El hermano Kiko

En una época en la que el país no conocía otra fe que la religión católica apostólica y romana, el hermano Kiko sacudió las bases del establishment apareciendo en los gramados del país como pregonero de un credo protestante que muchos desconocían y a otros tantos perturbaba. Muy en los comienzos de su evangelización, el delantero orgullo de La Paz, Cesar, solía obsequiarle sendas biblias a la terna arbitral antes del comienzo del partido. Esta muestra de cordialidad no tardaría en ser mal vista por rivales y directivos de la Dimayor quienes, desconfiados, creyeron que una nueva modalidad de soborno que no pertenecía a este mundo —una modalidad sería la de penales por indulgencias— se abría paso en nuestro impoluto medio y no tardaron en aconsejarle a Kiko un poco más de recato en su evangelización.

Más adelante, a su cruzada le añadió un elemento histriónico bastante simpático: después de cualquier anotación de su equipo, independiente de si su autor era o no el barranquillero, los miembros de su equipo, por ese entonces el Bucaramanga, arrodillados formaban una fila para recibir la respectiva bendición de su pastor. Esta celebración inspiró otras tantas en otros equipos que a su vez motivaron al noticiero Criptón a premiar el ingenio de los futbolistas a la hora del jolgorio con un reconocimiento a la mejor celebración de la temporada dando pie, ahora si, a todo tipo de excesos.

Después de una dilatada trayectoria en el Junior y en el Bucaramanga, Kiko regresaría a su tierra a terminar su carrera cerca de casa, en el Valledupar. El mismo equipo que hoy en día dirige y en el que protagonizó el bochornoso espectáculo del ascenso del Real Cartagena en 2004 cuando este equipo vulneró en cinco oportunidades en un lapso de sólo cuatro minutos la valla del equipo vallenato. «Misteriosos son los caminos del señor», fue lo único que atinó a responder cuando se le cuestionó por el dudoso proceder de sus dirigidos. .

Alirio "Marinillo" Serna

A juzgar por lo mostrado en las canchas, mejor fortuna habría corrido junto a Gelatina y Minisiqüi en los tablados del país. El país futbolístico supo de él en 1990 cuando se creyó que sería él y no Mauricio -ambos titulares del Deportivo Pereira de ese año- el llamado a encumbrar el apellido. Las cosas pronto tomarían otra cara cuando a comienzos de 1991 el Atlético Nacional decidió fichar a “Chicho” y no al “Marinillo” como refuerzo para la temporada que se avecinaba. De ahí en adelante, Chicho debió acostumbrarse a la gloria, Alirio, al bajo perfil.

No obstante estos destinos tan opuestos, Alirio tendría dos años más tarde la oportunidad que en 1991 le fue negada. En efecto, en 1993 y después de sonar como posible nueva cara de Santa Fe fue junto con Carlos Zúñiga y Juan Carlos “Paolo” Rodríguez uno de los refuerzos del verde de la montaña. Irregular y poco efectivo, como todos los delanteros que de la perla del Otún llegan a Nacional (William Matamba, “Galea” Galeano, Daladier Ceballos, entre muchos otros) el paso del “Marinillo” por el valle de Aburrá fue un poco menos que discreto. Cansado ya de echar por el retrete las múltiples oportunidades que se le dieron en Nacional, golpeó las puertas del rival de patio, el DIM, junto con Daladier Ceballos. Después del rojo de la montaña recaló en el Cúcuta, cuadro con el que descendería a la primera B en el primer semestre de 1997. En Cúcuta, lejos de su marinilla natal terminó de apagarse mientras Mauricio triunfaba en la Boca. Hoy en día tiene a su cargo las divisiones inferiores del Deportivo Pereira. .

El Cole

Esta alada figura fue durante mucho tiempo la imagen del hincha colombiano, desprovisto de sensatez, pero fanático a muerte de su país. Nacido en Barranquilla, cuando apareció en escena a finales de los 80, fue símbolo de nuestra mejor época futbolística. Por eso, alguna vez cuando fue entrevistado en “Charlas con Pacheco” en pleno Metropolitano y con Fernando González Pacheco disfrazado de Pibe Valderrama, contaba que su estadía en el mundial de Italia ´90 fue más sufrida de lo imaginado: para subsistir al hambre recurrió a cuatro tarros de mylanta para alimentarse y entraba a los estadios colándose en aquellos que carecían de torniquetes.

Pintoresco, con una particular manía de hacer un gesto como quien pega un alarido, pero sin que ningún sonido saliera de su boca, empezó a ser patrocinado por varias empresas con el fin de sustentar sus gastos en los periplos de las selecciones Colombia.

Tal vez cuando vio que gracias al dinero podía viajar perdió el encanto que alguna vez osó ostentar. Sus peinados, hechos con inmensas capas de Kleer Lak y balones de mazapán eran toda una rareza, pero algún chauvinista desubicado, habló de que el “Cole” era nuestro símbolo ante el mundo. Es decir, casi Juan Valdéz y su mula perdieron su status por el revejido cóndor humano de bigote ralo.

La eliminación colombiana para el mundial de 2002 nos mostró la real faceta de este personaje y sus intenciones intestinas de viajar por el mundo y no por hinchar hacia el país que le patrocinó su manifiesta vagancia durante años: Se fue a Corea y Japón para apoyar irrestrictamente a la selección de ¡ECUADOR!

Pocos se percataron de su actitud paria y algunos oligofrénicos lo justificaron: “Es que Ecuador es Colombia en el mundial de Corea y Japón y es bueno que el Cole esté allá para que se acuerden de nosotros”.

Cracks colombianos como Willington Ortiz, Alejandro Brand y Pedro Zape nunca alcanzaron a clasificar a una Copa del Mundo y Carlos Fernando Navarro Montoya, a pesar de sus intentos y de su manifiesto carácter paria, no consiguió entrar a la Selección Argentina por haber defendido la camiseta colombiana en un repechaje en 1985 contra Paraguay. Alfredo Di Stéfano, por una lesión, no alcanzó a entrar con España a disputar el mundial de Chile ´62.

Cole en cambio se dio el lujo y defendió dos países diferentes en sus viajes de Copa del Mundo. Nadie dijo nada, como era de esperarse.
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César Zape

Uno más que cargó con el pesado lastre del apellido ya consagrado. César Zape debutó a comienzos de la década de 1990 defendiendo el arco del Unión de Magdalena y con la firme intención de superar a su padre, el legendario Pedro Antonio. Desafortunadamente, su irrupción en el profesionalismo estuvo marcada por un atroz bautizo de fuego: una noche caleña en la que el Unión visitaba al América tuvo que sacar ocho veces el balón de su arco cinco de ellas por culpa del “Pony” Maturana. Después de este difícil trago y a diferencia de arqueros que, cómo Oscar Córdoba, han sabido sobreponerse a un 7-3 César quedó algo maltrecho y decidió (o decidieron por él, no importa) que quizás un prolongado retiro espiritual en la Copa Concasa podía aportarle nuevas fuerzas y renovados ánimos.

Después de casi siete años recorriendo las carreteras del país logró regresar a finales de 1998 a la primera división con el Deportivo Pasto. En el equipo de Pasto permaneció hasta 2001 alternando con otros de su estirpe como Miguel Vidal, Andrés “Roque” López y Óscar “La Moña” Galvis (ambos pronto tendrán su espacio). A comienzos de 2002 se vio un vacío en el banco de suplentes del Deportivo de Pasto: César ya no estaba ahí, cansado del peso que le suponía el lastre de su apellido decidió dejar el fútbol para dedicarse a cualquier otra cosa en la que dejara por fin de ser “el hijo de Pedro Antonio”..

Hugo Tuberquia

Dicen las malas lenguas que en épocas de desempleo Hugo Tuberquia se instalaba en las oficinas de la Dimayor a tomar tinto mientras esperaba esa llamada que tarde o temprano siempre llegaba: «Hugo, llamaron del Chicó que estan necesitando urgente un suplente, pegue para allá y dejenos trabajar». Con una orden así o de talante similar, solían terminar los días de desempleo (que al fin de cuentas no fueron muchos) de este regular arquero antioqueño.

De él se comenzó a saber en 1992 cuando estrenó junto con el Envigado el recién implantado sistema de ascenso y descenso. Este, sin embargo, no fue su debut en primera: en 1990 ya había debutado con el Cúcuta deportivo. En el cuadro naranja permaneció hasta 1995 cuando se finiquitó su paso al Nacional en donde fue suplente de Higuita y alternó con Darío Aguirre. De su paso por Nacional se rescata también un breve y no menos curioso interludio en el arco del DIM para el segundo semestre de 1996. Cansado de brindarle calor al banco de suplentes del Atanasio, Tuberquia regresó al Envigado a comienzos de 2001. Del Envigado emigró a Venezuela para defender el arco de Estudiantes de Mérida, hasta comienzos de 2002 cuando llegó al oscuro Millonarios de Franco, Kosanovic y Gutierrez de Piñeres como suplente de Eduardo Niño.

Su paso por Millonarios fue un poco más que intrascendente: nunca tuvo necesidad de calentar. Después de un segundo semestre de 2002 en el que no dejó rastro volvió a aparecer en 2003 en el Bucaramanga. Sin pena ni gloria pasó por el cuadro bucaro para recalar en 2004 en el recién ascendido Chicó. En el equipo de Pimentel todavía se le recuerda por sus certeros pases gol en los últimos minutos de los partidos que solían llegar a feliz término cortesía de Luis Yanez. Cerrado su capítulo en el Chicó, con pelea con Pimentel de por medio, cómo no, Tuberquia fue a dar al Pasto, equipo en el que su rendimiento no fue suficiente para que le fuera renovado el contrato para 2006. Se desconoce su paradero actual.

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Selección Colombia-Kelme

Quienes creían que la primera multinacional en firmar un contrato de exclusividad para vestir a la selección fue la inglesa Umbro en 1993 se equivocan. En 1991 en vísperas de la Copa América de Chile se le vio a la selección un diseño de la casa española Kelme que por esa época, jalonada por el éxito del equipo ciclistico y aprovechando la recién estrenada apertura económica, intentó en vano penetrar en el dificil mercado del diseño deportivo criollo. Consecuencia del fracaso de esta marca, el matrimonio con la Federación fue bastante efímero de tal forma que terminada la Copa América la selección regresaría a la casa pereirana Comba, marca que la vistió hasta que Umbro hizo su aparición con motivo de la Copa América de Ecuador’93..

Bestiario Jr.

En 1985 ya lucía la azul. Más de veinte años después la sigue luciendo. ¿De quién se trata?.

Carlos Rodas

Delantero de la cantera del Cortuluá. Hizo parte de la nómina del equipo que en 1993 se coronó campeón de la Copa Concasa. Después de algunas temporadas sin mayor suceso en el «equipo corazón», Rodas recaló en el Pereira, equipo en el que a finales de 1997 y pese al descenso del equipo sus ocho goles le permitieron proyectarse como la gran revelación del rentado colombiano y el jugador pretendido por todos. Nacional, América y Millonarios, todos preguntaron por él. Fue tanto el escándalo que se generó en torno a él (fenómeno que rara vez se da en nuestro fútbol) que el “Bolillo” decidió no quedarse atrás y premió su desempeño con sendas convocatorias que aumentaron aun más su cotización.

Como suele suceder en estos casos, las agallas de sus empresarios pudieron más que la chequera de los directivos rojos, verdes y azules, y bien entrado 1998, la revelación de 1997 todavía entrenaba en el parque de su barrio. Finalmente, se le pudo encontrar un campito en el Quindío pensando en que la copa Conmebol que ese año disputaría el equipo cafetero contra Italchacao de Venezuela y Sampaio Correa de Brasil podía llegar a ser algún tipo de vitrina para la joven promesa. Su rendimiento en el Quindío le aportó más argumentos a quienes insistían que lo suyo no iba a ser flor de un día. En consecuencia, una buena producción goleadora en el cuadro cuyabro le representó un ascenso en la escala del eje cafetero y algo un poco mejor que un contrato con el Sampaio Correa: ser uno de los refuerzos del once para la temporada 1999. En Manizales, no obstante, poco se vió de aquel habilidoso delantero que deslumbrara en el Hernán y en el Centenario. En esta ciudad permaneció dos temporadas para luego recalar en el “Poderoso”. Los cuatro goles que marcó con el rojo de la montaña le permitieron retomar la ruta del café y desembarcar para el segundo semestre en el Tolima, equipo en el que dos goles no fueron suficiente para borrar su imagen de flor de un día que para esa época ya comenzaba a hacer carrera. Después del Tolima y fiel a su tendencia de probar toda la oferta laboral futbolística de una región, el Huila fue su siguiente empleador. Su paso por el cuadro opita fue poco menos que discreto; al parecer , lo suyo, más que el fútbol, era una extraña fijación que lo motivaba a recorrer la misma senda que “Tirofijo” recorriera por el viejo Caldas y el Tolima Grande. Después del Huila, sólo le faltaban Marquetalia F.C., Deportes Guayabero, y Atlético El Pato. Deducimos que militó en estos equipos entre 2002 y 2004 pues ningún resgistro se tiene de su actividad durante estos años.

Reapareció en 2004 reforzando las filas de los Pumas de Casanare. A mediados de 2005, como el hijo pródigo, regresó al Tuluá, equipo en el que hacía más de una década había debutado y al que hoy lo encontraba nuevamente en la B. Un rendimiento bastante aceptable en el equipo tulueño le significó a sus 31 años una nueva, y última, oportunidad en el profesionalismo con el Deportivo Pasto, equipo que lo incluyó en su lista de altas para la temporada 2006. Al pie del Galeras, casi diez años después de su irrupción en el fútbol profesional, a duras penas se ven destellos del fútbol con el que deslumbró en su momento al eje cafetero.

Dato adicional: en medio de tantos ires y venires, Rodas se hizo acreedor a una distinción. En el 2000 fue el ganado de una votación promovida por “Tribuna caliente” para elegir al jugador más “piscinero” del torneo. Peor es nada.
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Alberto Zamora

Insípido lateral derecho costeño de la cantera del Unión Magdalena. Estaba destinado a no salir jamás en su vida del Eduardo Santos de no ser por Jorge Luis Pinto que a mediados de 1998, en un arrebato tan propio de los técnicos, le dio la gran oportunidad de su vida regalandole la banda derecha de Millonarios para que hiciera y deshaciera a su antojo con ella. Obviamente, fue más lo que deshizo que lo que hizo.

Poco recursivo en marca y tremendamente limitado en ataque, fue el Garré de Pinto (por aquello de que “todo Bilardo tiene su Garré”) en su segunda temporada en Millonarios. Ido Pinto de Millonarios a mediados de 1999, Alberto entendió que su cuarto de hora había terminado. Regresó a su Unión Magadalena en dónde puso su granito de arena en el descenso del cuadro samario a la primera B. En la B, Zamora se sintió valorado y bien acogido, nada que ver con la ingrata primera división. Su querido ciclón fue sólo la primera estación de su trasegar por el gran ascenso. Después de Santa Marta, bajó por el Magdalena y se detuvo en Girardot. Con su cotización al alza, de la ciudad de las acacias partió a Villavo al por ese entonces recién descendido Centauros a comienzos de 2004. Después de Centauros, de regreso al altiplano esta vez al Patriotas; equipo en el que, a cuentagotas, y a punta de entrega y uno que otro gol ha recibido algo del cariño que durante toda su trayectoria siempre le fue negado..

José "El boricua" Zárate

Contribución de YoSoyElCarlos

Recio defensa central barranquillero que fuera una institución en la zaga del Medellín de finales de los setenta y principios de los ochenta. Paso obligado de casi todo central costeño (tronco o calidoso) que se respete, el agreste mulato hizo sus primeros pinitos en el Junior, equipo en el cual comenzó a desarrollar todo el arsenal que haría historia años después. En aquellos pretéritos tiempos, lejanos aún de los Andrés Escobares, Iván Córdobas e incluso de los Luis Carlos Pereas, el Boricua resultó un obstáculo temible en todo el sentido de la palabra para la delantera rival. El caimán Sánchez, viejo zorro él, lo convocó y lo mantuvo como titular fijo para la exitosa selección subcampeona de América en el 75 donde hizo pareja con el histórico guerrero Miguel Escobar.

Fue entonces cuando el Medellín, con la particular sapiencia que siempre ha demostrado en sus contrataciones estelares, puso sus ojos en él. Hechas las gestiones, el “Boricua” debutó en el Poderoso en el 76, dando inicio a una historia de sinsabores que sólo terminaría en 1983. Por ganas, enjundia, entrega y amor a la camiseta el hincha rojo cogió con cariño al pedernal zaguero en esos años de sólo derrotas. Hay que decir, eso si, que técnicamente era tan dúctil como el papá de Jorge Bermúdez. Lento y torpe con el balón, aunque en realidad inteligente para jugar, era un martirio verlo salir jugando con el esférico. Más que un martirio, era un auténtico parto.

Sin embargo, lo que lo marcó de por vida fue su proverbial habilidad para el autogol y para generar penales. Precursor insigne de Álvaro Aponte en ese rubro, no fueron pocos los goles recibidos por el DIM en donde era directo culpable el popular “Boricua”. Partido que se respetara debía tener un gol en contra del Boricua o un penalti provocado por nuestro homenajeado. Lo curioso del hecho es que, a pesar de las puteadas, al día siguiente el fanático rojo comentaba entre risas «la que hizo el “Boricua” ayer». Sinónimo del tronco por excelencia, aportó al argot futbolístico paisa el remoquete de «Boricua» a aquel que demostraba pocas condiciones en los partidos de barrio o en los picados de los paseos de olla (su otro aporte al lenguaje futbolero criollo fue el bautizo de «Bolillo» a Hernán Darío Gómez, cuando el entonces jugador llegó un día rapado al entrenamiento del Medellín). No obstante, es necesario aclarar que no hay hincha rojo de entonces que lo recuerde con odio, más bien se le recuerda con aquella mezcla de cariño y angustia en dosis iguales. A Zárate se le quiere como se quiere al primo o al hermano díscolo.

La anécdota que resume de alguna manera su historia tuvo lugar en un juego DIM-América en el Atanasio cuando le tocó perseguir a Juan Manuel Bataglia en un contragolpe que nació en el área del América y en el que sólo el arquero se interponía entre el paraguayo y el gol. El público, angustiado de ver a Battaglia “proyectándose en velocidad”, con el Boricua persiguiéndolo, comenzó agritar: «¡tumbalo! ,¡tumbalo!, ¡tumbalo!…¡Pero no ahí!» El último grito coincidió con la falta que finalmente hizo el “Boricua” al ariete guaranì .dentro del área del Medellín. Obviamente, después del bufido de decepción general vino la unánime carcajada de resignación: ¿Y qué esperaban? Si se trata del buen Boricua, de alguna manera símbolo de aquellos años de sequías eternas, de decepciones y fracasos con nóminas rutilantes signados por la desgracia que le impedía al “poderoso” impedía ganar cualquier competición en la que hubiera algún trofeo de por medio.

El “Boricua”, por su parte, finalizó su carrera en el Cúcuta Deportivo a mediados de los 80.
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