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Silencio.No hagan ruido. El «León» se puede despertar..

Tuvo la mala fortuna de ser homónimo de un goleador. Algo que no viene nada bien más cuando se es volante de marca, posición más propensa al trabajo efectivo quizás, pero silencioso. Para diferenciarse del goleador de Turbo, el «crédito de Arcambuco» debió recurrir en más de una ocasión a su segundo apellido: «Varón». Apellido que, por cierto, no desentonaba con sus modales en la cancha. Hay que decir que era guapo y rendidor, su estampa aún se recuerda en el antiguo San Bonifacio.
Este tolimense, que debutó en el Quindío, tuvo sus cinco minutos de fama entre 1995 y 1997 cuando se vio beneficiado por esa extraña fijación que por esos días le entró al Bolillo y que lo llevó a incluir en cada convocatoria un volante de marca del perfil del «Tyson» Hurtado o Gustavo del Toro. Sus días de becario en la selección lo catapultaron a la capital. Comenzando 1997 fue anunciado como nueva incorporación de Millonarios. Llegó a Bogotá, se enfundó la azul y entrenó durante varios días hasta que una rabieta del sendador Camargo lo obligó a tomar un Bolivariano de regreso a Ibagué.
En Ibagué, tierra bestiarista, permaneció hasta finales de ese mismo 1997. A comienzos de 1998 rodó a Neiva de donde partiría, un año más tarde a Pasto, ciudad en la que permanecería hasta 2001 cuando, presumimos, se lo tragó el Galeras pues ningún registro se conserva de su trasegar después de esta fecha.
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Una de muchas batallas campales que se han librado en los estadios del país tuvo lugar a mediados de 1976 cuando Millonarios y Junior disputaron la final del torneo apertura. El partido de ida, en Barranquilla, terminó con un inobjetable 4-1 a favor de los tiburones. El de vuelta, en Bogotá, se saldó con victoria azul 3-1. De acuerdo con la reglamentación vigente para la época, este resultado obligó al ábitro Ómar Delgado a decretar un alargue de 30 minutos. Fue durante este tiempo suplementario que Miguel Ángel Converti se hizo presente con un 4-1 que desencadenó una gresca memorable. Cuenta el corresponsal que en medio de la zambra –que obligó la intervención de las fuerzas del orden–, tanto azules como costeños y Policía, todos dieron su vuelta olímpica. Días más tarde, la Dimayor decidió que el campeón del Apertura se decidiría por un sorteo televisado que terminaría favoreciendo a los de Curramba.

Pero el rifirrafe no terminó cuando cayó la moneda. Este se prolongó en los micrófonos de Radio Cadena Nacional; para más señas, en el espacio del programa «La guillotina» que sirvió de marco para el enfrentamiento entre el Alberto Piedrahita Pacheco, «El padrino», (no el padre, el mismo que hoy todavía funciona) y Édgar Perea (no el abuelo, el mismo que hoy todavía disvaría). La pérdida de estas dos figuras por parte de RCN mereció este artículo de la revista «Antena» que llega a ustedes por cortesía de nuestros amigos del Museo Vintage..

Uno de los sitios amigos del Bestiario es Parodiario, un excelente proyecto de humor político, parodia y sátira de todas las raleas que, igual que este espacio, está en la lista negra del Ministerio de Desarrollo. Al entrar, presenten esta tarjeta..

A la hora de escribir la historia de los refuerzos de madera que han anclado en los equipos capitalinos bastaría un sólo formato en el que «Arsenio Benítez» o «Silverio Ramón Penayo» podrían llenar el mismo espacio en blanco sin alterar el hilo narrativo del texto. Ambas son historias con un sorprendente discurrir paralelo: no hay que olvidar, por ejemplo, que los ya citados Benítez y Penayo fueron casi contemporáneos, como también lo fueron Cotera y Tomic o Catagena y Lobinho. Dos caminos tan paralelos tenían que tener un punto de encuentro y este tiene nombre propio: Marcelo «Pato» Guerra.
Al llegar a Millonarios en el segundo semestre de 2000 hubo un dato de su frondosa hoja de vida (Wanderers, Progreso, Peñarol, Aucas, de nuevo Peñarol): la anterior escala del «Pato» había sido en «Juventud de las piedras», de la segunda división charrúa. Al salir a flote este dato, muchos temieron que el nuevo refuerzo azul fuera, en efecto, de piedra. A otros, más optimistas, los reconfortó que «El pato» no viniera de «Juventud leñadora».
Un gol de tiro libre al Huila y uno en el parque estadio no fueron suficientes para garantizar la continuidad del tibio mediapunta uruguayo. Así, cuando muchos creían que «El pato» había emprendido su regreso a la República Oriental, una hábil gambeta de su vivaz empresario lo dejó instalado en Santa Fe, como gran refuerzo de los rojos para el segundo semestre del año. En Santa Fe, Marcelo sólo aportó argumentos para demostrar cuán acertada fue la decisión de los directivos azules al dejarlo ir. Hay que decirlo, eso sí, Guerra hizo historia al tiempo que aportó su granito de arena en el siempre noble propósito de construir lazos de hermandad entre las hinchadas; nunca un refuerzo foráneo había concretado la gesta de fracasar en ambas orillas el mismo año. «El pato» lo logró y por eso hoy es un personaje con una popularidad que muchos envidian en la capital.
A finales de 2000 regresó a su país natal en donde trasegó por el siempre glorioso Tanque Sisley, Rentistas y Sudamérica. Marcado –e inspirado– por la genial movida de su empresario cuando lo puso en Santa Fe, regresó a Colombia a finales de 2005 con la idea en mente de conseguir como empresario la dicha que en la cancha le fue negada.

Exclusiva del Bestiario: «El pato» con Yohner Toro haciendo sus primeros pinitos como empresario..
El Bestiario sigue asomandose por la gran prensa. Esta vez fue la gente de Cartel Urbano la que nos dedicó estas líneas:
«Para aquellos que se la pasan alegando que el fútbol es aburrido, aquí hay una razón para callarles la boca: Bestiario del Balón , una página donde los troncos que se los baila hasta la abuelita son los protagonistas, donde los marginados a la banca y las estrellas fugaces se reivindican, donde las rarezas y anécdotas del balompié local hacen recordar otros tiempos. El menú de este blog incluye personajes del mes, uniformes y jugadores feos, fotos curiosas, perfiles de dirigentes corruptos y decenas de historias futboleras que sólo podrían suceder en la tierrita del Sagrado Corazón.»
A ellos, muchas gracias..

Contribución: Dr Orlack
En tiempos del mandato de Hugo Gnecco Arregocés, al mejor estilo de «Miguel Angel» y de «Cares de Lindos», se ordenó en Santa Marta la construcción de la estatua del pibe Valderrama.
Si Florencia –Italia, no confindir con la sede del extinto Fiorentina del Caquetá– se precia de tener la primera estatua desnuda del Renacimiento y la desaparecida ciudad de Rodas de haber creado el más grande homenaje al Dios Helios, era claro que Santa Marta no se podía quedar atrás. De esta manera –y con el afán desmedido de gastar hasta el último peso del presupuesto– se contrató a Amilkar Ariza, conocido artista y escultor de la región atlántica famoso por sus homenajes a Joselito Carnaval, María Moñitos, doña Bertica(la Andrea Guerrero de Telecaribe) y a todo el elenco de «Cheverísimo» para que «se pusiera la 10» que había dejado vacante el hombre de la ensortijada cabellera y a punta de cincel creara una de las maravillas del mundo moderno.
El alboroto creado en torno a tan magna construcción fue solo comparable con lo que se vivía en los años ochenta con la irrupción del Guri Guri en cualquier centro comercial bogotano. La cantidad de niños, borrachos, desempleados, mujeres y ancianos revoloteando por los alrededores del Eduardo Santos aguardando el gran día era impresionante. Fue un 23 de noviembre de 2002 cuando al son de unos buenos merengues de Rikarena y unos tragos de Old Par, el mandatario costeño presentó oficialmente el nuevo atractivo turístico.
La espera valió la pena pues a partir de esa fecha la cantidad de «cachacos» que van a visitar y a tomarse una foto debajo de la efigie es gigantesca. Debemos añadir que en el acto de presentación, y ante el clamor popular que solicitaba más estatuas que adornaran la ya decaída capital del Magdalena, el modelista Ariza prometió ponerse manos a la obra con la de Allan Valderrama y surgió un artista amateur que ofreció la del «salvaje» Orlando Rojas. El Bestiario del balón se compretió a apadrinar la esta iniciativa.

Plano general de la obra.

De un corresponsal.
Pocos jugadores han sido tan resistidos por la tribuna y tan sostenidos por el director técnico como este delantero nacido en Pereira, pero criado para el fútbol en Cali. Enciso podría ser comparado con el Yohner Toro del América, institución que lo vio nacer para el fútbol pero que se quedó sin argumentos para sostenerlo.
Con cierto aire físico a Julián Téllez, pero con una cabeza que sobrepasaba los límites de cualquier medición, el ’Cabezón’ tuvo además la fortuna, para su carrera, de ser considerado por los técnicos de las selecciones menores de la época. Así, Enciso participó en el famoso Suramericano sub-20 de Ecuador del 2001, en el que el equipo que dirigía Alfredo Araújo quedó de sexto entre seis en el hexagonal final. En ese torneo ilusionó con un gol en el primer partido, frente a Uruguay, y después no la volvió a meter ni en los entrenamientos. Lo mismo pasó en el Preolímpico del 2004, cuando Jaime de la Pava lo llevó como primer suplente de Sergio Herrera y Martín Arzuaga. Como era de esperarse, jugó muy poco y no marcó un solo gol.
Esa falta de pericia frente al arco contrario la sufrió en el América, donde su poder de artillero fue tan escaso como puede ser hoy el dinero en ese equipo. Es uno de los pocos jugadores que fue insultado en un partido por las dos hinchadas al mismo tiempo.
Curiosamente, se fue seis meses a préstamo al Pasto, donde marcó algunos goles y volvió a Cascajal con sed de gloria. Pero nada. Otro viaje a Nariño le abrió el arco y las puertas del América, pero su tercer retorno fue el comienzo de su fin: jugó en Pereira, Cartagena y Pasto, sin éxito. En su último paso por las vecindades del Galeras no anotó un solo tanto. Cuando creiamos que la tercera era la vencida, nuevamente decepcionó. Al parecer colgó los guayos, pues se desconoce su paradero actual..

Contribución: Vorphalack
Fue a principios de 1950 cuando un grupo de altas personalidades de la entonces cola de Caldas pensaron en crear un equipo de fútbol que representara los intereses de Armenia y sus alrededores, víctimas del odio y la discriminación sectaria del gobierno entonces instalado en Manizales, y que debió esperar 18 años más para ver su independencia. Por esta época, un equipo fue conformado por jugadores de la ciudad de Rosario en Argentina (de los clubes Atlanta, Ferro Federal y Rosario Central) para venir de gira por Colombia y, por esos azares afortunados del destino, se enamoraron de Colombia, Armenia se enamoró de su fútbol y en enero de 1951, el Rosario Wanders se convirtió en el primer Deportes Quindío.
Los habitantes de Armenia, en una maratónica cruzada que incluyó capital privado de los inversionistas Félix Salazar Santacoloma, Antonio «el Turco» Hadad, Alfredo Sanín y Nepo Jaramillo, sumado a la colaboración económica de la iglesia y el aporte en dinero y trabajo de muchos, alzó en solo 90 días, cifra record en la construcción de estadios en el país, el estadio San José, con estructura en forma de U y una capacidad para 12.000 espectadores que por espacio de 37 años albergó al cuadro Milagroso y su hinchada en sus alegrías y penas (más penas, eso si hay que reconocerlo.

El San José, en sus días de gloria
El estadio fue inaugurado oficialmente el 18 de marzo de 1951 con el partido Deportes Caldas vs. Deportes Quindío, con victoria del Milagroso 3 goles por 1. El primer gol marcado en el estadio favoreció al Quindío y lo anotó en la portería norte Roberto Segundo “Benitín” Urruti de palomita. Este personaje, enamorado de la región, se quedó a vivir en Armenia al culminar su carrera deportiva, convirtiéndose en el más emblemático entrenador de equipos infantiles y de reservas del departamento. Falleció el 8 de diciembre de 2005 a causa de las lesiones que le causó un motociclista imprudente. En 1956, 5 años después de su construcción, el San José tuvo la tristeza de no ser testigo presencial y templo del único título del Quindío, pues el partido definitivo se disputó en Bogotá contra Santa Fé, teniendo que conformarse con el subcampeonato al año siguiente.
En 1980, bajo el gobierno de Julio Cesar Turbay, se oficializa la construcción de un nuevo escenario para el fútbol y atletismo con miras a los Juegos Nacionales de 1988. Con un juego que la selección Colombia ganó 3 goles por 0 contra su similar de Canadá comenzó la era del estadio Centenario. El San José, que atrajo a muchos constructores a llevar progreso urbanístico y comercial a la zona, amén del Batallón Cisneros de la 8a. Brigada a su costado, quedó relegado al fútbol aficionado, durante un par de años al Deportivo Armenia de la B y a la realización de conciertos.
En 1999, tras el terremoto, la alcaldía de Armenia decide convertirlo en albergue para damnificados, pero la verdadera victima fue el propio estadio. Los habitantes de los tristemente célebres “cambuches” se dedicaron a saquear y destruir sin piedad lo poco que años de abandono habían dejado, a tal punto que una vez reubicados se llegó a la conclusión de que era más favorable demoler que rehabilitar. Es así como en el año 2002, años de fútbol, pasión, goles (la mayoría en contra) y muchas tristezas, el estadio San José sucumbió. De su estructura no queda más que un montón de ladrillos cubiertos de maleza, los precarios postes de iluminación y el trazado de la cancha, hoy en día utilizado como centro de entrenamiento y amistosos para el Deportes Quindío y el clásico y siempre violento fútbol aficionado.

El sucesor del San José, el Centenario, en plena construcción.