En una época en la que el país no conocía otra fe que la religión católica apostólica y romana, el hermano Kiko sacudió las bases del establishment apareciendo en los gramados del país como pregonero de un credo protestante que muchos desconocían y a otros tantos perturbaba. Muy en los comienzos de su evangelización, el delantero orgullo de La Paz, Cesar, solía obsequiarle sendas biblias a la terna arbitral antes del comienzo del partido. Esta muestra de cordialidad no tardaría en ser mal vista por rivales y directivos de la Dimayor quienes, desconfiados, creyeron que una nueva modalidad de soborno que no pertenecía a este mundo —una modalidad sería la de penales por indulgencias— se abría paso en nuestro impoluto medio y no tardaron en aconsejarle a Kiko un poco más de recato en su evangelización.
Más adelante, a su cruzada le añadió un elemento histriónico bastante simpático: después de cualquier anotación de su equipo, independiente de si su autor era o no el barranquillero, los miembros de su equipo, por ese entonces el Bucaramanga, arrodillados formaban una fila para recibir la respectiva bendición de su pastor. Esta celebración inspiró otras tantas en otros equipos que a su vez motivaron al noticiero Criptón a premiar el ingenio de los futbolistas a la hora del jolgorio con un reconocimiento a la mejor celebración de la temporada dando pie, ahora si, a todo tipo de excesos.
Después de una dilatada trayectoria en el Junior y en el Bucaramanga, Kiko regresaría a su tierra a terminar su carrera cerca de casa, en el Valledupar. El mismo equipo que hoy en día dirige y en el que protagonizó el bochornoso espectáculo del ascenso del Real Cartagena en 2004 cuando este equipo vulneró en cinco oportunidades en un lapso de sólo cuatro minutos la valla del equipo vallenato. «Misteriosos son los caminos del señor», fue lo único que atinó a responder cuando se le cuestionó por el dudoso proceder de sus dirigidos. .