
Escurridizo delantero que se diera a conocer a finales de la década de 1980 cuando conformó junto con Jair Abonía la dupla atacante del equipo alterno de Millonarios en el torneo local mientras el titular disputaba la Copa Libertadores. Pese a mostrar algunas condiciones a comienzos de 1992 la directiva azul decidió transferir por una suma irrisoria a “Luisinho” y a “Jairsinho” al Once Philips. Como suele ser la regla con los jugadores que salen por la milagrosa puerta trasera de Millonarios, en la “perla del Ruiz” se vio a otro Quiñónez; nada que ver con el habilidoso pero errático puntero que no logró consolidarse en Bogotá.
Tres temporadas con buen rendimiento (sin llegar tampoco a ser el ídolo del Londoño y Londoño) fueron suficientes para que a finales de 1994 el “Bolillo”, en una de sus habituales pilatunas, sorprendiera al país futbolístico incluyéndolo en la nómina que disputaría la Copa Calsberg en Hong Kong a comienzos de 1995.
En la gira asiática, Quiñónez no desentonó. Y no sólo no desentonó sino que fue la gran figura de la gira. Su accionar le mereció ser referenciado como ejemplo del volante moderno “de ida y vuelta”. Su súbito redescubrimiento por parte del país futbolístico dio para todo tipo de excesos: algunos llegaron incluso a sugerir que había por fin llegado el esperado sucesor de Freddy Rincón.

«Luisinho», sorprendiendo con la selección
Lo cierto es que el de Luis Manuel es el mejor ejemplo de un jugador que logró sacarle el máximo provecho posible a su cuarto de hora. Durante 1995 y 1996 era raro no verlo en las convocatorias del “Bolillo” y su cotización se disparó como la de ningún otro jugador del nunca bien valorado rentado criollo. Era, sin duda, el jugador del momento. Su esperada salida del Once se dio a finales de 1996 cuando el Tolima del senador Camargo desembolsó una gruesa suma para poder hacerse con sus servicios. El siempre laborioso senador no contaba con que lo de “Luisinho” no era sino un cuarto de hora que ya iba por el minuto 14. En efecto, Quiñónez llegó al Tolima y su nivel cayó en picada. Una que otra convocatoria a la selección en 1997 y dos goles en el torneo adecuación del mismo año fue el balance del tumaqueño en su primer año con la vinotinto y oro.
La siguiente temporada fue la de la consolidación. Pero de la debacle. Un solitario gol al Tuluá marcó el punto más alto de su rendimiento en el primer semestre de 1998. Su cuarto de hora, los días felices de 1995 y 1996 en los que las convocatorias, las entrevistas y los empresarios rondándole como perros de carnicería eran parte de su diario vivir ya eran pasado y el buen “Luisinho” estaba ahora condenado a un ingrato futuro. Así las cosas, sólo una grave lesión pudo a la postre detener la caída libre en la que se encontraba Luis Manuel desde que salió de su añorado Once. Después de la lesión y los largos meses de para que debió soportar se le volvió a ver con el Bucaramanga en el 2001, su rendimiento con el cuadro canario se asemejó más al que mostró jugando con el Tolima que al que deslumbró al “Bolillo” cuando fungía de ignoto puntero del Once Philips. Con todas las puertas cerradas en Colombia, vendría a encontrar refugio en el poderoso Monagas venezolano. Allí, en silencio y con el cuero endurecido, el frustrado sucesor de Freddy Rincón pudo revivir algunos pocos segundos de aquel cuarto de hora de selecciones, empresarios y de uno que otro exceso periodístico.
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