Especiales del Bestiario: Barrabases

Contribución: El cocinero

Barrabases ha sido tal vez la única historieta de habla hispana dedicada exclusivamente al fútbol. Todavía recuerdo ese increíble equipo titular. En la portería: Sam, arquero confiable que rara vez tenia la culpa de los goles. En la defensa: Roque, Mono, Topo y Peluca; dura defensa, en especial Roque que al mejor estilo del “Salvaje” Rojas rompió más de una canilla, proceder que, sin duda, no era el fuerte del equipo. En el mediocampo estaban Chico, Panzón y Patota. Chico era un pequeño pero escurridizo jugador, Panzón tenía el mismo peso de Valenciano después del carnaval de Barranquilla y de Patota hay que decir que pelota que le daban pelota que tiraba al arco sin que importara mucho donde estaba ubicado. Tal vez lo mejor del equipo era la delantera conformada por Torito, Bocha y el inigualable Pirulete. Torito era delantero por derecha, otro que a la hora de rematar no fallaba. Nunca entendí el porqué del sombrerito que llevaba. Bocha, por su parte, era delantero por izquierda y era el pasador ideal para Pirulete. Por último estaba Pirulete. Él era, sin lugar a dudas, la columna vertebral del equipo. Hacia jugadas emulando a Maradona en México’86, le ganaba a los arqueros por arriba y pateaba como ninguno. }

En la suplencia estaban Piernas de Palillo, Muñeco y el inolvidable Garotiño: un pobre jugador brasilero que bien podría tener aquí un espacio en la sección “Mejor se hubieran quedado”, ya que rara vez actuaba y cuando lo hacía salía abucheado e insultado por su color de piel. El director técnico era el Sr. Pipa, que a mi modo de ver tenia una relación demasiado cercana a estos jóvenes. Otros dos personajes que vale la pena mencionar son Tato Plumilla y Che Bombacha. El primero era el comentarista de la radio; físicamente era igualito a Carlos Antonio Vélez. El segundo, Che Bombacha, era un argentino manager de jugadores y aficionado al steak encebollado, que no sólo tenia mala reputación sino que se esforzaba en traer los saldos y sobrantes del mercado de pases. Nada que ver con los empresarios que rondan nuestro rentado.

Barrabases enfrentaba a muchos equipos. Entre ellos Los locos rayados, Los estupidos, Atlético cañones, Los macucos y Los megaterios. Estos eran equipos que por alguna razón nunca podían con los últimos cuatro minutos del partido. Dominaban y anotaban goles en los primeros 86 minutos del partido, pero insólitamente los últimos cuatro minutos eran una copia al carbón del América eliminado a manos de Rosario Central en la Libertadores de 2001 . En todo caso, el problema no era la falta de jugadores. Los equipos tenían a grandes figuras como los arqueros Candado y John Bull y delanteros del nivel de Cañoncito quien cargaba en su pierna izquierda con una potencia algo desmedida. Como la de Edison Domínguez, célebre por los bombillos del marcador electrónico del Campín que le fueron cargados a su cuenta.

Como toda caricatura Barrabases tenia situaciones que podrían parecer absurdas. Aunque, pensándolo bien, la cotidianidad de nuestro fútbol está llena de episodios de esta índole. Resumiendo, estas situaciones en apariencia absurdas le dieron a los niños que las leíamos una ilusión parecida a lo que fue supercampeones para los niños de mediados de los noventa: la ilusión de que a nuestra tierna edad podíamos ser jugadores de fútbol. .

Detrás del balón

Aquí está el fútbol para chicos y grandes en «Detrás del balón»..

Wilson Pérez y Petronila de Pérez

Un clásico de la prensa deportiva colombiana: Wilson Pérez nos presenta a Petronila, su señora madre, en la víspera de un partido de la eliminatoria a Italia’90.

Postales del ascenso

Fútbol de ascenso, fútbol del bueno. ¿Quién dijo que de potrero?.

Félix Ademola

“Puede retener el balón en las situaciones más difíciles. Es todo un artista del balón” dice el texto publicado en una página de internet dedicada a jugadores nigerianos. Por eso sorprende que a Felix Ademola, otro de los experimentos africanos realizados por el fútbol colombiano, le fuera tan mal en nuestro país.

La excusa no podía ser por el caluroso y malsano clima de Ibagué, porque si de climas malsanos se habla, Nigeria, y su capital Lagos, no son precisamente remanso de descanso y paz. Entre la malaria, pobreza, y las guerras civiles de su país se crió este muchacho así que curtido sí estaba cuando pisó el césped del Manuel Murillo Toro, además lo precedía una experiencia por el Lens francés y pasos por el FC Liege de Bélgica y su despliegue habitual también lo disfrutaron los aficionados del Stationery Stores de Nigeria.

Tampoco pudo argüir temas racistas. Cuando jugó en el Tolima compartía plantel con morochos tales como Antonio Saams, Néstor Ortiz y Ramón Moreno entre otros. Pero cada vez que podía, se equivocaba. Era volante central con tendencia a romperle las costillas a cada camiseta diferente a la suya.

Metió un par de goles con los tolimenses y nuestros hábiles noteros, aprovechando su nulo español lo pusieron a que dijera “Insulso”, “Gualanday”, “Pandi”, “Icononzo” y “Venadillo” para burlarse un rato de él y obtener la cretina nota de color sobre el “nigeriano de corazón tolimense”.

Se fue en silencio tras una temporada (aquella 95/96) y recaló después en clubes de segunda y tercera división del fútbol noruego.

Se dice entre telones que seis platos de lechona y tres avenas que consumió en Flandes le acabaron el estómago y que, para justificar su fracaso, decidió echar la lora del jugador que por no decir que fracasó, termina culpando a la comida de sus desastres.
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Teobogo Moloi

En medio de gran expectativa por lo que se denominó el «boom» de los africanos en Colombia y atraído por la leyenda del Dorado, Teobogo desembarcó en Manizales proveniente del Kwa Stars de Zimbawe a mediados de 1995 en compañía de su carnal Leo Morula gracias a una desinteresada gestión del empresario José Castaño. Tenía la misión de confirmar el buen momento que por ese entonces vivía el fútbol del país de Mandela y de paso abrir la trocha por la que llegarían su coterráneos

a inundar nuestros planteles y a copar las posiciones que hasta el momento habían sido patrimonio de los del Río de Plata.

Tres goles para el Once y algunos pincelazos fue el saldo final de la breve incursión de Moloi por canchas colombianas. Un buen día, cuando no completaba todavía los seis meses de aventura colombiana, alzó sus corotos y en silencio emprendió su regreso a su Suráfrica natal. Su ejemplo fue seguido por todos los demás particípes del «boom» africano. Todos menos Oyié

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Claudia Helena Hernández

No faltan los que pecan por ignorantes cuando hablan de Liliana Salazar o Andrea Guerrero como símbolo de la irrupción de la mujer en un campo que «hasta hoy se consideraba de dominio masculino». Quienes así pontifican desconocen olimpicamente el silencioso e impecable trabajo de quien fuera la verdadera responsable –junto a viejas glorias como Clemencia Medina, Blanca Luz Uribe y Martha Herrera– de haberle abierto, lejos de los escotes y las luces, un espacio a la mujer en la crónica deportiva nacional: la siempre laboriosa Claudia Helena Hernández.

Más de veinte años acudiendo a diario a la práctica azul en su poderoso Renault 12 para el domingo rematar la semana parapetándose desde tempranas horas en el camerino norte del Campín y durante el partido en un rincón del primer piso de occidental general, le representaron, cuando menos, un lugar en el corazón de muchos aficionados que con el tiempo adoptaron a Claudia Helena como una tía más. La tía soñada con la que se podían sostener charlas imaginarias sobre el último refuerzo de Millonarios o buscar explicaciones para la paupérrima campaña de los azules.

Siempre con el dato preciso en el momento indicado, Claudia Helena, que alguna vez se declarara hincha fiel del Deportivo Cali, tenía acceso a flujos de información que eran mirados con recelo y mucha envidia por su jefe, Carlos Antonio Vélez ¿Qué calcetines prefería Carlos Rendón?¿De qué lado de la cama dormía Carlos Alvarez?¿Murió de moquillo el perro de la finca azul? Todo, todo lo que pasaba con Millonarios había que preguntárselo a Claudia Helena. Fuente inagotable de datos, siempre acertados siempre certeros del día a día embajador.

Después de casi dos décadas conformando con el gran «Bocha» Jiménez, Narciso Cárdenas León de la Fuente, José Vicente Castillo y Aldo Ernesto Barbosa, entre otros, un gran equipo periodístico que servía como contrapeso a la petulancia y la ignorancia manifiesta de su director, Claudia Helena asumió un nuevo cargo en la cadena Súper de Colombia. El camerino norte del Campín nunca volvió a ser el mismo. Los domingos de fútbol tampoco. .

Norberto Ortega Sánchez

Fue uno de los últimos refuerzos “afamados” que contrató Millonarios antes de caer en el torbellino de los Moreira, Caiaffa, Esteban González y Ze Clei. Pero a pesar de sus comprobados pergaminos, Ortega, a quien conocíamos de la transmisión de añejos partidos del fútbol argentino emitidos por el canal 11, ni se acercó a esas imágenes gloriosas en su paso por Colombia.

Ortega Sánchez (a quien Marcelo Araújo bautizó como “Orteguita”, sin saber que poco después el único Orteguita conocido sería Ariel), llegó en la nefasta “Administración Feoli” en el segundo semestre de 1992, reemplazando al paquetazo de Jorge Manuel Díaz, pero su exceso de peso y las dificultades para acostumbrarse a la altura bogotana hicieron de su tránsito en la capital un suplicio para él y los fanáticos que lo acusaban de haberse “restado un par de años” dada su precaria condición capilar, que no dejaba ver los juveniles 28 años que tenía, sino unos 36 abriles muy bien puestos.

La prensa capitalina promocionó en aquel entonces el duelo Pibe Valderrama-Ortega Sánchez en la previa de un juego Millos-Medellín. Y Ortega parecía ganarle la partida al mono pescaitero tras marcar un golazo. Sin embargo el Pibe dejó en claro quién era más tras echarse en el hombro al terrible DIM de ese año (fue 14 en la tabla) y ser la figura del partido. Además Valderrama se dio el lujo de hacerle a Ortega Sánchez un túnel similar al que Juan Román Riquelme le haría años después a Mario Yepes en un famoso Boca-River.

El saldo que dejó Ortega en nuestro fútbol fueron dos goles marcados a Van Stralhem (poca cosa, lógicamente) y millonarias cuentas sin pagar en balines de oxígeno.

Hay que aclarar. No era mal jugador pero en Colombia le fue mal, cosa que no ocurrió cuando jugó para Tigre, San Lorenzo, Racing, Vélez Sarsfield, Argentinos Juniors y Platense.
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Diego "Hawaiano" Gutiérrez

Es moneda común en el ámbito futbolístico capitalino el surgimiento de rumores que dan cuenta de la próxima e inevitable venida del mesías en la figura de una joven promesa que algunos pocos iluminados aseguran haber visto derrochando mágico talento en las ya desaparecidas canchas de Chigüiros, en Techo, en el Campincito y demás escenarios del día a día del fútbol aficionado de Bogotá. Tal y como en su momento se habló de Hans Schomberguer o de Giovanni Mateus, el nombre de Diego «Hawaiano» Gutierrez –suponemos que el apodo más que con la isla del pacífico tenía que ver con el concepto culinario insignia de la gastronomía popular colombiana– adquirió visos de leyenda entre todos aquellos aficionados que en plena tertulia gustan de sacar a relucir su condición de iniciado sobre quien ya ha posado sus manos el nuevo mesias anunciandole a los contertulios el advenimiento de quien tendrá la misión de llevar al equipo a la gloria prometida.

Como suele suceder con la mayoría de estas leyendas urbanas, el ansiado momento de la revelación del mesías nunca llegó y aquellos que anunciaban su llegada negaron hasta cuatro y cinco veces haber hablado de ese «pelaito que todos dicen que juega igualito a Willington Ortíz a esa edad». No sabemos si por un exceso de piña y jamón en la dieta o por el capricho de algún resabiado técnico de las divisiones inferiores de Santa Fe, Diego, en efecto, se convirtió en una leyenda pero de un tipo muy diferente al que todos hubiesemos querido. En lugar de hacerse a un lugar entre los grandes talentos que han desfilado por la primera división cardenal, Gutierrez pasó a ocupar un espacio entre los que pudieron ser y no fueron, entre los mesias que dejaron esperando a la fanaticada.

Obsesionado con una isla en el pacífico en la que, según le comentaron, se desayunaba pizza hawaiana, se almorzaba perro hawaiano y se cerraba la jornada con hamburguesa hawaiana, Diego partió rumbo al norte. En una inesperada escala en Chicago coincidió en la sala de espera con un cazatalentos del «Fire» de esta ciudad que lo obligó a aplazar unos años su sueño hawaiano. Hoy se pasea por la unión americana desperdigando el talento que le fue negado a la parcial capitalina.

Con información aportada por ARGOM17..

Galarcio fue un cuervo

Nuestro buen Manolito Galarcio. El mismo que no sabe de noches de excesos y juzgados. El mismo que se hizo famoso por sus portazos a los oscuros intermediarios que a su casa llegaron ofreciendole dádivas a cambio de un resultado. La vida supo premiar su recto andar con varias convocatorias a selecciones colombia y con la oportunidad de probarse unos días con San Lorenzo de Almagro. En Boedo, el «Cabezón» Ruggeri ayudó durante una semana a pulir este diamante por esos días todavía en bruto. Alcanzó a jugar un partido, un amistoso contra Deportivo Español. La vida, que es injusta y es mujer se encaprichó con él y se lo llevó de regreso a su patria por culpa de un maldito intermediario. Terminada la reciente goleada de Boca en el nuevo Gasometro muchos se lamentaron. «Con Galarcio habría sido a otro precio» fue el paño de lagrimas de la fanaticada. «Lo reconozco, fue mi culpa. Galarcio debió haberse quedado.» Complementó un arrepentido «Cabezón».

Gracias Enunabaldosa..