado en el Deportivo Cali bajo el seudónimo de Gerardo Vallejo. La leyenda dice que una vez, Pedrito encabezaba una serenata en honor a una hija de un dirigente del Deportivo Cali, pero cuando empezó a cantar, el directivo le lanzó una cubeta vacía para callar sus atronadores gritos. Fernández, entonces, detuvo el balde con el pecho y le dio una patada con sus botines texanos (no eran botas, sino esas recortadas que daban al tobillo), y le clavó el envase plástico en la cara al dirigente, que en vez de increparlo bajó a “apadrinarlo” (como suelen hacer los máximos jerarcas del verdiblanco) y le ofreció trabajo para jugar en club de fútbol como el Cali.

Pasó de serenatero barato a inamovible seleccionado nacional. Esta es una imagen sonriente, al recoger un jugoso cheque de regalías en Sayco-Acimpro

Allí llegó a tener actuaciones que apenas lograron sobrepasar el promedio, lo que le valió la convocatoria para ser parte de la pantomima protagonizada por paraguayos y colombianos en Asunción, en noviembre de 2001, que terminó con un insuficiente 0-4 en favor de los de Maturana, y que de nada sirvió pues Colombia se quedó afuera de la Copa Mundo 2002; y también fue testigo de excepción de la tragedia ocurrida en Lyon, cuando Marc Vivien Foe cayó como un “Muñeco De Papel” en el juego Camerún-Colombia por la Copa Confederaciones 2003.

Reiterados desplazamientos Cali-Ibagué-Cali, una que otra salida del país por motivos de alguna convocatoria a la Selección o por juegos de Copa Libertadores, ocupan hoy la agenda del otrora artista mexicano, que antes de ocupar el lateral derecho de los equipos a donde tocó la puerta, logró pegar un poco más de media docena de canciones entre las adolescentes del continente.

Se le vio en público por última vez hace un par de días en Maracaibo, corriendo detrás de unos tales Roque Santacruz y Salvador Cabañas, pero aún no logramos establecer sí los perseguía para marcarlos, o para dedicarles alguna tonada de su extensa obra.

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Jaime Foxx

Las soleadas playas de Necoclí se parecen en algo a los polvorientos caminos de Texas. Además de ese calor insoportable, que se pega a la ropa y hace transpirar a garrafones, tienen a un par de hijos que podrían ser gemelos separados al nacer.

En Estados Unidos, Eric Marlon Bishop creció como un cantante de R&B que con los años tomó el nombre de Jamie Foxx. Se hizo reconocido en el mundo por ganar un Óscar por representar al músico Ray Charles. Pero sobre todo, por tener un hermano gemelo futbolista.

Lejos, en Colombia, Carlos Alberto Díaz «Bishop» salió de la costera población de Necoclí en un bus hacia Medellín en busca de cumplir su sueño: ser futbolista. Lejos del hip-hop y de Kanye West, más cerca de el vallenato y Los Chiches, Carlitos dejó a su familia en Urabá y se hizo jugador profesional.

Empezó en las reservas de Nacional, pero de un momento a otro desapareció del mapa (¿Sería para la grabación de Un domingo cualquiera, de Oliver Stone?). Volvió al escenario, digo, a la cancha, para ser campeón con Nacional en 2005, con gol incluido, que le valió el trofeo (o la estatuilla) al mejor jugador de la cancha.

Un par de años más tarde sigue en las canchas, pero con prolongados periodos de suplencia (o de grabación). .

Wesley Snipes

Intermitente, jugador de quince minutos, rachero, irregular, son calificativos que injustamente han recaído sobre el popular actor norteamericano que en Colombia decidió adoptar la identidad de Jair Benítez para poder dedicarse a la que es su verdadera pasión: el fútbol soccer. Mundialmente famoso por su participación en producciones como Blade (en sus tres versiones), One Night Stand, Pasajero 57 y el Fugitivo en su segunda versión, Snipes debió antes de comenzar con su doble vida tomar cursos intensivos de la lengua de Cervantes hasta que logró dominarla a la perfección –llegando incluso al nivel de sazonarla con un diáfano acento valluno– para poder pasar a finales de la década de 1990 como un jóven lleno de ilusiones que llegaba a hacer realidad su sueño a las inferiores del Envigado F.C.


Snipes, con maquillaje, en su verdadero lado B

Haciendo gala en la cancha, en hoteles y en aeropuertos, de sus notables dotes actorales, Snipes ha cumplido en Colombia dos sueños: el de ser futbolista profesional y el de representar un personaje lejos de las cámaras en la vida real. El desgaste propio y natural de una doble vida de este voltaje, con minímo tres viajes semanales Los Angeles-Bogotá-Cali ida y vuelta, salidas de afán del set de grabación directo al avión para jugar en Neiva un domingo por la tarde y después volver el lunes siguiente a compartir escena con las más reconocidas figuras del cine mundial, no podía sino traducirse en un desempeño con toda suerte de altibajos en el gramado. Sin embargo, este complicado ritmo de vida no ha sido en ningún momento más fuerte que el ímpetu del norteamericano, que ya le ha anunciado a amigos y familiares que su sueño es, en junio de 2010, amanecer en Los Angeles, jugar un picado en Sudáfrica al mediodía y rematar la jornada con un delicioso champús en la plaza de Candelaria, municipio que, quizás a la fuerza, ha aprendido a querer como a su Orlando natal.

Gracias, fernandao..

Jimi Hendrix

Como aquél mítico libro de semáforo titulado “Gacha está vivo”, esta historia nos retrotrae a esos personajes legendarios que lloró el mundo tras su fallecimiento, pero cuyo deceso nunca fue bien confirmado e incluso llegó a ser desmentido en varias ocasiones.

Cuando la psicodelia del rock hacía su aparición con Jefferson Airplane, The Doors y Iron Butterfly, Jimi Hendrix empezó a conmover al mundo por su virtuosismo al tocar la guitarra e incluso incendiarla con gasolina de zippo en infinidad de conciertos como el mítico Woodstock

Y las rotativas se detuvieron cuando el 18 de septiembre de 1970 el cuerpo de Hendrix era encontrado sin vida por una sobredosis de heroína en un hotel de Londres cuando se disponía a grabar su quinto álbum. Pero lo cierto fue que Hendrix estaba mamado de su vida de rock star y se voló de tantas fans y autógrafos por firmar y tomó un vuelo desde el aeropuerto de Heathrow hasta El Dorado. De allí tomó un bus que lo condujo a la señorial Riohacha, donde decidió establecerse para dedicarse a otras actividades.

Allí, en medio del sol picante, se puso a jugar en las calles con una pelota, para olvidar el tema de la guitarra y un ojeador del Cúcuta se lo llevó hacia la capital de Norte de Santander.


Acá, en un rato de esparcimiento en el Kokoriko-Tolima

Feliz por estar de incógnito se le dificultaron las cosas cuando tuvo que hablar para firmar su primer contrato con los motilones. Pensó en contar sus peripecias, su fama mundial y revelar la verdad en un balbuceante inglés. Pero se aterró cuando vio una bolsa de hormigas culonas (traídas por un bumangués amigo de la mesa directiva). Cuando el presidente del equipo se echó una bocanada de insectos dorados y los saboreaba como si fuera maná caído del cielo gritó como poseído “I want ants”.

El aguatero dijo de inmediato “regístrenlo con ese nombre que dijo…como Iguarán, y falseemos un par de papeles, pues parece de más edad de la que aparenta”.

Su carrera prosiguió en Tolima, Santa Fe, Millonarios y Junior, y un paso por el Táchira venezolano. Siguió firmando autógrafos, pero con el apellido “Iguarán” y siempre fue extraño que en las concentraciones de los equipos, tomara el tiple y en vez de tocar “El barcino”, interpretara “Hey Joe” o “Crosstown traffic”.
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Ricardo “El Colorado” Henao

Lucas Jaramillo, el recordado pseudofutbolista, le dijo alguna vez a un periodista con el que estaba en desacuerdo que “para hablar de fútbol, había que ser jugador profesional, o haberlo jugado”. Con todos los dimes y diretes que se podrían escarbar en cuanto al profesionalismo del recién casado ex delantero de Santa Fe, y guiándonos por esa premisa, el único capaz de lanzar conceptos claros y precisos debe ser Ricardo Henao, que más allá de su faceta habitual como comunicador, supo vestirse de cortos en el profesionalismo.

Es que pocos saben que mientras el mozalbete alegre, pupilo de Javier Hernández Bonnet en el noticiero 24 horas, seducía las cámaras al lado de “las Arangos”, aprovechaba los fines de semana para irse a jugar con el Once Caldas el campeonato de 1989.

Como volante de marca enjundioso que fue, su juventud se delata en la imagen, donde porta la casaca blanca del bienamado Cristal Caldas, por su jovial sonrisa y el rubio en su pelo, muy inclinado a deducir que algún tinte se echaba. ¡Cosas de los jóvenes!

Pero contó con mala suerte en el campo deportivo pues aquel Caldas que dirigía el Chiche Dizz hizo una pobre campaña que lo dejó por fuera de las semifinales del torneo. Y para completar, el asesinato de Álvaro Ortega conspiró para que Henao tomara rumbos diferentes al que le marcaba el destino, que era jugar fútbol.

Ya se entiende por qué en el programa “Fuera de lugar” el “Gato” Pérez y él se la llevan tan bien. No hay Mejía, Peláez o Vélez que valgan. Solamente Henao y el “Gatico” son las voces autorizadas para hablar sobre fútbol en este país, según la maravillosa lógica vertida de la sabia y generosa escuela del pensamiento denominada “Lucasjaramillística”.
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Sergio Vargas

En latinoamerica lo conocieron por sus merengues: bandas sonoras por excelencia de noches de excesos a punta de cocteles de aguardiente y hormonas adolescentes. En Colombia lo conocimos por sus tiros libres, su gambeta endiablada y por el desafortunado informe de un noticiero de finales de los noventa que lo mostró acomodando carros en un parqueadero cucuteño.

Parapetado tras el nombre de Armando Díaz y valiéndose del sugestivo apodo de “el Pollo” Sergio supo como dar rienda suelta a su siempre reprimida pasión por el balompié en los estadios del país. Incomprendido en su República Dominicana natal donde sus padres desde muy temprana edad lo obligaban a invocar a Lucifer para que le sirviera de inspiración en la composición de sus tonadas. Un picado informal que disputó en Cali durante una gira de comienzos de los ochenta fue suficiente para que un cazatalentos del Deportes Quindío que por casualidad atravesaba el parque escenario del cotejo fijara sus ojos en él. Lo que al principio parecía un disparate cuando el cazatalentos se acercó al jóven artista a preguntarle por las opciones que tenía contempladas para su futuro fue tomando fuerza cuando Sergio le respondió que estaba dispuesto a seguir una carrera futbolística paralela a la musical. El anonimato fue su única condición: el pacto que sus padres hicieron con el Principe de las Tinieblas para que lo inspirase en la composición e interpretación de sus melodías propias de la sala de espera del averno le impedía en la letra menuda utilizar su verdadera identidad en cualquier otra actividad pública.

Entre Nueva York e Ibagué, Santo Domingo y Armenia, Miami y Cúcuta durante un poco más de diez años Sergio vivió fines de semana inolvidables. Lleno a reventar el sábado en el Madison Square Garden el sábado y golazo de tiro libre en el General Santander en domingo ¿le podía pedir algo más a la vida este hijo de Villa Altagracia. No obstante, la dicha no duraría lo que quizás Sergio hubiese querido: una cosa es la garganta, que a punta de propoleo puede mal que bien puede sobreagüar varias décadas y otra cosa son las rodillas, los meniscos, los ligamentos cuya vida útil en el mejor de los casos no supera jamás los veinte años. A finales de la década de 1990 Sergio debió abandonar la actividad que le permitía llegar a la plenitud de su ser y continuar con aquella que sus déspotas padres le impusieron. No fue fácil esta coyuntura para el buen Sergio. Obstinado y aferrado a lo que lo hacía sentir pleno y feliz, Sergio llegó incluso a emplearse como valet parking en la capital nortesantanderana hecho que inmediatamente llamó la atención de la prensa nacional.

Algo desubicado y desmotivado, la energía que Sergio solía dedicar a sus magistrales ejecuciones de tiros libres y a sus jugadas de filigrana en el gramado decidió dedicarla a causas no menos nobles: el acueducto de Villa Altagracia.

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José Simhon

Ilusionista, prestidigitador y reconocido zar de los tapetes en Bogotá, José Simhon registra también un breve paso por los estadios colombianos bajo el nombre de Raúl Alejandro Naif.

De origen hebreo, el siempre sagaz mago tuvo a bien tomar todas las precauciones para que durante su incursión en el rentado criollo no se levantara la más mínima sospecha en relación con su verdadera identidad. Como primera medida, se hizo pasar no sólo como argentino sino que adujo también poseer nacionalidad palestina lo que lo obligaba a cumplir periódicamente con supuestos llamados –ya veremos luego qué había detrás– a la selección de su país. Con dos años de antelación, Simhon hizo también retirar de la radio, la televisión y de todas las sucursales de Konker cualquier publicidad en la que se apareciera su popular rostro o se hiciera cualquier tipo de alusión a él. Finalmente, recurrió a sendos trucos –valga decirlo, de principiantes– que le permitieron aparecer en varias fotos, en distintos escenarios y en diferentes momentos, luciendo camisetas de varios equipos del continente.

Habiendo abonado ya el terreno, Simhon apareció a comienzos de 2004 de la mano de un empresario que le mostró a la directiva santafereña sendos registros gráficos de un supuesto paso suyo por Deportivo Español en Argentina; Audax Italiano, Santiago Wanderers, Osorno y Puerto Montt de Chile; Victoria y Marathon de Honduras y, el gran gancho, la selección Palestina. Quiso el destino que la recién posesionada directiva roja anduviera en búsqueda de jugadores que por su pasado en selecciones nacionales estuvieran en condiciones de hacer mover el torniquete. Cuando surgió la posibilidad de Simhon no se tomaron siquiera la molestia de verificar su currículum. “No es de la selección Argentina, ni de la brasilera, es de una europea, de Palestina”. Afirmaron al unísono segundos antes de tramitar un jugoso contrato.

Fue así como a comienzos de ese año el popular mago pudo pasarle cuenta de cobro a un par de amigos –el mago Richard, Fabriani y Lorgia, suponemos– quienes se habían mantenido escépticos en relación con los proyectos de José y máximo habían sospechado que se trataría de un novedoso truco que lo ubicaría en la cancha del Campín durante algunos segundos de un partido de los albirrojos. En ningún momento se imaginaron que su debut con la roja no iba a estar mediado por ningún tipo de ilusionismo.

De su aventura balompédica hay que decir que Simhon no logró desligarse del todo de sus demás actividades. Así, las temporadas de descuentos en Konker siempre coincidían con supuestas lesiones o extrañas convocatorias a la selección Palestina. Eso si, durante este año José tuvo a bien cuidarse de no figurar en ningún tipo de publicidad con su tradicional identidad de mago y vendedor de tapetes. A lo sumo atendía en días de mucha congestión durante las rebajas. En esos días no estaba del todo exento de que algún desprevenido hincha santafereño “argentino de Santa Fe” a lo que el buen mago solía desviar la atención del aficionado haciendo aparecer un pony en algún arrume de tapetes cercano.

En conclusión, el siempre generoso rentado colombiano le ofreció a Simhon la oportunidad de marcar dos goles (uno contra el DIM, otro contra el Caldas)en partidos de alta competencia. El arqueo final de su incursión da cuenta también de varias botellas de Vodka que debieron hacerle llegar sus escépticos colegas una vez constataron hasta la saciedad que lo suyo no era un truco pesado y entendieron de una buena vez que el nunca bien valorado rentado criollo –y, sobre todo, la directiva cardenal– suelen ofrecer más comodidades y facilidades a quien se muestre interesado en vivir “the Mustang Cup experience” que el mismísimo Konker de la Caracas a los clientes interesados en un tapete persa. Pareciera como si en ambos casos aplicara el popular «¡Apúrense que estoy botado!¡Y yes y otra vez yesssssss!»..

"Lucho" Herrera

Más conocido por sus ejecutorias sobre el caballito de acero, “Lucho” Herrera registra también una dilatada trayectoria en el fútbol profesional colombiano bajo el nombre de Armando Osma. De forma paralela a su carrera ciclística, Lucho supo cuajar una carrera futbolística que, contrario a su desempeño en el mundo de las bielas, se caracterizó más bien por la intermitencia y la mediocridad. Está claro y es más que comprensible que el “jardinerito” no podía responder en todos los frentes con la misma maestría con que lo hacía sobre los pedales.

Así las cosas, no sobra recordar como muchos en su momento se preguntaron por qué en la década de 1980 Lucho no se decidía a emprender vuelo con destino a un equipo grande del viejo continente donde seguramente encontraría gregarios que le ayudarían a salir avante de los tan temidos abanicos. La respuesta es muy simple: pese a que el ciclismo era el deporte que más éxitos y glorias le reportaba, Lucho no tenía ni la más mínima intención de abandonar la actividad que cautivaba a la otra mitad de su corazón: el balompié. Mientras militara en el Café de Colombia, “Lucho” podía sin ningún problema alternar los entrenamientos entre semana con sus apariciones en los estadios del país con la verde del Cali. Las ausencias obligadas por motivo de su presencia en la Vuelta, el Tour y la Dauphiné cuando no coincidían con una para del campeonato eran fácilmente disimulables bajo la excusa de una lesión, un inconveniente familiar o una simple rabieta de su técnico, el también célebre Karol Wojtila. En todo caso, no se trataba de una pieza fundamental en el andamiaje azucarero. Ahora, si “Lucho” se hubiese animado y hubiese decido firmar para el Reynolds, el Z Peugeot o para el Toshiba, también hubiese sido preciso conseguirle un equipo francés o español de algún mínimo renombre el cual ubicar a Armando Osma, labor que estaba condenada al fracaso: una cosa era anunciar que Lucho había firmado para el Reynolds y otra, muy diferente, que el “Piripi”-sobrenombre con que se le conocía en las canchas- era el nuevo refuerzo de, diga usted, el Atlético de Madrid.


«Lucho», en un momento de gloria en las canchas.

Una vez llegó a su fin su carrera ciclistica, por allá en 1992, Lucho encontró vía libre para dedicársele de lleno a su pasión oculta. No es gratuito entonces, si se observa con cuidado, que el desempeño de Armando Osma registrara un notable ascenso justo a partir de 1993, temporada en la que pese a descender con el Tolima, Herrera aportó numerosos goles que finalmente no servirían de nada. No obstante, este buen desempeño le significó al “Piripi”un contrato con Millonarios gracias a la gestión que oportunamente hiciera su mentor en las canchas, Karol Wojtila. Ya en el ocaso de su carrera y sin dejar nunca de ser el delantero modesto que siempre fue, Lucho supo poner su granito de arena en el subtítulo que ese año conseguiría el club del que nunca negó ser un apasionado seguidor. Un gol en el último minuto contra Nacional en la final de ese año que le significó la victoria a los dirigidos por Popovic le permitió, por unos breves instantes a Lucho saborear en un gramado las mieles de la gloria que gracias a la “bici” le eran ya muy familiares.


Imagen para la posteridad: Wojtila y Herrera celebran un gol en el banco norte de El campín.

Bastante tímido, pero no menos porfiado, Osma quiso aprovechar al máximo los pocos años que le quedaban de carrera futbolística quemando sus últimos cartuchos en el recién ascendido Cortuluá y más adelante en el Atlético Huila. Su paso por el corazón del valle marcó el inicio también de una nueva etapa de fuertes conflictos en su vida cuando muchos le sugirieron seguir los pasos de Rafael Antonio Niño en la dirección técnica de equipos nacionales. Lucho supo hacerle caso omiso a esas presiones y tuvo a bien escuchar su corazón. El tiempo terminaría por darle la razón y hoy por hoy, como asistente de Luis Fernando Suárez en la selección ecuatoriana, será uno de los pocos colombianos presentes en Alemania 2006.
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Karol Wojtila

En sus tiempos libres, y utilizando una identidad secreta, Vladimir Popovic,  haciéndose pasar por yugoslavo para no despertar sospechas, Karol Wojtila dirigió en Colombia varios equipos logrando dar rienda suelta a una siempre reprimida pasión por el balón. No lo hizo mal, fue campeón con Santa Fe en 1971, dirigió a la pareja Redin-Valderrama en el Cali entre 1985 y 1986, conquistando dos subtítulos al que se le suma el que consiguiera años más tarde con Millonarios.

Diversas fuentes aseguran que no fue nada fácil para el buen Karol llevar a feliz término esta aventura. El principal obstáculo se presentaba los domingos, cuando debía estar por la mañana, en Roma  en el tradicional saludo «urbi et orbi» y por las tardes dirigiendo desde un banco en Neiva, Cúcuta o Ibagué. Esto, sin embargo, tuvo una solución: Wojtila tomaba él mismo el volante de un papamóvil hábilmente disfrazado de vehículo de servicio público intermunicipal-léase Autoboy- que abría paso al bus que llevaba a los jugadores hacia el estadio. Los informantes, que se negaron a revelar su nombre, nos sugirieron revisar con cuidado las grabaciones de las transmisiones desde la plaza de San Pedro, pues aseguran que el personaje que aparecía por el balcón era en realidad un primo de Wojtila quien modulaba al tiempo que sonaba por los altavoces un mensaje que previamente grababa Karol, siempre precavido, los sábados en la mañana.

Fue este mismo primo el que descendió del 747 que supuestamente trajo a Wojtila de visita apostólica a Colombia en 1986. Ni siquiera el mismísimo cardenal Mario Rebollo Bravo, percatose del “cambiazo” que tuvo lugar en la plataforma de El Dorado, en donde esperaba, recién llegado de Cali, el original y vaporoso Karol, quien aprovechaba así el receso del campeonato en 1986 para recorrer el país bajo su segunda identidad.